YA VIENEN
La oscuridad volvió a rodearme y un frío helador hizo que temblara de pies a cabeza. Todo era negro, aunque continué siendo la única luz de aquel lugar como si un fulgor saliera de dentro de mi cuerpo.
Antes que pudiera dar un paso al frente percibí el aliento en mi pelo de aquel que controlaba mis sueños. Su presencia era hostil, intimidatoria, y tuve que reprimir un gemido de pánico para no hacer más evidente mi miedo hacia él. Estaba a mi espalda, muy cerca, casi pude sentir su calor corporal contra mi cuerpo.
—Ayla —su voz fue seria, pero por lo contrario normal, no encajaba con el tono siniestro que esperaba de él—, estás muerta. El primero de nosotros ya viene a por ti…
Se me cortó la respiración ante aquellas palabras, fue entonces cuando se atrevió a acariciar mi pelo, y desesperé…
Me senté de golpe, temblando, con un sudor frío que cubría mi frente. Continuaba la oscuridad aunque esta vez una pequeña hoguera permitía ver más de dos metros de mi posición. De pronto, unas manos me cogieron el rostro e hicieron que fijara la vista en unos ojos azules mezclados con un tono morado. El alivio fue inmediato, dejé de temblar aunque por algún extraño motivo una fuerza me impulsó a querer más de él y le abracé solo por sentir la protección de sus brazos, saber que con él estaba a salvo.
—Ya está, Ayla —me susurraba Laranar mientras acariciaba mi pelo—. Ya te has despertado, todo va bien. Estoy a tu lado.
—El primero de los magos oscuros ya viene a por mí —le dije angustiada.
Me retiró con delicadeza de su pecho y limpió mi rostro de unas lágrimas que ni siquiera me percaté que caían por mis mejillas.
—Era cuestión de tiempo —dijo no dándole importancia—. Pero podrás con ellos, estoy convencido. Y yo estaré a tu lado para ayudarte.
Volví a abrazarle.
—No te odio —le dije avergonzada.
—Lo sé —continuó acariciando mi pelo—. ¿Me perdonas con lo del lobo?
—Sí, siempre que le dejes en paz.
—Es por tu propia protección —insistió.
—No me hará nada.
Suspiró.
El olor de Laranar era agradable, olía a bosque, árboles y hierba recién cortada. Me embriagué de él hasta que fui consciente que no podía permanecer por más tiempo abrazada a mi protector, no era apropiado. Me retiré y me dejé caer en mi manta, exhausta. Miré dirección a la Domadora del Fuego. Dormía ajena a mi repentina pesadilla. Laranar le curó los puntos antes de acostarnos y por alguna extraña razón su presencia me reconfortaba. Su técnica con la espada y determinación nos ayudarían, estaba segura. No tuve ninguna duda que ofrecerle un puesto en el grupo era una de las pocas cosas correctas que había hecho desde mi llegada a Oyrun.
—¿Habías conocido antes a una Domadora del Fuego? —Le pregunté a Laranar en un susurro para no despertar a Alegra.
—En contadas ocasiones he pasado por su villa —respondió sentado a mi lado—. Dicen que su arte de trabajar el metal es comparable al de mi raza y su estilo de lucha igual de mortífero. Lo segundo lo he podido comprobar hace escasas horas.
—Deben de ser un pueblo sorprendente si os comparan con vosotros —comenté y Laranar sonrió.
—Juegan con ventaja —dijo y no lo entendí—. Verás, hará un milenio, un elfo llamado Númeor se casó con la hija del patriarca de la villa y este enseñó a sus hijos todo lo estudiado en Launier en sus más de tres mil años de vida. Incluido el estilo de lucha de los de mi raza y el arte de domar el fuego para conseguir las mejores armas. Es, desde entonces, que se les conoce como los Domadores del Fuego.
—¡¿Un elfo se casó con una humana?! —Le pregunté sorprendida escuchando únicamente esa parte.
—Sí, ¿por qué? —Preguntó extrañado al ver mi reacción.
Me incorporé levemente, apoyada en mis codos.
—No pensaba que los elfos os pudiesen llegar a gustar las humanas —le contesté sinceramente.
—¿Por qué no?
—Las mujeres elfas son increíblemente bellas y muy hábiles en todo lo que se proponen. Teniendo a mujeres de ese nivel no se me ocurre por qué motivo os podríais fijar en humanas como yo.
Primero se quedó cortado y luego negó con la cabeza.
—El físico no lo es todo —habló serio.
Me respondió con sinceridad, pero al tiempo noté algo extraño en su actitud, como si ser sincero conmigo no fuera lo correcto.
—Sí, pero… —busqué las palabras correctas para explicarme mejor—. Cuando os conocí a ti y a Raiben os dirigisteis a mí como simple humana. Me tratasteis como si no valiese nada y mi presencia no fuera grata para vuestro pueblo. Luego, al llegar a Sorania, dio la sensación que la gente se sorprendió más por ver que la elegida era una humana antes que el hecho de que fuera mujer. Más de uno me miró con superioridad y cierto desdén. Viendo esto, no es difícil darse cuenta que no os caemos bien, no os gusta tenernos cerca. Por eso, dejando a un lado lo físico, no logro comprender cómo os podéis enamorar de nosotros si tanto os desagradamos. No tiene sentido.
