—Ni siquiera lo había reconocido sin el traje y la corbata —dijo Sam Yimara mientras yo ocupaba el asiento que había frente a él.
Era un hombre compacto, de casi metro ochenta de alto y musculado. Tenía la cabeza afeitada y tatuada y los lóbulos de las orejas dilatados de modo que podías ver a través de ellos.
El bar de Pete, el 69th Street, no estaba situado en la calle Sesenta y nueve, así que no tenía ni idea de dónde le venía el nombre. Sí sabía que los Six-Ninths habían sacado su nombre de ahí, después de tocar en su escenario durante varios años. También sabía que Brett Kline se había follado a mi mujer en los servicios del fondo.
Quería darle una paliza por ello. Eva se merecía palacios e islas privadas, no sórdidos lavabos de bar.
El bar de Pete no era un antro, pero tampoco tenía clase. Un chiringuito, que tenía mejor aspecto en la oscuridad y que era conocido sobre todo por estudiantes de la Universidad Estatal de San Diego, donde enrollarse y beber hasta que no pudieran recordar lo que habían hecho ni con quién habían follado.
Después de que yo acabara con ese lugar, tampoco recordarían el bar.
La elección del sitio había sido deliberada y bastante inteligente por parte de Yimara. Me había puesto nervioso y tomé conciencia de lo que había en juego. Si mi decisión de aparecer solo y vestido con vaqueros y camiseta lo descolocaba, consideraría que había estado a la altura del desafío.
Apoyé la espalda en mi asiento y lo miré con atención. En el bar había unos cuantos habituales, la mayoría de ellos sentados en la terraza. Sólo algunos ocupábamos el interior decorado con motivos playeros.
—¿Ha decidido aceptar mi oferta?
—La he considerado. —Yimara cruzó las piernas y se puso de lado de modo que pudiera colocar el brazo sobre el respaldo de su asiento. Arrogante y no lo suficientemente inteligente como para mostrar cautela—. Pero oiga, teniendo en cuenta lo que usted vale, me sorprende que no valore la privacidad de Eva en más de un millón de dólares.
Sonreí para mis adentros.
—Para mí, la tranquilidad de Eva no tiene precio —repuse—. Pero si cree que voy a elevar mi oferta es que no está bien de la cabeza. El requerimiento judicial contra usted va a seguir adelante. Y, luego, está el molesto y pequeño detalle sobre la legalidad de haber grabado a Eva sin su beneplácito, cosa muy distinta de un vídeo que se haga público con el consentimiento mutuo.
Apretó la mandíbula.
—Pensaba que querría mantener esto en secreto y que no saliera a la luz. Eva estaría sola ante cualquier juicio, ya lo sabe. Ya he hablado con Brett y lo hemos solucionado todo.
Sentí una tensión en los hombros.
—¿Ha visto él la grabación?
—La tiene él. —Se metió la mano en el bolsillo y sacó una memoria USB—. Aquí hay una copia para Eva. He pensado que debería usted ver qué es lo que está pagando.
La idea de que Kline viera imágenes sexuales de Eva hizo que me invadiera una oleada de rabia. Sus recuerdos ya eran suficiente mal. Una grabación era algo inaceptable.
Apreté la mano alrededor del dispositivo.
—Saldrá a la luz que existe la grabación —repuse—. Eso no puedo evitarlo. Usted se ha puesto en contacto con demasiados periodistas ofreciéndoles su venta. Lo que sí puedo hacer es destruirlo a usted. Personalmente, ésa sería mi preferencia. Quiero ver cómo echa a arder, pedazo de mierda.
Yimara se revolvió en su asiento.
Yo me incliné hacia adelante.
—Ha grabado usted a más personas aparte de a Eva y a Kline con sus cámaras. Hay docenas de víctimas que no han firmado una autorización. Yo soy el dueño de este bar. Joder, soy el dueño del grupo de música. No me ha costado mucho esfuerzo encontrar a los clientes y a los seguidores de Six-Ninths que estaban aquí cuando usted los estaba grabando de manera ilegal.
El último rastro de avaricia que había en sus ojos se atenuó para, a continuación, desaparecer del todo.
—Si fuera más inteligente, se habría aprovechado de las ganancias a largo plazo en vez de haber buscado un pago inmediato —continué—. En lugar de ello, va a firmar el contrato que voy a colocar delante de usted y va a marcharse con un cheque de un cuarto de millón de dólares.
Se retrepó en su asiento.
—¡Y una mierda! Me dijo un millón. Ése era el trato.
—Y usted no lo aceptó —repliqué poniéndome de pie—. Ya no está sobre la mesa. Y, si tarda más en decidirse, la nueva oferta tampoco lo estará. Acabaré con usted y lo meteré directo en la cárcel. Es suficiente poder decirle a Eva que lo he intentado.
