NUEVO MIEMBRO
—¡Imbeltrus! —Dacio conjuró un ataque idéntico que el que utilizó Falco para acabar con su propio dragón. Nos encontrábamos emboscados por una decena de estirges que sobrevolaban el cielo a la espera de caer en picado sobre nosotros y chuparnos la sangre. Eran criaturas de un metro de alto, ojos pequeños de color amarillo, y finos y alargados picos que utilizaban para succionar la sangre a sus víctimas. Sus brazos y manos se habían desarrollado creando grandes alas de fina membrana que les permitían volar veloces por el cielo. Sus patas traseras estaban armadas por afiladas garras y con ellas hirieron a Aarón en un hombro cuando aparecieron de forma inesperada, inmovilizándolo con la intención de beberse su sangre. No se lo permitimos, pero el general quedó herido teniendo que hacerse a un lado en la lucha.
La bola de energía de Dacio sobrevoló el cielo, alcanzando a tres de las estirges, desintegrándolas en el acto. Laranar utilizaba el arco al igual que Alegra, pero eran rápidas, demasiado, lograban esquivar sus flechas. Por mi parte cubría a Aarón que se encontraba con una rodilla hincada en el suelo y una mano en el hombro herido.
El ataque fue por sorpresa, caminábamos por un bosque de abetos atentos a los fragmentos del colgante que empezaron a brillar hacía poco más de una hora, y seguimos el rastro de la criatura que los llevaba para recuperar lo que me pertenecía. Poco nos esperábamos que se tratara de una decena de estirges con un fragmento cada una. Las tres que cayeron gracias a Dacio dejaron los fragmentos desperdigados por el suelo. Su aura oscura emanaba con fuerza, localizándolos a simple vista. Aunque aún quedaban siete por matar.
Dacio se preparó para invocar otro conjuro, el mismo por lo que pude apreciar —una bola de energía blanca que se formaba en la palma de su mano derecha—. Me recordaba a la bola de energía que en dos ocasiones también conjuré con los fragmentos, pero al mismo tiempo era diferente pues esta podía ser lanzada como un proyectil, y no liberaba su energía hasta dar en su objetivo. Dio un paso atrás, miró a los chupa sangres, apuntó y volvió a disparar repitiendo la palabra Imbeltrus. La bola de energía salió disparada y alcanzó a otras dos.
—¡Bien! —Exclamé.
Con el mago parecía mucho más fácil acabar con los monstruos. Era la primera vez que nos mostraba su magia. No tuve ninguna duda que era fuerte y poderoso.
En vez de preparar los fragmentos para ayudar al grupo, tenía mi espada desenvainada. A nuestro alrededor no había agua, ni fuego; tan solo tierra y aire. Frustrada durante semanas, aún no lograba controlar los elementos cuando quería, solo en las situaciones más adversas. Cada día practicaba, y cada día resultaba ser un fracaso, hice progresos, no digo que no, pero tan lentos que era desalentador. Por ese motivo preferí emplear mi espada para intentar practicar otro método de lucha. Aún no había recibido ni una sola clase de esgrima, Laranar siempre me daba largas, había accedido a enseñarme, pero al paso que iba acabaría con los magos oscuros antes que se decidiera a instruirme.
Las estirges cayeron en picado, todas a la vez desde todos los flancos. Dacio disparó su Imbeltrus matando a una, pero cuatro fueron directas al resto. Laranar fue rodeado por dos, Alegra por una y a mí vino la más grande. Agarré la espada con ambas manos, dispuesta a defenderme por mí misma.
—No te preocupes Aarón —le dije—. Yo te cubro. Akila, protégele.
Akila se encontraba a nuestro lado y gruñó como confirmando que entendió mi orden.
Alcé mi espada y la bajé con toda la fuerza que fui capaz, con rabia, directa a la estirge.
Me esquivó y volví a repetir mi movimiento. Laranar acabó con una de sus oponentes en tan solo dos movimientos, mientras que yo por más que arremetí contra la estirge me fue imposible alcanzarla.
Alegra cortó el pico a su rival para, seguidamente, hundir su espada en el vientre de la bestia. Intenté imitarla, pero me fue imposible, tuve que retroceder y topé con Aarón, que perdía sangre por momentos.
—Debes predecir sus movimientos —me dijo el general—, anticípate.
Quiso alzarse con Paz, pero volvió a caer. Entonces, un fuerte viento nos echó hacia atrás a todo el grupo. Mi estirge y la estirge que quedaba luchando con Laranar, alzaron el vuelo en un acto reflejo mientras el resto caímos al suelo. Acto seguido, una bola de energía les alcanzó y murieron.
—Por los pelos —dijo Dacio con una sonrisa triunfante, aún con la pose del ataque del tercer imbeltrus—. ¿Estáis bien?
—¿Has creado tú ese viento? —Pregunté intentando sentarme en el suelo. Me acababa de cortar con mi propia espada en la pierna izquierda, a la altura de la tibia. Nada importante, pero suficiente como para estropear mi pantalón y mancharlo de sangre. Laranar vino enseguida a mí, que al ver lo que me había pasado frunció el ceño—. Ha sido al caerme.
Negó con la cabeza, estaba claro que no le hacía ninguna gracia que utilizara la espada.
—Ayla, lo siento —se disculpó Dacio al verme así—. Era la mejor manera para tenerlas otra vez a tiro y no daros a vosotros.
—No pasa nada —miré a Aarón comprobando que Alegra se encargaba de atender sus heridas y volví mi atención a Dacio—. Pero no entiendo por qué me necesitáis si ya hay un mago capaz de invocar el viento, y seguro que el fuego, el agua y la tierra, también.
Parpadeó dos veces, sorprendido por mi observación.
—Mi magia tiene límites —dijo.
Laranar me subía el pantalón para ver mi corte.
—¿Y los fragmentos no? —Quise saber.
—No —se limitó a decir y suspiré, no muy convencida. Quedaba reventada cada vez que los utilizaba.
—Bueno, no hay que hacer puntos —dijo Laranar aliviado—. Solo desinfectar la zona.
—¿Ves? No es para tanto —le dije y suspiró.
—Aarón necesitará descansar —nos dijo Alegra—, ha perdido mucha sangre.
—Esas puñeteras me cogieron bien —dijo frustrado el general tendido en el suelo—. Tengo el hombro lleno de agujeros por sus garras.
—Descansa —le ordenó la Domadora del Fuego—, nosotros nos ocupamos de todo.
Alegra se alzó y miró a Dacio.
—Debemos encontrar agua para curar sus heridas cuanto antes, acompáñame.
—¡Oh! Si ese es tu deseo Alegra, te acompañaré encantado, así podremos tener un poco de intimidad, bien pensado —le contestó el mago con picardía.
Reprimí una carcajada al ver la cara de Alegra tornarse blanca para un segundo después empezar a subirle la temperatura, enfadada.
—¡No seas idiota! —Le contestó—. Eres el único que pude acompañarme —Dacio miró a Laranar, demostrando que había otra opción—. Laranar no quiere dejar a Ayla, ¿verdad Laranar?
Laranar me miró.
—Verdad —respondió.
—¿Ves? —Dijo Alegra triunfante.
—¿Y el lobo? —Señaló a Akila. Creo que a Dacio le encantaba sacar de quicio a Alegra en todo momento, lo había demostrado en el último mes de viaje en que nos había empezado a acompañar.
El rostro de Alegra se tornó aún más rojo si cabe, conteniendo su ira.
—¡Es un lobo! —Explotó—. ¿Cómo narices quieres que me ayude a llevar agua? Pero si vas a seguir así, tú mismo, no hace falta que me ayudes. —Me miró—. ¡Enseguida vuelvo!
Se volvió y empezó a caminar sola por el bosque, Dacio no tardó en seguirla, complacido de haberla sacado de sus casillas. Pero continuó chinchándola y Alegra respondiéndole de mala gana. Dejamos de escuchar su absurda discusión después de unos segundos.
Laranar se alzó y sacó una manta de la mochila de Aarón. Tapó al general hasta la cintura para que no tuviera frío. Estábamos en pleno otoño y empezaba a refrescar. Me quité la bolsa de medicinas que llevaba siempre colgada a un lado y se la pasé.
—No te muevas mucho —me pidió el elfo al ver que me levantaba.
—No me duele —mentí a medias, era un dolor que podía soportar perfectamente—. Estoy bien, no te preocupes.
Akila empezó a gruñir a los árboles e inmediatamente nos volvimos en su dirección. Un cuervo negro salió volando, un espía de los magos oscuros. Laranar preparó su arco, pero fue tarde para alcanzarle, el animal se perdió por el bosque.
—¡Joder! —Exclamó enfadado y dejé escapar una risita, Laranar me miró—. ¿Qué?
—Tú nunca dices palabrotas.
Sonrió levemente.
—Demasiado tiempo viajando por Andalen —se defendió, volviéndose a Aarón que se había dormido—. De todas maneras habría que encontrar un lugar para guarecernos, no es conveniente estar tan expuestos. Tú recoge los fragmentos, yo me encargaré de Aarón. En cuanto regresen Dacio y Alegra buscaremos un mejor lugar.
Asentí, pero antes, cogí a Paz, tendida al lado del general y la envainé en su vaina. La dejé a su lado y luego recogí la mía del suelo. La limpié con el trapo que disponía —era lo único que me enseñó a hacer el elfo— seguidamente, la envainé y recogí los fragmentos de las estirges, purificándolos de inmediato.
Por la noche, guarecidos en una cueva, Aarón tuvo fiebre y deliró llamando a su reina Irene. Laranar, por algún motivo, intentó que no hablara, insistiéndole que no estaba presente. «Ese cerdo,…» decía, «Mi reina, ¿cómo estás? ¿Te hace daño?». No se me escaparon las palabras del general, quizá la fiebre le hacía decir insensateces, pero… «¿Te hace daño?».
¿El rey Gódric maltrataba a la reina Irene? Fruncí el ceño, empezando a entender por qué motivo Laranar y Aarón insistieron tanto en que no conociera al rey de Andalen. Y pude entender la impotencia de Aarón en tener que consentir que golpeara a la reina cuando su misión era protegerla.
A la mañana siguiente la fiebre remitió considerablemente, pero decidimos pasar un día más hasta ver a nuestro compañero con fuerzas suficientes para continuar con el viaje. Ese día fue extraño, pues Laranar se mantuvo distante conmigo. Cada vez que me miraba me fulminaba con los ojos. No entendí su actitud, no hice nada para poder molestarle y actuaba conmigo como si hubiera cometido un error tan grave como con el fénix. Hacia al mediodía Laranar se levantó de golpe de su posición mirándome fijamente.
—Ayla, vayamos fuera —me ordenó de forma cortante—. Dacio, acompáñanos.
Dacio y yo nos miramos, sin saber qué ocurría.
Una vez fuera de la cueva, Laranar le tendió dos ramas a Dacio que recogió del suelo y el mago las cogió sin saber bien, bien, qué quería que hiciera con ellas.
—¿Puedes transformarlas en espadas de madera? —Le pidió.
—Claro —sonrió como si lo comprendiera—. Veo que ya te has decidido.
—¿Decidir qué? —Quise saber.
Laranar me fulminó una vez más con la mirada mientras Dacio, con una simple caricia transformó dos grandes ramas de abeto en unas fabulosas espadas de madera.
—Aquí tienes —se las tendió Dacio por el mango—. No cortan, pero pueden causar buenos moratones.
—Gracias, Dacio —las observó Laranar—. Puedes volver a la cueva.
Dacio me miró y sonrió.
—Buena suerte —me dijo—, la vas a necesitar.
Le miré desconcertada, él se volvió y se encaminó de vuelta a la cueva. Al mirar a la Laranar vi que me tendía una de las espadas.
—Quieres aprender a luchar con espada —dijo y abrí mucho los ojos—, pues te va a doler. Cada día recibirás golpes y te saldrán morados, pero poco a poco lograrás ser una de las mejores, te lo garantizo.
Asentí, decidida, y me puse en posición, pero él negó con la cabeza.
—El baile que te voy a enseñar no es el de los hombres, sino el de los elfos —dijo, mostrándose el felino alerta que le caracterizaba cuando se preparaba para luchar, con elegancia y sutileza—. No se trata de golpear y gritar como suelen hacer —dio dos estocadas en mi dirección, sin tocarme, para mostrarme el estilo de lucha salvaje de los hombres—. Los elfos hacemos de la espada un arte —la balanceó con gracia, de forma sutil—. No nos gusta luchar, preferimos vivir en paz, pero si nos atacan entonces somos felinos. Esquivamos las estocadas salvajes del resto de razas, ignoramos los gritos de lucha de aquellos que quieren intimidarnos para… —no sé cómo lo logró pero de pronto vi su espada en mi cuello y sus ojos mirándome muy serios, muy cerca de mí—… eliminarlos con la danza sutil de los elfos. Es un baile para mi pueblo, un baile elegante, rápido y preciso, ¿entiendes?
Quedé sin palabras, cualquiera que hubiera visto luchar a un elfo podía reconocer de inmediato que su estilo de lucha era suave pero mortífero. Unos auténticos depredadores cuando se trataba de eliminar a un enemigo.
Asentí, sin poder decir nada, no me salían las palabras.
Retiró la espada de madera de mi cuello.
»Bien, ahora… —se puso en posición e imité lo mejor que pude su pose, cogiendo la espada con una sola mano y colocándome de forma lateral—. Perfecto, veo que aprendes rápido —sonreí—. Ataca —me ordenó.
Así lo hice y de pronto me vi volando por los aires. El golpe en la espalda al impactar contra el suelo me dejó sin aliento y enseguida tuve una espada en el cuello con los ojos del elfo mirándome con superioridad.
—Esto va a ser divertido —dijo sonriendo.
Resoplé.
—Eres muy lenta, ¡ataca con fuerza! —Me ordenó Laranar, con la espada en alto dispuesto a golpearme.
Esquivé su embiste y me tambaleé a un lado intentando recuperar el equilibrio lo más rápido que pude. Paré una segunda estocada, una tercera y una cuarta, se detuvo unos segundos para evaluarme y volvió a arremeter de forma vertical, horizontal por la izquierda, horizontal por la derecha y otra vez vertical. Reculé tres pasos para mantener la distancia, respirando con dificultad. Desde que decidió enseñarme hacía una semana, tenía brazos y piernas llenos de morados como me advirtió, no tenía ni una pizca de misericordia conmigo, y sus golpes dolían a rabiar. Jamás imaginé que pudiera ser tan duro.
—Vamos, —dijo sonriendo—, un orco no te dejaría este espacio, iría a por ti de inmediato.
Intenté recuperar el aliento, encima era arrogante. Volvió a embestir y paré su golpe muy cerca de mi cara, pero al dar otro paso atrás pisé una piedra, perdí el equilibrio y caí al suelo. Laranar puso su espada a un palmo de mi cara y se rio.
—Estarías muerta —dijo triunfante.
Bufé.
Aparté su espada con la mano, enfadada, y me levanté dispuesta a obtener la revancha. Él se preparó con su sonrisa de suficiencia. Empecé mi contraataque y Laranar detuvo cada uno de mis golpes con suma facilidad. Incluso se irguió con aburrimiento, sujetando su espada con una sola mano. Empezó a mirarse las uñas con total indiferencia. Gruñí y entonces me miró.
—Oye, ¿te importa que vaya hasta mi mochila? —Me preguntó ya dirigiéndose tan tranquilo mientras yo intentaba alcanzarle—. Es que tengo un poco de sed.
—¡Maldita sea! —Grité exasperada, viendo como una idiota cruzábamos el campamento, yo intentando darle y él caminando tan tranquilo. Cansada me detuve cuando empezó a beber de su cantimplora y mientras lo hacía alzó las cejas mirándome como si intentara preguntarme por qué me detenía.
—Ánimo, Ayla —intentó animarme Dacio sentado en el suelo, vigilando el jabalí que estábamos cocinando—. Dale su merecido.
Laranar terminó de beber y se secó la boca con la manga de su camisa.
—¿Tienes sed? —Me preguntó Laranar y sin tiempo a contestarle me lanzó su cantimplora para que la cogiera y, como una tonta, caí en su trampa. El instinto a que la cantimplora no cayera al suelo hizo que bajara mi espada para poder cogerla con las dos manos. Todo pasó muy rápido, en el mismo momento que la sostuve Laranar se dirigió a mí, le dio un golpe a mi espada, me desarmó y me cogió de una muñeca. La retorció colocándomela en la espalda, al tiempo que la punta de su espada la posó entre mis dos escápulas—. Ahora, ríndete.
Con la espalda arqueada de una forma dolorosa tuve que rendirme y me liberó.
Me dejé caer de rodillas, rendida y humillada.
—Ya te dije que sería duro contigo —me dijo Laranar apoyando sus manos en sus rodillas para verme mejor la cara—. Pero vas mejorando.
—¿Tú crees? —Dije nada convencida.
—Poco a poco, recuerda el primer día. No había manera que detuvieras mis ataques y ahora… —sonrió con una nota de orgullo, lo que me sorprendió—. Ya puedo atacarte varias veces seguidas que te mantienes firme, solo debes mejorar y empezar a atacarme sin bajar tu guardia.
Hincó una rodilla en el suelo al verme aún desanimada.
—¡Ps! ¡Ps! Laranar, —le chistó Dacio que se encontraba prácticamente a nuestro lado, ambos le miramos—, dale un beso. Seguro que eso la anima.
Se me subieron los colores de golpe.
Alegra, que se encontraba a su lado, le dio una colleja y Laranar se alzó de inmediato como para huir de mí. Siempre hacía lo mismo, huía en cuanto se daba cuenta de su proximidad hacia mí o cuando Dacio hacía comentarios inapropiados, como en aquel momento. El mago se rio por lo bajo y Alegra le regañó, pero yo solo me fijé en Laranar marchándose de mi lado, con las dos espadas de madera para guardarlas para la siguiente clase de esgrima. Me alcé, mirándole, empezaba a cansarme de ser siempre la que intentaba tener un mínimo de contacto. Pese a escasos besos fugaces que siempre le daba yo, Laranar nunca sucumbía a la debilidad —como él la llamaba— y no me besaba ni una sola vez.
—El jabalí ya está listo —dijo Aarón intentando que las formas volvieran a su sitio. Aún tenía el hombro herido, pero con los puntos que le dimos y un descanso de dos días bien merecidos, solo debía esperar a que curara y en pocas semanas solo le quedarían unas cicatrices. Mi corte en la pierna había quedado en una fina costra que pronto pasaría a ser una línea sonrosada que en unos días desaparecería.
—¿Cuándo bautizarás tu espada? —Me preguntó Dacio mientras Aarón empezaba a cortar trozos de carne del jabalí—. Me sorprende que aún no le hayas puesto nombre.
—Pensaba ponerle Amistad —respondí—, por los lazos de amistad del grupo.
—¡Ah! —Exclamó Dacio con un brillo en los ojos—. Amistad me parece un buen nombre. ¿Cuándo se lo pondrás?
—Bueno… —miré a Alegra y Aarón, luego sonreí—. Creo que ahora es un buen momento. ¿Me dejas tu petaca?
Aarón parpadeó dos veces, luego reaccionó y me la tendió. Me alcé del suelo y Alegra se colocó a mi lado.
