—Sí que eres lento.
Levanté la vista en dirección a Arash después de dejar el auricular en su sitio.
—¿Aún sigues aquí? —repuse.
Se rio y volvió a tomar asiento en el sofá de mi despacho. Aquella vista no era tan agradable como la que mi mujer me había brindado no hacía mucho.
—Charlando con el suegro —dijo—. Estoy impresionado. Espero que Eva también lo esté. Apuesto a que cuentas con ello cuando llegue el fin de semana.
Tenía razón. Iba a necesitar ganar todos los puntos posibles cuando me reuniera con ella en San Diego.
—Está a punto de salir de la ciudad —repliqué—. Y tú tienes que entrar en la sala de reuniones antes de que se pongan demasiado nerviosos. Yo iré en cuanto pueda.
El abogado se puso de pie.
—Sí, eso me han dicho. Tu madre ha venido. Que empiece la locura de la boda. Como vas a estar libre este fin de semana, ¿qué te parece si nos juntamos los de siempre en mi casa esta noche? Ha pasado mucho tiempo y tus días de soltero están contados. Bueno, técnicamente ya han acabado, pero eso nadie lo sabe.
Y él estaba obligado a guardar silencio en virtud del secreto profesional.
Tardé unos segundos en responder.
—De acuerdo. ¿A qué hora?
—Sobre las ocho.
Asentí y, a continuación, miré en dirección a Scott. Él captó el mensaje y rodeó su mesa para dirigirse a la recepción.
—Estupendo —dijo Arash con una sonrisa—. Te veo en la reunión.
Durante los dos minutos que estuve solo le envié un mensaje a Angus para decirle lo de California. Aún tenía asuntos de trabajo pendientes allí, y ocuparme de ellos mientras Eva visitaba a su padre me daba la excusa perfecta para estar con ella. Aunque no es que necesitase de ninguna.
—Gideon.
Cuando mi madre entró, los dedos de las manos se me encogieron.
Scott entró detrás.
—¿Seguro que no desea que le traiga nada, señora Vidal? ¿Un café quizá? ¿Agua?
Negó con la cabeza.
—No, gracias. Estoy bien.
—De acuerdo. —Scott sonrió y salió cerrando la puerta tras de sí.
Me apresuré a pulsar el botón de mi mesa que controlaba la opacidad de la pared de cristal, obstaculizando así la vista de todo aquel que estuviera en la planta principal. Mi madre se acercó. Tenía un aspecto esbelto y elegante con sus pantalones de vestir azul marino y su blusa blanca. Se había echado el pelo hacia atrás con un elegante moño de ébano, mostrando el rostro perfecto que mi padre tanto había adorado. Antes yo también lo había adorado. Ahora, en cambio, me costaba mirarla.
Y, como éramos tan parecidos, a veces también me costaba mirarme a mí mismo.
—¿Por qué lleva Eva mi anillo? —inquirió dejando el bolso en el borde de mi mesa.
El pequeño placer que había sentido al verla desapareció al instante.
—Es mi anillo. Y la respuesta a tu pregunta está clara: lo lleva porque yo se lo he regalado cuando le he propuesto matrimonio.
—Gideon. —Echó los hombros hacia atrás—. No sabes en lo que te estás metiendo con ella.
Me obligué a seguir mirándola. Odiaba que me observara con ojos dolidos. Unos ojos azules que eran tan parecidos a los míos.
—No tengo tiempo para esto. Estoy haciendo esperar una reunión importante para poder verte.
—¡No habría tenido que venir a tu despacho si hubieses respondido a mis llamadas o si vinieras a casa de vez en cuando! —Apretó su bonita boca rosada con un gesto de desaprobación.
—Ésa no es mi casa.
—Te está utilizando, Gideon.
Cogí mi chaqueta.
—Ya hemos tenido antes esta conversación.
Cruzó los brazos sobre el pecho a modo de escudo. Conocía a mi madre y sabía que no había hecho más que empezar.
—Está con ese cantante, Brett Kline. ¿Lo sabías? Y tiene un lado oscuro que desconoces. Anoche se portó conmigo de un modo absolutamente cruel.
—Hablaré con ella. —Me coloqué bien la chaqueta tirando con fuerza de las solapas y me dirigí hacia la puerta—. Eva no debería perder el tiempo contigo.