Mientras me marchaba, acaricié la memoria USB en mi bolsillo, donde al instante hizo un agujero que no podría ignorar. Intercambié una mirada con Arash al pasar por su lado en la barra; estaba sentado esperando a que llegara su turno para intervenir.
Se levantó de un salto de su taburete.
—Siempre es un placer ver cómo asustas a la gente —dijo antes de dirigirse hacia el asiento que yo acababa de dejar libre con el contrato y el cheque en la mano.
Salí de aquel bar sombrío al brillante sol de San Diego. Eva no quería que yo viera la grabación. Me había hecho prometer que no lo haría.
Pero sentía algo por Kline. Él seguía siendo una amenaza demasiado real. Verlos juntos, en una actitud íntima, podría ofrecerme la información que necesitaba para enfrentarme a él.
¿Se había mostrado ella tan explícitamente sexual con él como lo era conmigo? ¿Había estado tan desesperada y deseosa de él? ¿Podía Kline hacer que se corriera como yo lo hacía?
Cerré los ojos con fuerza al ver aquellas imágenes en mi mente, pero no desaparecieron.
Mientras recordaba mi promesa, crucé el aparcamiento en dirección a mi coche alquilado.
¿Es una estupidez que me emocione tanto el hecho de ser tu amiga como el de ser tu esposa?
Me reí para mis adentros mientras leía el mensaje de Eva y le contestaba:
A mí me excita tanto ser tu amante como ser tu marido.
Qué malo eres.
Eso hizo que me riera en voz alta.
—¿Qué ha sido ese ruido? —Arash me miraba por encima del borde de su tableta acomodado en el sofá de mi suite del hotel—. ¿Era eso una carcajada, Cross? ¿De verdad acabas de reírte, o es que has tenido un derrame cerebral?
Le hice una peineta.
—¿De verdad? —contestó—. ¿Me levantas el dedo?
—Eva dice que es un clásico.
—Eva está lo bastante buena como para que le quede bien. Tú, no.
Abrí la nueva ventana de mi portátil y entré en mi perfil de la red social para enlazarlo con el de Eva con el estado de situación sentimental de «Prometido» ahora que éramos «amigos». Mientras esperaba que ella aceptara el enlace de la relación, entré en su perfil y volví a sonreír al ver la foto de portada que había elegido. Se estaba mostrando al mundo por primera vez, y lo hacía como la mujer que era mía.
Le mandé un mensaje cuando aceptó el estatus que nos unía:
Ahora eres las dos cosas.
Estoy cumpliendo mi parte del trato.
Mis ojos pasaron de la ventana de mensajes a la foto de nosotros dos de su perfil. Acaricié su cara con los dedos mientras controlaba el deseo de ir a donde ella estaba. Era demasiado pronto. Eva necesitaba el espacio que yo pudiera ser capaz de darle.
Yo también, cielo.
El teatro del casino no era muy grande, pero tampoco pequeño y era más fácil de llenar. A los Six-Ninths les iba mejor alardear de que no quedaban entradas para sus conciertos que arriesgarse a la vergüenza de que hubiera asientos vacíos, incluso en su propia ciudad. Christopher lo habría tenido en cuenta.
A mi hermano se le daba bien su trabajo, aunque yo había aprendido a no hacérselo notar. Con eso no conseguiría más que hacer que se volviera más gilipollas.
A medida que se iban vaciando lentamente las filas de asientos, me dirigí a la parte de atrás del escenario. No era mi territorio, a pesar del pase de acceso ilimitado que llevaba como principal accionista de Vidal Records. Estaba claro que Kline me llevaba ventaja.
Pero yo no había sido capaz de esperar hasta el día siguiente, aunque sabía que habría sido lo más inteligente. Para entonces, él estaría agotado, posiblemente resacoso, y en ese momento yo tendría la sartén por el mango.
Sin embargo, no podía esperar tanto tiempo. Kline tenía el vídeo. Lo habría visto al menos una vez. Puede que más. Y no soportaba la idea de que volviera a hacerlo. Librarme de él era lo más importante que había en mi agenda.
Y quería que supiera que yo estaba cerca antes de que se viera con Eva. Estaba marcando mi territorio, por así decirlo, y decidí hacerlo con los vaqueros y la camiseta que llevaba puestos cuando me reuní con Yimara. Todo lo que tuviera que ver con Eva era un asunto personal, no de negocios, y quería que eso quedara claro en el momento en que Kline me viera.
Entré por la parte izquierda del escenario y me adentré directamente en el caos. Mujeres ligeras de ropa piradas por la droga o el alcohol que hubiesen tomado hacían cola en el estrecho y ajado pasillo. Docenas de hombres con tatuajes y piercings desmontaban y empaquetaban los equipos con eficiente destreza y rapidez. Una música atronadora salía de unos altavoces ocultos mezclándose con la que salía de cada habitación. Serpenteé a través de aquel jaleo en busca de una cabeza con el pelo de punta.
