6

Un almuerzo a última hora de la tarde en la calle en la hermosa San Diego con los tres hombres más importantes de mi vida se situó definitivamente en el primer lugar de la lista de los mejores momentos que había vivido. Me senté entre Gideon y mi padre mientras Cary se apoltronaba en el asiento que estaba justo enfrente de mí.

Si me hubiesen preguntado unos meses antes, habría dicho que no me importaban en absoluto las palmeras. Empezaba a apreciarlas ahora que llevaba un tiempo sin verlas. Vi cómo se balanceaban suavemente con la cálida brisa del océano y sentí el tipo de paz que siempre buscaba pero que rara vez encontraba. Las gaviotas competían con las palomas por conseguir los restos de debajo de las mesas, mientras que el sonido no muy lejano de las olas en la playa se oía por debajo del ajetreo del concurrido restaurante.

Las gafas de espejo de mi mejor amigo le ocultaban los ojos, pero su sonrisa aparecía a menudo y con facilidad. Mi padre llevaba unos pantalones cortos y una camiseta y había empezado la comida inusualmente callado. Se había relajado tras una cerveza y ahora estaba tan cómodo como Cary. Mi marido llevaba unos pantalones cargo y una camiseta blanca. Era la primera vez que lo veía con ropa clara. Tenía un aspecto tranquilo y relajado con sus gafas de aviador, y sus dedos se entrelazaban con los míos sobre el brazo de mi silla.

—Una boda al atardecer —pensé en voz alta—. Sólo la familia y los amigos más íntimos. —Miré a Cary—. Tú serás el hombre de honor, claro.

Su boca se curvó hacia un lado con una despreocupada sonrisa.

—Más te vale.

A continuación miré a Gideon.

—¿Sabes a quién vas a pedirle que esté a tu lado?

La tensión de sus labios fue casi imperceptible, pero yo la vi.

—Aún no lo he decidido.

Mi buen humor se atenuó un poco. ¿Estaba pensando si Arnoldo sería adecuado teniendo en cuenta lo que el chef pensaba de mí? Me entristecía pensar que yo pudiera estar tensando esa relación.

Gideon era una persona muy reservada. Aunque no estaba del todo segura, sospechaba que mantenía una relación estrecha con sus amigos, aunque no tenía muchos.

Le apreté la mano.

—Voy a pedirle a Ireland que sea mi dama de honor.

—Eso le gustará.

—Y ¿qué hacemos con Christopher?

—Nada. Con suerte, no vendrá.

Mi padre frunció el ceño.

—¿De quién estamos hablando?

—De los hermanos de Gideon —respondí.

—¿No te llevas bien con tu hermano, Gideon?

Yo di la explicación, pues no quería que mi padre tuviera nada en contra de mi marido:

—Christopher no es un buen tipo.

Gideon giró la cabeza hacia mí. No lo dijo en voz alta, pero capté el mensaje: no quería que yo hablara por él.

—Querrás decir que es un verdadero imbécil —intervino Cary—. Sin ánimo de ofender, Gideon.

—No te preocupes. —Se encogió de hombros y, a continuación, le explicó a mi padre—: Christopher me considera un rival. Yo desearía que fuese de otro modo, pero no puedo hacer nada.

Mi padre asintió despacio.

—Qué pena.

—Ya que hablamos de la boda, sería para mí un placer encargarme del transporte —continuó Gideon con fluidez—. Eso me daría la oportunidad de poder colaborar, cosa que agradecería.

Respiré hondo al comprender, como sabía que haría mi padre, que la franqueza y el tacto de mi marido hacían que fuese difícil decir que no.

—Es muy generoso de tu parte, Gideon.

—La oferta seguirá en pie. Avisando con una hora de antelación, podemos hacer que esté en el avión de camino. Así, Eva y usted podrían pasar más tiempo juntos.

Mi padre no respondió de inmediato.

—Gracias, pero necesitaré algún tiempo para hacerme a la idea. Es un poco extravagante y no quiero resultar una carga.

Gideon se quitó las gafas de sol para mostrar los ojos.

—Para eso está el dinero. Lo único que deseo es hacer feliz a su hija. Facilíteme las cosas, señor Reyes. Todos deseamos ver a Eva sonreír el mayor tiempo posible.