Mi madre contuvo la respiración.
—Estoy tratando de ayudarte.
—Es demasiado tarde para eso, ¿no crees?
A continuación dio un tambaleante paso hacia atrás al ver mi mirada.
—Sé que la muerte de Geoffrey supuso un duro golpe para ti. Fue una época difícil para todos nosotros. Yo traté de darte…
—¡No voy a hablar de esto aquí! —espeté, furioso porque estuviera sacando a colación en mi lugar de trabajo el suicidio de mi padre, porque lo mencionara siquiera—. Ya me has hecho perder la mañana y me has cabreado. Permíteme que te lo deje claro: nunca conseguirás enfrentarte a Eva y salir ganando.
—¡No me estás escuchando!
—Nada de lo que digas podría afectarme. Si lo que quisiera es mi dinero, le daría cada centavo. Si quisiera a otro hombre, yo haría que se olvidara de él.
Mi madre levantó una mano temblorosa hacia su pelo y lo alisó pese a que ni uno solo de sus lustrosos mechones se había salido del sitio.
—Yo sólo quiero lo mejor para ti y ella está removiendo basura que llevaba mucho tiempo olvidada. Ésta no puede ser una relación sana para ti. Está provocando una ruptura con tu familia que…
—Nosotros ya estábamos alejados, madre. Eva no tiene nada que ver en ello.
—¡Yo no quiero que sea así! —Se acercó y extendió la mano. Una sarta de perlas negras asomaron entre las solapas de su blusa, mientras que un reloj Patek Philippe con un borde de zafiros adornaba su muñeca. No es que hubiera rehecho su vida desde la muerte de mi padre, sino que había hecho borrón y cuenta nueva sin mirar atrás en ningún momento—. Te echo de menos. Te quiero.
—No lo suficiente —repuse.
—Eso no es justo, Gideon. No quieres darme una oportunidad.
—Si quieres que te lleven, Angus está a tu servicio. —Puse la mano sobre el pomo de la puerta, pero me detuve—. No vuelvas aquí, madre. No me gusta discutir contigo. Sería mejor para los dos que te mantuvieras alejada.
Dejé la puerta abierta al salir y me dirigí a la sala de reuniones.
—¿Esta fotografía la has hecho hoy?
Levanté los ojos hacia Raúl, que estaba de pie delante de mi mesa. Vestido con un traje negro liso, tenía la mirada inmutable y alerta de un hombre que se ganaba la vida viéndolo y escuchándolo todo.
—Sí —respondió—. No hace más de una hora.
Volví a centrar la atención en la imagen que tenía delante. Me resultaba difícil mirar a Anne Lucas. Ver su rostro taimado, con su mentón puntiagudo y sus ojos aún más afilados, me traía recuerdos que deseaba poder borrar de mi mente. No sólo de ella, sino también de su hermano, que había sido tan parecido en algunas cosas que me daba asco.
—Eva dijo que la mujer tenía el pelo largo —murmuré al ver que Anne todavía llevaba el pelo corto.
Recordé la sensación de plástico al tocarlo, las puntas engominadas que me arañaban los muslos mientras ella se metía mi polla hasta lo más profundo de su garganta, esforzándose desesperadamente por ponérmela lo bastante dura como para que me la follara.
Le devolví la tableta a Raúl.
—Descubre quién fue.
—Lo haré.
—¿Te ha llamado Eva?
Frunció el ceño.
—No. —Pero sacó su móvil y lo comprobó—. No —repitió.
—Quizá espere hasta que vaya a San Diego. Quiere que busques a una amiga suya.
—Ningún problema. Me ocuparé de ello.
—Ocúpate de Eva —dije mirándolo fijamente.
—Eso no hace falta decirlo.
—Lo sé. Gracias.
Mientras Raúl salía de mi despacho, apoyé la espalda en el sillón. Había varias mujeres de mi pasado que podrían causarnos problemas a mi esposa y a mí. Las mujeres con las que me había acostado eran de carácter agresivo, lo cual hacía que necesitara coger la sartén por el mango. Eva era la única mujer que había llegado a controlarme haciéndome desear más aún.
Pero eso me hacía más difícil dejar que se alejara de mí, no más fácil.
