El estudio-taller tenía para Pablo la consideración de un templo en el que se celebraba, en la más absoluta intimidad, la ceremonia sagrada de la creación; el lugar donde se conjugaba el fructífero e iniciático diálogo entre el pintor, los modelos y la superficie neutra, vacía, sobre la que se plasmaría una nueva realidad, fruto de la búsqueda de la perfección, incluso más perfecta que la propia vida. El arte debía vencer a la realidad.
Cuando conoció la aristocrática residencia de Grands-Augustins y subió por la escalera sombría, semicircular y bastante empinada por la que se llegaba a lo alto del pabellón lateral del conjunto señorial, sintió un vuelco en el corazón: en aquel lugar, exactamente en esa misma zona del edificio, tuvo lugar el primer encuentro de Frenhofer con François Porbus y Nicolas Poussin, tal y como lo describiera Balzac:
Una fría mañana de diciembre, un joven muy modestamente vestido deambulaba ante la puerta de una casa situada en la Rue des Grands-Augustins. Tras caminar largo rato por aquella calle con la irresolución de quien no osa presentarse en casa de su primera amante, por muy dispuesta que ella esté, acabó traspasando el umbral de aquella puerta y preguntando si el maestro François Porbus se hallaba en casa. Al responderle afirmativamente una anciana que estaba barriendo una sala de la planta baja, el joven subió con lentitud la escalera, deteniéndose en cada peldaño, cual cortesano neófito preocupado por la acogida que le dispensará el rey. Cuando llegó a lo alto de la escalera de caracol, permaneció un instante en el rellano, sin atreverse a tocar la grotesca aldaba que adornaba la puerta del taller donde probablemente estaría trabajando el pintor de Enrique IV, a quien María de Médici había relegado para otorgar su favor a Rubens.
La novela de Balzac Le chef-d’oeuvre inconnu le había fascinado al leerla por primera vez. El protagonista de la historia, el maestro Frenhofer, pintor imaginario del siglo XVII que en el relato sube las escaleras del estudio de Porbus, revela a sus colegas, el aprendiz Poussin y el propio Porbus, que lleva diez años trabajando en una obra maestra que representa a una mujer de impecable belleza. La misión del arte, les dice, no es copiar la naturaleza, sino expresarla; por eso el artista es un poeta, concluye. Frenhofer busca el absoluto y en esa búsqueda termina por enloquecer, hasta el extremo de crear y destruir la obra maestra, para morir él después.
Pablo había ilustrado esa historia con varios aguafuertes, a petición de Ambroise Vollard, marchante y editor de libros de lujo para coleccionistas, para quien grabaría, asimismo, la llamada Suite Vollard, cien cobres con diversidad técnica entre los que destacaba como asunto la relación entre el artista y la modelo y algunas planchas con el Minotauro. En los dos trabajos para Vollard mostraba su interés por ahondar en la creación artística a través de la relación-conectividad entre el pintor y sus modelos. Y al igual que el personaje central de Balzac, la forma como vehículo para transmitir ideas y sensaciones en un ámbito poético obsesionaba a Pablo.
Era en el taller, espacio misterioso y secreto, donde se lograba la transformación de la realidad. Cuando Pablo vio el estudio en el que se desarrollaba el relato de Balzac, pensó en su buena estrella y se trasladó allí inmediatamente.