Suspiré, y empecé a bañar la hoja de mi espada élfica con alcohol.
—Yo te bautizo con el nombre de Amistad —dije mientras el líquido recorría mi espada alzada de forma horizontal a la altura del pecho. Después, la puse en vertical, apuntando al cielo, y la mostré a todo el grupo—. Amistad, por los lazos de amistad que deseo que haya en el grupo.
Todos asintieron.
Después de bautizar mi espada y comer, continuamos la marcha por el bosque de abetos que seguía acompañándonos. A medida que avanzábamos la temperatura empezó a descender bruscamente, estábamos a mediados de otoño, pero el frío era propio de un invierno bien arraigado en la Tierra. Solo llevaba una fina chaqueta como abrigo y la capa, y me estaba quedando helada. Intenté entrar en calor rodeándome con los brazos y haciéndome friegas a mí misma, pero era una batalla perdida. Temblaba de frío y los dientes empezaron a castañear sin poderlo evitar.
—Ayla, ¿tienes frío? —Me preguntó Laranar, deteniéndose, al ver que me quedaba muy rezagada.
—Un poco, pero estoy bien —le contesté intentando ponerme a su altura.
—Hay un poblado a un día de camino, pararemos allí y compraremos ropa de abrigo. La temperatura ha bajado bruscamente y podría empezar a nevar.
Miré al cielo, era de color gris y recé que aguantara hasta llegar a ese poblado antes que desencadenara en una tormenta.
Laranar se sacó su capa y me la ofreció.
—¿Y tú? —Le pregunté.
—No la necesito.
Deseaba abrigarme, pero eso significaba dejar sin capa a Laranar que, aunque parecía llevar el frío mejor que yo, no quería dejarle sin su ropa de abrigo. Dudé de si cogerla o no, y, en ese momento, el viento empezó a soplar bruscamente tambaleando los árboles que nos rodeaban. No pude evitar temblar como un flan, los cabellos se desordenaron al viento, danzando sin control y miré muerta de frío la capa que aún sostenía Laranar para que lo cogiera.
—Ayla —me nombró Laranar colocándome su capa encima de la mía al ver que vacilaba—, no te preocupes por mí, no tengo frío.
Le miré a los ojos agradeciendo su capa que era más gruesa que la mía y bastante más grande.
—Gra… gracias —dije aún castañeando los dientes, me rodeó con un brazo los hombros y me hizo unas friegas para intentar calmar mis temblores.
—Debí haberme dado cuenta antes y no lo estarías pasando tan mal en este momento —comentó.
Apoyé la cabeza en su hombro mientras caminábamos.
—Pero entonces no podríamos estar tan juntos el uno del otro, ¿no crees? —Le pregunté sonriendo y me dio un beso en el pelo.
Suspiré aliviada, siempre intentando mantener las distancias y luego me daba un beso en el pelo —una simple muestra de cariño o amor— y mis dudas se disipaban de si continuaba queriéndome como sí que me garantizó en Zargonia.
Cuando acampamos para pasar la noche continué con frío, pero al menos ya no castañeaba los dientes. Me cubrí con dos mantas cerca del fuego, extendiendo los brazos para que mis pobres dedos se descongelaran. Alegra se sentó a mi lado y me imitó, nos arrimamos bien la una a la otra para darnos calor. El resto del grupo se encargó de preparar la cena, que no era otra cosa que la carne de jabalí que nos sobró al mediodía recalentada en el fuego. Lo que hubiera dado por un plato de sopa. A diferencia de nosotras dos, los hombres parecían sobrellevar el frío mucho mejor. Laranar actuaba con normalidad y eso que le había dejado sin capa; Dacio actuaba de igual manera, aunque este llevaba dos jerséis de lana, unos pantalones de algodón grueso y unas buenas botas de piel, añadido a la túnica de mago que era como un segundo abrigo; Aarón era el único que le había visto estremecerse a causa del frío, pero rápidamente se erguía intentando aparentar fortaleza. Y Joe, se mantenía atado a una rama de un árbol sin mostrar que tuviera frío, era un caballo fuerte.
De pronto, el aire azotó los árboles, su aullido me estremeció casi tanto como el propio frío e instintivamente Alegra se arrimó más a mí. Pasé un brazo por sus hombros para cubrirla de igual manera con las mantas que llevaba encima. Ambas nos abrazamos.
—Gracias —me dijo.
—De… nada —dije volviendo a temblar de pies a cabeza.
Otra ráfaga de viento nos azotó, aunque esta vez proveniente del lado de Alegra, por lo que me sirvió de pantalla protectora, siendo ella la que recibió la corriente de aire por completo. Miré a Laranar que nos miraba preocupado, no había ninguna cueva donde poder refugiarnos, tan solo un pequeño desnivel en el terreno donde poder guarecernos un poco.
—Akila, ven —le ordenó Laranar. Condujo al lobo a nuestro lado e hizo que se estirara a nuestros pies—. Os dará un poco de calor.
Asentimos.
Dacio se aproximó también a nosotras con unas piedras en las manos. Le miramos sin comprender.
—Calor —dijo al tiempo que bufaba a las piedras, luego nos las ofreció—. Colocadlas bajo vuestras ropas y os mantendrán calientes.
Alegra y yo cogimos las piedras y comprobamos que estaban calientes, me coloqué una debajo de la camisa, otra por los pantalones y una la dejé en mi mano esperando que me calentara las manos, me dolían del frío que estaba pasando y las notaba engarrotadas, además de haber perdido el sentido del tacto en los dedos.
—Les he hecho un conjuro —nos explicaba Dacio mientras nos las repartíamos por el cuerpo—, en principio, os deberían quitar el frío.
—Gracias —le agradecimos Alegra y yo a la vez, y Dacio sonrió. Al levantarse para volver junto a Laranar y Aarón, pasó su mano por encima de la hoguera y el fuego cogió más fuerza, ardiendo con ímpetu y proporcionando más calor a todo el grupo.
—Funcionan —me comentó Alegra al ver que las piedras surgían efecto y nos quitaban el frío de nuestros cuerpos.
—¡Ey! Tengo que cuidar de mis chicas —saltó Dacio que la había escuchado y nos dedicó una de sus radiantes sonrisas.
Yo me reí, pero Alegra agachó la cabeza, molesta porque Dacio la hubiera escuchado. El mago suspiró, cada día se daba más cuenta que la Domadora del Fuego no era una chica fácil. No sucumbía a sus encantos como sí que lo hicieron las jovencitas de los pueblos y aldeas por donde, de tanto en tanto, pasábamos.
Nos preparamos para acostarnos y coloqué la piedra que sostenía en mis manos entre la manta para que me calentara todo el cuerpo y me abrigué hasta casi taparme la cabeza quedándome dormida al cabo de poco, con una leve sensación de frío.
La oscuridad volvió a rodearme y la presencia hostil se volvió a colocar otra vez a mi espalda, notando como su respiración chocaba contra mi pelo.
—Dime, ¿tienes frío? —Me preguntó en tono burlón—. Más que vas a tener.
—¿Estás controlando el tiempo? —Pregunté con terror.
—Yo no, pero otro mago sí —respondió—. Por cierto, mándale recuerdos a Dacio y deséale mucha suerte de mi parte, la va a necesitar.
Quería darme la vuelta y mirar su rostro, saber qué mago era el que se escondía a mi espalda, pero las piernas las tenía clavadas en el frío y negro suelo que tenía bajo mis pies.
—¿Tú mataste a mis padres? —Pregunté, dejando el miedo a un lado. Necesitaba saber la verdad de boca del mago oscuro. Sentí un escalofrío al notar como repentinamente me tocaba el hombro y bajaba su mano lentamente por mi brazo—. Contesta —le exigí con la voz rota, temblando por esa sensación.
—Casi lo conseguí —dijo—. Casi logré matarte aquella vez, ¿qué pasa? ¿Te dejé huérfana?
Empezó a reír.
—Eres un…
Quise volverme a él costase lo que costase, plantarle cara, furiosa por confirmarme la verdad de la muerte de mis padres, cuando, de pronto, noté una sacudida…
Abrí los ojos, espantada, y me encontré con Laranar que me sostenía por los hombros. Respiré una bocanada de aire, como si llevara largo tiempo sin respirar. Miré a mi alrededor, estaba empezando a nevar y todo el grupo se encontraba despierto, de pie, observándome, preocupados. Dacio era, después de Laranar, quién se encontraba más cerca de mí, con una expresión de ansiedad, distante a los pies de mi manta. Volví mi atención a Laranar que no había dejado de sostenerme por los hombros y por fin, hablé:
—Es un mago oscuro quien controla el tiempo —dije volviendo a coger aire seguidamente—. Este frío no es normal.
—Lo sabemos —me contestó Laranar—, Dacio ha intentado crear una barrera para guarecernos de la nieve, pero algo le impide levantarla.
Miré a Dacio que me miraba con la misma expresión de ansiedad.
—¿Desde cuándo los magos oscuros se comunican contigo a través de los sueños? —Me preguntó.
—Desde poco después de abandonar Sorania. Antes de llegar a Sanila lo intentaron por primera vez. Bueno, lo intentó, siempre es el mismo.
—¿Le has visto la cara? —Quiso saber y negué con la cabeza—. ¿Te ha dicho quién es?
—No, pero… me ha dicho que te mande recuerdos y que te deseara mucha suerte porque la vas a necesitar.
Frunció el ceño.
—Es Danlos, seguro —dijo muy convencido.
—Ayla, ¿los fragmentos te brillan? —Me preguntó Aarón y negué con la cabeza, sacándolos del bolsillo de mi pantalón.
—¿Dacio, no puedes localizar al mago que nos está mandando esta nieve? —Quiso saber Laranar.
—Ya lo he intentado; estamos lejos de su posición, por ese motivo solo puede mandarnos copos de nieve de forma débil. Cuanto más nos acerquemos a él, más empeorará el tiempo y seguro que los fragmentos empezaran a brillar.
Suspiré, ya teníamos a otro mago oscuro encima. Solo deseaba que no costara tanto de derrotar como Numoní o Falco, aunque, para qué engañarse, ninguno sería fácil.
—Entonces, propongo esperar a que amanezca —dijo Aarón—. Es mejor descansar y estar preparados para mañana.
—Me quedaré haciendo guardia con Laranar —dijo Dacio.
—¿No necesitas dormir? —Le preguntó Alegra arrebujada en su manta, su tono de voz mostró algo de preocupación y a Dacio no se le escapó, sonrió complacido.
—Puedo estar dos semanas enteras sin dormir —le explicó—. Y, de esa manera, si el mago oscuro se aproxima lo percibiré antes que Laranar.
Me estiré en mi manta, pensativa, debía enfrentarme al mago oscuro que controlaba el tiempo y aquella idea hizo que me removiera nerviosa, no pudiendo conciliar el sueño pese a que estaba muerta de cansancio. El frío tampoco ayudaba, los copos de nieve se posaban en mi rostro y pelo. Busqué alguna estrella en el cielo, pero todo estaba encapotado, y encima era luna nueva. Suerte de nuestro fuego, era lo único que rompía aquella silenciosa oscuridad.
—¿Estás bien? —Me preguntó en un susurro Laranar. Se movió de forma tan sigilosa que no me di cuenta que lo tenía justo al lado.
Dacio continuaba en el puesto de guardia.
—Sí, pero no puedo dormir, estoy nerviosa. No quiero tener otra pesadilla y el saber que hay un mago oscuro cerca… —sentí un escalofrío solo de imaginármelo.
Laranar suspiró.
Estornudé.
—¿Sigues teniendo frío? —Preguntó preocupado, colocando su mano en mi frente para tomarme la temperatura.
—Estoy bien, solo ha sido un estornudo —dije cogiendo su mano, a diferencia de la mía él tenía la mano caliente—. ¿Tú no tienes frío? ¿Cómo lo haces?
—Resisto mejor el frío, pero tú estás helada. Tienes las manos congeladas —dijo sosteniéndolas con sus dos manos y dándoles friegas.
—Estoy bien, no te preocupes —le insistí, pero Laranar miró a Dacio un momento, frunció el ceño como debatiéndose por algo y, finalmente, de forma inesperada, retiró las dos mantas que me abrigaban para escabullirse en su interior, abrazarme y darme calor con su cuerpo. Dacio sonrió, pero fue prudente y apartó la vista hacia otro lado, hacia Alegra.
—Así, estarás mejor, el calor de nuestros cuerpos hará que se te pase el frío —dijo, y quedé sin respiración al notar su cuerpo tan cerca del mío; el corazón empezó a latirme alocadamente y cuando no pude aguantar más respiré sonoramente en un intento de contener un jadeo—. Siempre tan tímida —dijo de sopetón—, es una de las cosas que más me gustan de ti —seguíamos abrazados y empecé a notar que el frío se calmaba poco a poco, pero no estaba segura si era por la emisión natural de nuestros cuerpos al desprender calor, o porque Laranar causaba en mí sensaciones inconfesables.
—Yo… nunca… he estado abrazada, de esta manera, con… un hombre —dije lentamente muerta de vergüenza.
—¿Prefieres que me aparte? —Se ofreció alzando una ceja, aunque sabía de sobra la respuesta. Y agarré su chaleco de inmediato para que ni se le ocurriera marcharse, por lo que sonrió.
—No te muevas —dije y ensanchó más su sonrisa, arrimándome más a él. Hundí mi cabeza en su pecho, buscando el calor y noté como Laranar deslizó una de sus manos por debajo de la manta hasta encontrar una mano mía, la sujetó.
—Sigues teniendo las manos heladas —acto seguido se movió un poco y guió la mano que sostenía hasta el interior de su camisa. Gemí sin poderlo evitar—. Haz lo mismo con la otra mano, no me importa.
Intenté controlar mi respiración lo mejor que pude, estaba a punto de hiperventilar. Deslicé lentamente mi otra mano hasta colocarla en el interior de la camisa de Laranar, de esa manera pude tocar su piel, parte de su abdomen y de su tórax. Estaba caliente y mis manos agradecieron ese calor, y mi corazón agradeció esa experiencia.
Alcé la vista hacia él y vi que sus ojos me miraban fijamente, analizando mis reacciones y movimientos, me puse aún más colorada. ¡Dios! ¡Era tan guapo y atractivo!
Inesperadamente pasó una pierna por encima de las mías y uno de sus brazos me rodeó los hombros, estábamos ambos en posición lateral, uno frente a otro. Se inclinó a mí, sabiendo que no tenía escapatoria, era una planta enredadera que no quería que me soltara en la vida. Me besó en los labios, un beso al principio dulce y tierno para luego volverse más pasional, saboreando el sabor de nuestras bocas y nuestras lenguas. Luego se retiró y me miró a los ojos.
—Ya te he hecho entrar en calor —dijo satisfecho.
Me sonrojé, pero yo también le había hecho entrar en calor, lo supe más que nada por el bulto que tenía chocándome en mis muslos.
—Tú también —le susurré—, no creas que no me he dado cuenta.
Le saqué los colores entonces y quiso deshacer su abrazo, pero se lo impedí.
—Ni se te ocurra —le amenacé—. ¿Quieres que vuelva a tener frío?
—Pues duerme —me pidió casi jadeando—. Duerme.
Me acurruqué otra vez en su pecho y cerré los ojos abrazada por Laranar, sabiendo que era deseada por él. Me quedé dormida de inmediato, consciente que al lado de mi protector estaba a salvo. Me sentía a salvo.
A la mañana siguiente las bajas temperaturas continuaron de igual manera con la única diferencia que nos despertamos con un manto blanco. Los copos de nieve continuaban cayendo y Dacio intentó por quinta vez cubrirnos mediante una barrera, pero solo obtuvo un rechazo de inmediato, como un golpe, levantando una ventisca de aire repentino. El fuego era la única fuente de calor que nos mantenía a salvo de quedar congelados y empezamos a desayunar sin entretenernos, con la esperanza de continuar adelante y encontrar al mago oscuro de inmediato.
—No me lo puedo creer —dijo Alegra dejando la infusión de hierbas que tomaba, mirando por detrás de Laranar y de mí. Ambos nos volvimos a la vez, pensando que se trataba de algún peligro, pero nuestra sorpresa fue mayúscula cuando un duendecillo se encaminaba a nosotros con los mocos congelados asomando por su nariz picuda. Llegó a nosotros temblando sin control y se dejó caer de rodillas en la nieve justo al lado del fuego.
—¡Chovi! —Reaccioné, todo el grupo se había quedado traspuesto al verle—. ¿Qué haces aquí? ¿Nos has estado siguiendo?
El duendecillo asintió castañeando los dientes, creo que no podía ni gesticular palabra. Inmediatamente me alcé para atenderle, le puse una manta sobre sus hombros y empecé a darle friegas. Estaba congelado, añadido a que provenía del clima caluroso de Zargonia y el frío le era por completo desconocido.
—¿Le conocéis? —Preguntó Dacio.
—Es una larga historia —dijo Aarón llenando una taza de la infusión que tomábamos todos—. Toma —se la tendió al duende que empezó a beberla agradecido.
—Dacio, por favor, ¿puedes darme más piedras de calor? —Le pedí y asintió. En menos de un minuto, Chovi tenía la camisa llena de piedras y sus temblores empezaron a suavizarse considerablemente.
—Mi señora —empezó a hablar mientras no paraba de darle friegas por los brazos—, vengo para cumplir mi deuda.
—Ya te dije que no era necesario, —le contesté molesta por haber hecho esa locura de seguirnos—, eres libre de ir donde quieras.
—Y a su lado estaré hasta que cumpla mi deuda de vida —respondió.
—No puedes —dije cortante—. Mi misión es peligrosa y tú eres un patoso.
Jamás imaginé que acusaría a alguien de torpeza cuando a mí misma me costaba caminar sin tropezar. Chovi bajó la mirada al suelo, avergonzado, y sentí un punto de lástima por él.
—Debo protegeros, es mi ley, una costumbre si así lo pensáis, pero no me sentiré libre hasta que salve vuestra vida. Chovi debe cumplir.
Me giré buscando a Laranar con la mirada. ¿Qué narices se suponía que debía hacer?
—Yo me he perdido —interrumpió Dacio—, ¿quién es este duende?
—Ayla lo salvó de caer de un precipicio, y ahora quiere saldar su deuda con ella siendo su esclavo, hasta que él salve la vida de Ayla —le explicó Laranar.
—Que gracioso —dijo Dacio apoyándose en sus rodillas para verle mejor. Dacio era alto y el duende pequeño. No me extrañaba que debiera agacharse para verle bien la cara.
—No es para nada gracioso —dije seria, alzándome y apartándome del duende—. Chovi, de verdad, vete. Venir con nosotros es peligroso.
—No tengo ningún sitio al que ir —respondió agobiado.
Parpadeé dos veces, ¿de verdad quería acompañarme por su deuda de vida o porque era un desterrado sin ninguna compañía?