—Ha llegado el equipo de Envoy —anunció Scott por el altavoz.
—Que entren.
Pasé el día finiquitando los asuntos de la semana y preparando los que vendrían después. Tenía que quitarme de en medio muchas cosas antes de poder tomarme algún tiempo para disfrutarlo con Eva. Nuestra luna de miel de un día había sido perfecta, pero demasiado corta. Quería pasar al menos dos semanas fuera con ella, a ser posible un mes. En algún lugar alejado del trabajo y de demás compromisos, donde pudiera tenerla para mí solo sin ninguna interrupción.
El móvil vibró sobre mi mesa y lo miré, sorprendido al ver la cara de mi hermana en la pantalla. Yo le había mandado un mensaje antes para contarle lo del compromiso. Su respuesta había sido corta y sencilla: «¡Bien! Emocionada. ¡Felicidades, hermanito!».
Apenas había respondido a la llamada con un rápido saludo cuando Ireland me interrumpió.
—¡Joder, qué contenta estoy! —gritó, lo que me obligó a apartarme el teléfono de la oreja.
—No digas palabrotas.
—¿Estás de broma? Tengo diecisiete años, no siete. Esto es genial. Siempre he querido tener una hermana, pero me había imaginado que me convertiría en una vieja con canas antes de que tú y Christopher dejarais de dar tumbos y sentarais la cabeza.
Me recosté en el respaldo.
—Estoy para servirla a usted.
—¡Ja! Sí, vale. Has hecho muy bien, ¿sabes? Eva es una joya.
—Sí, lo sé.
—Gracias a ella, ahora puedo acosarte. Para mí es siempre uno de los puntos álgidos del día.
Sentí una presión en el pecho que me obligó a esperar unos segundos antes de poder responder con un tono de voz despreocupado.
—Aunque parezca mentira, para mí también es uno de los momentos álgidos.
—Pues sí. Debería serlo. —Bajó la voz—. Me he enterado de que a mamá antes le ha dado un ataque de locura. Le ha contado a papá que ha ido a tu despacho y que os habéis peleado o algo así. Creo que está algo celosa. Lo superará.
—No te preocupes. Todo va bien.
—Lo sé. Pero me fastidia que no haya sido capaz de mantener la calma precisamente hoy. De todos modos, yo estoy encantada y quería que lo supieras.
—Gracias.
—Pero no voy a llevar las arras. Soy demasiado mayor para eso. Aunque sí puedo ser una dama de honor. Incluso la madrina. Sólo lo dejo caer…
—De acuerdo. —Sonreí—. Se lo diré a Eva.
Acababa de colgar cuando Scott me llamó.
—Ha venido la señorita Tramell —anunció, lo que me hizo caer en la cuenta de lo tarde que era—. Y le recuerdo que su videoconferencia con el equipo de California es dentro de cinco minutos.
Me aparté de la mesa y vi a Eva rodear la esquina y entrar en mi campo de visión. Podría pasar horas viéndola caminar. Tenía un movimiento de cadera que hacía que deseara follármela, y la decidida inclinación de su mentón desafiaba cualquier instinto dominador que hubiera en mí.
Quería agarrar su pelo, tomar su boca y sonreír sobre ella. Tal y como había deseado la primera vez que la vi. Y cada vez que la había visto desde entonces.
—Envíale la propuesta al equipo —le dije a Scott—. Diles que lo miren y que iré enseguida.
—Sí, señor.
Ella entró por la puerta.
—Eva. —Me puse de pie—. ¿Qué tal ha ido el día?
Rodeó la mesa y me agarró por la corbata.
Se me puso dura al instante y concentré toda la atención en ella.
—Joder, cómo te quiero —dijo antes de tirar de mi boca hacia abajo para unirla a la suya.
Le pasé un brazo alrededor de la cintura y pulsé a tientas con la otra mano los botones para cubrir las paredes de cristal mientras dejaba que me besara como si fuera suyo. Cosa que era verdad. Absolutamente verdad.
La sensación de sus labios sobre los míos y el inconfundible tono de posesión que había en su actos eran exactamente lo que necesitaba tras el día que había tenido. La apreté contra mí, me volví y me apoyé en el borde de la mesa, atrayéndola hacia mi entrepierna. Habría dicho que ésa era una forma segura de agarrarla, pero, sinceramente, las rodillas me temblaban.
