Subió al granero una hora más tarde; se había duchado y vestía un traje gris, casi recién estrenado, camisa del mismo tono, corbata a cuadros rojos y blancos, y tenía repeinado su largo mechón a la izquierda de la frente, desprendido como una catarata. Entre sus labios sujetaba un habano imponente cuyo aroma se esparció por toda la sala.

—De los americanos —descubrió Sabartés, sentado en el banco junto a Max y Dora.

—En efecto, tenía la caja abajo.

El día anterior había recibido en el estudio de abajo, a primera hora, a tres críticos de arte estadounidenses; dos eran de Filadelfia y el otro de Nueva York. Uno de ellos, el neoyorkino, agradeció la visita con los puros cubanos. Habían aguardado desde el sábado hasta que Sabartés le convenció para que aceptase el encuentro. Picasso puso una condición: que no subieran al granero; pretendía evitar que más personas, y sobre todo ajenas al compromiso que tenía con el pabellón, conocieran la obra sin terminar.

Hacía calor a pesar de que todos los ventiladores estaban en funcionamiento. Marcel se había adelantado y recogía los útiles de pintura que estaban desparramados ante el lienzo. Solía hacerlo cuando no quedaba nadie en el lugar. Probablemente, pensó Pablo, Sabartés se lo había ordenado a la vista del descomunal estropicio de tubos de pintura sin cerrar, frascos, botes, papeles, trapos o pinceles que había por el suelo. Pablo se puso a ayudarle con la intención de colocar las cosas donde más le convenía; muy cerca se encontraban Juan Larrea y José Bergamín. Hablaban de las figuras del cuadro.

—El caballo representa a los fascistas —apuntaba Juan.

—Yo pienso que nos muestra al pueblo que brama de dolor, atravesado por una pica, con la lengua fuera como un puñal, sin aire, ahogándose —argüía Bergamín.

—A mí me cuesta creer que ese pueda ser su significado —objetó el poeta vasco.

—De cualquier manera, los elementos de la corrida son evidentes, al igual que su significado real. Por un lado, el toro, bravo y salvaje. Y del otro, el caballo, la gracia y la inocencia.

—Pero también el toro, Pepe, forma parte del pueblo por su capacidad para resistir.

—Y por su brutalidad —concluyó Bergamín.

Los dos hombres se habían topado con un callejón sin salida debido a sus posturas difíciles de conciliar. Decidieron pedir auxilio.

—Te lo rogamos, Pablo. A pesar de que no te gusta explicar lo que haces, dinos al menos lo que simbolizan el caballo y el toro en esta pintura; el resto resulta más evidente.

El planteamiento lo hizo Juan con sus modélicas maneras y con la ávida curiosidad de sus ojos. Especuló sobre el hecho de que al poeta cada día se le afilaba más el rostro y se ampliaban las entradas del pelo. No, no debía pasarlo bien en aquellas fechas tan complicadas, aunque eran mucho peor para los españoles que permanecían al otro lado de la frontera. Resultaba evidente que algunos reflejaban más en su cara las angustias y dificultades de aquellos meses, tal era el caso del vasco.

—Poco puedo aportaros —expresó con una agradable sonrisa—. El toro es un toro, el caballo es… un caballo. Os preguntáis por los símbolos, no es preciso que hayan sido creados con alguna intención por el artista plástico. De otro modo sería mejor escribir de una vez lo que se quiere decir, en vez de pintar. Que cada cual lo interprete como quiera. En el cuadro podéis ver personas, niños y animales destrozados, víctimas de la guerra, de la locura espoleada por los hombres; eso es todo lo que os puedo decir.