Agachó la cabeza nuevamente y vacilé. Tenerlo en el grupo era arriesgado, lo habían echado de Zargonia por accidentes que causaba día sí, día también, ¿cómo podía aceptarle en el grupo? Un accidente con nosotros podía significar la diferencia entre la vida y la muerte. Lo único que podía ofrecernos era problemas y ya teníamos suficientes, sobre todo con un nuevo mago oscuro que venía a por nosotros intentando congelarnos. Por otra parte, estaba solo, y se notaba que lo había pasado realmente mal intentando seguirnos, era una proeza que hubiera llegado tan lejos teniendo en cuenta que salvo yo, todos eran expertos rastreadores, grandes guerreros y capaces de notar cuando éramos perseguidos por algún ser.
Quizá, en algún momento, pueda servirnos de utilidad, pensé intentando encontrar algo positivo para dejarle quedar, aunque lo dudo.
Miré al grupo, en especial a Laranar que también lo miraba sin saber qué hacer. No podíamos dejarle en aquel lugar, moriría de hipotermia y una vez que le permitiéramos venir con nosotros sería para siempre. Chovi me miró, esperando una respuesta, con una mirada clara de concentración y desesperación porque le aceptara.
—Si cumples una serie de normas dejaré que nos acompañes —dije al final, arrepintiéndome de inmediato mientras le daba el permiso para acompañarnos.
Se le abrieron los ojos, dejó caer la manta con que le había tapado y empezó a saltar a nuestro alrededor loco de contento.
—¡Puedo quedarme! ¡Puedo quedarme! —Empezó a saltar y a dar volteretas gritando de alegría, haciendo un gran escándalo. Fue impresionante verle, jamás imaginé que fuera capaz de tales acrobacias. Pero me puse firme, debía dejarle claro que venir con nosotros no era un juego.
—¡Primera regla! —Dije muy seria—, no saltar ni dar volteretas como lo estás haciendo ahora.
Se detuvo de inmediato al escucharme y me prestó atención.
»Segunda, no gritarás ni alzarás la voz mientras estamos de viaje, tampoco te interpondrás en nuestra misión y respetarás cualquier norma que pueda venir durante el camino.
—De acuerdo —accedió.
—A cambio podrás acompañarnos y compartiremos nuestra comida contigo, en consecuencia, si recolectas algo durante el camino deberás compartirlo también.
Chovi me miró sonriente y asintió contento.
Suspiré, y miré al resto.
»Chicos, os presento al nuevo miembro del grupo —lo señalé—. Chovi, duendecillo de Zargonia.
Alegra y Aarón quedaron literalmente con la boca abierta; Dacio sonrió, parecía no importarle en absoluto, incluso su sonrisa me indicaba que estaba encantado; y Laranar no emitió expresión ninguna, se mantuvo con los brazos cruzados. En cuanto a Akila, tuve que ordenarle que se portara bien con el duende al ver que se aproximaba ya para saber quién era. Hice que Chovi le dejara olerle pese al pánico visible que le tenía al lobo. Pero después de unos minutos tensos el grupo volvió a su actividad y terminamos de desayunar. Ya en camino me puse al lado de Laranar.
—¿Estás segura de haber hecho lo correcto? —me preguntó.
—Para nada, —respondí—, pero prefiero tenerlo controlado donde pueda verlo que no que nos vaya siguiendo y sea peor.
—Podría atizarle para que se marchara —sugirió medio en broma.
Reí, no me imaginaba que se lo tomara tan bien.
—Si cambio de opinión lo tendré en cuenta —dije—. Pensé que no te gustaría en absoluto.
—La verdad, es que me sorprendí que Chovi desistiera tan pronto respecto a saldar su deuda de vida. Los duendecillos son muy fieles a esa norma y cuando lo he visto, he sabido enseguida que sería inútil lanzarle al lobo otra vez.
—Pues ya está hecho, ahora a encontrar a ese mago oscuro que quiere congelarnos —dije en un suspiro.
—Podrás con él, como los dos anteriores —me animó.
TORMENTA DE NIEVE
Caí al suelo, sin fuerzas, la nieve empezó a cubrirme mientras el viento azotaba mis cabellos. No sentía las manos, ni los pies, era como si todo se estuviera apagando. Un sueño mortal hizo que mis ojos empezaran a cerrarse, pero alguien me cogió por los hombros, he hizo que me pusiera de rodillas. Otras manos se colocaron en mi pecho y me transmitió una oleada de calor. Alguien cercano también cayó a nuestro lado y las manos calentitas se apartaron de mí para ir de inmediato al nuevo bulto caído, distanciado pocos metros más allá. El que me sostenía por los hombros hizo fuerza para alzarme y ponerme en pie. Pasó un brazo por mi cintura y yo pasé un brazo por su cuello. Empezamos a caminar y llegamos a Dacio que atendía a Alegra de la misma manera que a mí, transmitiéndole calor. Aarón la ayudó a levantar con ayuda del mago. Dijeron algo, gritando para hacerse escuchar por encima de la tormenta de nieve que teníamos encima. El viento azotaba los árboles hasta tal punto que los doblaba. La nieve impactaba contra nuestros rostros con tanta fuerza que parecían pequeñas piedras golpeándonos sin parar. Una ráfaga de viento vino con más fuerza y me abracé a Laranar pensando que iba a salir disparada del suelo. En respuesta él me cubrió la cabeza con el brazo que tenía libre. Escuché un crujido, seguido de un trueno. Laranar maldijo abiertamente y Dacio dijo alguna cosa que no capté bien. Hubo un destello, como un fuego. Joe relinchó. Al alzar la vista uno de aquellos abetos que nos rodeaban cayó al suelo muy cerca de nosotros. Laranar se relajó mientras yo miré el árbol que estuvo a punto de matarnos. El mago evitó nuestra muerte lanzando un hechizo, fue por muy poco. Continuamos la marcha, miré hacia atrás una vez, Akila nos seguía con Chovi por delante, le daba empujones con el hocico para que el duende no se detuviera.
Mis rodillas se doblaron una vez más, pero Laranar hizo que volviera a alzarme.
—¡Ánimo, Ayla! —Me gritó Laranar para hacerse escuchar. Empezó a arrastrarme, mis piernas no reaccionaban—. Ya casi hemos llegado a Helder, ¿recuerdas? La aldea donde encontraremos refugio y podrás calentarte al lado de un fuego y tomar sopa caliente —Laranar continuó tirando de mí para que no me detuviera.
Casi no podía mantener los ojos abiertos del viento y la nieve que me golpeaba la cara. Dacio iba por delante agarrando a Alegra de la misma manera que Laranar conmigo para que no desistiera. Aarón iba por detrás de ellos cogiendo las bridas de Joe, de tanto en tanto caía, pero volvía a alzarse antes que llegáramos a él. Laranar y yo, empezamos a ir cada vez más lentos. Él arrastraba de mí prácticamente. Dacio cayó al suelo con Alegra y el mago quiso alzarla, pero le fue imposible; se quitó su túnica poniéndola encima de los hombros de Alegra y empezó a darle friegas. Les alcanzamos.
—¡Arriba! —Gritó Dacio a Alegra poniéndola en pie.
—No puedo más —creí escucharla decir.
—¡Escucha! —Dacio hizo que le mirara agarrándole del mentón para alzarle el rostro—. Debes ser fuerte, por tu hermano. No puedes morir aquí, ¿entendido?
Alegra abrió más los ojos y asintió.
Continuamos el camino a trompicones y cuando mis piernas me abandonaron, solo pudiendo estar de pie por los fuertes brazos de Laranar vislumbré una casa. Habíamos llegado a Helder, se me abrió el cielo, pero seguí sin fuerzas. Laranar optó finalmente por cogerme en brazos.
—¡La posada es la quinta vivienda! —Escuché decir a Aarón—. ¡Vamos! ¡Ya queda poco!
—¡Ayla! ¡No te duermas, estamos muy cerca! —Me pidió Laranar—. ¡Háblame!
Temblaba en sus brazos, el sueño volvía a ceñirse sobre mí.
—¡Ayla! ¡Dime algo! ¡No te duermas! —Volvió a insistirme Laranar, pero su voz se hacía cada vez más lejana. De pronto, una ráfaga de calor me golpeó, el viento cesó y la nieve dejó de golpearme en la cara. El calor de un fuego hizo que abriera los ojos. Estábamos en la posada, a salvo, lo habíamos conseguido.
Volví a cerrar los ojos y noté como me dejaba en el suelo.
—¡Santo Dios! —Gritó alguien—. ¡Es un milagro que no hayan muerto congelados! ¡Raquel! ¡Rápido! ¡Trae mantas a esta pobre gente!
Alguien me sacaba la ropa sin poderlo evitar; las dos capas, la chaqueta, el jersey, la camisa interior, las botas, los calcetines y de pronto me abrazaron. Y noté el contacto de la piel contra la piel, y las friegas de unas manos por mis brazos.
Abrí los ojos, Laranar estaba tendido encima de mí, con el torso descubierto, abrazándome. Y me sentí en el paraíso. Una chica entró en mi campo de visión y nos colocó dos mantas encima, luego se volvió hacia alguien. Escuchaba a Joe relinchar dentro de la posada, y Akila gemir muy cerca de mí.
—Ayla, ¿estás mejor? —Quiso saber Laranar, angustiado—. Respóndeme, por favor.
Le miré a los ojos, estaba tan preocupado que alcé la cabeza y le di un corto beso en los labios.
—No dejes de abrazarme —dije, y fue casi como una orden.
Sonrió, ya más tranquilo, y continuó dándome friegas.
Busqué a Alegra, estaba tan mal como yo, tendida a mi lado, con Dacio de la misma manera que Laranar conmigo.
—Dacio, eres un pervertido —le acusaba Alegra—. Anda que no te aprovechas.
—¿Por abrazarte y darte friegas para que no acabes congelada? —Le preguntó Dacio, inocente—. Vamos, Ayla no se queja.
Desvié mi mirada de ellos dos, avergonzada.
Ya me encontraba algo mejor. Akila vino a mí, olfateándome para ver como estaba y a una orden de Laranar se retiró estirándose a nuestro lado. Chovi aún temblaba al lado del fuego y Aarón estaba en una silla casi encima de la chimenea con dos mantas encima. Por suerte, la hoguera de la posada se encontraba en medio del salón, tenía forma cuadrada y era gigantesca, mantenía la estancia perfectamente caliente y permitía que varias personas a la vez pudieran sentarse a su alrededor.
Después de largos minutos Laranar pudo retirarse al ver que dejaba de temblar, pero me sentía débil y tuvo que cogerme en brazos para llevarme a la habitación que nos preparó el posadero. Una vez dentro, en otra estancia calentita y en una cómoda cama, me permitió que durmiera para recuperar mis fuerzas.
Al abrir los ojos, me encontré a todo el grupo en la habitación. Aarón continuaba durmiendo, y Dacio ya se estaba metiendo con Alegra que por su aspecto hacía poco que se había levantado. El mago insistía en meterse en su cama para continuar dándole calor.
—Eres un acosador —dijo Alegra ya exasperada.
—Solo quiero que no pases frío y no sé por qué te quejas, mientras dormías te has acurrucado bien a mí.
—¡Porque no me daba cuenta! —Dijo enfadada con el mago y consigo misma—. No te he pedido que te metieras en mi cama.
—Solo lo he hecho porque aún temblabas —se defendió Dacio.
Sonreí, Dacio conseguía que Alegra olvidara por entero la situación de pérdida de su villa y el rapto de su hermano con su carácter despreocupado y ligón.
Al buscar a Laranar lo encontré sentado en el suelo, con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en la pared. Sus manos estaban apoyadas en sus rodillas, completamente relajado y sus ojos estaban cerrados como si durmiera. Me sorprendió verle de aquella manera, daba la sensación que meditara, rezara o… algo. Me levanté de mi cama y me planté delante de él, observándole con curiosidad. Sintió mi presencia y abrió los ojos lentamente, al verme sonrió.
—¿Estás mejor? —Me preguntó sin moverse un milímetro.
—Sí, ya no tengo frío —respondí—. ¿Puedo preguntar qué haces? Se supone que no duermes.
Ensanchó su sonrisa y se movió al fin, descruzó las piernas y apoyó las manos en el suelo, quedando de forma menos formal.
—Estaba agotado —dijo—. Necesitaba descansar, también. Es una especie de ensoñación, una técnica en la que estoy despierto, pero mi cuerpo descansa tanto como si durmiera profundamente.
Sonreí, y con todo el valor me senté en su regazo como si fuera una niña. Laranar no me rechazó, me abrazó incluso, y suspiré interiormente.
—¿Y no sería más fácil que durmieras de verdad? —Le pregunté mirándole a los ojos.
—Debo hacer guardia para protegerte —respondió con sus brazos a mí alrededor—. Siempre.
Apoyé la cabeza en su pecho. ¡Dios! Como me gustaba su olor a hierbas silvestres, era el olor a Laranar y era mío, completamente mío. Aún no comprendía qué había visto en mí.
—Te quiero —le susurré para que nadie más me escuchara.
—Yo también —me susurró de igual manera—. Pero ya sabes que no podemos…
—Deja ya de recordármelo —le regañé y él sonrió con indulgencia—. Ojalá las cosas fueran más fáciles.
Hubo un momento de silencio entre los dos, solo se escuchaba los ronquidos de Aarón y la discusión que aún continuaban Dacio y Alegra. Chovi estaba con Akila para sorpresa mía, arrebujado en la piel del lobo, ambos durmiendo. Al parecer el duende superó su miedo con el lobo.
—Por un momento pensé que no lo conseguirías —me habló Laranar y le miré a los ojos—. Te quedaste sin fuerzas, tuve que llevarte en brazos los últimos metros y temí que te durmieras. Por suerte, reaccionaste. He pasado verdadero pánico —me dio un beso en la frente.
—Me has vuelto a salvar la vida —reconocí.
Mis tripas empezaron a rugir, solicitando comida urgentemente y Laranar rio, con una de aquellas risas desahogadas después de haberlo pasado realmente mal. Aarón se despertó entonces y se sentó en su cama, un tanto desorientado.
—¿Cuánto rato llevo durmiendo? —Preguntó.
—Alrededor de tres horas —le respondió Laranar haciendo que me levantara de su regazo—. Vamos a comer, la elegida está hambrienta.
Ya en el salón de la posada, nos sirvieron a todo el grupo una buena ración de sopa que agradecieron nuestros cuerpos, era lo único que nos faltaba para olvidar el frío infernal de las últimas horas. Fuera, la ventisca continuaba imparable.
—Joka, ¿cuánto tiempo llevan con esta tormenta? —Le preguntó Dacio al posadero mientras cenábamos.
El caldo al circular por mi garganta irritada calmaba el dolor que sentía. Mucho temí que después de haber superado la hipotermia, un resfriado sería lo propio por haber aguantado por los pelos la congelación en medio de una tormenta de nieve. Pero no me importó, ni siquiera lo comenté, lo único que quería era tomarme esa sopa, el pan recién horneado y quizá un poco de tarta de manzana que Raquel, la hija del posadero, había cocinado.
—Empezó ayer por la noche, —respondió Joka, el posadero—. Nunca habíamos tenido una tormenta como esta, es muy raro que nieve por aquí. Aunque llevamos dos semanas con temperaturas extremadamente bajas, incluso el lago se ha congelado y los pescadores no pueden ir a faenar. Algunos lo han intentado y no han regresado. Hay quien habla de un monstruo y los solda…
Su hija le llamó en ese momento para que le ayudara a subir unos barriles de cerveza del sótano. Se marchó.
—Si esta tormenta no cesa, será difícil ir a por el mago oscuro que la controla —dijo Dacio.
—Lo primero es comprar ropa de abrigo —apuntó Aarón—. No estábamos preparados para este clima. Luego, podemos hacer un segundo intento. Ayla, ¿los fragmentos te han brillado en algún momento?
Saqué los fragmentos y los mostré, no brillaban.
—Llevo horas sin prestarles atención, la verdad —respondí preocupada—. Si han brillado no me he dado cuenta, lo siento.
—No te preocupes —dijo Laranar—. Suficiente trabajo tenías con mantenerte despierta. Y no creo que hayan brillado.
—¿Qué haremos? —Preguntó Alegra.
—Propongo esperar a mañana —dijo Dacio—. Ya es tarde, se está haciendo de noche y por hoy no conseguiremos nada. Con un poco de suerte, mañana la tormenta habrá cesado. Controlar una tempestad de estas proporciones se necesita mucha energía y aunque posean fragmentos del colgante en algún momento deberán descansar, será nuestra oportunidad.
En ese momento, Raquel vino a nuestra mesa y nos dejó una jarra de vino especiado sobre la mesa. Normalmente, ninguno bebíamos, pero en aquella ocasión hicimos una excepción.
—Muchas gracias, preciosa —le dijo Dacio, mostrándole una de sus arrebatadoras sonrisas, la chica sonrió ruborizada. El mago era atractivo, no podía decir que no, y toda mujer que le miraba quedaba embelesada—. Tu nombre es Raquel, ¿verdad? —continuó Dacio con la muchacha. La joven tenía los cabellos negros y los ojos marrones, cara fina y dulce, y debía tener más o menos mi edad—. Eres un encanto, ¿te apetecería charlar más tarde conmigo? ¿Los dos solos?
Puse los ojos en blanco, ya estaba, cortejando a otra muchacha. Desde que le conocí, por lo menos siete mujeres cayeron en sus brazos, levantándose al día siguiente con una sonrisa tonta en la cara y diciendo que ojalá todas las noches las pasara en compañía de buenas mujeres como la conquistada en ese entonces. Era un ligón, pero un ligón selecto, no se iba con cualquiera, escogía las más guapas del pueblo, aldea o ciudad por donde pasábamos.
—Me encantaría —le respondió Raquel, guiñándole un ojo.
La número ocho, pensé.
Al mirar a Alegra vi que apretaba los dientes, conteniendo su ira.
Dacio parecía idiota, siempre queriendo cortejarla cuando estábamos solos y a la que llegábamos a un poblado se acostaba con la primera chica guapa que sucumbía a sus encantos.
Una vez Raquel regresó a la barra, Dacio se percató del mal humor de Alegra, que se sentaba enfrente de él.
—¿Qué? —le preguntó no entendiendo la mirada asesina de la Domadora del fuego—. ¿No me digas que estás celosa? Eres tú la que no quiere que le dé calor por las noches —le dijo alzando la cabeza con superioridad.
—Y no quiero —se limitó a decir.
Se levantó de su asiento y se marchó de regreso a nuestra habitación. Dacio la miró sin comprender.
—¿Qué le ocurre? —Nos preguntó.
Ninguno le respondimos, si no se daba cuenta era su problema.
Al ver nuestro silencio y que continuábamos cenando ignorando su pregunta frunció el ceño, y miró por donde se marchó Alegra, luego me miró a mí y desvié la mirada de inmediato volviendo mi atención a la sopa que me calmaba el dolor de garganta.
—Dame alguna pista —escuché la voz de Dacio a mi espalda, me encontraba sentada al lado del fuego, esperando que el sueño me obligara a ir a la cama. Laranar se encontraba con Aarón y el posadero haciendo cuentas sobre nuestra llegada.
Dacio me miraba con ojos serios y suspiré.
—Alegra lo está pasando mal —dije, y él se sentó a mi lado cogiendo otra silla—. ¿Por qué no dejas de chincharla a todas horas?
—Porque me gusta verla rabiar.
—¿No será que a ti te gusta un poquito?