Laranar parpadeó dos veces desconcertado ante mi sinceridad y se quedó pensativo buscando cómo responderme.
—Puede… que algunos elfos, sí que crean que son superiores a los humanos —dijo con cuidado, mirándome a los ojos—, pero no es siempre así.
—¿Tú te crees superior a los humanos? —Le pregunté.
Abrió la boca para luego volverla a cerrar.
—Yo no… —empezó a hablar, titubeando.
Demasiado tarde, pensé en un enfado creciente.
—Tranquilo ya me lo has dicho todo —le corté.
La historia que hubiese un elfo casado con una humana debía de ser la excepción que confirmaba la regla.
—Ayla —me nombró Laranar, mirándome a los ojos y poniendo cara de quiero intentar arreglarlo.
—No te preocupes, no es algo que sepa de ahora, voy… a dormir un poco más —volví a tumbarme y me recosté del lado contrario donde se encontraba Laranar.
—No, espera, no me entiendes —dijo tocándome el hombro para darme la vuelta.
—Creo que lo entiendo perfectamente —dije reacia a moverme.
—No creo que seas inferior a mí, en absoluto.
Volví a mirarle.
—Lo siento, no te creo. Has debido responder sin pensar ni dudar. Ahora, estoy cansada, quiero dormir un poco más —me arrebujé en la manta y ccerré los ojos para finalizar la conversación.
Noté como se levantó bruscamente, enfadado. No dijo nada más y le miré por el rabillo del ojo para cerciorarme donde se dirigía. Se sentó a unos metros de mi posición y suspiró.
Por más que lo intenté no pude conciliar el sueño entonces. No solo por la discusión que acababa de tener con Laranar, sino por el hecho de pensar que podía llegar a tener otra pesadilla con un mago oscuro.
A la mañana siguiente recogimos el campamento sin dirigirnos la palabra Laranar y yo, aunque delante de Alegra no quisimos mostrar nuestro enfado. Caminamos tranquilamente, el lobo continuaba siguiéndonos a escasos metros y durante el camino le estuve hablando a Alegra de nuestro acompañante inesperado.
—Le podríamos poner nombre —sugirió Alegra, cuando acabé de contarle toda la historia.
—No se me había ocurrido —escuché a Laranar suspirar ante esa idea, pero lo ignoré—. ¿Se te ocurre alguno?
Se encogió de hombros.
—Akila —dijo Laranar deteniéndose, esperando que llegáramos a su altura—. Significa el valiente en una lengua antigua, ya extinguida.
Sonreí interiormente al comprender que poco a poco lo aceptaba o simplemente se resignaba.
—Entonces, le llamaremos Akila —dije—. Akila, ¿te gusta?
Akila se detuvo al dirigirme a él, pero luego continuó ensimismado olfateando el terreno. Desapareció a los pocos minutos aunque estuve convencida que regresaría, siempre lo hacía. Al poco rato Laranar paró la marcha, concentrado, escuchando los sonidos del bosque. Temí que el mago oscuro que venía a por mí ya apareciera, pero no tardé en escuchar una jauría de perros acompañados por el sonido de unos silbatos. Descarté el mago oscuro, no creí que fuera a atacarnos con perros y menos provocando tanto alboroto. Laranar y Alegra, pensaron lo mismo.
—Cazadores —dijo Laranar, relajándose—. No nos harán nada, irán por… ¡Akila!
El lobo apareció de pronto a nuestras espaldas, corriendo con el rabo entre las patas mientras seis o siete perros iban detrás de él. Laranar actuó rápido, se adelantó dos pasos y disparó una flecha de advertencia a la jauría de perros. Los canes, desconcertados, se detuvieron levemente y Akila llegó a nosotros escondiéndose detrás de Alegra y de mí, traspasando por primera vez la línea imaginaria que siempre nos hubo distanciado. A los pocos segundos aparecieron tres cazadores que, al vernos, llamaron de inmediato a sus perros donde se debatían entre seguir su avance o esperar a sus dueños. Finalmente, con cuatro órdenes bien dadas los cazadores lograron que los perros dejaran su presa.
—Lo que hacéis es peligroso —nos advirtió uno de los cazadores. Un hombre alto, robusto y con una barba encrespada—. Podríais haber acabado muertos. Apartaos y dejad que cacemos a ese lobo.
—Ese lobo viene con nosotros —empezó a hablar Laranar—. Se llama Akila, no podéis cazarlo.
Miré a Laranar, sorprendida y agradecida al mismo tiempo. No imaginé que defendiera al animal después de demostrar varias veces que no lo quería de acompañante. Aquella era su oportunidad para deshacerse de él, pero optó por salvarle la vida.
Los cazadores se miraron entre ellos y uno negó con la cabeza al compañero, un hombre igual de barbudo que el primero pero más mayor, con unas cuantas canas que le cubrían tanto el cabello como la barba.
—Ese lobo es nuestro —insistió el cazador—. Con su piel, nuestras familias comerán —preparó su arco y los perros empezaron a gruñir, contentos de ver que por fin se le daba caza al lobo—. Apartaos.
—No lo mataréis —dije, extendiendo mis brazos a modo de barrera.