Sus besos tenían ese efecto en mí. Hacían lo que no conseguían tres horas con mi entrenador personal.
Inhalé el deseo cada vez mayor y respiré su aliento, permitiendo que la delicada fragancia de su perfume y su provocador aroma me extasiaran. Notaba sus labios suaves y húmedos sobre los míos, saboreándome, excitándome sin esfuerzo alguno.
Eva me besaba como si yo fuera lo más delicioso que había probado nunca, un sabor que ella ansiaba y al que no podía evitar ser adicta. La sensación era embriagadora y se había vuelto necesaria. Vivía por sus besos.
Cuando me besaba, yo sabía que mi lugar estaba justamente allí.
Inclinó la cabeza y gimió dentro de mi boca, un suave sonido de placer y entrega. Tenía los dedos en mi pelo y los deslizaba tirando de él. La sensación de estar atrapado, dominado, me provocaba hasta lo más hondo. La atraje con más fuerza hasta que la dureza de su vientre se apretó contra la de mi erección.
La polla me palpitaba, me dolía.
—Vas a hacer que me corra —murmuré.
Todo el esfuerzo que antes tenía que hacer para excitarme lo suficiente como para llegar al orgasmo era innecesario con ella. El simple hecho de su existencia ya me removía la sangre. La fuerza de su deseo era suficiente para provocarme.
Eva se echó ligeramente hacia atrás, jadeando igual que yo.
—No me importa —dijo.
—A mí tampoco me importaría si no me estuvieran esperando en una reunión.
—No quiero entretenerte. Sólo quería darte las gracias por lo que le has dicho a mi padre.
Sonreí y le apreté el culo con las dos manos.
—Mi abogado me ha dicho que, gracias a eso, he ganado más puntos.
—He estado muy ocupada en el trabajo y no he tenido oportunidad de llamarlo hasta la hora del almuerzo. Me preocupaba que se enterara de nuestro compromiso antes de que yo pudiera decírselo. —Me dio un golpe en el hombro—. ¡Podrías haberme avisado de que ibas a anunciárselo a todo el mundo!
Me encogí de hombros.
—No estaba planeado, pero no iba a negarlo si me preguntaban.
Ella torció los labios con gesto irónico.
—Claro que no. ¿Has visto esa ridícula publicación sobre el embarazo?
—Una idea aterradora en este momento —dije tratando de mantener un tono alegre a pesar de la repentina alarma que me invadió—. Tengo pensado guardarte toda para mí durante un tiempo.
—Ya lo sé. —Negó con la cabeza—. Me asustaba que mi padre pudiera pensar que estaba comprometida y embarazada y que no me hubiera molestado siquiera en contárselo. Ha sido un alivio llamarlo y saber que tú ya se lo habías explicado todo y que habías allanado el camino.
—Ha sido un placer. —Prendería fuego a todo el mundo con tal de abrirle un camino si fuera necesario.
Sus manos empezaron a desabotonarme el chaleco. Enarqué las cejas con una interrogación silenciosa, pero no pensaba detenerla.
—Ni siquiera me he ido todavía y ya te estoy echando de menos —dijo en voz baja mientras me enderezaba la corbata.
—No te vayas.
—Si simplemente fuera para estar con Cary, lo haría aquí, en casa, y no en San Diego. —Levantó los ojos hacia los míos—. Pero se está volviendo loco con lo del embarazo de Tatiana. Además, necesito pasar un tiempo con mi padre. Sobre todo ahora.
—¿Hay algo que debas contarme?
—No. Parecía estar bien cuando hemos hablado, pero creo que esperaba que pasáramos más tiempo juntos antes de casarme. Para él es como si tú y yo acabáramos de conocernos.
Sabía que debía mantener la boca cerrada, pero no pude.
—Y no podemos olvidarnos de Kline.
Eva apretó la mandíbula y volvió a concentrar la atención en sus dedos mientras me abrochaba de nuevo el chaleco.
—Mejor me voy. No quiero volver a discutir.
Le agarré las manos.
—Eva, mírame.
Observé sus ojos tormentosos y sentí un tirón en el pecho, una sacudida que podría ponerme del revés. Continuaba enfadada conmigo y yo no lo soportaba.