—No digas tonterías —dijo a la defensiva—. No quiero…
Dejó la frase en el aire, pensativo.
—No quieres, ¿qué? —Quise saber.
Me miró molesto.
—Tú has empezado —dije alzando una ceja.
Suspiró.
—¿Tanto le molesta que vaya con otras mujeres? Creí que le daba igual, por ese motivo me meto con ella.
—Alegra parece fuerte, pero no lo es tanto como quiere aparentar —dije—. Y tú no puedes cortejarla todo el camino para un minuto después irte con otra. Por favor, eres el típico chico que pasa una noche con una mujer y luego si te he visto no me acuerdo.
Aquello le molestó, y le molestó mucho. Pude verlo en su mirada y me arrepentí de estar teniendo esa conversación. ¿Cuándo aprendería a no meterme en problemas ajenos?
—Las mujeres que están conmigo saben perfectamente lo que hay —dijo destilando furia en sus palabras—. No les engaño prometiéndoles una vida juntos. Raquel, por ejemplo, sabe perfectamente que estoy de paso. Si creyera que voy a quedarme aquí con ella toda la vida por echar un polvo es que es una ingenua. Y a Alegra le dije absolutamente lo mismo, le dejé claro que no quiero ningún compromiso. Así que no entiendo por qué se comporta así, no tiene sentido.
—¿Le dejaste claro? —Dije también algo enfadada—. Creo que ella también te dejó claro que no quiere nada contigo, una norma que tiene mientras realiza una misión. Es una norma respetable, que se hace respetar a sí misma. Pero luego vas tú e insistes e insistes, hasta un punto que es cargante, y no solo por tus bromas, sino también por tus halagos que le echas, tus puntos de romanticismo que le brindas regalándole flores, una joya que no se puede quitar o abrazos inesperados que le das. ¡Por todos los santos! ¡Lo ha perdido todo! ¿Crees que le es fácil tener que rechazarte cuando eres la única persona que parece preocuparse falsamente por ella? Que pareces querer apoyarla para al minuto siguiente demostrar que solo lo haces para acostarte con ella. Está sufriendo Dacio, porque tú eres el único que le da un falso cariño, un afecto artificial que necesita desesperadamente, y tú no lo comprendes porque solo piensas con la polla.
Me levanté de mi asiento mirándole muy enfadada. Los ojos de Dacio me miraron horrorizados y por primera vez lo comprendió. Me fui a la habitación hecha una furia, no me gustaba que la gente pudiera hacer daño a mis amigos y Alegra estaba muy herida interiormente aunque su orgullo de guerrera no quisiera demostrarlo.
Para mi sorpresa, aquella noche, Dacio durmió en la misma habitación que todo el grupo.
A la mañana siguiente un espléndido día nos esperaba, la tormenta cesó y el sol se alzaba alto y claro en el cielo. Solo un grueso manto de nieve cubría el paisaje.
Salí al exterior, contenta, y respiré profundamente estirando los brazos, desperezándome.
—Que día más bonito —comenté para mí misma.
—Sí, es agradable ver el sol después de soportar una tormenta de nieve —me respondió Aarón. Estaba sentado en un banco que había en el porche de la posada fumando su pipa.
—¿Dónde está Laranar? —Le pregunté dirigiéndome a él—. Me he despertado y no había nadie en la habitación.
—Dacio y él se marcharon temprano a hacer unas compras. Supongo que no tardaran.
Alegra vino en ese momento.
—Buenos días —le saludé.
—Buenos días —se limitó a responder.
Iba a seguirla al ver que volvía dentro de la posada, pero entonces Laranar y Dacio vinieron cargando unos grandes bultos y corrí para ayudarles.
—Dejadme llevar alguno, seguro que pesan —me ofrecí extendiendo los brazos para coger los paquetes.
—Puedes llevar este, es para ti —me tendió Laranar con una sonrisa.
Era un paquete bastante grande y de tacto acolchado.
—¿Qué es? —Le pregunté.
—Ábrelo y lo verás.
Nos encaminamos a la posada cargados con los paquetes, al llegar y dejarlos encima de una mesa empecé a abrir el que me había dado Laranar.
—Laranar qué bonito —exclamé al ver un grueso abrigo de piel, ideal para no pasar frío. No esperé, me lo probé y di una vuelta sobre mí misma—. ¿Me queda bien?
—Estás estupenda —dijo Laranar—, espero que con el abrigo y con el resto de ropa que te he comprado no pases frío.
Me apoyé en la mesa mirando los otros paquetes, contenta, aquello parecía Navidad.
»Este son unas botas de montaña —me tendió un segundo paquete y lo empecé a abrir—, este otro son unos guantes, una bufanda y unos calcetines de lana —acababa de abrir el paquete de las botas y empecé con el de los guantes—, y este último un jersey.
—Ahora ya estás equipada para combatir este tiempo —me comentó Dacio cogiendo uno de los paquetes que quedaban por abrir y buscó a alguien con la mirada—. Ahora vengo.
Me volví y vi que se dirigía a Alegra, estaba sentada al lado de la chimenea de la posada a tan solo unos pasos de nosotros.
Me senté en una silla con la intención que ponerme el calzado nuevo.
—Alegra —la llamó Dacio.
—¿Qué? —Le preguntó, sin apartar la vista del fuego.
—Esto es para ti —le tendió el paquete, Alegra le miró de reojo, pero no hizo intención de cogerlo.
—Déjalo en una silla, luego, quizá lo habrá —le respondió seria sin apartar la mirada del fuego.
Dacio suspiró, cogió una silla y se sentó a su lado, dejando el paquete apoyado en sus rodillas.
—Es un abrigo —le explicó—, para que no pases frío.
—Qué bien —se limitó a contestarle.
Dacio la miró atentamente y empezó a desenvolver el paquete. Era un abrigo igual que el mío, aunque el color era de un tierra más fuerte. Creo que el mago tenía la esperanza que mirara el abrigo al haberlo desenvuelto, pero Alegra no hizo el mínimo gesto.
—No era mi intención ofenderte —se disculpó al fin—. No he pensado que mis bromas y mis constantes… —no encontraba la palabra adecuada— insinuaciones, pudieran hacerte daño, lo siento.
Alegra lo miró levemente.
—Estoy bien —mintió, se le notaba a la legua que no estaba bien—. No necesito tus disculpas porque me da igual lo que me digas o lo que hagas. Lo único que me importa es mi hermano, nadie más.
Se levantó de su asiento, mirándole fijamente, su orgullo jamás le permitiría decir la verdad. Pero Dacio le tendió el abrigo para que lo cogiera y Alegra vaciló, necesitaba un abrigo para continuar el camino.
—Vayamos a dar una vuelta —le pidió Dacio—. Prometo portarme bien contigo a partir de ahora. Podemos empezar de nuevo.
Alegra no le contestó, pero cogió el abrigo y empezó a ponérselo de camino al exterior. Dacio la siguió de inmediato.
Si no le importara nada no iría corriendo detrás de ella, pensé.
Laranar se sentó a mi lado en ese momento.
—¿Te están bien las botas? —Me preguntó.
—Sí, son muy cómodas, gracias —le dije acabando de atarme los cordones.
Laranar suspiró cuando Dacio y Alegra cerraron la puerta de la posada y luego me miró a mí, él también había escuchado toda la conversación.
—¿Puedo preguntarte algo? —Le pregunté a Laranar.
—Dime.
—¿Dacio nunca ha tenido novia o algo por el estilo?
Laranar miró la puerta por donde habían salido y luego me miró a mí.
—Es complicado cuando se trata de Dacio —dijo—. Su pasado… —suspiró—. Hay algo que no sabéis de él, algo que le ocurrió cuando era niño y le ha marcado de por vida. La gente en cuanto descubre la verdad le desprecia o huye de él.
—¿Huir? —Pregunté perpleja—. ¿Por qué? Lo único que sabemos es que perdió a sus padres cuando tenía diez años.
—No puedo decir más —contestó—. Es algo que debe confesar él cuando se sienta preparado, o no le quede más remedio. Pero ese hecho hace que se encierre en sí mismo. Y se aparte de cualquier persona que pueda demostrarle un mínimo de afecto sincero porque…
—Tiene miedo que cuando conozcan la verdad de él huyan —concluí y Laranar asintió.
Fruncí el ceño, qué cosa pudo hacer en el pasado para que la gente actuara de esa manera con él y más siendo un niño.
—¿Es peligroso? —Quise saber.
—No es peligroso Ayla, es un incomprendido —dijo enseguida—. Y es mi amigo.
EL LAGO DE HELDER
Miré los fragmentos del colgante desenvueltos en el pañuelo de seda blanco donde los guardaba, había uno que sobrepasaba en tamaño al resto, aquel que recuperé de Numoní fusionado con los que me quitó, tragándoselos; luego estaba el de Falco que tampoco era pequeño y los diez diminutos que conseguimos de las estirges. Tenía miedo de perder alguno accidentalmente si al abrir el pañuelo caía al suelo o algo parecido, por lo que intentaba encontrar una manera de poder transformarlos en uno solo para solucionar el problema. Dacio estaba sentado a mi lado pensando conmigo, mirando algo aburrido los fragmentos encima de la mesa.
—Solo se me ocurre una cosa —dije, doblé el pañuelo con los fragmentos dentro, lo abracé entre mis dos manos y me concentré.
Fragmentos, uníos, recé, sé que podéis, los magos oscuros lo han hecho.
Empecé a notar su energía, me sorprendió de veras, pocas veces lograba percibirles si no estábamos en grave peligro. Fue como un cosquilleo en mis manos, una fuerza, y en ese instante, una luz sobresalió del pañuelo traspasando mis manos, era como si estuviera intentado tapar la luz de una potente linterna. Después de unos segundos, la luz se suavizó hasta desaparecer.
Dacio se incorporó en su asiento al ver lo ocurrido con interés renovado. Abrí el pañuelo.
—Un fragmento —dijo Dacio, sorprendido.
Lo cogí, era la mitad del colgante de los cuatro elementos. ¡Solo nos quedaba la mitad por recuperar!
Me alcé de mi asiento, contenta, con el fragmento en la mano. Laranar se aproximó a nosotros con una taza de café en la mano.
—Mira —se lo mostré abriendo las manos—. ¡He logrado unirlos!
Laranar abrió mucho los ojos.
—Es fantástico —dijo—. Cada día nos das una sorpresa, Ayla.
Ensanché mi sonrisa.
—Sabéis, tengo una idea —dijo Dacio levantándose y dirigiéndose a la barra donde se encontraba Raquel. Algo le pidió que volvió después de un largo minuto a nosotros con un cordón en la mano—. Déjalo encima de la mesa, Ayla. No quiero tocarlo.
Lo dejé.
Dacio tensó el cordón dos veces, lo soltó y este, en vez de caer, levitó por el colgante, se enredó en él por un costado y luego se ató por si solo en sus dos extremos.
—Aquí lo tienes —dijo—. Así podrás llevarlo colgando, ya que es… un colgante —sonrió.
Lo cogí y me pasé el cordón por la cabeza, era perfecto, ni muy largo ni muy corto. Ideal para esconder el fragmento debajo de mi camisa o dejarlo al descubierto.
—Gracias —dije tocándolo con una mano—, así es más cómodo.
—De nada.
Les mostré al resto del grupo lo que acababa de conseguir y, después de desayunar todos juntos, debatimos nuestro siguiente paso a seguir. El principal problema era saber qué dirección tomar. El fragmento no brillaba y eso significaba que nuestro mago oscuro aún se encontraba lejos de nuestra posición. Dacio propuso esperar el siguiente movimiento de nuestro enemigo y, de esa manera, intentaría percibir de dónde provenía la magia que desencadenaba aquellas tormentas de nieve. Aún en la posada, la puerta se abrió de golpe dando un portazo en la pared. Todos nos volvimos, sobresaltados, y nos encontramos con un muchacho de apenas dieciséis años, rostro aniñado, de cabellos oscuros y ojos marrones, justo en la entrada. Llevaba un uniforme de soldado —jubón negro con un campo de trigo en la puesta de sol grabado en la tela sobre una cota de maya; guantes de piel, pantalones de algodón oscuros y botas negras—; de su cinto colgaba una espada sencilla con empuñadura de cuero. Al vernos, un alivio cruzó su rostro y quieto en la entrada nos preguntó:
—Nos han informado que el general de la guardia de Barnabel, Aarón, se encuentra en esta posada, ¿es cierto?
Todos nos volvimos a Aarón y este miró al chico de arriba abajo, finalmente, se adelantó, rodeando la mesa donde discutíamos qué hacer. El chico se puso firme y entonces comprendí que se trataba de un soldado de Andalen.
—Soy yo —le respondió Aarón—. Nombre y graduación —exigió al chico.
—Soldado Jordi Darsel, general —dijo el chico mirando al frente, muy erguido—. Destinado en Helder desde hace tres meses.
—Descanse soldado —le autorizó Aarón.
Me impresionó ver a Aarón tan formal, haciendo uso de su rango militar, ordenando y mandando. Y miré al chico que parecía un robot dispuesto a saltar a pata coja si el general lo ordenaba.
—General —descansó el soldado, aunque continuó algo rígido—, creo necesario informarle que todos los superiores de Helder han muerto o se encuentran desaparecidos, mi general.
Helder no era muy grande, ignoraba que tuviera una fortaleza militar en aquel pueblo que no debía contar con más de mil habitantes.
—¿Toda la fortaleza Sierra ha muerto o desaparecido? —Quiso asegurarse Aarón de haber entendido bien al chico. Al parecer Aarón sí que sabía de su existencia.
Aarón me explicó que había diversos fuertes repartidos por todo Andalen para hacer frente a pequeños ejércitos de orcos que invadían sus tierras para hacer esclavos. La fortaleza Sierra debía ser una de ellas.
—Sí, mi general —se reafirmó el soldado Jordi—. Solo quedamos once soldados rasos en el fuerte. Hace dos semanas las temperaturas empezaron a descender como si estuviéramos en pleno invierno; luego algunos habitantes que salían a faenar al lago desaparecieron o regresaron gravemente heridos manifestando que un monstruo les atacó. Seguidamente el lago se congeló y más personas desaparecieron, hace tres días regresó un pescador diciendo que los muertos le acechaban, había perdido la cabeza, pero el comandante decidió mandar un escuadrón para dar caza al posible animal que hubiera en el lago. Se llevó a treinta de los nuestros, ninguno regresó. Entonces, el teniente, segundo al mando, se adentró en el lago con cincuenta más, tampoco regresaron. El Suboficial mayor que quedaba en el fuerte mandó a un mensajero hacia Barnabel para informar de la situación. Su primera intención fue esperar, aunque mandó que diez soldados custodiaran la orilla del lago para proteger a la gente, el propio suboficial hizo la primera guardia. Él y los que le acompañaron desaparecieron, ya solo quedamos once y… —vaciló—. Mi general, no sabemos qué hacer.
Aarón se pasó una mano por la barbilla, acariciando su barba.
—¿Cuánto hace que desapareció el suboficial y el resto de compañeros que hacían guardia? —Quiso saber.
—Justo antes de esta última tormenta, mi general.
Aarón se volvió al grupo, todos estuvimos atentos a las palabras del chico.
—Es evidente que el lago puede estar relacionado con el mago oscuro —dijo Dacio—. Ayla, deberíamos ir a la orilla, con un poco de suerte los fragmentos brillarán o yo podré percibir alguna presencia maligna. Si se trata de magia no me será difícil averiguarlo.
Asentí.
Ya en el lago, nos encontramos con una placa de hielo cubierta por una espesa niebla que no dejaba ver más de cinco metros en la distancia. Algunas embarcaciones habían quedado encalladas a dos metros de la orilla dejando a sus pescadores sin tiempo a poder sacarlas del agua ante la repentina congelación del lago.
Se me pusieron los pelos de punta, la niebla que caía en la superficie del lago no era normal, era siniestra, se percibía el peligro. La gente, viendo nuestra llegada empezó a rodearnos sin saber cuál era nuestro propósito de visitar el lago de Helder y empezaron a cuchichear entre ellos. Mirando a Dacio, conscientes por su atuendo que se trataba de un mago y seguidamente a Aarón, que por su uniforme lo identificaron de inmediato como miembro del ejército de Andalen. Laranar tampoco quedó exento de sus miradas, probablemente era el primer elfo que veían en sus vidas y empezaron a atar cabos; pronto empecé a escuchar la palabra elegida y muchas miradas se tornaron hacia mí y Alegra. Me puse roja de inmediato, no me gustaba ser para nada el centro de atención, aunque compartiera por error fama con la Domadora del Fuego. Por suerte, el soldado Jordi regresó junto con los diez soldados rasos que quedaban en el fuerte Sierra y todos formaron delante de Aarón, siendo en ese momento el punto de mira de los aldeanos.
Dacio ignoró la llegada de los soldados y caminó lateralmente por la orilla del lago, entrecerrando los ojos como si intentase ver qué se escondía más al fondo y luego se giró a nosotros.
—Voy a pasar dentro para intentar despejar esta niebla, vosotros quedaos aquí —nos pidió. Laranar asintió y tanto Alegra como yo contuvimos la respiración al ver desaparecer a nuestro mago en la niebla.
Mi estómago se contrajo al ver que los minutos pasaban. Alegra se movió nerviosa a nuestro lado, cambiando el peso de un pie al otro, incómoda y preocupada. Akila gimió nervioso, y Chovi se acercó más a mí hasta agarrarse a mi pierna. Le dejé, incluso pasé un brazo alrededor suyo, era como un punto de apoyo saber que no era la única que quería salir corriendo de aquel lugar. Luego, cuando la situación empezó a hacerse insostenible y los nervios estaban a flor de piel, escuchamos una palabra en la niebla, alta y clara:
—¡Liberación! —Era Dacio, que por su tono no se distanció de la orilla más que unos pocos metros. Su voz fue firme y por un momento un viento se alzó azotando la niebla. Pude ver la silueta de Dacio de espaldas a nosotros, la niebla se agitó aún más y, de pronto, como si otro viento procediera de lo más profundo del lago, cobró forma en un gigantesco puño golpeando a Dacio de lleno. El mago voló por los aires unos metros, impactó contra el suelo y dio un par de volteretas hasta detenerse justo a nuestros pies—. ¡Uf! —Exclamó dolorido y asombrado. Alegra se agachó de inmediato para atenderle y yo acorté los dos pasos que me separaban de él—. Es fuerte, mucho, y no va a ser fácil.
—¿Cómo te encuentras? —Le preguntó Alegra.
—Bien, solo estoy magullado, pero sigo entero —le contestó mirando la niebla—. Ahora ya sabemos que nuestro mago oscuro se encuentra en este lago.
—¿Tienes idea de quién puede ser? —Le preguntó Laranar.
—Veamos —Dacio se cruzó de brazos aún sentado en la orilla—, Danlos no es, de eso estoy seguro…
—Sí —le interrumpí—, cuando tuve la pesadilla con él dijo que era uno de ellos, pero no él precisamente.