Alegra se puso al lado de Laranar quedando Akila y yo por detrás de los dos.
—Veréis —la guerrera desenvainó su espada lentamente, mirando uno a uno a los tres cazadores—, si le hacéis algo a este lobo me encargaré personalmente de despellejaros como a animales.
—¿Una mujer? —Se burló el cazador más mayor—. No me hagas reír.
—No, una Domadora del Fuego —respondió Alegra, orgullosa, y los tres hombres cambiaron su actitud mostrándose serios. Fue entonces, cuando tomé consciencia de hasta qué punto los Domadores del Fuego eran respetados y temidos—. Id, por donde habéis venido.
De pronto, uno de los perros, creyó tener el valor necesario para atacar a Akila, pero rápidamente una flecha impactó contra el can. Laranar era mortífero con el arco, preparaba su arma favorita más rápido que cualquier otro que conociera y mató al perro en un abrir y cerrar de ojos.
—¡Luna! —Llamó el tercer cazador, el más joven de los tres que a diferencia de sus dos compañeros no llevaba barba—. ¡La habéis matado! —Dijo indignado examinando al insensato animal.
—Iba a atacar a mi protegida —se justificó Laranar.
—Debéis pagarnos nuestra perra de caza —exigió el cazador aún de rodillas al lado de su perra muerta—. Era la mejor de todos nuestros perros.
—Haberla controlado —respondió Laranar.
Los tres cazadores enfurecieron, pero antes que cualquiera de ellos pudiera hacer una locura apareció un jinete montando un magnífico corcel negro. Solo con sus ropas —un jubón de color negro, pantalones oscuros de la mejor lana y unas botas negras de piel— y su espada que llevaba colgando del cinto, se podía adivinar que era alguien de un rango importante. Quizá la mayor característica del jinete era el dibujo plateado que llevaba en el jubón, un campo de trigo con un sol naciente, símbolo del ejército de Andalen.
Lo reconocí de inmediato y sonreí al verle. Los tres cazadores se detuvieron, inclinándose y dejando paso a aquel que estaba muy por encima de ellos: el general de la guardia de Barnabel, Aarón.
Aarón miró la escena desde su montura y pareció comprender lo que sucedía con una rápida ojeada.
—Laranar, intuyo que ese lobo es importante —dijo primeramente Aarón, sabiendo que la situación era tensa.
—Digamos que Ayla le ha cogido especial cariño —respondió Laranar, relajándose levemente al verle.
Aarón me miró y sonrió. Luego se dirigió a los cazadores diciéndoles:
—Señores, me temo que ese lobo no será vuestro. Reunid a vuestros perros y buscad otras presas.
—Pero… mi señor, —habló el joven cazador—, nos han matado a una perra que era la líder de la manada. Y nuestras familias necesitan comer.
Aarón miró al chico y sin tener que hacerlo le dio unas monedas.
—Esto paga y de sobra vuestra pérdida —le contestó Aarón—. Ahora marchaos.
Los cazadores obedecieron y Aarón se bajó de su montura.
—No debiste pagarles —le dijo Laranar mientras nos aproximábamos a él—. Fue culpa suya.
—Y culpa de mi rey que se arriesguen tanto para dar de comer a sus familias —respondió Aarón—. Son tiempos difíciles, dejemos que coman caliente por un día.
—¿Tu rey te ha escogido para acompañarnos? —Quise saber.
—Lamentablemente —respondió con una sonrisa—. Hubiera preferido seguir protegiendo a mi reina ya que ese es mi cargo, pero con una orden directa del rey no puedo desobedecer.
—Entonces, ¿por qué has tardado tanto? —Quiso saber Laranar.
Aarón suspiró.
Al parecer, el rey Gódric de Andalen tenía especial interés en que la elegida visitara Barnabel y creyó que no mandando ningún soldado para ayudar en la misión, atraería al grupo que me custodiaba para saber el motivo. Lo que no esperó fue la luna de sangre y temieron que los magos oscuros hubieran acabado conmigo. Por ese motivo, el rey Gódric, aconsejado por el mismo Aarón, mandó al nuevo integrante del grupo sin más demora. Lo que nadie se esperó y Aarón menos que nadie, era que el elegido fuera el general de la guardia de Barnabel.
—Al parecer mi rey tiene especial confianza en mí —le explicaba a Laranar con una sonrisa irónica—. Cree que haré todo lo posible por convencer a Ayla de que venga a Barnabel.
No entendí la actitud tan insistente del rey, mi misión era salvar a todo Oyrun y eso incluía su reino. ¿A qué venía tanta prisa por llegar a Barnabel?
Laranar, frunció el ceño al escuchar a Aarón, debía mantenerse diplomático con el monarca, pero en confianza cuando estaba conmigo hablaba pestes de él.
El general volvió a ofrecerme la protección del rey Gódric tal y como le había ordenado que hiciera nada más encontrarme. Volví a rehusar ese ofrecimiento sin muchos problemas pues, aunque no había tenido mucho trato con Aarón, era consciente que pese a su lealtad con el rey era de la misma opinión que Laranar.
Más tarde, me entregó un tarrito de cristal con un fragmento del colgante dentro.
