El sábado hubo reunión en el Café de Flore.
El cuadro estaba prácticamente acabado. Para celebrarlo, Pablo quiso congregar en el café-restaurante a las personas que habían seguido su proceso y eran partícipes, en cierta medida, de su propia existencia. Lamentó que no pudieran sumarse Juan Larrea, Josep Lluís Sert y Alberto Sánchez. Disculparon su presencia después de pasarse por Grands-Augustins, a primeras horas de la mañana, para ser testigos aventajados de la finalización de la obra que iba a presidir el recibidor del edificio español en el evento internacional. De la conversación que mantuvo con los tres amigos, durante su visita al granero, extrajo algunas ideas que pondría en práctica al día siguiente. El domingo 30 era la fecha que él había establecido como límite para dar las pinceladas definitivas al Guernica porque, de no cumplirse ese plazo, no habría tiempo para su completo secado, indispensable para su traslado hasta el Trocadero, el escenario de la exposición.
La mayor sorpresa fue la ausencia en el Café de Flore del embajador Luis Araquistáin. Enfrascado en el trabajo, aislado del mundo en el granero, no estaba al corriente de los últimos acontecimientos ocurridos en España.
—La dimisión del jefe del Gobierno, de Largo Caballero, estaba anunciada; era algo inevitable —dijo Pepe Bergamín.
—Desde luego. Después de los enfrentamientos y luchas callejeras en Barcelona entre estalinistas y antiestalinistas que dejaron un saldo tan numeroso de víctimas era previsible; ha sido un fracaso del Gobierno —ratificó Max Aub.
—La caída del primer ministro ha sido celebrada y apoyada por el partido comunista, que perseguía el control del Ejército, a lo que se oponía y con razón Largo Caballero, a pesar de que este siempre vio con buenos ojos el respaldo ruso —argumentó Sabartés—, de la misma manera que rechazó la disolución del POUM como pretendían los comunistas para hacerse dueños de la izquierda.
El comentario del catalán produjo un largo silencio y miradas cruzadas entre los comensales. Finalmente, fue Bergamín quien tomó la palabra.
—De cualquier manera, su mayor enemigo lo tenía cerca, era Indalecio Prieto y sus secuaces. Prieto siempre lo consideró un incompetente.
—¿Quién ocupará su puesto? —preguntó Pablo.
—El doctor Negrín —dijeron casi al unísono Bergamín y Aub.
—La unidad de esfuerzos es esencial y no se comprende cómo hemos llegado a esta situación; hay demasiada ceguera en los enfrentamientos de carácter político, cuando lo único que debería importar es derrotar a los rebeldes golpistas y restaurar la legalidad republicana —reflexionó Sabartés con gravedad.
Pablo apenas probó bocado y terminó por prestar escasa atención al debate, dejando vagar su mente entre el animado público que se congregaba en el local. La noticia de la dimisión de Largo Caballero le había afectado mucho. Últimamente llegaban procedentes de España pocas que fueran esperanzadoras, lo que no significaba que se hubiera acostumbrado a recibirlas fríamente debido a la distancia y a la acumulación de informaciones negativas.
—Imagino cómo debe estar Luis —comentó pasado un rato de distracción—. Él tenía bastante ilusión con el pabellón, por lo que supondría para transmitir el mensaje de la resistencia y concitar apoyos.
—Ha renunciado al puesto de embajador y no ha perdido ni un minuto en regresar a España para unirse a su amigo y mentor. En estos momentos tan críticos, Largo necesita cerca personas de la talla de Araquistáin.