—No solo por eso —dijo aún pensativo—. Conozco muy bien su energía, lo sabría enseguida. —Aquello me dio que pensar, ¿tan fichado tenía a Danlos?—. A ver, Bárbara tampoco porque odia el frío y Urso… —resopló, se conocía todos los magos oscuros al dedillo. ¿Por qué el consejo de Mair no lo quiso para la misión si era perfecto?—, tampoco puede ser Urso, es un mago de tercer nivel, no podría desencadenar este clima por tanto tiempo y menos dos semanas. Así que queda Beltrán y Valdemar… —suspiró—. Uno de esos dos, seguro, y por descarte… —miró al cielo, todos estábamos esperando sus deducciones, incluso los diez soldados rasos de Barnabel le prestaban atención, por no decir las decenas de personas que se agolparon en el lago para saber qué ocurría. Ya empezaban a murmurar horrorizados que fuera un mago oscuro el causante de la congelación de las aguas y otros suspiraban aliviados diciendo que por lo menos la elegida había venido para ayudarles—. No sé, a estos no los conocí tan bien, aunque si he de decir uno sería Valdemar, es mago de nacimiento; Beltrán es un ser Cónrad, tampoco debería tener tanta magia aunque Danlos se la proporcione.
En cuanto terminó de cavilar qué posible mago oscuro se adentraba en el lago nos miró a todos, dándose cuenta por primera vez que todos los presentes le escuchábamos con atención.
—Son solo suposiciones —dijo sonriendo rascándose la cabeza—. No me hagáis caso.
Miramos el lago congelado y la niebla que continuaba cerniéndose por toda su superficie.
—Estamos todos listos para partir —nos informó Aarón, aproximándose a nosotros.
—¿Vamos a adentrarnos? —Pregunté con un hilo de voz.
—No tenemos otra opción —me contestó Laranar adivinando mi miedo—. Si nos mantenemos unidos podremos llegar hasta el mago.
Miré el fragmento que colgaba de mi cuello, no brillaba.
—Aún no soy capaz de controlar los elementos —dije angustiada—. ¿Y si no logro dominarlos esta vez?
—Siempre lo has hecho llegado el momento —me respondió Laranar—. Estoy convencido que podrás. Y hay que aprovechar que tenemos a un mago oscuro apartado del resto aunque el colgante no esté aún al completo. Será más fácil que cuando intenten varios acabar a la vez contigo.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Era cierto que hasta el momento habían venido de uno en uno.
—Chovi mejor se queda aquí —dijo el duendecillo dando un paso atrás.
Fruncí el ceño, molesta. Tanto cuento con la deuda de vida y al mínimo riesgo me dejaba plantada.
—No te voy a obligar a venir —le dije—, pero luego no digas que me acompañas para saldar tu deuda de vida si a la mínima oportunidad te quedas atrás como un cobarde.
—Yo…
—No hay excusas que valgan —le corté duramente—. Te he dejado quedar en el grupo, pero ahora mismo te daría una patada en el culo para echarte.
Le di la espalda y miré al resto del grupo y a los once soldados que quedaban de Helder. A un gesto de cabeza iniciamos la marcha adentrándonos en el interior del lago. Laranar me cogió de improvisto de una mano.
—No quiero perderte —dijo, entrecerrando los ojos para ver más allá de la niebla que empezó a rodearnos. Apenas cinco pasos después un repentino tirón en la pierna hizo que emitiera un pequeño gritito. Todos dieron un brinco y miramos aliviados que solo se trataba de Chovi agarrado como una lapa a mi pierna izquierda.
—¡Has venido! —Dije desenganchándomelo de la pierna, sorprendida.
—Intentaré ayudar —dijo temblando, no muy seguro.
—A si me gusta.
Se puso a caminar a nuestro lado.
A medida que fuimos avanzando me di cuenta que todo el grupo me rodeaba en exclusiva a mí, incluso los once soldados de Andalen me franqueaban dispuestos a combatir en mi defensa al menor atisbo de peligro. Pude haberme sentido protegida con más de una decena de personas a mi alrededor, pero no fue el caso, once de ellos tan solo eran unos chavales de dieciséis años que parecían igual de asustados que yo.
—No se preocupe elegida, todos nosotros daremos nuestras vidas por usted si hace falta —me habló Jordi que caminaba un paso a mi izquierda.
—Gracias —respondí algo sorprendida por sus palabras—, valoro vuestra valentía, pero no me gustaría que nadie resultara herido o muerto por mi culpa. No soy más importante que cualquiera de los que caminamos por este lago.
—Para mí sí, elegida —me contestó Jordi, ralentizando la marcha para colocarse detrás de nosotros.
Miré a Laranar, buscando alguna respuesta sin saber cuál era mi pregunta.
—En este mundo eres actualmente la persona más importante, te guste o no —se limitó a decir.
Continuamos caminando.
Lentamente, la niebla se hizo más espesa, dificultando, si más no, seguir a nuestros compañeros. Dacio iba a la cabeza del grupo con Alegra a su lado y luego les seguía Aarón con los diez soldados que nos rodeaban en círculo. Chovi y Akila se encontraban con nosotros en el centro de la expedición. Pronto, todos fueron desapareciendo, engullidos por la espesa niebla. Laranar me tiró más hacia él, y pasó un brazo por mis hombros en el mismo momento que se escuchó un grito desgarrador detrás de nosotros. Nos volvimos, todo era niebla, no veíamos ni una simple silueta borrosa. Chovi y Akila tampoco estaban a nuestro lado.
—Laranar —dije asustada.
—Tranquila —me respondió—, estoy contigo.
El corazón empezó a latirme como un toro desbocado, el aire me faltaba y un ligero mareo empezó a cubrirme la cabeza. Un instante después, respiré una profunda y larga bocanada de aire, emitiendo un gemido entrecortado de miedo y ahogo.
—Relájate y respira —me pidió Laranar que notó mi ansiedad.
Se escuchó un choque de espadas en la niebla y acto seguido otro grito ahogado, me agarré más fuerte al pecho de Laranar y este me apretó más contra él.
—¡Aarón! ¡Dacio! ¡¿Podéis escucharme?! —Gritó Laranar.
—Sí —se escuchó la voz de Aarón.
—Te oigo, ¿está contigo Ayla? —Preguntó Dacio.
—Sí —le contestó Laranar.
—¿Alegra, estás bien? —Grité temblorosa.
—¡Estoy con Dacio, tranquila!
Silencio.
—Chovi también está bien —dijo Chovi a los pocos segundos, le escuché muy cerca de nuestra posición—. Por si os interesa.
Se escuchó otro grito, esta vez delante de nosotros. De pronto Laranar me dio un empujón, y me apartó de él al tiempo que escuché el silbido de una flecha pasando justo a nuestro lado. El elfo acababa de salvarme de su trayectoria, pero me quedé sola. No vi a Laranar después de empujarme tan repentinamente.
—¡Laranar! —Le llamé asustada.
—Ayla estoy a tu lado aunque no me veas —intentó sonar calmado, pero noté una nota de nerviosismo en su voz. Alcé los brazos intentando encontrarle—. Quédate donde estás —me pidió.
En ese momento, el fragmento empezó a brillar. Y de pronto, un crujido a mi espalda hizo que me volviera, algo frío me abrazó la pierna y tiró de mí cayendo al suelo con un duro golpe en la espalda.
Grité muerta de miedo, a pleno pulmón.
—¡Ayla! —Gritaron Laranar y Dacio a la vez.
—¡Laranar! —Empecé a llamarle mientras esa cosa me deslizaba por el hielo, arrastrándome y apartándome peligrosamente del grupo—. ¡Ayudadme!
—¡Expandium! —Escuché gritar a Dacio.
Un fuerte viento se alzó por decenas de metros combatiendo contra la niebla de una forma más salvaje que la primera vez que el mago intentó disuadirla. Escuché un aullido proveniente de lo más profundo del lago mientras mis manos intentaban zafarse a cualquier cosa, a la placa lisa de hielo que tenía debajo de mí, pataleando para no ser arrastrada por más tiempo lejos de mis compañeros. El viento continuó revoloteando imparable y Dacio volvió a repetir la palabra «expandium» por dos veces más, finalmente, la niebla se quebró desapareciendo en un instante de forma milagrosa.
Grité aún más, una especie de garra me abrazaba la pierna izquierda. Una mano de hielo me arrastraba sin descanso hacia un agujero en el hielo, hacia las frías aguas del lago de Helder. Luché por liberarme, intenté concentrarme en el fragmento, me fue imposible, —estaba demasiado nerviosa y asustada— quise desenvainar mi espada para intentar cortarlo, pero apenas toqué la empuñadura que me tambaleó a un lado como si fuera un látigo y me agarré con desesperación al hielo. Mis uñas casi traspasaron los guantes por así decirlo, pero continué mi avance sin poderlo evitar. Fue entonces, cuando alguien me sujetó, ralentizando mi avance, y después se le añadieron más, impidiendo que el brazo de hielo continuara arrastrándome.
Laranar me sujetó por los brazos, abrazando mi pecho; Alegra y Jordi por el tronco; y Chovi con dos soldados más, por piernas y pies. Mientras, Dacio, Aarón y cinco soldados empezaron a atacar el brazo de hielo que me sujetaba. La garra aprisionó con más fuerza mi pierna y grité de dolor. El pánico se desató entre todos al ver que nadie podía romper el brazo de hielo, y continuó mi arrastre lento, pero imparable. Pronto me vería en aquellas aguas, bajo el hielo, y quise agarrarme más fuerte a Laranar, a todos, que me habían suspendido en el aire entre ocho personas haciendo fuerza para no perderme, aunque de nada servía, caería al agujero, me hundiría en el agua helada.
—¡Apartaos! —Les gritó Dacio a los soldados y a Aarón.
Dacio hizo una serie de gestos con las dos manos, una especie de símbolos, tan rápido que no pude distinguir las formas que creaba. Finalmente, sus manos se encararon al brazo de hielo creando la forma de un triángulo, y de sus manos salió disparado una potente ráfaga de fuego. La atadura de mi pierna se quebró y todos aquellos que tiraban de mí cayeron al suelo conmigo encima.
Gemí espantada, hundiendo mi rostro en el pecho de Laranar y rompí a llorar. Él me abrazó transmitiéndome seguridad. El resto de compañeros se apartaron levemente para darme un poco de espacio. Alguno me quitó el hielo que aún tenía sujeto a mi pierna.
—Tranquila, ya estás a salvo —dijo Laranar intentando que me calmara y le estreché más contra mí—. Vamos, debes reponerte, piensa que debemos prepararnos por si nos vuelven a atacar, luego dejaré que llores todo lo que quieras.
Hizo que me levantara, notaba mis piernas de plastelina y le abracé con más fuerza.
—Ánimo —insistió y poco a poco me retiró de su pecho sin dejar de sujetarme—, eres una chica valiente y fuerte, y has acabado con dos magos oscuros, ¿recuerdas? Esto no es nada para ti.
Me limpió con una mano las lágrimas que caían por mi rostro y, finalmente, asentí, respirando profundamente para encontrar mi valor. Me retiré y me pasé una mano por los ojos, avergonzada, todos me miraban.
—Ayla, lo siento, debí ser más rápido —dijo Dacio, disculpándose.
Negué con la cabeza.
—Gracias a ti continúo con vida —dije aún temblando—. Por poco caigo dentro del agujero.
Todos lo miramos, era un boquete de dos metros de anchura donde las aguas heladas asomaban de forma hostil. Un escalofrío me recorrió la espalda y Laranar me dio la vuelta para empezar a caminar en dirección contraria al agujero. Alguien pasó corriendo a nuestro lado y alcé la vista dándome cuenta que era Alegra acompañada de Aarón. Akila les siguió y un poco más lejos vi el motivo de su urgencia. Tres soldados estaban tendidos en el hielo, inmóviles, y abrí mucho los ojos. Laranar se detuvo, haciendo que me detuviera también al tenerme rodeada por un brazo los hombros.
—Seguro que son los que han luchado cuando nos rodeaba la niebla —dijo Laranar, entendí que me habló a mí aunque sus ojos no me miraron, estaban clavados en Aarón y Alegra que examinaban los cuerpos—. Dos gritos y un ruido de espadas seguido de… —miró al suelo, a nuestros pies estaba la flecha que casi me dio—… una flecha —le dio un puntapié y la apartó de nosotros.
—¡Muertos! —Sentenció Aarón.
—El fragmento empezó a brillar justo antes que el hielo me apresara —le comenté a Laranar tocando el fragmento colgado en mi cuello—. Su luz es muy débil ahora, pero ha habido un momento que brillaba con intensidad.
La luz del fragmento era débil, pero constante.
—Estamos cerca —dijo Dacio a nuestra espalda y nos volvimos a él—. Debemos continuar antes que la niebla vuelva a aparecer. —Dacio balanceó una mano para disipar la niebla que ya empezaba a mostrarse.
La niebla no era ni la mitad de espesa que al principio y a medida que avanzamos fue desapareciendo lentamente. Apenas unos metros después, todos quedamos consternados viendo lo que teníamos enfrente. Un gran castillo de hielo, situado debajo de un enorme acantilado que daba al lago, se alzaba majestuoso y a la vez siniestro como un espejismo imposible de creer. Tenía siete torreones, y una gran muralla de unos cincuenta metros de altura con una puerta de entrada cerrada a cal y canto. La estampa era impresionante, pues debajo de su construcción siniestra y fría, se escondía una belleza terrorífica.
Una suave brisa llegó circulando por el suelo e hizo que todos nos arrebujáramos en nuestros abrigos de inmediato. La sensación fue horrenda, dio la sensación que en dos segundos la temperatura descendió diez grados de golpe y el calor de nuestras respiraciones se condensó en el aire. Miré por detrás del grupo y fruncí el ceño, solo Jordi nos cubría las espaldas muy cerca de nosotros. Los otros dos soldados que le acompañaban no estaban. Y una niebla gris, casi negra, se había aposentado detrás del grupo sin darnos cuenta, como una pared que quisiera impedir nuestra retirada.
—Jordi, ¿y tus compañeros? —Le pregunté.
—Están… —miró por detrás de él y entonces se percató que habían desaparecido. En ese momento, un ruido ensordecedor vino de debajo del hielo que pisábamos y el suelo empezó a temblar de tal manera que tuve que sujetarme a Laranar y Jordi para no caer al suelo. Todo el grupo se apoyó en el compañero más cercano para no perder el equilibrio.
—Laranar —le llamé asustada, pero se limitó a sujetarme con más fuerza. El suelo temblaba cada vez más y empezaba a resquebrajarse unido con un sonido sordo, como si un barco pesquero estuviera atravesando la placa de hielo que teníamos bajo nuestros pies. De pronto, unos grandes bloques de hielo salieron disparados de la superficie quedando inmóviles a nuestro lado.
El suelo dejó de temblar.
Dejamos de sujetarnos, no muy convencidos de hacer lo correcto pues el terremoto vivido aún circulaba por nuestras piernas temblorosas. Pero todo quedó en segundo plano en cuanto nos fijamos en las altas columnas de hielo que teníamos a nuestro lado. Alcanzaban los tres metros de altura y recorrían un ancho pasillo dirección al castillo, que se encontraba a un kilómetro de nosotros. Aparte de su aparición inesperada lo que nos alteró y puso los pelos de punta fue ver que en el interior había personas muertas, congeladas.
—¡Son los soldados que marcharon! —Comentó Jordi, exaltado, poniendo los ojos como platos y mirando uno a uno los bloques de hielo—. Este de aquí era el comandante —iba a tocarlo, pero Dacio lo detuvo cogiéndole la mano.
—Ni se te ocurra —le advirtió el mago—. No les despertemos.
—¿Despertarlos? —Preguntó el soldado retirándose un paso ante la advertencia de Dacio.
—Continuemos —ordenó Dacio muy serio.
Tragué saliva y seguimos avanzando.
A medida que caminamos por aquel pasillo de muertos congelados, fuimos desenvainando nuestras espadas sin que nadie tuviera que decir nada, pues todos intuíamos que el peligro nos acechaba. Aceleramos el paso a la vez, el castillo estaba próximo. Akila empezó a gruñir, desviándose del camino y encarándose a una de aquellas estatuas.
—Akila, ven —le ordené con un débil susurro. Iba a aproximarme para cogerle, pero Laranar no me permitió que soltara su mano—. No puedo dejarle —le dije en voz baja.
Laranar negó con la cabeza y miró a Akila.
—Akila —lo llamó Laranar con una voz más firme, pero el lobo no dejó de gruñir al muerto, erizando el lomo y mostrando sus colmillos—. ¡Ven, es una orden! —le insistió.
Empezó a retroceder para mi gran alivio aunque no le daba la espalda al muerto. Fue, entonces, cuando me fijé en el hombre del bloque de hielo al que gruñía, era un soldado, seguramente uno de los que habían ido a luchar días atrás, pero a diferencia de los soldados que nos acompañaban este era un hombre hecho y derecho, de unos treinta y pico años. Mostraba una herida profunda en el pecho —posiblemente producida por una espada—, pero lo que más me impactó fueron sus ojos, opacos y cubiertos por una especie de tela blancuzca que hacía su mirada siniestra.
Sus ojos se movieron de pronto, buscando los míos.
Di un paso atrás en el acto, Akila llegó a nosotros, y Laranar al ver mi reacción siguió mi mirada hasta encontrarse con la del muerto. Miré espantada que el resto de soldados congelados nos seguían a todo el grupo con la mirada.
—Están vivas, ¡cuidado! —Gritó Laranar, al darse cuenta de la situación. Tiró de mí y empezamos a correr con la esperanza de llegar cuanto antes a la entrada del castillo. Todo el grupo hizo lo mismo, incluso Akila, pero no recorrimos ni cinco metros que los muertos rompieron los bloques de hielo que les apresaban y salieron de ellos dispuestos a acabar con nosotros. Algunos eran simples pescadores sin ninguna arma en la mano, por lo que únicamente alzaron los brazos para cogernos, otros eran los soldados que desaparecieron, con espadas y hachas con las que poder matarnos. Laranar, Dacio, Alegra y Aarón se dispusieron entorno a mí para protegerme pues el paso quedó cerrado por más de una decena de muertos.
—¡Formad! ¡Rápido! —Ordenó Aarón a los soldados que quedaban, señalando el camino al castillo. Sin dudar, aquellos adolescentes armados como soldados se pusieron a la cabeza del grupo para abrirnos paso. Lucharon como auténticos valientes y fuimos avanzando lentamente. Chovi se agarraba a mi pierna temblando como un flan y yo tuve que combatir pese al grupo que me rodeaba con dos pescadores que les sortearon. Fue fácil eliminarlos, sus movimientos eran algo torpes, tenían las articulaciones congeladas. Les corté la cabeza rápidamente, sin pensar. La sorpresa vino cuando sus cuerpos continuaron su avance hacia mí. Todos los muertos querían llegar a mi posición.
Choqué contra alguien y al darme la vuelta vi que era un soldado congelado que se volvía de igual manera que yo, emitió un gemido que no supe si era de llanto, de horror o simplemente un grito de guerra. Alzó su espada para matarme, pero me retiré de inmediato, le corté la mano de su espada, desarmándolo, y seguidamente se la clavé en el pecho. Cayó al suelo y, entonces, lo comprendí.
