Los rostros de las mujeres que había utilizado para el Guernica le resultaban tan sugerentes que a partir de ellos trazó varios dibujos en los que adoptaban una expresividad y un dramatismo más acusados. Eran imágenes vigorosas, con ácidas lágrimas quemándoles la piel, erosionando el rostro con heridas incisivas, imágenes que difícilmente podían encajar en el conjunto del mural.
Dora Maar, de alguna manera, también figuraba en esos bocetos. En las marcas sutiles que tenía su amante en la piel de su cara, él descubría en muchos momentos tragedia y sufrimiento; incluso lo percibía en los instantes de culminación sexual con ella. Dora poseía unos labios perfectos y, sin embargo, en su boca siempre había tensión y una mueca de tristeza. Su mirada era profunda, acuosa y, a ratos, de vértigo; las líneas de su rostro resultaban duras, excesivamente acentuadas para una mujer.
Pero era bella, de una entrega y pasión que le mantenía despierto, más estimulado y vivaz de lo que había estado con otras mujeres.
En algunos ratos de reposo, y especialmente el jueves 27 de mayo, realizó varios dibujos explorando las posibilidades que ofrecían las imágenes de las mujeres representadas en el Guernica. Las fue recreando con los ojos más arremolinados, con facciones desencajadas por el dolor y el sufrimiento. Hizo lo propio con la maternidad, llevando el drama hasta el paroxismo al deformar la cabeza de la madre y dotarla de incuestionable delirio expresionista. Necesitaba proyectar esas figuras sobre el papel, sacarlas de su mente; al brotar hacia el exterior conseguía desahogarse, sublimar la tensión que se arremolinaba dentro de su ser dolorido por los acontecimientos de su patria desangrada.