Entendí entonces por qué mi padre se oponía tanto a que Stanton lo pagara todo. Mi padrastro no lo hacía por mí; lo hacía por mi madre. Gideon sólo me tenía en cuenta a mí cuando tomaba sus decisiones, y supe que mi padre podría vivir con ello.

Miré a Gideon a los ojos y dije en voz baja: «Te quiero».

Me apretó la mano hasta hacerme daño. No me importó.

Mi padre sonrió.

—Hacer feliz a Eva… ¿Cómo voy a oponerme a eso?

El olor a café recién hecho hizo que mis bien adiestrados sentidos cobraran vida a la mañana siguiente. Parpadeé mirando el techo del dormitorio de mi apartamento del Upper West Side y sonreí con expresión adormilada cuando descubrí que Gideon estaba de pie junto a mi cama quitándose la camisa. La visión de su torso esbelto y musculado y de sus abdominales marcados compensaban el hecho de que claramente había pasado la noche sola tras haberme dormido en sus brazos.

—Buenos días —murmuré dándome la vuelta hacia un lado mientras él se bajaba los pantalones del pijama y se los quitaba con una patada.

Estaba claro que quienquiera que dijese que los lunes eran una lata nunca se había despertado con Gideon Cross desnudo al lado.

—Lo serán —respondió él mientras levantaba el edredón y se metía entre las sábanas conmigo.

Me estremecí cuando su piel fría tocó la mía.

—¡Uy!

Me rodeó con los brazos y sus labios acariciaron mi cuello.

—Caliéntame, cielo.

Cuando hube terminado con él, Gideon estaba sudando y el café que había traído se había enfriado.

No me importó lo más mínimo.

Estaba de un humor excelente cuando llegué al trabajo. El sexo matutino había contribuido a ello, claro. También ver a Gideon vestirse para empezar el día, ver cómo se transformaba del hombre privado al que yo conocía y amaba en el magnate oscuro y peligroso. El día mejoró cuando salí a la planta veinte y vi a Megumi sentada detrás de su mesa.

La saludé con la mano a través de las puertas de cristal blindado, pero mi sonrisa desapareció en el momento en que la miré bien. Estaba pálida y tenía unos grandes círculos oscuros por debajo de los ojos. Su atrevido corte de pelo asimétrico ofrecía un aspecto desgarbado, y llevaba una blusa de manga larga y unos pantalones oscuros que no pegaban con el bochorno del mes de agosto.

—Hola —la saludé cuando pulsó el botón para dejarme entrar—. ¿Cómo estás? Estaba preocupada por ti.

Megumi me miró con una débil sonrisa.

—Siento no haberte devuelto las llamadas.

—No te preocupes. Yo soy de lo más antisocial cuando estoy enferma. Sólo me apetece acurrucarme en la cama y que me dejen en paz.

El labio inferior le tembló y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—¿Estás bien? —Miré a mi alrededor preocupada por su privacidad al ver que otros empleados pasaban por la recepción—. ¿Has ido al médico?

Rompió a llorar.

Aterrada, me quedé inmóvil un momento.

—Megumi, ¿qué pasa?

Se quitó los auriculares y se puso de pie con las lágrimas rodándole por las mejillas. Negó con la cabeza con fuerza.

—Ahora no puedo hablar de ello —dijo.

Pero ya estaba corriendo hacia el baño y me quedé allí mirándola.

Me dirigí a mi cubículo y dejé el bolso. Después, recorrí el pasillo hasta la mesa de Will Granger. No estaba allí, pero lo vi en la sala de descanso cuando fui a por un café.

—Hola —me saludó. Tras sus gafas de montura cuadrada, sus ojos parecían transmitir la misma preocupación que yo sentía—. ¿Has visto a Megumi?

—Sí. Parece agotada. Y ha empezado a llorar cuando le he preguntado cómo estaba.

Me pasó el cartón de leche desnatada.

—Lo que sea que le pase, no es bueno.

—Me fastidia no saber nada. La imaginación se me dispara. Va desde el cáncer hasta el embarazo pasando por todo lo que hay en medio.

Will se encogió de hombros con impotencia. Con sus patillas bien recortadas y sus camisas de dibujos algo estrafalarios, era el tipo de hombre de carácter afable que difícilmente caía mal.