Una rubia tristemente conocida salió contoneándose por una puerta a varios metros de distancia con el pelo cayéndole por los hombros y atrayendo la atención sobre las exuberantes curvas de un enorme culo.
Aminoré el paso y el corazón empezó a latirme con más fuerza. Kline salió entonces detrás de la rubia con una cerveza en una mano y la otra dirigida a ella. La chica la agarró y tiró de él en dirección a los bastidores.
Yo sabía cómo era el tacto de aquella mano delicada, lo suave que era su piel. Lo fuerte que agarraba. Sabía lo que se sentía cuando esas uñas se clavaban en mi espalda. Cómo esos dedos tiraban de mi pelo mientras ella se corría sobre mi boca. El chisporroteo eléctrico de su tacto. Aquella conciencia primitiva.
Me quedé inmóvil, con un nudo en el estómago. Ella estaba cerca, muy cerca, de Kline. Con el hombro apoyado en la pared, la cadera inclinada de forma provocativa y sus dedos manoseando insinuantes el vientre de él. Kline la miró con una sonrisa engreída y sugerente, acariciando con su mano la parte superior del brazo de ella de una forma demasiado íntima.
Nadie que los viera juntos podría pensar que no eran amantes.
La rabia hizo que me hirviera la sangre. De mi cuerpo irradiaba una oscuridad nauseabunda.
Dolor. Abrasador y profundo. Me hizo contener la respiración y mantener cualquier pizca de control.
Un brazo de mujer pasó por encima de mi hombro. Su mano se metió por debajo del cuello de mi camiseta para tocarme el pecho mientras que la otra rodeaba mi cintura para acariciarme la polla. Un perfume empalagoso asaltó mi olfato haciendo que me la quitara de encima con fuerza mientras una morena tan delgada como una modelo y con unos ojos muy maquillados trataba de acorralarme por delante.
—¡Apartad! —exclamé con un gruñido al tiempo que les lanzaba a las dos una mirada de furia que las hizo tambalearse hacia atrás y llamarme gilipollas.
En otra época me las habría follado a ambas, convirtiendo la sensación de ser cazado en otra de absoluto control.
Había aprendido a manejar a las depredadoras sexuales después de Hugh. A ponerlas en su sitio.
Avancé abriéndome camino entre la gente y recordando la sensación de la mandíbula de Kline en mi puño. La implacable dureza de su torso. El bufido que salió de su cuerpo cuando lo golpeé con todas mis fuerzas.
Quería lanzarlo contra el suelo. Ensangrentado. Destrozado.
Kline se inclinó sobre ella para hablarle al oído. Apreté los puños. Ella echó la cabeza hacia atrás y se rio y yo me detuve. Pasmado y confundido. A pesar de todo el ruido, aquel sonido me hizo ver que estaba equivocado.
No era la risa de Eva.
Ésa era demasiado fuerte. La risa de mi mujer era más baja y gutural. Sensual. Tan única como la mujer a la que pertenecía.
La rubia volvió entonces la cabeza y pude ver su perfil. No era Eva. El cuerpo y el pelo se parecían. No su rostro.
«¿Qué coño ha pasado?».
Mi mente regresó a la realidad. La chica era la que salía en el videoclip de Rubia. La que interpretaba el papel de Eva.
Los encargados del montaje y las grupis pasaban por mi lado, pero yo me quedé inmóvil mientras Kline acariciaba y seducía a la mala imitación de mi incomparable esposa.
Mi teléfono vibró entonces en el bolsillo y me asustó. Lo saqué maldiciendo y leí el mensaje de Raúl:
Acaba de llegar al casino.
Así que había cambiado de opinión con respecto a lo de ver a Kline. Sacando partido de la situación, respondí:
Tráela ahora a los bastidores de la parte izquierda.
De acuerdo.
Me apoyé en la pared escondiéndome en un hueco medio oculto por cajas de acero con los equipos que estaban apiladas sobre unos carritos. Los minutos pasaban despacio.
Sentí su presencia antes de verla. Giré la cabeza y la vi con facilidad. Al contrario que su imitadora, que iba vestida con un vestidito ajustado, Eva llevaba unos vaqueros que se ceñían a cada una de sus curvas y una camiseta lisa de color gris. Llevaba sandalias de tacón y pendientes de aro, y tenía un aspecto informal y relajado.
El deseo me sacudió con una fuerza brutal. Era la mujer más hermosa que había visto nunca y fácilmente la más atractiva del mundo. Otras mujeres giraron la cabeza para observarla al pasar, envidiando su belleza y su sensualidad natural. Los hombres la miraban con un encendido interés, pero ella no parecía notarlo, puesto que tenía la atención fija en Kline.
