Las sinceras palabras del escultor toledano fueron más que animosas y no dejaron resquicio alguno sobre la impresión que le había dejado el cuadro.

—Es un alarido que te atrapa desde el primer momento. Luego se aloja en tu interior y resulta imposible ignorar la energía que desprende. Y en cuanto al estilo, es algo único, muy original. Causará sensación en la Exposición, y nos apagarás a los demás, Pablo.

Alberto Sánchez había tenido tiempo de estudiar la pintura a fondo; llevaba más de una hora esperando la llegada de su amigo. Se había ofrecido para ayudar en el traslado. Pablo confiaba en él para esa o cualquier otra tarea.

En el interior del granero se hallaba también el señor Vidal y cuatro mozos fornidos.

Hizo las últimas comprobaciones sobre el estado de la pintura y, pasados unos minutos, dio su conformidad para que la tela fuera desprendida del bastidor. El desmontaje resultó delicado, un trabajo complejo; hubo que hacerlo con sumo cuidado y sin acelerarse.

Marcel, Jaime y Alberto subieron del Catalán bocadillos y bebidas para todos debido a que el proceso se alargaba.

Pasadas las cuatro de la tarde, Vidal bajó hasta el estudio para confirmar al pintor que el cuadro estaba perfectamente cargado en la camioneta y que podían partir hacia la Exposición Internacional. Pablo le entregó en ese instante un rollo de papel.

El Guernica de Picasso.

—Es para ti.

El semblante del oficial reflejó la emoción, apartando el cansancio que había supuesto la complejísima operación para trasladar una obra de dimensiones poco frecuentes. Desenvolvió el rulo y en sus ojos se hizo patente el entusiasmo que le producía aquel regalo tan especial. Era un dibujo a lápiz, pastel y aguazo gris del rostro desencajado de una mujer.

—Me recuerda mucho a las figuras del cuadro. ¡Y además me lo ha dedicado! No sé cómo agradecérselo.

—Sencillo. Con lo que haces siempre, cumpliendo con un excelente trabajo.