—¡El corazón! ¡Dadles en el corazón! —Al mirar al resto del grupo la estampa era caótica. Muertos sin cabeza ni extremidades se balanceaban por el hielo buscando a ciegas o arrastrándose a por mis compañeros. Pero a la que grité que su punto débil era el corazón todos les ensartaron con sus espadas y cayeron al suelo desplomados.
Laranar acortó los tres pasos que me distancié del grupo para volverme a colocar en el centro y así quedar protegida. Chovi continuaba aferrado a mi pierna izquierda, suerte que era pequeño y no pesaba.
Akila mordía los pies de los muertos, se abalanzaba contra ellos tirándolos al suelo y arrancaba gargantas.
Uno de los soldados que intentaba abrirnos paso fue herido en el pecho, gimió de dolor y cayó al suelo. Automáticamente el hielo le cubrió, lo engulló y desapareció.
—¡Leandro! —Gritó Jordi en el mismo momento que se agachó en el punto que su compañero y amigo desapareció.
El suelo volvió a tener una leve sacudida y bajo mis pies un nuevo bloque de hielo se alzó tirándome al suelo. Leandro estaba en su interior. Lo miré espantada, Laranar se agachó para ayudarme a levantar y miré horrorizada como los ojos de Leandro se abrían, con aquella tela blancuzca y opaca.
—¡Dios! —Exclamé horrorizada.
El nuevo soldado congelado empezó a salir del hielo, pero antes que Laranar pudiera acabar con él una espada le atravesó el pecho. Leandro cayó y detrás de él apareció Jordi, respirando a marchas forzadas, creo que conteniendo las lágrimas por presenciar el final de su compañero.
—Laranar, debemos llegar cuanto antes al castillo —le dije—. Dejad de preocuparos tanto por mí.
—¡Imbeltrus! —Dacio conjuró su ataque destructivo contra los muertos congelados y logró abrir un camino lo suficiente ancho para pasar.
Laranar tiró de mí, me alcé y empezamos a correr con todo el grupo directos al castillo. Dacio convocó un Imbeltrus por detrás de nosotros que acabó con más enemigos. El suelo volvió a temblar bajo nuestros pies. Y tuvimos que detenernos para aguantar el equilibrio.
—¡Oh! ¡No! —Dije harta que aparecieran bloques de hielo cargados de soldados o pescadores congelados—. Otra vez, no.
—No, mira —Aarón me señaló por detrás de nosotros y, aliviada, vi que el hielo volvía a cubrir a los muertos y los engullía de vuelta a las aguas heladas del lago de Helder.
Todos suspiramos y me quité a Chovi de la pierna, ni siquiera corrió para salvarse, optó por abrazarse a mí y que hiciera todo el trabajo. Iba a regañarle, pero sus ojos me miraron cargados de pánico.
Por lo menos no ha huido, pensé.
El suelo, no obstante, continuaba temblando y, de pronto, los bloques de hielo volvieron a aparecer justo en la entrada del castillo.
—¡Mierda! —Dije sin poderme contener.
Chovi volvió a agarrarme.
Dacio cambió de técnica, empezó a mover las manos en gestos rápidos, creando símbolos y seguidamente las encaró a aquellas criaturas.
—¡Cerberan! —Gritó, con las manos planas y entrelazadas por los dedos. Los muertos a los que apuntó fueron desintegrándose rápidamente hasta solo quedar sus cenizas. Fue como si algo los fulminara, pero no había fuego, ni energía disparada, ni proyectiles. Era un conjuro invisible que hizo su efecto—. ¡Cerberan! —insistió, tambaleándose, y encarándose a los que aún seguían en pie.
—Dacio, te estás agotando —le dijo Alegra.
—¡Cerberan! —Insistió.
Salieron más bloques de hielo a nuestras espaldas y entonces Dacio se volvió, rápido. Dejó de conjurar el Cerberan, volvió a mover las manos en símbolos y alzó una mano al cielo.
—¡Morid! —Gritó, y de su mano alzada salieron como pequeños Imbeltrus que fueron directos a cada uno de los muertos, desintegrándolos—. ¡Vamos! ¡¿Cuántos más quieres que mate?! ¡Acabaré con tu patético ejército!
La puerta del castillo se abrió para sorpresa de todos, los muertos fueron engullidos nuevamente por el hielo y Dacio bajó el brazo.
—Vamos dentro… —dijo el mago, pero a la que dio un paso tuvo que hincar una rodilla en el suelo, exhausto, me aproximé a él, preocupada—. Estoy bien.
—Ha logrado su objetivo —dijo Aarón, y todos le miramos—. Agotar a Dacio antes de enfrentarnos a él.
Fruncí el ceño y toqué el fragmento con una mano. ¡En el próximo ataque debía ser capaz de controlar su poder!
Dacio se levantó y respiró profundamente.
—Aún me queda suficiente magia —dijo obstinado—, esto solo ha sido el calentamiento.
—Entremos antes que vuelvan los muertos —sugirió Alegra.
Empezamos a caminar y vi a Dacio sonreír.
—¿Por qué te ríes? —Quise saber.
—Mucha prisa por querer llegar al castillo y me temo que lo que encontremos dentro será peor que una hueste de muertos congelados dispuestos a matarnos. De eso me río.
Hice una mueca.
La entrada al castillo estaba formada por dos enormes puertas de hielo pulido. Cada una alcanzaba los treinta metros de altura y eran tan gruesas como un hombre con los brazos extendidos. Se encontraban por completo abiertas, de par en par. Desde el exterior pudimos distinguir un enorme patio cubierto de nieve y más allá unas preciosas —y a la vez siniestras— columnas de hielo esculpidas con gravados armoniosos y bellos, que sostenían la fachada principal del castillo. Entramos cautelosos al patio cubierto de nieve. Las puertas empezaron a cerrarse a nuestra espalda y nos volvimos a ellas indecisos de si impedir su cierre. Pero habíamos venido con el objetivo de matar al mago oscuro que se escondía en aquel lugar y si era una trampa —que era lo más probable—no nos quedaba más remedio que hacerle frente para llegar a nuestro objetivo. El fragmento brillaba y dejé escapar el aire de mis pulmones lentamente, concentrándome para no perder el valor, pues de un momento a otro un mago oscuro haría acto de presencia con el único objetivo de matarme.
De pronto, escuchamos la respiración de una criatura que llegaba del interior del palacio y todos detuvimos nuestro avance. Chovi quiso volver a sujetarse a mi pierna, pero esta vez no se lo consentí. La respiración de la criatura se hizo más fuerte y abrí mucho los ojos en cuanto apareció en la entrada del castillo, caminando con hostilidad, gruñendo y mirándonos con unos ojos tan negros como la noche. Se detuvo entre dos columnas, obstaculizando la entrada al castillo.
Un enorme oso polar, el triple de grande que uno corriente, olfateó el aire, gruñó y bajó los cinco peldaños que le distanciaban para llegar al patio de nieve. Allí, se detuvo, se alzó sobre sus cuartos traseros y rugió a pleno pulmón.
Di un paso atrás, asustada, cuando, sin esperármelo, Akila se lanzó a la caza de aquel monstruoso animal.
—¡Akila, no! —Grité presa del pánico.
Sin pensarlo eché a correr detrás de él.
—Ayla ¡vuelve! —Me gritó Laranar de inmediato corriendo a por mí. Me cogió del abrigo, me echó hacia atrás y me rodeó con un fuerte abrazo impidiéndome avanzar—. No lo hagas, ¿quieres que te mate?
Intenté escapar de sus brazos, desesperada por ver que Akila estaba a punto de alcanzar el oso y este lo mataría. Debía pararle de inmediato.
—Laranar, suéltame, ¡tengo que ir a ayudarle! —Le grité alterada.
Akila se abalanzó sobre el oso y en respuesta recibió un zarpazo que lo tiró a varios metros de distancia, escuché como gimió al recibir el golpe y se me heló la sangre. Su cuerpo se deslizó unos metros por la nieve, se detuvo y quedó inmóvil.
—¡Akila! ¡Akila! —Empecé a llamarle desesperada viendo que el oso se dirigía hacia su cuerpo inmóvil—. Laranar, por favor —le supliqué debatiéndome aun más entre sus brazos.
—¡No! —Sentenció Laranar.
Una lluvia de flechas sobrevoló el cielo, directas al enorme animal. Todo el grupo hizo uso de sus arcos y atacó al oso para apartarle del lobo. El animal, perdió el interés en Akila y se volvió hacia nosotros, rugiendo, elevándose de nuevo sobre dos patas y dejándose caer seguidamente en la nieve. Repitió ese gesto como un animal enloquecido, las flechas herían su pelaje y dejaban manchas rojas en su manto blanco. El suelo empezó a crujir bajo nuestros pies; Laranar y yo perdimos el equilibrio y caímos. Aparté la nieve con una mano y vi que debajo de ella se escondía el lago congelado.
Miré el oso, intentaba romper el suelo para que cayéramos en las frías aguas, pero antes de poder advertirlo la primera fisura se materializó en una enorme raja que recorrió la mitad del patio de nieve, resquebrajándose. Pasó muy cerca de Laranar y de mí, alcanzando a dos soldados apostados en un lateral del grupo. Los dos cayeron y se removieron en las frías aguas nadando entre bloques de hielo, gritando. Un tercer soldado intentó ayudarles a salir del agua helada. Fue, entonces, cuando el oso dejó su ímpetu en querer destrozar el suelo y corrió hacia el soldado que se había agachado para ayudar a sus dos compañeros. Aarón quiso avisarle en el mismo momento que el animal lo agarró por el torso, lo zarandeó y lanzó directo al muro.
Cerré los ojos, no queriendo ver aquello. Y grité de pura impotencia, lo necesitaba.
—¡Cálmate! —Me ordenó, firme, Laranar.
Abrí los ojos y vi que el oso se acercaba a nosotros. Por detrás de él unos cuerpos se hundían en el fondo de las aguas. Nada se pudo hacer por los dos soldados que cayeron al lago.
—¡Cerberan! —Conjuró Dacio, colocándose delante de nosotros para combatir al oso.
El animal dio un paso atrás, pero no hubo otro efecto en él.
Laranar me alzó, pero no me soltó, de hacerlo iría directa a Akila.
»¡Imbeltrus! —Volvió a gritar, lanzándole una bola de energía.
El oso la esquivó por muy poco e impactó contra el castillo, causando una lluvia de granizo. Laranar me cubrió con su cuerpo y Dacio volvió a intentarlo una segunda vez. En esta ocasión le alcanzó y derribó, pero no lo mató. El oso quedó tendido, malherido por las flechas y el imbeltrus. El mago respirando a marchas forzadas se aproximó al oso para darle el golpe de gracia. Una vez estuvo a su lado, alzó su mano derecha como si fuera un cuchillo, todos los dedos unidos envueltos en un aura azul encarados a la nuca del animal y… El oso le dio un zarpazo, reuniendo sus últimas fuerzas para acabar con el mago. Dacio cayó al suelo, el animal se alzó sobre sus dos patas…
La energía del colgante brotó en mi interior como un torbellino, su fuerza me invadió. Volví a sentir aquella rabia y furia que activaba el colgante de los cuatro elementos e hice mía las aguas heladas del lago. Un torbellino salió disparado del boquete donde se ahogaron los dos soldados e impactó contra el enorme oso. Lancé al animal por los aires, elevándolo con la fuerza del agua, se alzó y se alzó, y cuando tuvo una altura mortal rompí el vínculo; el agua cayó y con ella el enorme oso polar. El impacto contra el suelo fue brutal, el hielo se resquebrajó y el oso fue engullido por las profundas aguas del lago.
El grupo volvió su vista a mí, mirándome estupefactos. Dacio se encontraba bien, parecía tener un rasguño en el brazo derecho, pero nada de importancia. Ya se levantaba.
—Laranar suéltame, tengo que ir a ver como está Akila —le rogué, haciendo un último intento para que me liberara. Noté como sus brazos se aflojaron alrededor de mi cuerpo, pude escaparme y corrí directa a Akila.
Me arrodillé al lado del lobo y le toqué con miedo, zarandeándolo con cuidado. Las lágrimas cayeron por mi rostro, desconsoladas, al ver que no reaccionaba.
—Akila, vamos, reacciona. Akila, Akila, por favor… —la voz se me ahogó, no despertaba—. ¡Oh! Akila, ¿por qué tuviste que ir tú solo?
Le abracé, llorando y llamando su nombre. Alguien se puso a mi lado y me tocó un hombro a modo de consuelo, pero solo tenía ojos para mi lobo, para mi amigo, para aquel animal que encontré siendo apenas un adolescente y que nos siguió por caprichos del destino.
—Ayla —me llamó Laranar siendo él quien estaba a mi lado—, debemos continuar, no podemos hacer nada por él.
—Nooo —dije gimiendo, negándome a abandonarlo—. ¿Por qué?
—Vamos, Ayla —intentó convencerme Aarón, todos estaban reunidos alrededor del lobo.
—Nooo…
Hubo un gemido y miré a Akila como si aquello no fuera posible. Todos le miramos atentamente. Otro gemido nos alertó que continuaba con vida y miré a Laranar buscando su ayuda.
—Akila —le llamó Laranar dándole unos palmaditas en la cara—. Vamos, chico, reacciona.
Abrió los ojos y alzó la cabeza, desorientado. Mis ojos se llenaron de más lágrimas, lágrimas de felicidad y alivio, y abracé el cuello del animal.
—¡Estás vivo! ¡Estás vivo! —Dije esperanzada.
Se incorporó levemente y sacudió la cabeza para espabilarse. Laranar me hizo a un lado y empezó a examinarlo, palpándole el estómago, las costillas y acariciando su cabeza. Antes que pudiera terminar Akila se alzó, algo tambaleante, y me miró para luego lamerme la mano. Le acaricié con más ganas y le abracé una vez más.
—Parece que tiene dos costillas rotas, pero no parece grave —me dijo Laranar tocándole un costado que gemía en el acto—. No parece que le hayan perforado el pulmón, pero deberá hacer reposo. —Miró al lobo—. Eres un granuja —le acusó y Akila torció la cabeza a un lado como si no supiera de qué le estaba hablando—, nos has dado un buen susto.
Me limpié las lágrimas de los ojos, ya más calmada.
—Dacio, ¿estás bien? —Le pregunté al verle a nuestro lado con la manga de su jersey destrozada.
—Sí, solo es un rasguño gracias a ti, me has salvado la vida. Es la primera vez que he visto tu poder, elegida.
Me sonrojé de inmediato, que alguien cercano me llamara por el título de elegida me daba vergüenza sin saber por qué.
—No sé cómo lo he hecho —respondí en voz baja, abrumada.
—Ayla, ahora ya sabes controlar el elemento agua, ¡es magnífico! —Intervino Alegra con una sonrisa—. Ya solo te falta probar el elemento Tierra.
Tragué saliva, me faltaba no solo probar el elemento Tierra, sino aprender a controlar todos los elementos a voluntad. En una situación en calma no era capaz de dominarlos, tan solo hacer pequeñas brisas de aire, elevar de forma insignificante el fuego de una hoguera o crear hondas en el agua. Era frustrante. Llegué a la conclusión que tan solo en las situaciones extremas, ya fuese por la rabia, la ira o la desesperación, podía dominar los elementos a mi antojo.
—Propongo continuar antes que el mago oscuro nos mande otro oso —sugirió Aarón.
Antes que pudiera seguir al resto, Laranar me cogió de un brazo, deteniéndome.
—Cuando esto acabe, hablaremos —me dijo serio y le miré sin entender—. Eres una insensata, no quiero volver a tener que sujetarte. ¿En qué pensabas cuando quisiste salvar a Akila? ¿De verdad creías que con tus manos podrías detenerle?
—Pensaba precisamente en Akila, en nada más —respondí.
—Pues la próxima vez piensa en el mundo entero que depende de ti —me reprendió y me achiqué—. Que no se vuelva a repetir.
—Sí, lo siento.
Suspiró y miró por detrás de mí, me volví para ver que ocurría, pero solo estaba el grupo a punto de entrar en el castillo, al mirar otra vez a Laranar este me plantó un beso en los labios. Uno breve, pero cargado de amor.
—Que no se vuelva a repetir —susurró en una súplica.
ESPEJO, FUTURO Y MAGO OSCURO
Aún notando los labios de Laranar pegados a los míos, miré como Aarón y Dacio se disponían a entrar los primeros en el castillo de hielo. De los once soldados que nos acompañaron al inicio de aquella expedición, tan solo quedaban dos: Jordi y otro chico al que escuché que llamaban Marco. La entrada al interior del castillo estaba a oscuras y Dacio creó lo que él llamaba un globo de luz. Caminamos en silencio por una cámara poco iluminada, en ella el suelo de hielo estaba pulido y recreaba baldosas con dibujos de cenefas grabados en ellas. Pegados a las paredes se ubicaban muebles y bancos, también hechos de hielo. Era como una pequeña sala de recepción antes de llegar a una doble puerta, tan alta como un gigante, ovalada y acabada en punta.
Sobre la misma puerta estaba representada toda nuestra lucha en pequeñas imágenes bien talladas en el hielo, desde que Dacio quiso disipar la niebla en la orilla del lago, hasta la batalla con el oso. Todos miramos aquellos pequeños grabados con curiosidad, prudencia y cierto nerviosismo. En el centro de todas aquellas imágenes se imponía la cara de un anciano con un espejo que le sobresalía de su larga barba.
Dacio se volvió a mí después de analizar bien aquellas representaciones.
—No tengo ninguna duda, es Valdemar —sentenció y se aproximó un paso más a mí—. Ayla, ten mucho cuidado con su espejo, no mires tu reflejo en él bajo ningún concepto. Pues te embaucará y hará lo que quiera contigo, además de presagiarte un futuro oscuro, ¿entiendes?
—Sí —dije notando mi corazón latiendo con más fuerza dentro de mi pecho—, algo me han contado.
Dacio miró al resto y todos asintieron, aquellas advertencias no solo iban dirigidas a mí sino a todo el grupo. El mago suspiró, se volvió a la puerta y con solo tocarla empezó a abrirse haciendo un leve ruido al fregar contra el suelo. Dentro, una gran sala con grandes columnas que llegaban a un techo de veinte metros de altura en forma de arco, iluminada por decenas de globos de luz y la luz que entraba por pequeñas ventanas en lo alto de las paredes, se presentó ante nosotros.
En el centro de la sala se encontraba nuestro principal enemigo, un hombre mayor de cejas espesas y ojos pequeños, con una gran barba blanca que le llegaba hasta la cintura. Vestía algo parecido a una túnica de color blanca, como un camisón, y no llevaba ningún tipo de calzado. Sus pies desnudos tocaban directamente el frío suelo de hielo sin aparentar ningún tipo de molestia o escalofrío. Pero todo ello era insignificante si prestabas atención al gran espejo que sujetaba con ambas manos. Tenía el tamaño de una enorme sandía, de forma ovalada y cubierto por un marco plateado. Era su única arma, pues no vi espada o daga con que pudiera defenderse a menos que la tuviera escondida bajo sus ropas. Era el mago oscuro al que dábamos caza y, como tal, el brillo de unos fragmentos —escondidos entre su larga barba blanca— me indicó que había reunido un buen número. Brillaban y se conectaban con la mitad del colgante que colgaba de mi cuello.