Entornó los ojos al ver la escena que yo había presenciado momentos antes. Vi cómo evaluaba la situación y supe cuándo había llegado a la misma conclusión que yo. Una mezcla de emociones pasó por su rostro. Debía de resultarle extraño ver a un antiguo amante tan desesperado por volver a recuperar lo que había tenido en el pasado con ella.
A mí me parecía algo inconcebible. Si no podía tener a Eva, no tendría a nadie.
Echó los hombros hacia atrás y levantó el mentón. Después apareció una sonrisa en su boca. Pude ver cómo la invadía una sensación de aceptación, una nueva clase de paz. Fuera lo que fuese lo que necesitara, lo había encontrado.
Eva pasó sin verme, pero Raúl vino junto a mí.
—Qué raro —dijo con la atención puesta en Kline mientras el cantante levantaba la mirada y cuando veía a mi esposa, enderezaba visiblemente el cuerpo.
—Perfecto —respondí mientras mi mujer saludaba a Kline extendiendo hacia él la mano izquierda. Mi anillo en su dedo brilló con fuerza, lo que hizo que fuera imposible no verlo—. Mantenme informado.
Y me fui.
Los músculos me dolían tras ochenta flexiones, y mis ojos permanecían fijos en la memoria USB que había delante de mí sobre la alfombra. La manera en que me había ocupado de Yimara y de Kline había sido eficaz pero insatisfactoria. Seguía tenso y exasperado, con ganas de pelea.
Los ojos me escocían y unas gotas de sudor me caían por la frente. El pecho se me movía por el esfuerzo. Ser consciente de que Eva había salido a bailar con Cary y algunos de sus amigos del sur de California no hacía más que afilar el borde sobre el que me cernía. Sabía cómo se ponía siempre que salía a beber y a bailar. Me encantaba follármela cuando su cuerpo estaba húmedo y sudoroso y su coño resbaladizo y hambriento.
«Dios santo». La polla me palpitaba y se me puso aún más dura. Los brazos me temblaban mientras me acercaba al punto de fatiga muscular. Las venas se me marcaban con fuerza en los brazos y en las manos. Necesitaba una ducha fría, pero no iba a masturbarme. Siempre lo guardaba para Eva. Cada gota densa y cremosa.
La aplicación de mensajería de mi portátil sonó y aminoré el ritmo hasta llegar al número cien antes de ponerme de pie. Cogí el dispositivo de memoria y lo dejé caer sobre la mesa. Después agarré la toalla que había dejado colgada del respaldo de la silla. Me limpié la cara antes de abrir la ventana de mi portátil con las esperanza de leer la última actualización sobre la noche de Eva. Lo que vi fue un mensaje suyo.
¿En qué habitación estás?
Me quedé mirando un momento la pantalla mientras asimilaba la pregunta. Otro sonido anunció un mensaje de Raúl:
Se dirige al hotel donde está usted.
La expectativa hizo que mi atención pasara del ejercicio a mi inteligente y deliciosa esposa. Le escribí una respuesta:
4269.
Cogí el teléfono de la mesa y llamé al servicio de habitaciones:
—Una botella de Cristal —pedí—. Dos copas, fresas y nata montada. Súbanlo dentro de diez minutos. Gracias.
Dejé el auricular en su base y me colgué la toalla en el cuello. Con una rápida mirada al reloj vi que eran las dos y media de la mañana.
Cuando sonó el timbre de la puerta, yo había encendido todas las luces tanto de la sala de estar como del dormitorio y había abierto las cortinas que habían tapado las vistas del océano iluminado por la luz de la luna.
Fui a la puerta, la abrí y vi a Eva y al muchacho del servicio de habitaciones esperando. Vestida igual que la había visto antes, tenía aspecto de chica mala, lo cual hizo que volviera a empalmarme al instante. Tenía el pelo revuelto y la cara le brillaba con el rímel un poco corrido. Olía a sudor y a alcohol.
Si el camarero no hubiera estado detrás de ella, la habría puesto boca abajo sobre el suelo del vestíbulo antes de que se hubiese dado cuenta.
—Joder —susurró mirándome de la cabeza a los pies.
Yo bajé los ojos. Seguía acalorado, con la piel brillante por sudor. La cintura de mis pantalones de chándal estaba mojada y llamaba la atención sobre la erección que ni siquiera me molesté en esconder.
—Lo siento, me has pillado haciendo ejercicio.
—¿Qué haces en San Diego? —preguntó desde el pasillo.
Di un paso atrás e hice un gesto para que entrara.
Ella no se movió.
—No voy a entrar en tu torbellino de dios del sexo hasta que me respondas.
—He venido por trabajo.
—Y una mierda. —Se cruzó de brazos.
Extendí los míos, la agarré del codo y tiré de ella hacia adentro.
—Puedo demostrarlo.
El camarero empujó el carro detrás de ella.