—Sigues sin saber lo que provocas en mí. Lo loco que me vuelves.
—No me vengas con ésas. No deberías haber mencionado a Corinne del modo en que lo has hecho.
—Quizá no. Pero sé sincera: tú has hablado de Kline esta mañana porque te preocupa verlo.
—¡No me preocupa!
—Cielo. —La miré con ojos pacientes—. Sí estás preocupada. No creo que vayas a acostarte con él, pero sí creo que te preocupa cruzar una línea que no deberías traspasar. Necesitabas una reacción fuerte por mi parte, así que fuiste franca y la conseguiste. Necesitabas ver lo que eso provocaría en mí, que la simple idea de imaginarte con él me vuelve loco.
—Gideon. —Me agarró por los bíceps—. No va a pasar nada.
—No estoy poniendo ninguna excusa. —Le acaricié las mejillas con las yemas de los dedos—. Te he hecho daño y lo siento.
—Yo también lo siento. Quería evitar que hubiera problemas y los ha habido de todos modos.
Sabía que lamentaba nuestra discusión. Lo veía en sus ojos.
—Estamos aprendiendo sobre la marcha. Meteremos la pata de vez en cuando. Simplemente tienes que confiar en mí, cielo.
—Y lo hago, Gideon. Por eso hemos llegado tan lejos. Pero el hecho de que me hayas hecho daño… a propósito… —Negó con la cabeza y vi cómo mis palabras la estaban consumiendo—. Se suponía que siempre podría contar con que no me harías daño de forma deliberada.
Oír que Eva dudaba de su confianza en mí fue un duro golpe. Acepté la bofetada y, a continuación, me expliqué del único modo que podía hacerlo con ella. Se lo contaría todo, hablaríamos durante horas, escribiría mi juramento con sangre… si es que era necesario para hacer que creyera en mí.
—Hay una diferencia entre una acción deliberada y otra malintencionada, ¿no crees? —Cogí su cara entre las manos—. Te prometo que nunca te causaré dolor sólo por hacerte daño. ¿No te das cuenta de que yo soy igual de vulnerable? Tú tienes el mismo poder de hacerme daño.
Su rostro se ablandó y se volvió más deslumbrante.
—Yo no lo haría.
—Pero yo sí lo he hecho. Vas a tener que perdonarme.
Dio un paso atrás.
—Odio que uses ese tono de voz.
Por puro instinto de supervivencia, no me permití mostrar la sonrisa que sentía en mi interior.
—Pero te pone húmeda.
Me miró con despecho por encima del hombro, se acercó a la ventana y se colocó en el mismo lugar donde yo había estado esa mañana. La coleta de su pelo resaltaba su belleza y no le dejaba opción para ocultar sus emociones. El color le invadió las mejillas.
¿Era consciente de las muchas veces en que pensaba en atarla cuando se exasperaba de esa forma? No para enjaularla ni para amordazarla, sino para contener esa vibrante energía que poseía, ese deseo de vida que yo nunca había conseguido tener. Ella me daba eso, me lo entregaba por completo.
—No intentes controlarme con el sexo, Gideon —dijo dándome la espalda.
—No pretendo controlarte de ningún modo.
—Me manipulas. Haces cosas…, dices cosas… sólo para conseguir una reacción específica por mi parte.
Crucé los brazos sobre el pecho al recordarla besando a Kline.
—Al igual que tú. Algo de lo que acabamos de hablar.
Me miró.
—Yo tengo derecho a ello. Soy una mujer.
—Ah. —Sonreí—. Eso ya lo sabía.
—Eres un enigma para mí. —Soltó un suspiro y vi cómo dejaba que su resentimiento desapareciera—. Pero me tienes calada. Conoces mis resortes y cómo hacerlos saltar.
—Si crees que no paso buena parte del día tratando de entenderte es que no me estás prestando atención —repuse—. Piensa en ello mientras yo tengo esta reunión y, después, nos despediremos como es debido.
Eva me siguió con los ojos mientras yo volvía a sentarme en mi sillón. Me puse los auriculares y me quedé quieto al darme cuenta de que me estaba mirando. Le gustaba hacerlo. Y el de ella era el único deseo ávido que conseguía que me sintiera bien conmigo mismo. Nunca me había puesto a la defensiva ante el interés sexual que otros le provocaban. Me hacía sentir amado y deseado de un modo que no era en absoluto intimidatorio.
