ALEGRA (5)

SER LIBRE

—¿Podemos hablar un momento?

Al volverme, vi a Durdon con su brazo en cabestrillo mirándome serio. Había desparecido el día anterior y por su aspecto se había aseado, afeitado y cambiado de ropa. Olía a jabón y estrenaba un nuevo uniforme con nuevos galones. Pese al cruel intento del comandante Bulbaiz en quererlo llevar a un consejo de guerra por abrir un minuto las puertas de la muralla, Aarón lo ascendió en cuanto escuchó todas las versiones. Su orden salvó doce vidas y fue recompensado por ello obteniendo el rango de comandante, lo que enfadó sobremanera a Bulbaiz, pues a partir de ese momento ya no tenía autoridad sobre él. Pero ahora Durdon, me miraba serio y me alcé de la silla desde donde velaba a Dacio. Aún dormido después de haber caído desplomado.

—Claro —respondí, y miré a Laranar que se encontraba en la camilla de al lado velando a Ayla, sentado en otra silla. Por lo menos ella se había despertado en tres ocasiones para pedir beber agua y volverse a dormir. En cambio, Dacio era como si no fuera a despertar en la vida—. Laranar —me miró—, salgo un momento, ¿puedes estar pendiente de Dacio?

—Claro, no te preocupes.

Alejarme de los sótanos del castillo fue un alivio. Pese a que solo quedaban los enfermos más graves el aire continuaba algo viciado. En ocasiones me preguntaba sino era mejor correr el riesgo de mover a Ayla y Dacio a una habitación bien ventilada, pero los médicos aconsejaban no moverlos. Laranar desoyó sus recomendaciones, e intentó alzar a Ayla en brazos un día después de la batalla, pero la elegida rompió a llorar en cuanto la tambaleó, diciendo que la cabeza le iba a explotar, suplicó incluso que la dejara de nuevo.

El elfo no volvió a intentarlo. Así que aguantamos juntos el lugar lúgubre que eran los sótanos.

Si solo hubiera habido un poco más de luz habría sido más llevadero, pero las antorchas no daban para mucho. Nos veíamos, pero al salir al exterior tardábamos unos segundos en acostumbrarnos a la claridad del día.

Durdon me condujo a una zona apartada en los jardines del castillo. Un lugar franqueado por varios robles donde una pareja podía esconderse para no ser vistos. El paisaje era blanco, la nieve había cubierto por completo los suelos y calles de Barnabel; aunque aquella misma mañana había dejado de nevar, brindándonos con un día soleado que agradecimos todos.

Durdon se detuvo en el centro de aquella arboleda y me miró. Mucho temí sobre qué tema de conversación quería hablarme; durante la batalla y después de ella hice evidente mis sentimientos hacia el mago.

Y el Domador del Fuego no era tonto.

—Estás enamorada de Dacio —dijo sin preámbulos.

—Siento algo por él, no te lo voy a negar, pero no estoy enamorada de Dacio —dije enseguida.

Durdon sonrió y negó con la cabeza como si no tuviera remedio.

—¿Cuándo cambiarás? —Me preguntó—. ¿Crees que admitir que sientes algo por alguien es sinónimo de debilidad o algo parecido? Estás enamorada, acéptalo. —Se reafirmó—. Solo hay que verte estos días velando al mago. Solo un ingenuo no se daría cuenta y, perdona que te lo diga, pero ni siquiera has tenido la decencia de ocultarlo ante mí.

—Siento si te has sentido así —me disculpé sintiendo un nudo de remordimientos. Tenía razón al decir que no había disimulado en absoluto mi preocupación, quizá exagerada para ser solo amistad—. Pero quiero que sepas que te he sido fiel, aún estoy sopesando tu propuesta.

—¿Sientes algo por mí? —Quiso saber, analizándome.

—Siempre te he considerado un buen amigo y un amante estupendo, pero no estoy enamorada de ti. Sabes el motivo por el que te diría que sí.

—Por tu hermano —dijo con fastidio, como si aquello le hiriera.