Le devolví la factura y el bolígrafo y esperé a que se marchara. Después, me acerqué al teléfono que había junto al sofá y marqué el número de la habitación de Arash.
—¿En serio? —respondió él con voz adormilada—. Algunos solemos dormir, Cross.
—Mi mujer quiere hablar contigo.
—¿Qué? —Se oyó un ruido de sábanas—. ¿Dónde estáis?
—En mi habitación. —Le pasé el auricular a Eva—. Mi abogado.
—¿Estás loco? —preguntó ella—. ¡Son las cinco de la mañana en Nueva York! ¡Es domingo!
—Está en la habitación de al lado. Pregúntale si he estado trabajando hoy.
Ella se acercó y cogió el teléfono de mi mano.
—Deberías buscarte otro trabajo —le dijo ella—. Tu jefe está loco.
Arash contestó y Eva soltó un suspiro.
—Antes. —Me miró—. Gracias a Dios, es muy atractivo. Aun así, deberían mirarme a ver si estoy bien de la cabeza. Siento que te haya despertado. Vuelve a dormirte.
Luego levantó el teléfono hacia mí.
Lo cogí y me lo llevé de nuevo a la oreja.
—Como ha dicho ella, vuelve a dormirte.
—Me gusta Eva —repuso él—. Sabe ponerte a parir.
Dirigí la mirada hacia ella.
—A mí también me gusta. Buenas noches.
Colgué y extendí los brazos hacia ella.
Eva dio un paso atrás para que no la agarrara.
—¿Por qué no me has dicho que estabas aquí?
—No quería cortarte el rollo.
—¿No confías en mí?
La miré sorprendido.
—… preguntó mi mujer después de haber rastreado mi teléfono hasta mi hotel.
—¡Simplemente sentía curiosidad por saber si estabas en el ático o no!
Hizo un mohín cuando yo sólo me limité a mirarla.
—Y… te echaba de menos.
—Estoy aquí, cielo. —Abrí los brazos de nuevo—. Ven a por mí.
Arrugó la nariz.
—Tengo que ducharme. Apesto.
—Los dos estamos sudados. —Me acerqué a ella. Esta vez, no se apartó—. Y me encanta cómo hueles. Lo sabes.
Apoyé las manos sobre su cintura y las deslicé hacia arriba hasta que abracé su delicada caja torácica justo por debajo de donde sobresalían sus tetas. Puse las palmas de las manos sobre ellas y las levanté con suavidad, apretándolas levemente.
Yo nunca había sido fetichista con respecto a ninguna parte en especial del cuerpo femenino hasta que conocí a Eva. Adoraba cada centímetro de su cuerpo, apreciaba todas sus generosas curvas.
Las yemas de mis pulgares daban vueltas alrededor de sus pezones mientras notaba cómo se endurecían.
—Me encanta tocarte.
Bajé la cabeza hasta la curva de su cuello y lo acaricié con la nariz, frotando mi pelo mojado contra ella.
—No es justo —dijo con un gemido—. Se te marcan los músculos y estás reluciente y casi desnudo y yo no tengo fuerza de voluntad.
—No la necesitas. —Metí las manos por debajo de su camiseta y le desabroché el sujetador—. Deja que te posea, Eva.
Respiré lenta y profundamente mientras ella metía la mano por dentro de la cintura de mi pantalón y me agarraba la polla.
—Qué rico —susurró—. Mira lo que me he encontrado.
—Cielo. —Puse las manos sobre su culo—. Dime que lo quieres exactamente como yo quiero dártelo.
Levantó la mirada hacia mí con los ojos entornados.
—Y ¿cómo sería eso?
—Aquí. En el suelo. Con tus vaqueros por los tobillos, la camiseta levantada y la ropa interior apartada a un lado. Quiero mi polla dentro de ti, que mi semen te inunde. —Deslicé la lengua por la vena de su cuello—. Me encargaré de ti cuando te lleve a la cama, pero ahora mismo… quiero utilizarte.
Ella se estremeció.
—Gideon…
Pasé un brazo por debajo de sus muslos, la levanté del suelo y la bajé con cuidado a la alfombra. Mi boca se unió a la suya suave, caliente y húmeda, y su lengua lamió la mía. Luego rodeó mi cuello con los brazos tratando de agarrarme. La dejé y puse las rodillas a ambos lados de su cadera mientras mis dedos le desabrochaban los vaqueros.
Su vientre era liso y suave como la seda, y se hundió al reír cuando mis nudillos le rozaron el costado. Sus cosquillas me hicieron sonreír mientras nos besábamos, y la felicidad inundó mi pecho hasta que éste quedó demasiado pequeño como para albergarla.
—Vas a quedarte conmigo —le dije—. Te despertarás conmigo.
—Sí. —Levantó la cadera para ayudarme a bajarle los pantalones.