—Eva. —Mark asomó la cabeza por la puerta—. Traigo noticias.

La mirada radiante de mi jefe me decía que estaba emocionado por algo.

—Soy toda oídos. ¿Café?

—Claro, gracias. Te veo en mi despacho. —Volvió a desaparecer.

Will cogió su taza de la encimera.

—Que tengas un buen día —dijo, y se fue.

Yo preparé el café rápidamente y, a continuación, me dirigí al despacho de Mark. Se había quitado la chaqueta y estaba mirando algo con atención en su pantalla. Levantó los ojos y sonrió al verme.

—Tenemos una nueva licitación. —Su sonrisa se intensificó—. Y han preguntado por mí en particular.

Me puse en tensión. Dejé su café y pregunté con cautela:

—¿Se trata de otro producto de Cross Industries?

Por mucho que yo quisiera a Gideon y que admirara todo lo que había conseguido, no quería que su mundo me eclipsara por completo. Parte de lo que representábamos como pareja se basaba en que éramos dos personas con vidas laborales distintas. Me gustaba ir al trabajo con mi marido, pero también necesitaba despedirme de él. Necesitaba esas horas en las que él no me obsesionara.

—No —dijo Mark—. Es más importante.

Lo miré sorprendida. No se me ocurría ninguna otra cosa ni ninguna persona más importante que Cross Industries.

A continuación me pasó por encima de la mesa una fotografía de una caja plateada y roja.

—Es la nueva consola de juegos PhazeOne de LanCorp.

Me acomodé en la silla que había delante de su mesa con un pequeño suspiro de alivio.

—Qué bien. Parece divertido.

Eran poco después de las once cuando Megumi me llamó para preguntarme si estaba libre para comer.

—Por supuesto —le dije.

—En algún lugar tranquilo.

Consideré las opciones que teníamos.

—Tengo una idea. Deja que yo me encargue —repuse.

—Estupendo. Gracias.

Me senté a mi mesa.

—¿Qué tal va la mañana? —pregunté.

—Ajetreada. Tengo que ponerme al día.

—Dime si puedo ayudarte con algo.

—Gracias, Eva. —Respiró hondo y de forma temblorosa, y perdió la compostura—. Te lo agradezco de verdad.

Colgamos. Llamé al despacho de Gideon y respondió su secretario.

—Hola, Scott. Soy Eva. ¿Qué tal estás?

—Bien. —Noté la sonrisa en su voz—. ¿Qué puedo hacer por usted?

Golpeteaba los pies inquieta. No podía evitar estar preocupada por mi amiga.

—¿Puedes decirle a Gideon que me llame cuando tenga un minuto libre?

—Se lo paso ahora.

—Ah. Vale, genial. Gracias.

—No cuelgue.

Un momento después, oí la voz de mi amor.

—¿Qué necesitas, Eva?

Me quedé pasmada un momento ante su brusquedad.

—¿Estás ocupado?

—Estoy en una reunión.

«Joder».

—Culpa mía. Adiós.

—Eva…

Colgué y, a continuación, volví a llamar a Scott para decirle cómo debía ocuparse de mis llamadas en el futuro para que yo no terminara pareciendo una estúpida. Antes de que respondiera, vi el destello de mi otra línea con una llamada entrante. Respondí.

—Despacho de Mark Garrity…

—Nunca me vuelvas a colgar —me espetó Gideon.

Me enfurecí con su tono.

—¿Estás en una reunión o no?

—Lo estaba. Ahora estoy ocupándome de ti.

No soportaba que nadie tuviera que «ocuparse» de mí. Yo podía cabrearme igual que él en cualquier momento.

—¿Sabes? Le he pedido a Scott que te diera un mensaje cuando tuvieras tiempo y él me ha pasado la llamada. No debería haberlo hecho si estabas ocupado con…

—Tiene orden de pasarme siempre tus llamadas. Si quieres dejarme un mensaje, envíamelo por el móvil o con un correo electrónico.

—Muy bien. ¡Perdona por no saber cuál es el protocolo para ponerme en contacto contigo!

—Eso no importa ahora. Dime qué necesitas.

—Nada. Olvídalo.

Suspiró con fuerza.

—No me vengas con juegos, cielo.