Nos acercamos lentamente. Todo el grupo se encontraba con sus espadas desenvainadas menos yo, que para combatir a un mago debía utilizar mi poder de elegida —el colgante—. Dacio tampoco llevaba espada, la magia que poseía era su arma. Él y Laranar se colocaron delante de mí para escoltarme, Alegra y Aarón estaban colocados a mis dos lados, Jordi y Marco detrás de mí y Akila me seguía a un lado con el lomo erizado sin apartar la vista del mago oscuro. Chovi se quedó como un cobarde en la puerta de la sala, temblando.
—Akila, ves con Chovi —le ordené, el lobo me miró—. Ves con Chovi —le insistí, se detuvo, vacilante—. Vamos.
Reculó entonces, y regresó con el duendecillo. No tenía ningunas ganas que volviera a abalanzarse sobre un enemigo que pudiera hacerle daño.
Volví mi atención al mago oscuro, me sentí más calmada de lo que un primer momento hubiera pensado. El ver a un anciano y no a un monstruo o un matón, me pareció menos horrible y más fácil de combatir. Aunque también era consciente que las apariencias engañaban y podía sorprenderme.
Solo debo tener cuidado con su espejo, me dije a mí misma, interiormente.
Nos detuvimos a una distancia prudencial del mago, pero Dacio se adelantó dos pasos más que el resto.
—Valdemar, estás condenado por Mair, Andalen, Zargonia, Launier y el reino del Norte. Oyrun quiere tu muerte, danos los fragmentos y tendrás una muerte rápida e indolora —le habló Dacio con voz autoritaria.
El mago oscuro empezó a reír sonoramente, de forma tan descarada que el eco de sus risas retumbó por toda la sala. Segundos después paró de golpe, enderezándose y nos miró, serio.
—Vosotros seréis los que moriréis —dijo, mostrando una sonrisa que rebasaba la malicia.
Sostuvo su espejo con más fuerza y, rápidamente, Dacio se puso en posición de ataque. Empezó a mover las manos nuevamente en símbolos, a una velocidad que costaba ver qué demonios hacía. Por parte del mago oscuro empezó a conjurar un cántico incomprensible, sus labios se movieron también a una velocidad antinatural.
—D’han guem ir romu… —murmuró a su vez Dacio.
—¡… pódium! —Terminó de conjurar Valdemar y del espejo salió un potente rayo que alcanzó a Dacio de lleno. Tuve que apartarme a un lado de inmediato, pues nuestro mago se vio arrastrado por la fuerza del ataque varios metros hacia atrás.
Todos le esquivamos por muy poco y Alegra corrió de inmediato a él. Del cuerpo de Dacio salió una especie de humillo, como si lo hubieran frito. Pero antes que la Domadora del Fuego llegara junto a él se movió, dolorido, y miró de bruces en el suelo a Valdemar.
—No me toques Alegra —le advirtió Dacio en cuanto vio que se agachaba junto a él—. Te quemaré.
Valdemar empezó a reír una vez más.
—Impresionante —dijo el mago oscuro—. Se nota que eres un Morren, has levantado un escudo en pleno conjuro, justo en el último momento, de otra manera ya estarías muerto.
—¿Morren? —Pregunté a nadie en concreto.
—Es el apellido de Dacio —me respondió Laranar.
Dacio quiso alzarse, pero cayó de rodillas al suelo. Después de toda la magia que había empleado para llegar hasta Valdemar se encontraba agotado.
»Ves, por tu estupidez, eres un débil como todos los magos de Mair —parecía reprenderle por ello—. Danlos aún estaría dispuesto a…
—¡Cállate! —Le gritó como si hubiera recobrado sus fuerzas de pronto, y volvió a intentar alzarse. Alegra, ignorando la anterior advertencia de Dacio pasó un brazo por su cintura y aguantó el calor que desprendía su cuerpo. Desde la distancia podía oler la tela de su túnica chamuscada.
Valdemar volvió a sujetar con fuerza su espejo, volviendo a murmurar un conjuro. Quise concentrarme en los fragmentos, pero antes de poder hacer nada, siquiera pensar qué elemento utilizar, un nuevo rayo salió del espejo.
Y todo lo vi a cámara lenta.
Dacio se percató del ataque de Valdemar en el mismo momento que sus rodillas se doblaban y volvía a caer al suelo junto con Alegra. La Domadora del Fuego hincó una rodilla por no poder aguantar el peso del mago, vio lo que ocurría y, sin pensarlo, alzó a Colmillo de Lince como si tuviera la intención de partir el rayo en dos. Detuvo el ataque, salvando a Dacio, pero el rayo recorrió la hoja de su espada y antes que Alegra pudiera soltarla llegó a sus manos.
Solo fue un segundo el instante que tardó Alegra en soltar a Colmillo de Lince, pero el mal ya estaba hecho. La Domadora del Fuego gritó a pleno pulmón, cayó de rodillas al suelo y se miró las manos completamente quemadas por el rayo. Sus ojos se empañaron de lágrimas y se las llevó al pecho como si de esa manera le pudieran doler menos. Su cara era una mueca espantosa de dolor. Corrí sin pensarlo para auxiliarla en el instante que Marco disparaba una flecha al mago oscuro. Valdemar encaró su espejo al pecho de tal forma que la flecha fue engullida por él y regurgitada un segundo después, directa a mí. Me lancé al suelo en cuanto lo vi, llegando junto Alegra y Dacio.
La flecha pasó a tan solo unos centímetros de mi cabeza.
—Estáis locas, las dos —nos regañó Dacio, pero descargó toda su furia en Alegra—. Maldita sea, ¿por qué lo has hecho? —Se incorporó a duras penas para poder ponerse de rodillas—. ¿Por qué?
—Los guantes —Alegra ignoró a Dacio por completo y me extendió las manos hacia mí—. Quítamelos, por favor.
Miré sus manos, de guantes no quedaba nada, tan solo pequeños retales de lana de lo que una vez fueron unos guantes. Incluso sus quemaduras llegaron hasta casi los codos quemando su jersey y abrigo.
—No debiste hacerlo —le insistió Dacio.
—Te hubiera matado —le dijo Alegra de mala gana.
—Pero ahora estás herida.
—Maldita sea, Ayla —Laranar llegó a mí muy enfadado, acompañado de Aarón—. ¿Otra vez?
Le ignoré.
—Dacio, Alegra, descansar, yo me encargaré de Valdemar, utilizaré los fragmentos.
—¿Los fragmentos? —Preguntó Valdemar y todos le miramos, parecía encantado con aquel espectáculo—. ¡Oh! No, no te voy a dejar, pero antes… —bufó y de sus labios salió un poderoso viento, helado, como una tormenta de nieve, que arrastró a Laranar y Aarón distanciándolos de mí. Corrí a ellos, pero algo no dejó que me acercara. Combatí contra una fuerza sobrenatural, Valdemar me arrastraba hacia él y me volví dispuesta a presentar batalla desenvainando a Amistad. Fue entonces, cuando… alzó su espejo y vi mi reflejo en él.
Una flojedad me invadió y dejé mi espada caer al suelo.
Me sentí flotar, relajada y sumisa.
—¿Te gusta verdad? —Me preguntó Valdemar con voz relajada—. Mira la imagen que se refleja en él.
Era hipnótico, agradable, y miré sin ningún temor la imagen del espejo. Era yo, preciosa como nunca me vi; mis cabellos irradiaban luz como si el sol se hubiera aposentado en ellos y no quisiera marchar de mi larga cabellera castaña. Mis ojos mostraban un brillo lleno de vida y alegría, y mis labios se curvaban hacia arriba mostrando una sonrisa blanca e inmaculada. Mi piel era tersa, aterciopelada y dulcemente sonrosada. No mostraba ninguna imperfección y me sentí igual de bella que una elfa. Aquel pensamiento hizo que me ruborizara pensando en Laranar, quizá, si fuera así de bella, no se resistiría tanto a querer estar conmigo. No podría rechazar a la Ayla que se mostraba en el espejo.
Me acerqué más, quería tocar aquella imagen tan irresistible.
Alcé una mano para acariciar el espejo.
—¡Ayla, detente! ¡No sigas! —Escuché una voz en la lejanía.
Detuve mi mano. ¿Por qué iba a detenerme? Era la imagen más bella que jamás había visto de mí misma y la quería.
—Te daré el espejo si me das la mitad del colgante que posees —me dijo el mago.
Los fragmentos a cambio de aquella imagen tan cautivadora.
No lo pensé mucho, la decisión era sencilla, le daría el fragmento. Así que me lo saqué por la cabeza y se le ofrecí a Valdemar, dejándolo suspendido, agarrándolo por el cordón.
—¡No Ayla! ¡No lo hagas! ¡Escúchanos!
¿Esa voz era de Laranar? Le escuchaba como si se encontrase muy lejos de mí.
Me giré apartando el fragmento del mago para buscarle.
—Mira la imagen, no apartes la vista del espejo —me habló con voz autoritaria Valdemar.
Volví a mirar el espejo y volví a ofrecerle el fragmento. Este fue a alcanzar el cordón por donde lo sujetaba…
—¡No Ayla! ¡Eres la elegida! ¡No puedes darle los fragmentos!
Otra vez Laranar, pero… ¿dónde está?
Me giré nuevamente para buscarle.
—Ayla mira el espejo, ¡dame los fragmentos!
Hice caso omiso de lo que me decía el mago oscuro, tenía que saber dónde estaba Laranar y por qué no podía darle los fragmentos. Al fin, lo localicé, estaba luchando por liberarse de un bloque de hielo que le cubría hasta las rodillas, inmovilizado. Aarón se encontraba en la misma situación y los dos soldados que le acompañaban estaban tendidos en el suelo, inconscientes.
—Laranar, ¿qué te ha pasado? —Le pregunté, aturdida. Algo no marchaba bien, pero no sabía exactamente qué. ¿Cómo había llegado a esa situación? Me encontraba completamente desorientada.
—Ayla, ¡te está hechizando! —Dijo sin dejar de intentar liberarse del hielo que le apresaba—. Mira bien la imagen, esa no eres tú, ¡no dejes que te engañe!
¿Un hechizo?
Zarandeé la cabeza y me acaricié las sienes con una mano intentando que se me despejara la mente. Me giré para ver mejor el espejo y no vi la imagen perfecta que recordaba, sino una mucho más tétrica. Mi cara estaba blanca como la nieve, pálida, con unas grandes ojeras y ojos opacos, hundidos en el rostro y sin vida. Mi semblante era triste, y tenía pequeñas heridas por todo el rostro, como arañazos, y un gran moratón me cubría desde la parte lateral izquierda de mi frente hasta el ojo. Estaba más muerta que viva. Alguien me había dado una paliza.
Valdemar se inclinó a mí, observándome atentamente, y sonrió.
—El espejo muestra tu verdadero futuro, nunca se equivoca, puede que hoy muera, pero tú, en un futuro no muy lejano, presentarás este aspecto de muerta viviente y tu protector no podrá hacer nada para evitarlo. —Empezó a reírse y di un paso atrás, asustada, la imagen del espejo se alejaba, mostrándome de cuerpo entero, muy delgada, esquelética, aquella no podía ser yo.
Me volví y fui corriendo hacia donde se encontraban Laranar y Aarón.
—Laranar, Aarón, ¿os encontráis bien? —Les pregunté volviendo a la realidad como si alguien me hubiera dado una bofetada en toda la cara.
—Ayla, ¿puedes hacer que el hielo se derrita con la fuerza del colgante? —Me preguntó Aarón.
—No sé cómo —contesté.
—Concéntrate, sé que puedes conseguirlo —me dijo Laranar—, convoca el elemento fuego.
—¡La elegida nunca podrá con el gran Valdemar! —Gritó el mago alzando los brazos al aire y provocando un fuerte viento que hizo que me tambaleara, pero afiancé mis pies y resistí.
Me concentré en el fragmento que brillaba en mi mano y lo fijé en el hielo que cubría a Laranar y Aarón. Cerré los ojos intentando formar fuego, deseándolo con todas mis fuerzas. Pero era más difícil crear un elemento de la nada que dominarlo de una hoguera, como había estado practicando hasta la fecha.
—Laranar, esto no funciona —dije nerviosa.
Notaba su fuerza correr por mis brazos y la temperatura de mis manos se elevó, pero ahí me quedé. No progresaba.
—¡Inténtalo! —Insistió, preparando su espada.
Me volví y vi que Valdemar se acercaba a nosotros.
Lo intenté una vez más, con todas mis fuerzas, pero no lo logré.
El mago casi había llegado a nuestra altura.
—Laranar, lo siento —dije casi llorando por la desesperación.
Valdemar tiró el espejo al suelo y sacó una larga daga de una de sus mangas. Laranar le lanzó a Invierno y este la esquivó. Quise desenvainar mi espada, pero me encontré con que mi vaina estaba vacía. Miré alrededor y vi a Amistad tirada en el suelo. No recordaba cuando la había perdido. Estaba indefensa, ni Laranar, ni Aarón, podían hacer nada para protegerme atrapados como estaban en el hielo. Dacio y Alegra continuaban tendidos en el suelo distanciados de nosotros. Valdemar llegó a mí, alzó su espada dispuesto a matarme. Me cubrí la cabeza con los brazos, encogiéndome; Laranar me abrazó como pudo, en un vano intento por protegerme. Cerré los ojos…
Un gemido ahogado se alzó entonces por toda la sala. Abrí los ojos y me encontré al soldado Jordi delante de mí. Su tez se volvió pálida y de sus labios brotó un hilo de sangre.
—Jordi —nombré paralizada, incorporándome.
Se desplomó sobre mí con una herida mortal en la espalda, había parado el ataque de Valdemar.
Caímos al suelo.
—Te mataré elegida —dijo Valdemar alzando nuevamente la daga.
La rabia y la furia se desbordaron por todo mi cuerpo. Algo estalló dentro de mí y un remolino de viento apareció de la nada, creado en apenas dos segundos bajo los pies del mago oscuro. Lanzó a Valdemar por los aires y le seguí con la mente hasta que impactó contra el techo, luego guié el remolino directo al suelo y allí, Valdemar, se desplomó.
—El elemento aire —gimió Jordi y volví mi atención a él, sosteniéndolo entre mis brazos—. He podido ver otro elemento —parecía orgulloso de ese hecho—. Agua y viento.
—No hables —le dije—, te pondrás bien.
Como cualquier persona mayor que tuviese setenta años, Valdemar se levantó penosamente del suelo. Un hilillo de sangre asomaba por su nariz, boca y oídos.
—¡Acabaré contigo elegida! —Gritó, con la cara desencajada por la ira.
Corrió hacia mí, cojeando del pie derecho, con la daga en alto.
Agarré con más fuerza el fragmento.
—¡Del m’lrei makth’se! —Gritó Dacio de pronto.
Dacio se encontraba hincando una rodilla en el suelo, utilizando lo que le restaba de fuerzas para ayudarme a acabar con Valdemar, creando símbolos con las manos. Comprendí que llevaba un rato preparando ese hechizo.
Formó el último símbolo, con los dedos extendidos en forma vertical, entrelazándolos unos con otros juntando las dos manos. Un círculo reluciente se dibujó en el suelo con el mago Valdemar en el centro. Seguidamente, una potente luz iluminó al mago oscuro.
Valdemar empezó a gritar a pleno pulmón y su rostro se transformó en una mueca de puro dolor.
—¡¡¡Nooo!!! ¡¡¡Malditos!!! —Gritó.
La luz lo envolvió, un destello ardiente se propagó por toda la sala y tuve que desviar la vista de él. Agaché la cabeza hacia Jordi y nos cubrí con los brazos para protegernos a ambos. Unos segundos después escuché una explosión y tuve que mantenerme firme para no ser echada hacia atrás por la onda expansiva.
Después de un minuto que me pareció eterno, todo volvió a la normalidad.
Alcé la cabeza y vi a Valdemar tendido en el suelo, inmóvil, muerto. Laranar y Aarón se liberaron del hielo que les apresaba en ese instante. Miré a Dacio que se desplomó en el suelo respirando a marchas forzadas.
Hubo un momento de calma, cuando, de pronto, todo empezó a temblar y del techo empezaron a caer gigantescos bloques de hielo. El castillo se nos venía encima.
—Elegida, debes… coger… los fragmentos —me dijo Jordi en un último esfuerzo—. Cógelos, y… vence al resto.
Cerró los ojos y su cuerpo quedó inerte en mis brazos.
—¡No! ¡Jordi! ¡Jordi! —Le zarandeé para que volviera, pero de nada sirvió.
—¡Vamos Ayla! —Me gritó Laranar para hacerse escuchar en medio del terremoto envainando a Invierno—. Hay que salir de aquí.
—¿Y Jordi? —Pregunté, pero ya me obligaba a alzarme cogiéndome por los hombros—. No podemos dejarle.
—Está muerto —dijo Aarón dándome a Amistad, la envainé—, no podemos cargarle.
Me hubiera gustado negarme, pero en ese momento, un enorme bloque de hielo cayó directo a nosotros. Nos echamos a un lado, tirándonos al suelo. Y cuando volvimos nuestra atención a Jordi nos encontramos un enorme boquete, donde las aguas del lago hicieron acto de presencia. Todo se desmoronaba. No hubo rastro del soldado.
—Vosotros id a por los fragmentos —nos dijo Aarón, a Laranar y a mí. Me volví a colgar el fragmento en el cuello—. Yo despertaré al soldado Marco, está aturdido.
Miré al soldado que quedaba, estaba tendido en el suelo, recuperando en ese instante la conciencia. Laranar hizo que me alzara y, sosteniéndome por los hombros para no perder el equilibrio, nos dirigimos al cuerpo de Valdemar. Todo a nuestro alrededor era caótico, el suelo temblaba, las paredes se resquebrajaban, el techo se desplomaba…
—¡Cuidado! —Me detuvo, abrazándome, y acto seguido cayó un trozo del techo a tan solo un paso de nosotros. Volvió a tirar de mí en cuanto ya no hubo peligro y llegamos al mago Valdemar.
El rostro del mago oscuro estaba desencajado, ojos abiertos mirando al vacío y mandíbula torcida. Sus brazos estaban alzados, rígidos, como si hubiera intentado protegerse de algo o alguien. Pero lo más sorprendente fue verle todo en su conjunto, pues parecía que habían absorbido toda su energía secándolo como una pasa.
—¡Rápido Ayla! —Me apremió Laranar.
Fue un poco asqueroso recuperar los fragmentos de la barba del mago oscuro, pero en una situación en que todo se nos venía abajo no hubo tiempo para pensar en esos detalles. Recuperé cinco y los purifiqué de inmediato a medida que los fui tocando. Los guardé en el bolsillo de mi abrigo. En cuanto me alcé y di un paso atrás, el cuerpo de Valdemar se desintegró en cenizas para sorpresa de Laranar y de mí. Pero no nos entretuvimos en comentarlo, corrimos directos al grupo. De camino, vi cómo el espejo de Valdemar caía a las profundas aguas del lago.
Mejor, pensé, así nadie podrá utilizarlo nunca más.
