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Aquélla era, evidentemente, otra de las bromas de Swamiji.

Conque querías ser Esa Chica Tan Callada, ¿eh? Pues mira por dónde…

Pero estas cosas siempre pasan en el ashram. Tomas una decisión fundamental sobre lo que quieres hacer, o cómo quieres ser, y entonces se producen una serie de circunstancias que te indican al instante lo poco que te conocías a ti misma. No sé cuántas veces lo habrá dicho Swamiji a lo largo de su vida ni sé cuántas veces lo habrá repetido mi gurú desde que él murió, pero da la sensación de que aún no he asimilado la verdad de su afirmación más pertinaz, que es:

«Dios vive en ti, forma parte de ti».

Está en ti.

Si este yoga tiene una verdad sagrada, está encapsulada en esa frase. Dios vive en ti como vives tú y es exactamente como eres tú. No tiene ningún interés en verte montar un número ni en que cambies de personalidad porque tienes una idea peregrina sobre el aspecto o la conducta de una persona espiritual. En el fondo todos pensamos que, para ser sagrados, tenemos que cambiar radicalmente de personalidad, renunciando a nuestra individualidad. Éste es un clásico ejemplo de lo que en Oriente se denomina «pensar equivocadamente». Swamiji decía que los partidarios de la renuncia logran encontrar todos los días algo a lo que poder renunciar, pero suele ser la depresión, no la paz, lo que logran. Siempre insistía en que la austeridad y la renuncia, por las buenas, no tienen ninguna eficacia. Para conocer a Dios sólo hay que renunciar a una cosa: a la sensación de que Dios es independiente de nosotros. Por lo demás, debemos conservar nuestra esencia, nuestra personalidad natural.

¿Y cuál es mi manera de ser natural? Me encanta estudiar en este ashram, pero mi sueño de hallar la divinidad deslizándome silenciosamente por todas partes con una sonrisa etérea y dócil… Pero ¿ésa quién es? Pues será alguna tía a la que he debido de ver en un programa de televisión. Lo cierto es que me da un poco de pena tener que admitir que nunca seré ese personaje. Siempre me han fascinado esas almas sutiles, espectrales. Siempre he querido ser la chica silenciosa. Precisamente porque no lo soy, claro. Por eso me parece tan bonito el pelo oscuro y voluminoso. Precisamente porque no lo tengo ni lo voy a tener. Pero en algún momento de tu vida tienes que reconciliarte con lo que te han dado y si Dios hubiese querido que yo fuera una chica tímida de pelo oscuro y voluminoso, me habría hecho así, pero el caso es que no lo hizo. Por tanto, quizá sea práctico aceptarme tal y como soy y encarnarme plenamente en mi cuerpo.

O como dijo el filósofo Sexto el Pitagórico: «El hombre sabio siempre se parece a sí mismo».

Pero no por eso voy a dejar de ser una mujer religiosa. No por eso voy a dejar de arrullarme y humillarme ante el infinito amor de Dios. Ni voy a dejar de servir a la humanidad. Ni me va a impedir mejorar como ser humano, perfeccionar mis virtudes y trabajar a diario para minimizar mis vicios. Por ejemplo, nunca voy a ser la sosa de la fiesta, pero eso no significa que no pueda replantearme seriamente mi manera de hablar y procurar cambiar a mejor, trabajándomelo desde dentro. Sí, me gusta hablar, pero no tengo por qué decir tantos tacos ni tengo por qué buscar la risotada fácil ni tengo por qué pasarme la vida hablando de mí misma. Y puedo plantearme llevar a cabo algo verdaderamente radical. ¿Qué tal si dejo de interrumpir a los demás cuando hablan? Porque puedo intentar darle una justificación creativa, pero la interpretación pura y dura es ésta: «Estoy convencida de que lo que yo digo es más importante que lo que dices tú». Y detrás de eso sólo hay una explicación posible: «Estoy convencida de que soy más importante que tú». Y eso no puede ser.

Sería útil incorporar todos estos cambios. Pero aunque modifique razonablemente mis hábitos conversacionales, es probable que jamás se me llegue a conocer como Esa Chica Tan Callada. Por mucho que me guste esa imagen y por mucho que me esfuerce, eso no va a pasar. Porque seamos sinceros a la hora de reconocer las cosas. Cuando la señora del departamento de Seva me contó que mi nuevo cargo era el de coordinadora social, me dijo: «A la persona que ocupa este puesto la llamamos Susanita la Simpática, porque tiene que ser muy sociable y dicharachera y sonreír sin parar, ¿sabes?».

¿Que si lo sabía?

Le di la mano, me despedí en silencio de la vana ilusión de convertirme en una mujer discreta y anuncié solemnemente:

—Señora, soy justo lo que andan buscando.