—Creí que ya lo sabías —dije, dándome cuenta en ese momento que Durdon tuvo la esperanza que llegara a enamorarme de él. Con el tiempo, quizá, era un buen hombre—. Me pediste matrimonio porque te expliqué la oferta que me hizo el rey de casarme con un comerciante rico, no había decidido siquiera aceptarla cuando me propusiste matrimonio. Sabes como soy respecto a ese tema, ni con Dacio me casaría, para mí el matrimonio es sinónimo de esclavitud. Si te dijera que sí sería únicamente por la estabilidad que le darías a Edmund, la oportunidad de entrar en el ejército de Andalen con un buen puesto.

—Y eso Dacio no te lo puede ofrecer —entendió.

—No, hace poco que me enteré que es granjero —alzó una ceja ante esa nueva revelación—. Sí, lo sé, a mí también me sorprendió. Pero ya sabes a qué me refiero, los granjeros son gente humilde, no podría costearse la escuela militar. Y no creo que Edmund quisiera trabajar en una granja.

—¿Y qué quieres tú?

Quedé sin palabras, ¿qué quería yo?

—Me gustaría seguir con mi oficio de guerrera, —respondí ya sin fuerzas, aquello era imposible, era mujer, me gustase o no—. Pero… si te soy sincera… —suspiré—, no me importaría pasar el resto de mi vida en una granja criando cerdos si a mi lado estuviera…

Dejé la frase en el aire.

—Dacio —acabó él por mí y negó con la cabeza, molesto y enfadado—. Mira, te voy a liberar de mi propuesta de matrimonio.

—¡¿Qué?! —Exclamé sorprendida—. Durdon, no. Dame más tiempo, por favor.

—No me has entendido —dijo—. Mira, no voy a costear la escuela militar para Edmund porque es mucho dinero si no te casas conmigo, pero estoy dispuesto a hablar en su favor en cuanto se haga adulto para colarle en el ejército de forma profesional. Tú solo deberás entrenarle y asegurarte que tenga un nivel digno de nuestro pueblo. Si demuestra que vale llegado el momento le abrirán las puertas como hicieron conmigo. Además, conoces al senescal de primera mano, no creo que haya muchos problemas para hacerle un hueco. Les faltan hombres guerreros de verdad, no niños de nobles mimados que llegan con miedo a romperse una uña. Edmund entrará en el ejército Alegra, no tienes por qué sacrificarte. Te prometo que hablaré en su favor llegado el momento y tú podrás irte con el mago granjero, si es lo que quieres.

—¿Harías eso por mí? —Pregunté sorprendida.

—Por ti no, por Edmund —le miré sin entender—. Alegra, te quiero, pero aunque no te quisiera actuaría igual con tu hermano, ¿no te das cuenta que es el último Domador del Fuego que queda con vida a parte de nosotros dos? Nuestra villa ha desaparecido, pero siempre formaremos parte de ella. Tenemos el deber de cuidarnos mutuamente y me siento responsable de Edmund, por eso le ayudaré en cuanto sea mayor. Tú solo encárgate de instruirlo bien cuando lo liberes del innombrable.

Me llevé las dos manos a la boca conteniendo mi sorpresa. Jamás creí en aquella posibilidad. Edmund podría entrar en el ejército de Andalen sin que tuviera que casarme a la fuerza con nadie. Él estaría bien, era lo único que me importaba. Si luego acababa viviendo en el bosque, sola, cazando y sobreviviendo, qué más daba. Prefería la libertad al matrimonio.

Miré a Durdon a los ojos, eran sinceros, sus palabras decían la verdad. En un acto reflejo e inconsciente, le abracé y rompí a llorar. Por primera vez en días me sentí liberada.

Durdon respondió a mi abrazo.

—Ahora ya podrás estar libremente con el mago —dijo dándome friegas en la espalda.

—Tampoco lo tengo claro con él —respondí y rio.

—Ya decía tu padre que nunca te veríamos vestida de blanco.

—Creo que el blanco no me favorece —dije retirándome, sonriendo pese a todo y limpiándome las lágrimas—. Dacio es un ligón, se ha llevado a la cama a una decena de jovencitas desde que le conozco. No es nada serio. Por eso no me fío de él, y luego está su inmortalidad. Aunque me ha ofrecido hacerme inmortal, no obstante. Pero no lo veo claro.

—¿Inmortal? Vaya, ¿y cómo lo haría?

Me encogí de hombros y me limpié la última lágrima traicionera.

—Durdon, gracias. Y perdona si te he hecho daño.

Sonrió.