—En Barnabel hemos tenido alguna que otra escaramuza con los orcos, —dijo mientras lo cogía— una noche atacaron los campos de cultivo que rodean la ciudad y un grupo de soldados que yo lideraba les dimos caza. Acabamos con ellos rápidamente hasta que solo quedó uno. Tenía una fuerza sobrenatural y mató a dos de mis soldados en un abrir y cerrar de ojos. Me enfrenté cuerpo a cuerpo con él y casi pierdo la vida, pero al final fui más rápido y pude cortarle la cabeza con Paz —tocó la empuñadura de su espada refiriéndose a su arma y me sorprendió el nombre. Pues al ser un arma para matar, un nombre como Paz no pegaba mucho—. Fue entonces, cuando me di cuenta que tenía un fragmento a modo de pendiente.
El fragmento que me entregó estaba muy contaminado, pero a la que lo toqué se volvió tan puro como los que ya poseía. Brillaron con intensidad antes incluso de juntar el nuevo fragmento con los demás. Una vez lo guardé en el pañuelo de seda dejaron de emanar su insistente luz.
—A todo esto, —Aarón miró a Alegra— ¿cómo una Domadora del Fuego está en el grupo? —Luego miró a Akila que se había vuelto a distanciar de nosotros—. ¿Y el lobo?
Al ser una historia larga, decidimos explicarle a Aarón todas nuestras aventuras sentados en el suelo, comiendo tranquilamente un poco de embutido y unas lonchas de queso curado. Aarón quedó consternado con la historia de Alegra que fue narrada por la propia guerrera, y entendió la luna de sangre que ya llevaba varias semanas en el cielo de la noche.
Una vez lo explicamos todo, volvimos a iniciar la marcha.
—Laranar —me adelanté para poder hablar con él—. ¿Iremos a Barnabel?
—No, a menos que sea imprescindible. No me fío del rey, algo trama —respondió.
—¿Y a dónde vamos?
—Mair, país de los magos.
UN DESEO
A falta del mago por unirse a la misión, me sentía la miembro más inútil de todo el grupo. Laranar continuaba siendo el líder de la expedición, y guiaba y rastreaba el terreno con gran habilidad. Aarón era un general experimentado en la lucha contra los orcos y Alegra era una guerrera consagrada. Por lo contrario, aunque mi papel era el más importante, aún no había logrado dominar ni uno solo de los elementos y me sentía como un estorbo. No servía para cazar, ni para rastrear, ni para luchar. Como mucho podía lanzar cuatro flechas en caso de vernos emboscados, pero si en algún momento a lo largo de la misión las circunstancias me obligaban a caminar sola por Oyrun, era consciente que no duraría ni tres días. Pues moriría a manos de un orco o cualquier criatura dispuesta a darme caza.
Alegra marchó con el caballo de Aarón dispuesta a encontrar alguna presa para la cena. Los chicos se bañaban en un pequeño manantial, que encontramos en nuestro camino, después de habernos dejado el primer turno a las chicas para disfrutar de sus aguas cristalinas. Y yo, como siempre, me encontré sentada en el suelo, custodiando nuestras mochilas sin saber qué aportar al grupo mientras mis cabellos se secaban.
Decidida, me alcé, cansada de ser siempre la improductiva. Reuní unas cuantas piedras, las dispuse en forma de círculo y luego cogí un poco de leña por los alrededores dispuesta a hacer un fuego. Había visto a Laranar hacerlo cientos de veces y yo también podía conseguirlo. Solo debía chocar las dos piedras que Laranar utilizaba y conseguir que saltaran chispas para que la madera prendiera.
Empecé a chocar el pedernal con la pirita, pero apenas logré crear una chispa.
—Debes dar un golpe más seco.
Me giré y vi que era Laranar. Me recordó a un dios, llevaba los cabellos húmedos completamente sueltos para que se secasen al viento, y su camisa la llevaba en una mano por lo que todo su tórax, bien definido, estaba al descubierto. Todo su ser era realzado gracias a su posición elevada donde los rayos del atardecer llegaban hasta él engrandeciendo su belleza.
Hincó una rodilla en el suelo, dispuesto a enseñarme, pero mis sentidos estaban puestos solamente en él. Mis ojos se inundaban de belleza con solo mirarle, mi nariz absorbía su fragancia a bosque, su bonita voz me inundaba los oídos y cuando tocó mi mano para coger la pirita que sostenía hizo que mi piel ardiera como el fuego.
—¿Me estás escuchando? —Me preguntó mirándome a los ojos.
—¿Eh? —Volví a la realidad de golpe.
Laranar negó con la cabeza, se alzó y se puso la camisa. Luego volvió a agacharse y me mostró las dos piedras con las que hacer el fuego.
—Presta atención —me exigió, plantándome las piedras delante de la cara—. El golpe debe ser seco y las piedras tienen que tocarse justo por el filo, como una friega, mira.
Hizo que cogiera nuevamente las piedras, me sostuvo las manos y dio un golpe seco y certero. Saltó una chispa.
—Debes dar varios golpes seguidos para que al final prenda —continuó con la explicación—. Dejas una mano quieta y con la otra das el golpe.
Dejó que volviera a intentarlo, esta vez sola, y con cuatro golpes seguidos logré crear suficientes chispas como para que al final las hojas secas prendieran. Rápidamente puse las ramas más finas que recogí encima y al minuto logré encender mi primera hoguera.
