El viernes lo dedicó a revisar meticulosamente el resultado del Guernica encerrándose en el granero, tras pedir a Sabartés y a Dora que le dejasen a solas durante toda la jornada, por lo menos hasta bien entrada la noche. A lo largo de la mañana permaneció un buen rato acurrucado en el banco, fumando sin parar un cigarrillo tras otro intentando calmar la inquietud que le mantenía nervioso sin saber muy bien cuál era el motivo. Decidió construir con hojas de papel ligero figuras tan frágiles como alas de mariposa, lo que le permitió relajarse. Algunas de las alas las hacía revolotear por el aire del desván, otras las fue arrojando por una de las ventanas mientras permanecía acodado en la barandilla prendado con sus evoluciones hasta que se posaban en los adoquines del patio. Fue alternando el juego con la contemplación del cuadro.

Por fin, más tranquilo, llegó la hora de preparar las mezclas de pinturas, coger los pinceles y un tiento. Escuchó a un grupo de chicos que daban voces en la calle, o quizá desde el muelle; el viento traía hacia lo alto el sonido de los muchachos potenciando su eco. Le resultaba agradable y, si hubiera podido, habría salido a dar un paseo por las cercanías del río para envolverse en el murmullo sugerente de su caudal y en el de las gentes que paseaban por las calles. Pero no era el momento de desligarse de lo fundamental.

Había decidido corregir la figura del hombre-guerrero situado en primer término, después de estudiar su posición y volúmenes. Lo había ido dejando para el final, entre otras razones, por el desgaste físico que representaba tener que abordar la solución en cuclillas.

Modificó por completo la cabeza del hombre para que su posición boca arriba no resultara forzada; era la única figura del cuadro que no lo hacía, como resaltó el novicio Iñaki Arrazola al referirse a la disposición de las imágenes. Perseguía con el cambio que la figura quedase relacionada con el resto. El corte del cuello quedó completado y definido dando la impresión de ser una estatua, al igual que el brazo derecho desmembrado y desprendido de un cuerpo ahora inexistente. Esa zona del cuadro adquirió así mayor transparencia. Había delineado además las patas del caballo con más visibilidad, con lo que logró una perspectiva tridimensional que partía de la cabeza del degollado y profundizaba, por detrás del toro, en la mesa donde se apoyaba el pájaro.

A continuación, se dispuso a aplicar una técnica de rayado que consideraba fundamental para destacar el cuerpo del caballo rodeado de luces y formas que habían reducido su presencia y añadido confusión. Consistía en una especie de punteado que imitaba los papiers collés, tan utilizados por él en el período cubista. Buscaba con esa técnica resaltar la figura central del Guernica y dotarla del relieve preferente. Mientras llevaba a cabo ese trabajo subido en lo alto de la escalara, resbaló y se fue contra el suelo.

Quedó algo magullado, pero ileso, con un bote de pintura gris desparramado por toda su ropa. Sintió rabia porque el incidente retrasaría la operación que había iniciado y necesitaba bastante tiempo para completar la reproducción con pincel del papier collé.

De repente, la puerta se abrió. Era Inés. Se disculpó al mismo tiempo que se alarmaba al encontrarle en un estado lamentable. Había sido enviada por Sabartés, contraviniendo su petición de dejarle tranquilo, para traerle algo de comer, su quiche favorita de verduras, y conocer si necesitaba alguna cosa, lo que resultaba evidente viéndole derrumbado en el suelo empapado de pintura y con un aspecto penoso.

—Bueno, has llegado en el momento más oportuno —dijo él para recibirla. Ella sonrió de inmediato alejando las señales de alarma que se dibujaron en su rostro nada más entrar.

La asistente bajó corriendo al estudio para preparar el baño y un juego de ropa limpia, mientras Pablo arreglaba el estropicio para evitar resbalar cuando volviera al trabajo.

Con la ayuda de Inés, todo había vuelto a la normalidad en menos de una hora y él se encontraba completamente repuesto del incidente. En su fuero interno agradeció que la asistenta se hubiera presentado en Grands-Augustins. Sabartés casi siempre daba en la diana.

Dedicó gran parte de la tarde a ultimar la definición del equino haciendo uso del minucioso rayado de su cuerpo.

Afinó después los rayos del sol-lámpara al proyectar sus sombras y reducir su excesivo resplandor.