—Solo quiero que seas feliz —dijo y se dispuso a marchar, aunque luego se detuvo, mirándome—. Pese a todo, me gustaría verte de vez en cuando, si estás por Barnabel.

—Claro —afirmé con un gesto de cabeza—. A mí también me gustaría. Te deseo lo mejor, y estoy convencida que pronto encontraras a una chica que te quiera de verdad.

Asintió, luego se dio la vuelta y se marchó. Dejándome sola entre aquellos robles que escondían a la parejas de ojos indiscretos.

Al regresar a los sótanos, Dacio continuaba durmiendo, ajeno a mi respuesta con Durdon. Le observé durante unos segundos, había recuperado el color de la cara y su respiración era más fuerte, no débil. La herida inexplicable de su labio ya estaba cicatrizando, en pocos días desaparecería.

Tenía la esperanza que pronto despertara.

Cogí un paño para humedecerle los labios, de vez en cuando procuraba que bebiera un poco de agua abriéndole la boca. Después de tres días me preocupaba que se deshidratara. Me incliné a su oído en cuanto dejé el paño húmedo a un lado.

—Durdon ha roto su propuesta de matrimonio, soy libre —le susurré.

—Estupendo, eso significa que me escoges a mí.

Dacio abrió los ojos y sonrió. Quedé literalmente con la boca abierta.

—Estabas despierto —entendí—. ¿Cuánto llevas consciente?

Se apoyó en un codo, mirándome.

—¡Oh! Hace poco, esperaba verte a ti, pero he tenido que ver al feo de Laranar —lo señaló y el elfo frunció el ceño, Dacio se echó a reír. Apreté los dientes—. Venga, ahora no te enfades, es que me gusta que me cuides.

—No cambias —dije cruzándome de brazos—. Sigues siendo un niño.

—Puede, pero te quiero —noté que las mejillas se me tornaban rojas y eso me enfadó aún más. Era el único que lograba que me ruborizara. ¡Qué rabia me daba!—. Aceptarás una cena conmigo ahora, ¿verdad?

—No me voy a casar con Durdon, pero eso no significa que vaya a acceder a iniciar una relación contigo. No me fío ni un pelo de ti, aún debes demostrar que no te irás con la primera tetuda que te pase por delante. Y que sepas que no debes preocupar a la gente fingiendo estar inconsciente.

Dicho esto me dispuse a marchar.

—¡No! ¡Espera! —Me pidió, pero continué dirección a las escaleras que conducían al exterior—. Vamos, Alegra —lo miré asombrada al verle caminando a mi lado, como si no hubiera estado tres días inconsciente. Pero después de esa sorpresa continué con la cabeza bien alta hacia el exterior—. Que obstinada, venga, dame una oportunidad. Solo he fingido estar inconsciente porque me gusta que me cuides.

—Estaba preocupada por ti —le respondí de mala gana—, y tú finges seguir moribundo.

—Lo siento —se disculpó—, no lo volveré a hacer.

Le miré sin dejar de subir las escaleras.

—¿Estás bien para caminar? —Quise saber, relajándome, y llegamos arriba del todo.

—Estoy hambriento, la verdad. ¿Comes conmigo?

Suspiré.

»Vamos, has dicho que no a Durdon, eso significa…

—Significa que no me voy a casar con él, nada más —le corté—. Y ha sido Durdon quien me ha rechazado. Yo no.

—Pero…

—Demuéstrame que me quieres —dije deteniéndome y mirándole a los ojos—. Demuéstrame de verdad que me serás fiel y accederé a esa cena que siempre me propones.

—¿Cuánto tiempo?

—El que sea necesario —respondí—. Llevas un milenio yendo de flor en flor, con una filosofía de no comprometerte con nadie. Quiero estar segura que conmigo será diferente, solo eso. Yo… —me sentí intimidada mirando sus ojos marrones como el chocolate, así que desvié la mirada al suelo— no soportaría otra pérdida, un engaño. No tengo a nadie. Lo último que necesito es enamorarme de alguien que puede irse con la primera chica que coqueteé con él.

—Entonces, tendré paciencia y te demostraré que te seré fiel. Acabaré conquistándote.

Sonreí y volví a mirarle a los ojos.

—Dacio, ¿no te das cuenta? Ya me has conquistado.

Durdon tenía razón, estaba enamorada del mago granjero.

¡Quién lo iba a decir!