Recordé la última vez que lo había llamado al trabajo y lo tenso que también se había mostrado entonces. Si había algo que estuviera fastidiándolo, seguramente no me lo iba a decir.

Me encorvé sobre mi mesa y bajé la voz:

—Gideon, esa actitud me está cabreando. No quiero tener que «ocuparme de ti» cuando estés enfadado. Si estás demasiado ocupado como para hablar conmigo, no deberías dar orden de que te interrumpa.

—Nunca voy a permitir que no puedas hablar conmigo.

—¿En serio? Porque ahora mismo eso es lo que parece.

—Joder.

Al oír su exasperación, sentí una oleada de satisfacción.

—No te he enviado un mensaje porque no quería molestarte si estabas reunido. No te he enviado un correo electrónico porque se trata de un favor urgente y no sé si compruebas el correo a menudo. He pensado que dejarle un mensaje a Scott sería lo mejor.

—Y ahora tienes toda mi atención. Dime qué quieres.

—Quiero que cuelgues el teléfono y vuelvas a tu reunión.

—Lo que vas a conseguir es que vaya hasta tu mesa si no dejas de decir tonterías y no me explicas por qué has llamado —repuso con una calma peligrosa.

Lancé una mirada de furia a su fotografía.

—Haces que desee buscarme un trabajo en Nueva Jersey —aseguré.

—Y tú haces que me vuelva loco —replicó él con un suave gruñido—. No funciono cuando nos peleamos, y lo sabes. Simplemente dime qué necesitas, Eva. Y, por ahora, discúlpame. Podremos discutir y solucionarlo con una sesión de sexo más tarde.

La tensión desapareció de mi cuerpo. ¿Cómo podía enfadarme con él después de que hubiese confesado lo vulnerable que se volvía conmigo?

—Maldito seas —murmuré—. Odio cuando te armas de razón después de haberme puesto furiosa.

Gideon chasqueó la lengua divertido y me sentí mejor al instante.

—Cielo mío. —Su voz adquirió la calidez sensual y áspera que necesitaba oír—. Está claro que no eres ningún adorno callado y cómodo.

—¿De qué estás hablando?

—No te preocupes. Eres perfecta. Dime por qué has llamado.

Conocía ese tono. Lo había excitado.

—Eres un maníaco. En serio.

Por suerte para mí.

—Bueno, campeón, quería saber si podía pedirte una de tus salas de reuniones para comer con Megumi. Ha vuelto, aunque está hecha polvo y creo que quiere que hablemos de ello, pero la verdad es que por aquí no hay ningún sitio bueno al que ir que sea íntimo y tranquilo.

—Utiliza mi despacho. Pediré que traigan algo y tendréis todo el espacio para vosotras mientras estoy fuera.

—¿De verdad?

—Desde luego. Sin embargo, tengo que recordarte que cuando trabajes para Cross Industries tendrás tu propio despacho donde poder comer.

Eché la cabeza hacia atrás.

—Cállate.

La investigación que requería la preparación para la licitación de PhazeOne me tuvo de un lado para otro, pero estaba nerviosa por saber lo que me iba a contar Megumi, así que el reloj parecía avanzar muy lentamente.

Me reuní con ella en la recepción a mediodía.

—Si no te parece muy incómodo, vamos a usar el despacho de Gideon para almorzar —dije mientras sacaba mi bolso de un cajón—. Él ha salido y es privado.

—Vaya. —Me lanzó una mirada de disculpa—. Lo siento, Eva. Debería haberte felicitado. Will me ha contado lo de vuestro compromiso, pero lo había olvidado.

—No pasa nada. No te preocupes por eso.

Extendió una mano y me apretó la mía.

—Me alegro mucho por ti.

—Gracias.

Mi preocupación aumentó. Megumi siempre estaba al corriente de los cotilleos. La amiga a la que yo conocía se habría enterado del compromiso casi antes que yo misma.

Subimos en el ascensor hasta la planta superior. El vestíbulo de Cross Industries era tan imponente como el propio Gideon Cross. Era mucho más grande que el resto de los del edificio y estaba decorado con cestas de las que colgaban lirios y helechos. En las puertas de cristal ahumado estaban grabadas las palabras «CROSS INDUSTRIES» con una letra masculina pero elegante.