Le liberé una pierna, dejé la otra atrapada y mis manos le separaron los muslos para que pudiera verla. Las bragas se le habían torcido tras haberle bajado los pantalones, proporcionándole el aspecto que yo deseaba.
Era mi esposa. Mi posesión más valiosa. Apreciaba su valía. Pero también me encantaba verla sucia y con aspecto de zorra. Un objeto sexual para darme placer. La única mujer que silenciaría los recuerdos que había en mi cabeza y que me liberaría.
—Cielo…
Me deslicé hacia abajo y me tumbé con mi boca llenándose de su sabor.
—No —protestó tapándose con las manos.
Le agarré las muñecas para apartárselas y le lancé una mirada furibunda.
—Te deseo así.
—Gideon…
La lamí a través de la seda y ella se arqueó con un gemido, clavando los tacones en la alfombra y levantando el coño hacia mi boca. A continuación le aparté las bragas con los dientes y dejé al descubierto su piel increíblemente suave. De mi boca salió un sonido ronco y la polla se me puso tan dura que me dolió.
Envolví su clítoris con los labios y chupé, lamiéndola. Sentí cómo se tensaba. Le solté las manos sabiendo que ya era mía y que no podía enfrentarse a mí.
—Dios —susurró retorciéndose—. Tu boca…
La abrí más con la ayuda de los hombros y le metí la lengua. Sus dedos me tiraban del pelo hasta hacerme daño en las raíces, y siguió estimulándome hasta que se corrió con un grito azorado. Lamí su interior, follándomela, sintiendo cómo se estremecía alrededor de mi lengua. Se puso más húmeda y caliente.
Le froté el clítoris y metí dos dedos dentro de ella clavando mi cadera en el suelo al sentir su tirante suavidad. Mi polla ansiaba internarse en aquel calor tan acogedor, pues sabía que era una sensación increíble y deseaba ser estrangulada.
—Por favor —suplicó Eva recibiendo el embate de mis dedos, anhelando que deslizara la polla para que la invadiera.
Quería follármela. Correrme. No porque necesitara el sexo, sino porque la necesitaba a ella.
Su cuerpo se retorció y se tensó con otro orgasmo arqueando el cuello con un grito.
Me limpié la boca con la parte interior de su muslo y me puse de rodillas para bajarme los pantalones. Apoyé una mano en el suelo y utilicé la otra para dirigir mi polla, colocándome encima de ella y apuntando mi palpitante capullo hacia su sexo. Embestí con fuerza y con todo el peso de mi cuerpo, abriéndome paso a través de su coño apretado con un gruñido.
—Gideon…
—Dios…
Froté mi frente cubierta de sudor contra su mejilla, deseando que oliera como yo. Eva tenía las uñas en mi espalda, clavándolas. Deseé que me marcara, que me dejara una cicatriz.
Puse las palmas de las manos sobre su culo para levantarla, para dirigirla mientras hincaba los pies en la alfombra para conseguir hacer la palanca necesaria para empujar hacia adentro. Ella ahogó un grito y agitó las caderas para adaptarse a mí.
—Tómame —susurré con los dientes apretados controlando la necesidad de correrme antes de que recibiera mi polla entera—. Deja que me meta.
Su coño se onduló, succionándome. La agarré del hombro para que se quedara quieta y poder embestir con más fuerza. Eva se entregó dejando que la poseyera.
Notar cómo apretaba todo mi miembro era lo único que necesitaba. La envolví con los brazos, la estreché contra mi cuerpo y la besé con brusquedad. Me corrí con una fuerza que me dejó temblando entre sus brazos.
El vapor se rizaba alrededor de nosotros mientras yo acunaba a Eva en la enorme bañera de la suite. Su pelo mojado se pegaba a mi pecho y sus brazos cubrían los míos mientras la abrazaba por la cintura.
—Campeón.
—¿Sí? —Apreté los labios sobre su sien.
—Si no pudiésemos estar juntos, y no es que eso vaya a pasar…, sólo es una hipótesis, ¿te acostarías con alguien que se pareciera a mí? Es decir, sé que no soy tu tipo habitual, pero ¿querrías fingir con alguien que te recordara a mí?
—No voy a especular con situaciones que nunca van a ocurrir.
—Gideon. —Se hizo a un lado e inclinó la cabeza para mirarme—. Lo comprendo. Yo he tratado de pensar si sería capaz de encontrar consuelo estando con alguien parecido a ti. Quizá con alguien moreno y con el pelo igual que el tuyo…
Apreté más los brazos sobre ella.
—Eva, no me digas que tienes fantasías con otros hombres.
—Dios. Como siempre, no me escuchas.
—¿A qué coño viene todo esto?
Por supuesto, yo ya sabía a qué venía. Pero no era un camino que estuviera dispuesto a recorrer.
—Brett se está acostando con esa chica del videoclip de Rubia. La que se parece a mí.