—Ves, es cuestión de práctica —dijo Laranar, asintiendo ante el fuego que acababa de prender—. A partir de ahora, serás la responsable de hacer el fuego.
—Gracias.
Me miró a los ojos y apartó un mechón de pelo que me caía rebelde por el rostro. Lo colocó detrás de mi oreja.
Me sonrojé, no lo pude evitar, y él se levantó en cuanto escuchamos a Alegra volver. Fue entonces, cuando ambos nos dimos cuenta que Aarón se había mantenido al margen de mi clase de hacer fuego a varios metros de nuestra posición, pero se percató que algo ocurría entre nosotros dos, o por lo menos algo me ocurría a mí. No podía disimular, por más que lo intentaba, mis continuas subidas de temperatura ante la presencia de Laranar.
El elfo se tensó al ver a Aarón, pero intentó disimular su actitud dirigiéndose a Alegra que llevaba cargando en la grupa del caballo un jabalí. Después de cocinarlo, disfrutamos de una buena cena alrededor de mi hoguera. Akila disfrutó junto con los demás de un trozo de carne repelando el hueso de una pata que le dimos para que disfrutara jugando con ella. Intenté acariciarlo, pero el lobo continuaba manteniendo las distancias, solo se acercaba cuando veía comida. Era un interesado.
—Prueba con esto —de rodillas en el suelo y apartada unos metros del campamento, intentaba que Akila me cogiera confianza. Laranar se agachó a mi altura con tres pedacitos de carne de jabalí en una mano. Le lanzó uno a Akila a apenas dos metros de nosotros y el lobo se acercó vacilante, lo cogió y volvió a alejarse levemente. Esperando más carne—. Ahora… —dejó caer el segundo trozo justo a nuestro lado—. Vamos, cógelo.
Me sorprendió verle de esa manera con el lobo.
—¿Ya no te importa que nos acompañe? —Le pregunté.
Akila vacilaba, yendo de un lugar a otro, indeciso de si acercarse.
—No es eso —respondió mirando a Akila—. Cuando Alegra te atacó fue él quien me avisó, estoy en deuda con ese lobo. Quizá Natur nos lo haya enviado para ayudarnos en nuestra misión.
—La diosa de la Naturaleza es sabia, entonces —dije.
Laranar me miró a los ojos.
—No creo que seas inferior a mí —dijo de pronto—. Pero es cierto que intentamos tener el mínimo contacto con los humanos.
Le sostuve la mirada y vi sinceridad en sus ojos.
—¿Por qué? —quise saber.
—No sabría decirte, siempre ha sido así —respondió—. Y también es cierto que algunos de mi raza, y no pocos, se creen con derecho de mirar a ciertas razas por encima del hombro. Y eso es porque apenas tienen contacto con gente que sea diferente de ellos. Supongo que la ignorancia los hace ser así. Perdónalos.
Suspiré.
—No salís mucho de Launier, ¿verdad?
—Apenas —respondió—. Aunque desde que empezó esta guerra he tenido que ausentarme como representante de Launier en incontables ocasiones.
—Y no te gusta —entendí.
—Al principio… —vaciló—, al principio sí, me gustó viajar y conocer otros países. Había visitado algunos anteriormente pero solo por poco tiempo. Aunque desde que empezó la guerra, tuve que permanecer varios años fuera de Launier para estrechar y reforzar alianzas.
—Y añorabas el hogar.
—Sí —dijo en apenas un susurro—, pero no tanto como tendría que haberlo añorado para no perder a… —calló.
—¿Perder a quién? —Quise saber—. ¿Tu hermana? Me contaste que estabas presente el día que sucedió y que incluso acabaste herido de gravedad.
—No me refería a ella —negó con la cabeza—. Da igual, a fin de cuentas también murió y ya no era mía por ese entonces.
Parpadeé dos veces.
—Una novia —entendí y se me cayó el alma a los pies—. ¿Perdiste también a tu novia?
Me miró a los ojos, serio, aunque triste al mismo tiempo.
—Déjalo, no quiero hablar del tema.
Akila finalmente cogió el trozo de carne y se distanció entonces, un metro, esperando que Laranar le diera el último trozo de carne que llevaba en la mano.
»Ahora es tu oportunidad —dijo Laranar cogiéndome una mano y plantándome el trozo de carne en la palma—. No hagas ningún movimiento brusco y confiará en ti.
Aún estaba conmocionada por saber que Laranar también perdió a una novia, aunque al mismo tiempo no estaba segura si cuando murió estaban juntos, pues también había mencionado que ya no era suya. Eso podía significar que otro hombre estaba con ella y la perdió por sus viajes y sus constantes años de ausencia. ¿Podía una chica serle infiel a Laranar? ¿Qué tonta lo sería? Por otro lado, mantener una relación a distancia era complicado, pero teniendo la inmortalidad como tenían los elfos yo le esperaría sin dudar si me hubiera correspondido.
