Los refinados modales de Éluard nunca resultaban excesivos y estaban adornados por una belleza interior que encandilaba a Picasso. A su lado, llegaban a diluirse algunas de las incertidumbres en las que, de tarde en tarde, caía el pintor, de tal manera que siempre que podía aceptaba su invitación para encontrarse con él. Éluard era la luz, el placer de vivir, el optimismo y la voluntad, así es como lo apreciaba el español. Y el poeta describía a Picasso como alguien capaz de multiplicar el resplandor. De lo que no había duda era del mutuo aprecio que sentían el uno por el otro. La amistad se extendía a Nusch, su mujer. La complicidad entre los tres era estrecha e íntima, manifiesta cuando estaban juntos con alguien de confianza, momento en que daban pábulo a muchas habladurías.

Con Paul, el pintor mantenía conversaciones profundas sobre la vida, el arte y la poesía. Dora recordaba una reciente sobre las semejanzas entre la obra de Picasso y su relación con la poética. Paul Éluard había ofrecido, el año anterior, varias conferencias en España sobre el alcance de la pintura picassiana, interpretándola en clave poética, algo que había entusiasmado a su amigo.

—Hablé también de las semejanzas y de la importancia que desempeñan en tu pintura —subrayó Éluard.

—Yo las llamo asonancias y, por supuesto, las utilizo con frecuencia para que armonicen y equilibren el conjunto. Están en la mayoría de mis cuadros, desde luego. En Les demoiselles d’Avignon, por ejemplo, y especialmente en los trabajos cubistas. El ojo las percibe y envía a la mente esos ritmos sonoros obtenidos con la forma y el color, porque la pintura es poesía y siempre se escribe en verso con rimas plásticas, nunca en prosa —explicó Pablo.

La relación que tenía con Nusch era diferente; cuando estaban en público era contenida, había respeto y distancia forzada entre los dos, aunque en el ámbito privado se detectaba una corriente de excitación al cruzar sus miradas. Éluard parecía disfrutar con esa complicidad entre su mujer y su amigo. Nusch era una persona delicada y había salvado al poeta de una alarmante depresión tras su desgraciado matrimonio con Gala, que le abandonó para marcharse con Salvador Dalí.

Durante el último verano, en Mougins, cerca de Cannes, donde Paul y Nusch tenían su refugio, ellos fueron testigos de cómo se iniciaba la relación entre Pablo y Dora. Así fue como la nueva amante se incorporó plenamente al grupo. Desde entonces, los cuatro se veían con frecuencia y ya habían hecho planes para pasar todos juntos en Mougins algunas semanas.