—Nadie se parece a ti.
Puso los ojos en blanco.
—Puede que tenga tus curvas —admití—. Pero no tiene tu voz, tu sentido del humor, tu ingenio… No tiene tu corazón.
—Oh, Gideon.
Acaricié su frente con mis dedos mojados.
—Apagar las luces no serviría de nada. Una rubia cualquiera no olería como tú. No se movería como tú. No me tocaría del mismo modo ni me necesitaría igual.
Su expresión se suavizó y apretó la mejilla contra mi hombro.
—Eso mismo pensaba yo. No podría hacerlo. Y, cuando he visto a Brett con esa chica, he sabido que tú tampoco lo harías.
—Con nadie. Nunca. —Le besé la punta de la nariz—. Tú has cambiado mi percepción del sexo, Eva. Ya no podría dar marcha atrás. Ni siquiera lo intentaría.
Ella se movió para subirse a horcajadas sobre mí haciendo que el agua se derramara por el borde de la bañera. La miré mientras observaba su pelo del color del trigo echado hacia atrás, las manchas del maquillaje, el brillo del agua sobre su piel dorada.
Sus dedos me masajearon la nuca.
—Mi padre quiere pagar la boda —dijo.
—¿Lo sabe?
Asintió.
—Necesito que no pongas objeciones.
Me parecía bien todo con tal de tener a mi mujer desnuda, mojada y retozona encima de mí.
—Ya he tenido la boda que quería —le aseguré—. Puedes hacer lo que quieras esta vez.
Su sonrisa brillante y sus besos entusiastas eran la única recompensa que necesitaba.
La atraje hacia mí.
Eva se mordió el labio inferior antes de hablar.
—Mi madre va a tener que amoldarse. Puede gastarse cincuenta mil dólares sólo en las flores y las invitaciones.
—Pues diles a los dos que tu padre va a pagar la boda y que tu madre puede echar una mano con el banquete. Problema resuelto.
—Ah. Eso me gusta. Qué bien va tenerlo a usted aquí, señor Cross.
La levanté y le lamí un pezón.
—Deja que te lo demuestre.
El dormitorio se estaba iluminando con la llegada del amanecer cuando la respiración de Eva adquirió un ritmo profundo y regular al quedarse dormida. Me desenrosqué de sus dos brazos y de las sábanas con todo el cuidado posible y me puse de pie al lado de la cama para mirarla. Tenía el pelo revuelto alrededor de los hombros y los labios y las mejillas sonrojados por el sexo. Me froté el pecho, dolorido tras la tensión que había sentido.
Dejarla así era siempre duro y se volvía más difícil cada día. La piel me dolía al separarme de ella.
Cerré las cortinas del dormitorio, entré en la sala de estar e hice allí lo mismo, dejando la habitación a oscuras.
Después, me acomodé en el sofá y me quedé dormido.
Un repentino destello de luz me despertó. Parpadeando, me froté los ojos grumosos y vi que las cortinas estaban abiertas y que los rayos del sol incidían sobre mi cara. Eva se acercó a mí; la luz creaba un halo alrededor de su cuerpo desnudo.
—Hola —susurró poniéndose de rodillas a mi lado—. Dijiste que me despertaría contigo.
—¿Qué hora es? —Miré el reloj y vi que solamente había dormido una hora y media—. Se suponía que ibas a dormir más tiempo.
Me dio un beso en los abdominales.
—Sin ti no duermo bien.
Sentí que el remordimiento me desgarraba. Mi mujer necesitaba cosas que yo no podía darle. Me despertaba con luz en vez de con una caricia porque temía mi reacción. Y hacía bien en ser cautelosa. En mitad de una pesadilla, el tacto de una mano podía hacer que me despertara dando golpes con los puños.
Le aparté el pelo de la cara.
—Lo siento —dije.
«Por todo. Por todo aquello a lo que renuncias por estar conmigo».
—Chis…
Agarró la cintura de mis pantalones y la bajó por debajo de mi polla. Me la había puesto dura. ¿Cómo iba a evitarlo si se acercaba a mí desnuda y con ojos soñolientos?
Su boca envolvió el capullo de mi verga.
Yo cerré los ojos con fuerza y gemí, rindiéndome.
Unos toques en la puerta me despertaron otra vez. Eva se estiró en mis brazos y se acurrucó contra mí en el estrecho sofá.
—Maldita sea —murmuré atrayéndola más hacia mí.
—No hagas caso.
Siguieron llamando.
Eché la cabeza hacia atrás y grité:
—¡Váyase!
—¡He traído café y cruasanes! —contestó Arash a voces—. Abre, Cross. Son las doce pasadas y quiero ver a tu señora.
—Dios.
Eva me miró parpadeando.
—¿Tu abogado?
—Ya no. —Me senté y me pasé las manos por el pelo—. Nos vamos a ir. Tú y yo. Pronto. Lejos.