Akila se acercó lentamente y acabó comiendo de mi mano. Sonreí, su lengua era áspera pero acababa de lograr que se acercara más que cualquier otro día —exceptuando la vez con los cazadores—. Intenté acariciarlo y se retiró instintivamente al principio, pero luego se acercó con precaución, olisqueó mi mano y me permitió acariciar su pelaje gris. Acto seguido caminó por el campamento, mirando a Alegra y Aarón que estaban sentados en sus mantas preparados para dormir. Al pasar al lado de Alegra, esta lo tocó de refilón, y Aarón la imitó. Finalmente, el lobo se tendió al lado de Laranar, satisfecho, como si comprendiera que ahora éramos su nueva manada.
Contemplé el cielo estrellado mientras esperaba que el sueño me venciera y una estrella fugaz apareció en la inmensidad de la noche. Pedí un deseo de inmediato, cerrando los ojos por unos instantes.
—¿Eres de las que pide deseos a las estrellas? —Me preguntó Laranar en un susurro.
Se alzó de la roca que estaba utilizando de asiento y se acercó a mí.
—Sí, me gusta mirarlas y pedirles deseos —le contesté. Laranar sonrió y se estiró a mi lado apoyándose en un codo y mirando al cielo. Tenerlo de esa manera, tan cerca, me encantó—. ¿A ti no te gustan?
—Sí, pero no creo que vayan a cumplir todos los deseos de la gente.
—¿Por qué no? —Me miró y se encogió de hombros—. A veces gusta creer en cosas mágicas.
—¿Qué has pedido? —Me preguntó.
—Si lo dices no se cumple —respondí.
—¿Y cómo sabré si tu deseo se ha cumplido?
—Ya te informaré.
Miramos el cielo juntos durante unos minutos cuando, inesperadamente, una luz empezó a sobresalir por debajo de mi manta. Me destapé de inmediato y saqué los fragmentos del colgante que brillaban con gran intensidad. Laranar los miró por unos segundos, se levantó y se dirigió a Aarón sin decir palabra. Vi como lo despertaba y le informaba de la situación. Por mi parte hice lo mismo con Alegra, incluso Akila se movió nervioso sabiendo que no era normal nuestra actitud.
—Cada vez brillan más —dije con los nervios a flor de piel. Conocedora que cuanto más brillaran más se acercaba aquel o aquella que llevaba fragmentos encima.
Laranar preparó su arco de inmediato; Alegra desenvainó a Colmillo de Lince y Aarón hizo lo mismo con Paz. Por mi parte, me quedé plantada en un círculo que montaron mis compañeros alrededor de mí, con los fragmentos en la mano. Pasaron los segundos y únicamente se escuchó el crepitar del fuego consumiendo la leña que lo alimentaba.
Akila empezó a gruñir a la oscuridad, con el pelo del lomo erizado y mostrando sus colmillos a un enemigo que no veíamos. De pronto, algo se movió de entre el follaje y automáticamente empequeñecieron el círculo para tenerme más protegida. Instintivamente, temblando, me agarré al chaleco de Laranar como si de esa manera me asegurara que él no se separara de mí.
Quien fuera que se encontrara al acecho no era humano. No eran pasos el ruido que hacía, era más bien… ¿cómo explicarlo? ¿Cómo tres pares de pies andando de forma coordinada? Sus pisadas eran punzantes y parecían entrechocar contra un suelo de madera haciendo claqué. Al mismo tiempo, un golpe seco, como el de unas tenazas cortando el aire se unían a las pisadas extrañas. Se movía con rapidez a nuestro alrededor, no daba tiempo de ubicar a dicho ser.
—¿Alguien sabe qué demonios es lo que nos está rodeando? —Preguntó Alegra.
Incluso siendo una guerrera experimentada pude notar una mezcla de miedo y nervios en su voz.
—Yo sí —respondió Laranar, serio—. Jamás podré olvidar el ruido que hace al caminar.
Tragué saliva.
»Mitad escorpión, mitad humana —dijo escupiendo odio en sus palabras—. Es Numoní.
Se me erizó el vello al comprender que la primera maga oscura acababa de llegar con el único objetivo de matarme. Tal y como el mago de mis sueños me advirtió.
—Vaya, vaya —escuchamos de pronto la voz de dicha maga. Una voz espeluznante y sibilante—. Veo que el príncipe de los elfos me recuerda muy bien.
No dejaba verse, se movía tan rápido que era imposible seguir sus movimientos.
—Te mataré —dijo Laranar. Parecía a punto de saltar contra la negrura para cumplir su amenaza—. Te haré pagar lo que le hiciste a mi pueblo.
—Entonces, venid a por mí —nos desafió.
La escuchamos alejarse y los fragmentos empezaron a perder su luz, apagándose.
—Escapa —dije.
—¿Preparados? —Nos preguntó Laranar a todo el grupo, en especial a mí.
Asentí, en algún momento debía empezar a combatir a los magos oscuros.
Caminamos por el bosque, con la única luz de una antorcha que Aarón llevaba en una mano, más las estrellas y la luna roja alta en el cielo. Los fragmentos continuaron brillando a intervalos regulares, unas veces más fuertes otras más débiles. Pero en ningún momento detuvimos nuestro avance, estábamos dispuestos a dar caza a la primera maga oscura —en realidad una frúncida— que se nos había presentado en el camino.
—No atacará directamente —nos explicaba Laranar habiendo cambiando el arco por la espada—, intentará pillarnos desprevenidos, por la espalda. Tened en cuenta que si le estorbáis para llegar a su objetivo —me miró levemente— os matará sin dudar. Debéis ser rápidos, pues ella lo será aún más.
