Voy aprendiendo unas veinte palabras italianas al día. Me paso el tiempo estudiando, repasando mis tarjetas de vocabulario mientras paseo esquivando a los peatones locales. ¿Cómo puedo tener espacio en mi cabeza para almacenar tantas palabras? Ojalá mi cerebro haya decidido deshacerse de las ideas trasnochadas y los recuerdos tristes y los sustituya por estas palabras tan nuevas y relucientes.
Me curro mucho lo del italiano, pero espero que un día se me muestre de golpe, entero y verdadero. Un buen día abriré la boca y sabré italiano como por arte de magia. Entonces seré una auténtica chica italiana en lugar de una americana que al oír a alguien llamar a gritos a su amigo Marco por la calle siempre quiere completar el nombre gritando «¡Polo!». Estoy deseando que el italiano me tome al asalto, pero es un idioma lleno de chapuzas. Por ejemplo, ¿por qué las palabras italianas equivalentes a «árbol» y a «hotel» (albero y albergo) se parecen tanto? Por eso me paso la vida diciendo a la gente que me crié en «una granjahotel de Navidad» en lugar de darles la descripción auténtica y ligeramente menos surrealista: «una granja de árboles de Navidad». Y, además, hay palabras con significados dobles y hasta triples. Por ejemplo, tasso, que puede ser «tasa de interés», «tejón» (un animal) o «tejo» (un árbol). Dependerá del contexto, supongo. Pero lo que más me molesta es dar con ciertas palabras italianas que son —me cuesta decirlo— sorprendentemente feas. Es un tema que me tomo casi como una afrenta personal. Lo siento, pero no me he cruzado el charco para venirme a Italia a aprender a decir palabras como schermo (pantalla).
A pesar de todo, en conjunto merece la pena. Es, ante todo, puro placer. Giovanni y yo lo pasamos muy bien enseñándonos uno al otro los correspondientes modismos en inglés y en italiano. Hace poco dedicamos una tarde a hablar de las expresiones que se usan para consolar a la gente. Le dije que en inglés a veces decimos «Yo he pasado por eso». Al principio no lo entendía. «¿He pasado por dónde?», preguntaba. Y le expliqué que la tristeza profunda a veces es casi como un lugar geográfico, como unas coordenadas en el mapa del tiempo. Cuando estás perdido en el bosque del dolor, te parece inimaginable poder estar en un sitio mejor. Pero, si alguien te asegura que ha estado en ese sitio y ha logrado salir, a veces sirve para dar esperanza.
—Entonces, ¿la tristeza es un sitio? —preguntó Giovanni.
—Un sitio en el que la gente a veces se pasa años —contesté.
Entonces, Giovanni me dijo que el equivalente italiano sería L’ho provato sulla mia pelle, que significa «Eso lo he sufrido en carne propia». Es decir, eso a mí también me ha herido o marcado y entiendo lo que estás viviendo.
Pero, de momento, lo que más me gusta decir en italiano es una palabra común y corriente:
Attraversiamo.
Quiere decir «Crucemos al otro lado». Los amigos se lo dicen unos a otros cuando van andando por la acera y deciden que ha llegado el momento de cruzar la calle. Vamos, que es una palabra pedestre, literalmente. No tiene nada de especial. Pero, por algún motivo, me entusiasma. La primera vez que Giovanni me la dijo íbamos paseando cerca del Coliseo. Al oírle decir de repente esa palabra tan bonita, me paré en seco y le dije:
—¿Qué quiere decir eso? ¿Qué acabas de decir?
—Attraversiamo.
Era incapaz de entender por qué me gustaba tanto. ¿Vamos a cruzar la calle? Pues vaya. Pero para mis oídos es una combinación perfecta de sonidos italianos. El melancólico ah introductorio, la vibración ondulante de después, la relajante S, y esa reverberación del final, «iamo». Me encanta esa palabra. Ahora la pronuncio sin parar. La digo aunque no venga a cuento. A Sofie la tengo frita. ¡Vamos a cruzar la calle! ¡Vamos a cruzar la calle! La tengo entrando y saliendo sin parar del demencial tráfico romano. A ver si nos van a atropellar a las dos por culpa de la palabrita.
La palabra inglesa que más le gusta a Giovanni es halfassed, tonto del culo.
La preferida de Spaghetti es surrender, rendición.