—Impresionante —murmuró Megumi mientras esperábamos a que el recepcionista pulsara el botón para abrirnos.

La pelirroja a la que estaba acostumbrada a ver en el mostrador de recepción debía de haber salido también a comer porque quien nos hizo pasar fue un hombre de pelo oscuro.

Se puso de pie cuando nos acercamos.

—Buenas tardes, señorita Tramell. Scott me ha dicho que pasen ustedes directamente.

—¿Se ha marchado el señor Cross?

—No estoy seguro. Yo acabo de llegar.

—De acuerdo. Gracias.

Hice un gesto en dirección a Megumi para que me siguiera. Rodeamos la esquina para llegar al despacho de Gideon justo en el momento en que él salía.

Una fuerte sensación de orgullo y posesión me invadió. También de placer cuando sus pasos vacilaron un poco al verme. Nos juntamos a mitad de camino.

—Hola —lo saludé.

Él respondió con un movimiento de la cabeza y extendió la mano hacia Megumi.

—Creo que no hemos sido oficialmente presentados. Gideon Cross.

—Megumi Kaba —contestó ella estrechando su mano con firmeza—. Enhorabuena por su compromiso con Eva.

Una leve sonrisa apareció en su sensual boca.

—Soy un hombre afortunado. Estáis en vuestra casa. Si necesitáis algo, simplemente llamad a recepción y Ron se ocupará de ello.

—Estaremos bien —le aseguré—. Ni te vas a enterar de la fiesta que vamos a montar mientras no estés.

Soltó una sonrisa descarada.

—Bueno, tengo una reunión más tarde. Será interesante explicar lo de los vasos de chupito y el confeti.

Esperaba que Gideon se marchara entonces pero, en lugar de ello, cogió mi cara entre las manos, me inclinó la cabeza en el ángulo que él quería y apretó los labios contra los míos con un beso casto y pausado que hizo que en mis ojos aparecieran estrellas.

—Estoy deseando que hagamos las paces después —susurró en mi oído.

Contraje los dedos de los pies.

Se apartó y volvió a convertirse fácilmente en la persona reservada que mostraba al resto del mundo.

—Que disfruten de su comida, señoras —dijo.

Y a continuación se alejó con su habitual paso seguro e inherentemente sexual que hacía girar las cabezas.

No habría podido explicar lo débil que Gideon me hacía sentir. Lo alterada y necesitada que podía dejarme.

—Vamos —dije sin aliento—. Almorcemos.

Megumi me siguió al despacho de Gideon.

—No creo que yo pueda.

Mientras ella observaba el enorme espacio con sus vistas panorámicas y su decoración monocromática, yo me acerqué a la barra donde nos esperaba la comida. Recordé cómo me había sentido la primera vez que había entrado en esa habitación. A pesar de las múltiples zonas de sofás que podrían haber servido para que los invitados se sentaran para descansar, el diseño innovador y contemporáneo impedía que los visitantes se sintieran demasiado cómodos.

El hombre con el que me había casado tenía muchas caras. Su despacho reflejaba solamente una. El estilo clásico europeo de su ático reflejaba otra.

—¿Alguna vez has experimentado con el sadismo y la dominación? —preguntó Megumi de pronto atrayendo mi atención.

La sorpresa hizo que se me cayeran los cubiertos envueltos en servilletas que hasta entonces tenía en las manos. Me di la vuelta para mirarla y vi que miraba por la ventana en dirección a la ciudad.

—Esos nombres abarcan muchas prácticas —respondí.

Se frotó las muñecas.

—Que te aten y te amordacen. Dejándote indefensa —aclaró.

—He estado indefensa, sí.

Volvió la cabeza. Sus ojos eran dos sombras iguales en su pálido rostro.

—¿Te gustó? ¿Te excitaste?

—No. —Me acerqué al sofá más cercano y me senté—. Pero no estaba con la persona adecuada.

—¿Tuviste miedo?

—Estaba aterrorizada.

—¿Él lo sabía?

El olor antes apetecible de la comida empezó a hacer que se me revolviera el estómago.

—¿Por qué me preguntas esas cosas, Megumi?

Ella respondió levantándose una manga y dejando ver una muñeca tan amoratada que casi estaba negra.