El bosque de hayas se acabó para mostrarnos una pequeña montaña de rocas y cuevas. Los fragmentos brillaron con más intensidad en cuanto los encaré dirección a las cuevas.
—Esto es una trampa, lo sabéis, ¿verdad? —Preguntó Alegra.
Laranar frunció el ceño mirando la primera cueva que teníamos delante.
—Sí —respondió a regañadientes Laranar—, pero no saldrá, la conozco. Esperará a que entremos en su territorio. Eso o continuamos nuestro camino para que dentro de dos noches intente atacarnos directamente mientras dormís. La pregunta será, si seré suficiente rápido para despertaros cuando eso ocurra.
—Si es así, ¿por qué no lo ha hecho hoy? —Pregunté.
—Porque le gusta jugar con sus presas.
Silencio, estuvimos dudando durante unos minutos.
—Voto por entrar —dijo Aarón mirándonos a todos—. No podemos esperar una emboscada. Mientras no nos separemos, todo irá bien.
Miré a Laranar y a Alegra.
—Entremos —les dije—. Si muero, habrá sido un placer conoceros.
A Laranar no le gustó mi forma de hablar, medio en broma, pero inició la marcha hacia el interior de la primera cueva que teníamos delante. La escasa luz de la noche dio paso a una oscuridad absoluta. Me recordó a mis sueños, aunque por extraño que pareciera en mis pesadillas aún había menos luz. Quizá era por el hecho que disponíamos de una antorcha a pesar de todo.
Caminamos en silencio, solo nuestros pasos se escuchaban en aquel lugar sombrío acompañados del ruido de gotas de agua que se filtraban por la dura y fría roca golpeando el suelo. Nuestro camino era en ascenso, y debíamos ir con cuidado de no tropezar con las irregularidades del suelo rocoso. Muerta de miedo, sentí la imperiosa necesidad de cogerme fuertemente a Laranar y no apartarme de él bajo ningún concepto. Le agarré del brazo y este me miró con la intención de soltarme para tener libertad de movimientos, pero al ver el pánico en mis ojos permitió que le cogiera cambiando su espada de brazo para arremeter en cuanto fuera necesario.
Miré por detrás de mí y vi a Alegra cerrando la marcha, nerviosa, pero mucho más calmada que yo. Me obligué a mi misma a imitarla, inspirando y espirando varias veces para mantener el control de la situación. Aarón se encontraba un paso por delante de nosotros. Akila andaba a mi lado, caminando con el rabo entre las patas. Le acaricié una vez para transmitirle seguridad pero no funcionó de mucho, continuó asustado no apartándose de mí.
Después de caminar varios minutos por aquella eterna oscuridad vimos una luz al final del túnel y automáticamente todos aceleramos el paso al tiempo que los fragmentos empezaron a brillar con más fuerza. Llegamos a una especie de cámara sin techo permitiendo ver las estrellas y la luna roja. Pese a que no tenía salida no encontramos ningún rastro de Numoní.
—Que raro —dijo Aarón—. Los fragmentos continúan brillando, debe estar por algún sitio. Inspeccionemos.
La cámara se encontraba unos tres metros por debajo de la entrada, así que descendimos por una pequeña rampa medio derruida y caminamos con precaución por aquel lugar. Debía medir unos cincuenta metros de ancho por otros tantos de largo y había dispuestos varios montículos de roca donde Numoní podía esconderse con facilidad. Inspeccionamos el primero de ellos y cuando se cercioraron que estaba limpio, Laranar se dirigió a mí.
—Aquí estarás a salvo —dijo—. Vamos a ver esos dos de allí —me los señaló con la espada—. Tú quédate aquí y no te muevas.
—No quiero separarme —le dije—. Dijimos de permanecer juntos.
—Si se esconde en alguna de esas rocas puede ser peligroso. Aquí estás contra la pared, resguardada, y enseguida vendremos a por ti.
Era cierto que el primer montículo que inspeccionamos, tocaba la pared de la cámara por lo que Numoní solo podía atacarme de frente, pero no por ello me quedé más tranquila y un nudo en el estómago se iba haciendo cada vez más grande, ahogándome.
Laranar le indicó a Alegra que se quedara custodiándome, por lo que se adelantó unos pasos para tener mejor perspectiva. Elfo y general comenzaron a examinar los montículos más cercanos. Contabilicé una docena, unos medían apenas un metro de alto y otros alcanzaban los cinco. La espera fue lenta y tensa, caminaban con precaución, con las espadas preparadas por si aparecía el horrible monstruo. Alegra me miraba de soslayo cada pocos segundos, pero principalmente mantenía su vista fija al frente pendiente de no ser atacadas.
Moví mis pies, nerviosa, algo me decía que nos habíamos metido en la boca del lobo y no saldríamos de esa. Los fragmentos los continuaba llevando en la mano y su luz continuó imperturbable. Fue entonces, cuando sucedieron varias cosas a la vez. La luz de los fragmentos se intensificó y se unió a otra luz morada proveniente de mi espalda. Laranar dejó el montículo que estaba inspeccionando para mirar en mi dirección y su cara pasó al pánico en apenas medio segundo. Gritó mi nombre, al tiempo que Alegra se volvía a mí, Akila gruñía acompañando a Aarón y yo me giraba intuyendo lo que ocurría.