En cuanto llegamos junto al resto, Aarón y el soldado Marco intentaban alzar a Dacio que estaba casi inconsciente. Alegra se tambaleaba insegura queriéndolos seguir al exterior del castillo. Al llegar junto a ella la ayudé a caminar, no estaba en condiciones de ir sola y menos cuando el suelo se tambaleaba. Laranar apartó a Marco de Dacio, pues mi protector tenía más fuerza física que el chaval, añadido a que el soldado presentaba una brecha en la cabeza y de haber sobrevivido alguien más le hubieran tenido que ayudar a él. Así que, entre todos, fuimos corriendo, apoyados los unos en los otros fuera del castillo. Chovi y Akila nos esperaban fueran, asustados por ver que todo caía.
Corrimos sin descanso por el lago, pues el hielo empezó a resquebrajarse por enormes brechas iniciadas en el castillo hacia todos los puntos del lago de Helder. Escuchamos un derrumbe parecido al sonido de un trueno interminable. Alegra y yo nos volvimos un segundo y comprobamos que el castillo de hielo se había desplomado y el lago lo engullía. Más brechas en el suelo se formaron alrededor y corrimos asustadas. No estaba segura de llegar a tiempo a la orilla pese a que la vimos en la distancia. Chovi era el primero del grupo, ¡cómo no!, ante todo ponerse a salvo después de quedarse durante toda la pelea mirando desde la puerta del castillo sin hacer nada. Si conseguíamos llegar hasta la orilla y no caer en el agua congelada ya le cogería, y sabría lo que es bueno.
Akila iba a justo a nuestro lado; Laranar con Aarón llevando a Dacio, justo dos pasos por delante de nosotras. De tanto en tanto mi protector se giraba para asegurarse que no nos demorábamos demasiado. Marco iba el último, un paso por detrás. Nos faltaba el aire a todos, era una carrera que parecía no tener fin. Y cuando solo quedaron unos pocos metros para alcanzar a la orilla, el hielo se partió en decenas de trozos y caímos a las aguas heladas de Helder. Por suerte, no era muy profundo a aquellas alturas, y solo nos empapamos de cintura para abajo. No obstante, gemí de dolor al notar como si una decena de cuchillos me atravesaran las piernas por lo helada que se encontraba el agua. A Alegra le ocurrió lo mismo, el único que no se mojó fue Chovi que llegó a la orilla antes que el suelo se partiera. Una vez pisamos tierra firme, Alegra y yo, nos dejamos caer de rodillas en el suelo, casi sin poder respirar. Mientras ambas recuperábamos el aliento, se nos fueron acercando habitantes de Helder para prestarnos su ayuda. Una mujer se acercó a Alegra y a mí, y nos ofreció una manta a cada una.
Me levanté a duras penas del suelo y busqué a Laranar entre toda aquella gente, lo localicé discutiendo con un aldeano que le insistía que cogiera una manta. Me lo quedé mirando, sonriendo y admirando lo bien plantado que era, aun y habiendo librado una batalla contra muertos congelados y un mago oscuro, sus cabellos desordenados no escondían su belleza. Llevaba a Dacio sujeto por el brazo y la cintura, impidiendo que se cayera, ambos habían luchado valientemente para defenderme. Aarón se encargaba de Marco, que estaba sentado en el suelo con una manta sobre sus hombros y un reguero de sangre bajándole por la cabeza. El general, por su actitud, intentaba animar al chico, presionando en la herida para cortar la hemorragia. Una mujer se les acercó a ambos para ofrecerles su ayuda.
—Ayla, gracias por ayudarme —me agradeció Alegra desde el suelo—. No lo hubiera conseguido sin ti.
—Hubieras hecho lo mismo por mí —respondí y la miré—. Voy un momento con Laranar, no te muevas, ahora vengo a por ti. —La dejé sentada y corrí hacia Laranar y Dacio. Mis piernas lo agradecieron, las tenía medio dormidas del frío que sentía—. ¡Laranar! ¡Dacio! ¡Lo hemos conseguido! —Exclamé contenta y me abracé a Laranar—. Hubo un momento que creí que moríamos.
—Pero, como siempre, lo has hecho muy bien —me respondió Laranar dándome un beso en el pelo. Lo estreché más junto a mí, yo no lo hubiera catalogado de muy bien, un chico de dieciséis años había muerto por mi ineptitud en dominar los elementos.
—¿A mí no me abrazas? —Me preguntó Dacio apartándome de mis pensamientos. Al mirarle vi que sonreía y le devolví la sonrisa.
—Bueno, creo que hoy te lo mereces —le contesté y le abracé—. Gracias por ayudarme.
—Es mi trabajo —dijo satisfecho—. Creo que le podría coger el gusto a esto —dijo refiriéndose al abrazo. Yo me reí colocándome a su lado para que se apoyara en mí y no tuviera que cargar todo su peso en Laranar.
—Dime, ¿cómo te encuentras? —Le pregunté mientras nos dirigíamos a la posada.
—Como si me hubieran dado una paliza —contestó riendo—. ¿Y Alegra?
—Pues está… —miré en dirección donde la dejé, pero había desaparecido—. Tiene las manos quemadas, pero se recuperará. La dejé ahí, ¿dónde habrá ido?
La buscamos entre todo el gentío que se reunió a nuestro alrededor. Varias personas empezaron a dirigirse a mí para darme las gracias por haber acabado con el monstruo del lago, a lo que tuvimos que corregirles confirmando que en realidad era un mago oscuro, inmediatamente me lo agradecieron con más énfasis.
—¡Mirad! ¡Está allí! —Nos señaló Dacio con la cabeza y localizamos a Alegra caminando dirección al pueblo, sola.
—¡Alegra! —La llamé, se volvió y esperó a que llegáramos a su altura. Por algún motivo su semblante era triste. Akila se encontraba a su lado como si el lobo supiera que algo le sucedía—. ¿Te encuentras bien?
—Sí, solo son las manos —las tenía alzadas a la altura del pecho.
Intentó sonreír, pero la sonrisa no le llegó a los ojos.
—No debiste detener ese ataque, podría haberte matado, ahora me siento culpable —le regañó Dacio.
—Unas quemaduras en las manos no son nada comparado con lo que te podría haber pasado a ti —le espetó Alegra, volviendo a su acostumbrado enfado con Dacio.
Dacio la miró fijamente y Alegra le aguantó la mirada, ambos parecían estar evaluándose mutuamente, pero, entonces, Dacio mostró una sonrisa dulce y encantadora provocando en Alegra el desconcierto. La Domadora del Fuego contuvo la respiración por unos segundos y se dio media vuelta mostrando desinterés por él.
Miré a Dacio que la observó fascinado, con un brillo nuevo en sus ojos. Seguidamente se desplomó y casi hizo que cayera al suelo no siendo capaz de aguantar su peso.
—Ayla, suéltalo —me pidió Laranar.
—¿Estará bien? —Pregunté preocupada, al ver que básicamente acababa de perder el conocimiento.
—Nada malo, solo está dormido —me respondió cargándoselo a los hombros como un saco de patatas—. Hay que ir a la posada, allí descansará y tú podrás cambiarte de ropa. No creas que no me he dado cuenta de que estás empapada y congelada.
Busqué a Aarón que llegaba acompañado de Marco, el muchacho estaba pálido.
—¿Cómo estáis vosotros? —Les pregunté sin dejar de dirigirnos a la posada.
—Yo estoy bien —me respondió Aarón.
—Yo solo tengo una herida en la cabeza que sanará, gracias por preocuparse —me respondió el soldado Marco.
—Gracias a ti y al resto de tu compañía por protegerme —respondí—. Siento… que Jordi y el resto de tus compañeros hayan muerto.
Negó con la cabeza.
—Con gusto hubiera dado mi vida también.
Aquellas palabras, aquella fe ciega en mí, resultaron demasiado dolorosas. No lograba comprender como chicos de dieciséis años hubieran estado tan dispuestos en salvar a alguien que ni siquiera conocían. Era la elegida, sí, pero una extraña para ellos al fin y al cabo.
Al llegar a la posada vi que Chovi ya estaba refugiado al lado del fuego y suspiré. Por más que le dijera continuaría siendo un cobarde. Así que me limité a ir a mi habitación, cambiarme de ropa y salir seguidamente de la posada, quedándome en el porche. Ya anochecía y el revuelo de nuestra vuelta se iba apaciguando, la gente volvía a sus casas, algunos comentando lo sucedido ese día. Me senté en el suelo, en una esquina y una lágrima apareció en mis ojos. Me abracé las rodillas y hundí mi cabeza en ellas, me sentía agotada.
—Ayla —me llamó Aarón al encontrarme de aquella manera. Alcé la cabeza al escucharle e intenté limpiar mi rostro de las lágrimas silenciosas que aparecieron sin saber el motivo—, ¿qué te ocurre? Deberías entrar, aquí fuera cogerás frío.
—Es solo que necesitaba estar un rato a solas —respondí, suspirando—. Pero ya estoy mejor. Demasiadas aventuras en un día.
—Arriba pequeña —me ofreció su mano para alzarme y juntos entramos en la posada. De inmediato noté el calor agradable de la chimenea que circulaba por toda la sala. Localicé a Laranar saliendo de nuestra habitación y sonrió al verme, pero luego se tornó serio al notar que había llorado. Se dirigió enseguida a mí.
—¿Estás bien? —Me preguntó pasando una mano por mi mejilla izquierda—. ¿Has llorado? Tienes los ojos rojos.
—Creo que ha sido por el miedo de hoy —le abracé, no lo pude evitar y él respondió a mi abrazo sabiendo que lo necesitaba.
Segundos más tarde nos retiramos levemente para vernos las caras, pero no dejamos de abrazarnos.
—¿Dacio y Alegra están bien? —Le pregunté.
—Dacio está dormido, le he curado unas quemaduras que tenía en el pecho y el rasguño del brazo. Alegra ya tiene las manos vendadas y descansa en la habitación.
Asentí y me retiré de él, sabiendo que no era apropiado que nadie nos viera tan juntos, pero Laranar cogió mi mano y me llevó al pasillo donde se encontraban las habitaciones de la posada para estar los dos solos.
—Quiero darte una cosa —dijo y sacó algo de su bolsillo—. No quisiste comprarla porque sé que te sientes mal gastando dinero de Launier, pese a que te he insistido que es tuyo, así que te la compré yo.
Abrió la palma de la mano y me mostró una fina pulsera de oro blanco.
—Laranar —nombré sorprendida. Era una de las pulseras que vi en las fiestas de Caldea de Roses. Aún recordaba la parada exacta donde la vi, como me la probé y cómo la dejé porque el dinero que disponía no era mío. Era fina y representaba una serie de hojas de árboles dispuestas una tras otra hasta crear una pulsera sencilla pero bonita—. Pero…
—Es tuya —la colocó en mi muñeca y cerró el cierre—. No te la había dado antes porque no está bien, pero… quería regalártela y ahora me ha parecido un buen momento.
Sonreí y le volví a abrazar.
—Te quiero —le susurré al oído—. Bésame, por favor.
Me miró a los ojos y le mantuve la mirada.
—Por favor, —supliqué.
Se inclinó a mí y me besó en los labios.
Un beso dulce y cargado de amor.
FIEBRE
Estaba pálida, mis ojos se habían hundido en sus cuencas enmarcados por unas grandes ojeras. Mi labio se encontraba hinchado con una herida sanguinolenta en el lado derecho. Presentaba rasguños por mejillas, frente y cuello. Mis ropas eran retales podridos…
Lloraba, llamando a Laranar, las manos estaban cubiertas de sangre, mi sangre…
Valdemar se presentó con su espejo…
—Este es tu futuro —dijo mirándome con odio—. Pronto, muy pronto serás nuestra…
Me senté en la cama de golpe, asustada, con el cuerpo temblando. Todo a mí alrededor estaba a oscuras. La tenue luz de la chimenea me dejó entrever las siluetas de mis compañeros dormidos en sus respectivas camas. Laranar y Akila no se encontraban en la habitación, aparte de eso todo estaba en calma.
Dejé escapar el aire de mis pulmones entrecortadamente, tranquilizándome. Solo había sido una pesadilla, y, para variar, una pesadilla no provocada por Danlos. Valdemar estaba muerto, yo misma vi cómo se desintegró al quitarle los fragmentos, pero… ¿Mi futuro oscuro era real? ¿De verdad acabaría como si alguien me hubiera dado una paliza y me encerrara sin comida ni agua en un agujero?
Me dejé caer en la cama. No podía preguntárselo a Laranar, se preocuparía de inmediato y lo que menos quería era añadir más agobio a su afán por protegerme. Me tendí a un lado y miré a Dacio, él me podría dar la respuesta. En cuanto se despertara y tuviera un momento se lo preguntaría. A fin de cuentas, antes de entrar en aquella cámara helada me advirtió sobre el espejo. Solo quería saber hasta qué punto sus predicciones se hacían realidad.
Cerré los ojos con fuerza, queriendo dormir pero, de pronto, un picor en la garganta hizo que empezara a toser sin poder parar. Antes de despertar a nadie, me fui fuera de la habitación tapándome la boca, y caminé hacia el comedor de la posada donde se encontraba Laranar, sentado en una silla con Akila durmiendo a sus pies. Enseguida se percató de mi presencia y frunció el ceño al verme. Carraspeé la garganta controlando la tos.
—¿Te encuentras bien? —Me preguntó de inmediato.
—Un poco de tos —carraspeé de nuevo.
Me senté a su lado, pensando que debía ser un aburrimiento pasarse noche tras noche vigilando sin nadie con quién charlar por ser el único que no necesitaba dormir.
Laranar me puso una mano en la frente y frunció el ceño. Me sorprendió ese gesto, pero le dejé hacer, sentía la cabeza embotada y no supe si era de la pesadilla o del constipado. La garganta también me dolía, no me dejó de doler desde que pasé aquella tormenta de nieve cuando llegamos a Helder.
—Estás caliente —dijo.
—No es nada, solo es cansancio —respondí no queriendo preocuparle.
—Entonces, ves a dormir, ¿qué haces despierta?
—Ya te lo he dicho, tenía tos —fue decirlo y darme otro ataque descontrolado de tos. Laranar se alzó enseguida y fue directo a la barra de la posada como si fuera suya. Rebuscó por todas partes, y no sé cómo lo hizo que me sirvió un vaso de leche caliente con un chorrito de miel, en unos minutos—. Gracias —dije bebiendo un sorbo, noté un alivio inmediato en la garganta y me calmó la tos.
—En cuanto te la hayas tomado vas directa a la cama —me ordenó—. Necesitas descansar después del enfrentamiento con Valdemar.
El recuerdo de la pesadilla que acababa de tener hizo que se me pusieran los pelos de punta, pero me bebí el vaso de leche y volví a la habitación diligentemente. Solo conseguí mantenerme en un duermevela con constantes imágenes de mí misma con la cara hecha un mapa.
Al amanecer me encontré como si me hubieran dado una paliza, me dolían los huesos, los músculos y tenía la cabeza muy espesa. La garganta continuaba igual de irritada y mi tos se intensificó, pero ya no tuve fuerzas para alzarme, salir de la habitación y no despertar a nadie. Así que me limité a hacer el menor ruido posible. Y después de unos minutos, una mano se colocó en mi frente y al abrir los ojos me encontré con Laranar. Alegra ya se levantaba para ver qué ocurría, la había despertado.
—Tienes fiebre —dijo sin ninguna duda—. Prohibido levantarte en todo el día.
—Vale —también estaba afónica y no pensaba discutir, no tenía fuerzas.
Laranar salió de la habitación, y Alegra se arrodilló a mi lado tomándome la temperatura pese a que tenía las manos vendadas.
—Debiste decirlo —me regañó.
—No creí que me pusiera tan mala —respondí casi sin voz—. Laranar me preparó un vaso de leche a medianoche y me ayudó a calmar la tos.
—Bueno, ahora descansa y no hables.
Cerré los ojos de nuevo.
Un momento después alguien me puso un paño humedecido en agua fría en la frente y vi que era Laranar. Trajo una palangana y todo para atenderme.
—Descansa —me pidió—. Alegra te preparará una infusión de hierbas para la fiebre y el dolor de garganta.
—Tengo frío —dije, tosiendo de nuevo.
Noté que la cabeza estaba punto de explotarme.
—Es normal que tengas frío, da la sensación que cada vez estás más caliente —me tocó las mejillas, preocupado—. Debí estar más pendiente, después de todo lo que has pasado estos últimos tres días con el frío, la tormenta de nieve y el baño que tuviste en las aguas heladas del lago, tuve que imaginármelo.
—Laranar, no te mortifiques —le pedí—. Solo es un constipado, sobreviviré.
Me quedé dormida mientras hablaba.
La oscuridad se hizo presente. Su respiración, como de costumbre, se agitaba en mi pelo, y sentí su presencia hostil a mi espalda. El frío, inseparable en aquella sala de negrura infinita, hizo que mi cuerpo temblara involuntariamente.
—¿Disfrutando de tus últimos días? —Me preguntó—. Tengo entendido que por los parajes por donde andas el clima ha cambiado radicalmente, y hace muuucho frío.
Su risa siniestra inundó el espacio vacío donde nos encontrábamos. Pero lejos de intimidarme, comprendí que el mago oscuro aún no sabía nada de la muerte de Valdemar.
—Te equivocas —respondí—. Después de acabar con Valdemar el clima ha vuelto a ser otoñal, así que…
Me cogió de un brazo y me dio la vuelta de golpe. Su rostro estaba escondido bajo una capucha, pero pude entrever algo. Sus ojos rojos ardiendo como el fuego, y su pelo alborotado, como…
Abrí los ojos de golpe y me encontré a Dacio de frente, serio. Parpadeé dos veces, la imagen del mago oscuro se mezcló con la de Dacio y perdí cualquier punto de referencia para distinguir cómo era físicamente Danlos. Fue tan rápido que no pude guardar nada en mi memoria.
—Ayla —la voz de Laranar sonó detrás de mí y le busqué sin levantarme de mi cama. Apartó a Dacio de inmediato y me tomó la temperatura—. La fiebre te ha bajado —dijo con alivio—. Te pondrás bien.
—Ayla —Dacio quiso volver a coger su espacio, pero mi protector era testarudo y tuvo que rodear la cama para colocarse en el lado contrario—, tenías una pesadilla, ¿verdad? He notado magia alrededor tuyo.
Me incorporé, sentándome en mi cama, y un paño cayó de mi frente.
Solo nos encontrábamos nosotros tres en la habitación, el resto estaría por alguna parte de la posada o de Helder.
—Creo que acabo de cabrear a Danlos —dije devolviéndole el paño a Laranar—. Le he informado de la muerte de Valdemar y se ha enfurecido.
—Me alegro que le enfadaras, pero la próxima vez no le informes de nada —me pidió Dacio—. Cuanto menos sepan de nosotros y lo que hacemos, mejor. Piensa que podríamos haber tenido unos cuantos días de ventaja antes que se enteraran de la muerte de Valdemar. Ahora, ya estará maniobrando su próximo plan.
—¡Oh! Lo siento —dije, sin haber caído en ese detalle—. No volverá a ocurrir.
—No pasa nada —Laranar me dio un beso en la frente—. Ahora ya estás mejor, dentro de tres días creo que podremos partir.
Asentí.