Me besó en la parte inferior de la espalda.
—Suena bien.
Metí los pies en las perneras del pantalón y, a continuación, me levanté para subírmelos. Eva aprovechó la oportunidad para darme una cachetada en el culo desnudo.
—¡Os he oído! —gritó Arash—. ¡Parad ya y abrid!
—Estás despedido —le dije mientras me dirigía a la puerta. Miré hacia atrás para decirle a Eva que se tapara pero ya estaba corriendo hacia el dormitorio.
Al abrir, vi a Arash esperando en la puerta de mi suite con un carrito del servicio de habitaciones.
—¿Qué cojones te pasa?
Tuve que quitarme de en medio antes de que me atropellara.
—No te quejes —dijo sonriendo mientras dejaba el carrito a un lado y me miraba—. Guárdate el maratón de sexo para la luna de miel.
—¡No le hagas caso! —gritó Eva a través de la puerta del dormitorio.
—No voy a hacerlo. —Me aparté de él—. Ya no trabaja para mí.
—No me lo puedes echar en cara —dijo Arash siguiéndome al interior de la sala de estar—. ¡Vaya! Tienes la espalda como si te hubieras estado peleando con un león. No me extraña que estés cansado.
—Cállate. —Cogí la camisa del suelo.
—No me habías dicho que Eva estaba también en San Diego.
—No es asunto tuyo.
—Tregua —repuso levantando las dos manos en señal de rendición.
—No digas nada de lo de Yimara —le dije en voz baja—. No quiero que se preocupe por eso.
Arash se puso serio.
—Ya ha terminado. No volveré a mencionarlo —aseguró.
—Bien.
Me acerqué al carrito y serví dos tazas de café, preparando el de Eva como a ella le gustaba.
—Yo también tomaré una taza —dijo Arash.
—Sírvete tú.
Compuso una sonrisa irónica mientras se acercaba a mí.
—¿Va a salir?
Me encogí de hombros.
—No estará enfadada, ¿verdad?
—Lo dudo. —Llevé las dos tazas a la mesita y, a continuación, me acerqué a la pared donde estaban los botones de las cortinas—. Hay que esforzarse mucho para cabrearla.
—A ti eso se te da bien. —Sonrió y se sentó en uno de los sillones—. Recuerdo el vídeo viral de vosotros dos discutiendo en Bryant Park.
Le lancé una mirada de furia mientras la luz del sol empezaba a entrar en la habitación.
—Debes de odiar mucho tu trabajo —repuse.
—Dime que no sentirías curiosidad si yo me fugara con una chica a la que he conocido apenas dos meses antes.
—Le enviaría mis condolencias.
Se rio.
La puerta del dormitorio se abrió entonces y Eva salió vestida con la ropa de la noche anterior. Tenía la cara recién lavada pero los oscuros círculos de debajo de los ojos y la boca hinchada le hacían tener un aspecto tanto de recién follada como de increíblemente follable. Con los pies descalzos y el pelo apenas recogido, estaba impresionante.
El pecho se me llenó de orgullo. Sin el maquillaje, el espolvoreado de sus pecas en la nariz la hacía adorable. Su cuerpo daba a entender que era un sueño follársela, la seguridad de sus gestos, que no iba a dejar que nadie le vacilara, y la mirada traviesa y divertida de sus ojos, que con ella nunca te ibas a aburrir.
Eva encarnaba todas las promesas, las esperanzas y las fantasías que un hombre pudiera tener. Y era mía.
Me quedé mirándola. Arash se quedó mirándola también.
Ella cambió entonces el gesto y sonrió con timidez.
—Hola.
El sonido de su voz sacudió a Arash, y se puso de pie tan rápido que derramó su café.
—Mierda. Lo siento. Hola.
Dejó la taza y se limpió las gotas de los pantalones. Se acercó a ella con la mano extendida.
—Soy Arash.
Ella la estrechó.
—Encantada de conocerte, Arash. Yo soy Eva.
Me uní a ellos y empujé al abogado hacia atrás con el brazo.
—Deja de babear.
Él se quedó mirándome.
—Qué gracioso, Cross. Gilipollas.
Eva se rio y se inclinó sobre mí cuando yo deslicé el brazo por encima de sus hombros.
—Me alegra ver que Gideon trabaja con gente que no le tiene miedo —dijo.
Arash le guiñó un ojo flirteando descaradamente.
—Sé cómo funciona.
—¿En serio? Me encantaría saberlo todo al respecto.
—Yo creo que no —tercié con voz cansina.
—No seas aguafiestas, campeón.
—Eso, campeón —se burló Arash—. ¿Qué tienes que esconder?
—Tu cadáver —respondí sonriendo.
El abogado miró a mi mujer y suspiró.
—¿Ves lo que tengo que aguantar?