No dio tiempo a reaccionar. Pese a que todos corrieron para llegar a mí no fueron lo suficientemente rápidos para impedir que Numoní saliera por debajo del montículo que tenía a mi espalda, y me cogiera con una enorme tenaza que tenía por mano. Grité de dolor, me oprimió el estómago al tiempo que me alzaba para tenerme a su altura. Era un ser gigantesco, de tres metros de altura, la mitad inferior de su cuerpo era el de un escorpión de un tono negro azabache con un aguijón de la medida de un melón. Y la mitad superior era algo parecido a un ser humano, su piel era oscura, sus cabellos blancos y sus manos eran pinzas enormes capaces de partir en dos a una persona. Sus pechos estaban al descubierto aunque el dibujo de dos telas de araña pintadas en su piel daba la sensación que se cubría de alguna manera.
Intenté que me soltara pero fue inútil, y sin tiempo a actuar me introdujo por el enorme agujero que había debajo del montículo, oculto hasta que ella salió de dentro de él. Corrió a gran velocidad por un pasillo oscuro, estrechándome de forma dolorosa con sus pinzas por todo el camino. Le di puñetazos, incluso le mordí, pero actuó con indiferencia. No le causé daño alguno y solo conseguí que estrechara más la tenaza con que me tenía presa.
Llegamos a otra cámara, sin salida y sin techo, muy parecida a la anterior. Me costaba respirar cada vez más, sintiendo como la piel de mi abdomen iba cediendo ante el fuerte agarre. Sentí pánico, era mi final, solo deseaba que acabara todo cuanto antes y que cuando me partiera en dos fuera rápida, no se entretuviera en hacerme sufrir. Dio un salto hacia una pared y me empotró allí, a varios metros del suelo. Respiré una bocanada de aire, notando un alivio inmediato al ser liberada de su tenaza pese al fuerte golpe al dejarme empotrada. Me ató a unos grilletes —clavados en la pared— por manos y pies, dejándome aprisionada a unos seis metros del suelo. Acto seguido paseó su enorme aguijón por delante mi rostro.
—Bonita presa —dijo y me acarició el rostro con una de sus pinzas—. Serás un suculento manjar cuando acabe con tus amiguitos.
Moví la cabeza en un gesto bruto para que dejara de tocarme y la miré directamente a los ojos, unos ojos negros como el carbón.
—Laranar me rescatará —dije con todo el valor que pude—, vendrá a por mí y te matará.
Sonrió y rozó su aguijón por mi frente apartándome el pelo que me caía a la cara. Me dio mucho asco.
—Deberías ser tú la que me matara —dijo en tono de burla y empezó a oler mis caballos acercándose demasiado, colocando su rostro pegado a mi cuello. Lentamente descendió sin dejar de olerme hasta que llegó a mi abdomen, allí se detuvo y me miró.
Estaba temblando, muerta de miedo, pero entonces recordé que aún tenía los fragmentos en mi mano derecha, cerrados en un puño. Me concentré en ellos mientras la frúncida empezó a subirme la camisa lentamente.
—No me toques —le advertí.
Sonrió, y lamió mi piel, saboreando la sangre de la herida producida por su tenaza. Miré mi mano, como si de esa manera fuera posible concentrarme mejor en el poder de los fragmentos. De esa manera, con la vista puesta en la única arma disponible que tenía, empecé a notar un flujo de energía corriendo por mi brazo, pero antes que pudiera hacer nada, la frúncida dejó de lamer mi sangre y se encaró contra los fragmentos.
Intenté resistirme, pero finalmente me los arrebató obligándome a abrir la mano, causándome varios cortes con sus pinzas para conseguirlos hasta que se los entregué entre gemidos de dolor.
Empecé a ver borroso, unas lágrimas aparecieron de pura desesperación. No era capaz de dominar los fragmentos a tiempo y ahora, sin mi arma, estaba acabada. Moriría.
—Intentando matarme con los fragmentos, ¿eh? —Sonrió con satisfacción y luego volvió a acercar su rostro contra el mío, tan cerca que pude oler su aliento fétido—. Primero mataré a tus amiguitos y luego vendré a por ti. Te inyectaré mi veneno y disfrutaré viéndote morir mientras te como al mismo tiempo.
Seguidamente se llevó los fragmentos que tanto me había costado recuperar a la boca, tragándoselos, sin poder hacer absolutamente nada por impedirlo.
—¡Maldita! —Le grité, intenté liberarme vanamente. Los grilletes no cedieron en absoluto.
Numoní saltó de nuevo al suelo y entre risas abandonó la cámara.
Me quedé sola en aquel lugar y pese a que intenté liberarme con todas mis fuerzas en un último intento, fue inútil, no hubo manera. Miré alrededor y entonces me percaté que no era la única prisionera en aquella cámara, varios cuerpos de hombres y mujeres estaban atados por grilletes a lo largo de la alta pared. La única diferencia era que ya estaban muertos y medio comidos. Daba grima verles con las tripas colgando.
Aparté la vista de todos ellos, deseando que Laranar viniera a rescatarme cuanto antes.