Durante la mañana del viernes, había revisado las imágenes creadas por él en un ejemplar de La obra maestra desconocida, escrita por Honoré de Balzac, que tenía en La Boétie. Hacía diez años que las hizo para Vollard, pero allí permanecían incólumes sus paradigmas, sus pesadillas reflejadas en los primeros aguafuertes que grabó para el editor. Por entonces, acababa de conocer a Marie-Thérèse y estaba ilusionado con la que se convertiría en su nueva modelo y amante. Inspirado en el relato de Balzac, dibujó en las planchas a un pintor que pretendía descifrar el arcano de la naturaleza, intentando apresar la belleza a través de una mujer. Era algo que le incitaba de continuo. Recientemente había hecho varios dibujos con el mismo motivo y hasta pensó que podía ser el argumento de su mural para el pabellón español.
El diálogo íntimo en el taller entre el pintor y la modelo se repetía en los grabados para el libro de Balzac, salvo en dos planchas que mostraban las formas de un toro y un caballo, como señales palmarias de su propia poética, la más enraizada en su médula. Aquella pugna entre los dos animales, entre instinto e intelecto, entre la oscuridad y la luz, eran importantes en su vida y en sus anhelos como hombre y artista. En efecto, el toro y el caballo, figuras nucleares en su creación, constituirían el foco que iluminaría su próxima obra. También tenía que ser perfecta, superar a la realidad…
En esta ocasión se creía obligado a culminar un conjunto plástico que conmoviera a muchas personas con un lenguaje lo más asequible posible, traspasando el aspecto externo de las formas y de las imágenes. Y debía hacerlo sin descanso ni tiempo para la reflexión en el piso alto de Grands-Augustins, situado en el sobrado del edificio central del palacete. Estaba convencido de que, como advirtiera Sabartés, suponía un reto, algo excepcional en su trayectoria.
Marcel comprobó, cuando fueron al granero a tomar medidas del lugar, que el lienzo no podía alcanzar las dimensiones exigidas y que sería preferible trasladarse al propio pabellón si era necesario encajarlo en un espacio concreto. Pero él decidió pintar allí el mural a pesar de que habría que colocar el bastidor algo inclinado para aproximarse a la altura del recibidor donde sería expuesto. Precisaba trabajar en el desván por su excelente iluminación y con el telón de fondo de los tejados de París.
Antes de salir a tomar algo por la noche con Sabartés en el Café de Flore donde les esperaban varios compatriotas, había dado un repaso a los periódicos. En todos ellos y en las crónicas sobre el bombardeo aparecían varias fotografías que permitían hacerse una idea sobre lo que había supuesto la destrucción llevada a cabo por la aviación alemana. La descripción de los corresponsales era sobrecogedora: «Encontré mujeres ensangrentadas y vociferantes, algunos supervivientes daba la impresión de que habían enloquecido, la destrucción de un lugar de tanta invocación para los vascos se había efectuado con saña y con armamento capaz de arrasar indiscriminadamente a las personas y los edificios. Aquel día de mercado se pretendía reducir Guernica a escombros y esparcir el terror en todas direcciones…».
Fue interrumpido por el secretario mientras recomponía e intentaba recrear en su mente las imágenes del espanto y, a partir de las mismas, transplantar al papel el sentimiento que le generaban. Le llamaba al teléfono Louis Aragon y, salvo que estuviera muy concentrado en una tarea o descansando, solía atenderle, a pesar de que en esta ocasión dedujo lo que le iba a proponer:
—Te supongo suficientemente enterado —oyó al otro lado del auricular la profunda voz del poeta, miembro del Partido Comunista Francés y director de Ce Soir—. Los testigos dicen que allí ha tenido lugar un ensayo en toda regla de los alemanes con más de cuarenta bombarderos y varios cazas, con el beneplácito sin duda de los fascistas, para experimentar la aniquilación desde el aire de un enclave civil y de su población. Me han dicho que aprovecharon la presencia en Bilbao de varios corresponsales británicos para realizar la operación con la idea de que tuviera mayor difusión y mostrar al mundo su poderío aniquilador. Una tercera parte de los habitantes de Guernica han fallecido o están gravemente heridos. Nos estamos jugando mucho en España y hay que actuar, Picasso; debemos responder como sea ante esa acción criminal. Y tú, con tu extraordinaria capacidad creativa, debes expresar el repudio ante una brutalidad tan enorme. De lo contrario, estaríamos perdidos…
Desconocía si era por propia iniciativa, o sugerida por otras personas; el hecho es que Aragón no se anduvo con sutilezas y culminó su acalorada descripción de lo ocurrido urgiéndole para que se pusiera manos a la obra con el cuadro para el pabellón, que debería plasmar como argumento indiscutible aquella tragedia.
Escasamente satisfecho con la respuesta del pintor, Aragón insistió:
—¡No puedes decir que lo estás pensando! Sería imperdonable, y nadie entendería que no llegaras a tiempo con el mural, o que tuviera un asunto diferente.