—Ver cómo adoptas tu actitud profesional me pone cachonda —dijo con una voz lo suficientemente ronca para evitar que pudiera concentrarme del todo en el trabajo—. Es de lo más sensual.
Torcí los labios en una mueca de ironía.
—Cielo, compórtate durante quince minutos —le pedí.
—¿Qué tiene eso de divertido? Además, a ti te gusta que me porte mal.
Había dado en el clavo.
—Quince minutos —repetí. Teniendo en cuenta que había pensado dedicarle a esa reunión casi una hora, eso era una concesión importante.
—Haz lo que tengas que hacer. —Eva se colocó junto a mi sillón y se inclinó como una chica de calendario para susurrarme al oído—: Buscaré algo con lo que entretenerme mientras tú estás al teléfono jugando con tus millones.
La polla se me puso repentina y dolorosamente dura. Me había dicho algo parecido la primera vez que empezamos a salir, y había soñado con ello durante las semanas que habían pasado desde entonces.
Le hubiera dicho que esperara, pero sabía que no lo habría hecho. Había una mirada decidida en sus ojos y un provocador contoneo en sus caderas mientras rodeaba mi mesa. Yo la había fastidiado y ella quería un poco de venganza. Algunas parejas se castigaban el uno al otro con dolor y aislamiento. Eva y yo nos castigábamos con el placer.
En el momento en que desapareció de mi vista, entré en la reunión sin activar mi cámara y silencié el micrófono. Media docena de participantes discutían animadamente sobre el material que Scott les había enviado. Les concedí un momento para que se dieran cuenta de que yo estaba conectado…
… y utilicé ese tiempo para levantarme y bajarme la cremallera.
Eva se quitó los tacones.
—Bien —dijo—. Te será más fácil si colaboras.
—No creerás que tener tu boca sobre mi polla mientras estoy en una videoconferencia puede ser algo fácil, ¿no? —Incluso entonces, el equipo de California empezaba a dirigirme sus saludos a través de los auriculares. Por el momento, no les hice caso, pensando solamente en lo que iba a ocurrir allí mismo, en mi despacho.
Tan sólo unas semanas antes, la posibilidad de que yo pudiera estar jugando mientras trabajaba me habría parecido imposible. Si Eva no hubiera estado tan ansiosa, la habría obligado a esperar hasta que pudiera dedicarle por completo mi tiempo y mi atención.
Pero mi ángel era una amante peligrosa a la que le encantaba la emoción de estar a punto de que nos descubrieran. Yo nunca habría sabido lo mucho que me gustaba esa sensación de no ser por ella. Había veces en las que quería follármela y que todo el mundo lo viera para que tuvieran claro cuánto la poseía.
Su sonrisa era pura malicia.
—Si te gustaran las cosas fáciles, no te habrías casado conmigo.
Y me iba a casar otra vez con ella, cuanto antes. No sería la última vez. Renovaríamos nuestros votos a menudo, recordándonos el uno al otro que habíamos hecho la promesa de estar juntos para siempre, sin importar lo que la vida pudiera depararnos.
Poniéndose elegantemente de rodillas al otro lado de mi mesa, Eva colocó las manos sobre el suelo y gateó hacia mí como una leona en busca de su presa. A través de la superficie de cristal ahumado de la mesa, vi cómo ocupaba su lugar y sacaba la lengua para humedecerse los labios.
La expectación me invadió mezclada con otra sensación de desafío y erotismo. Todo en mi mujer me proporcionaba placer, pero su boca era un caso aparte. Me lamió como si estuviera hambrienta de mi semen, como si estuviera enganchada a su sabor. Eva me la chupaba porque le encantaba. Ver cómo me derretía mientras me lo hacía era su recompensa.
Me desabroché del todo la bragueta y me bajé la cinturilla del bóxer mientras observaba la cara de ella al mismo tiempo que yo le mostraba lo que ella provocaba en mí. Sus labios se separaron y la respiración se le aceleró, echando hacia atrás su cuerpo hasta que se sentó sobre los talones como una suplicante.
Me acomodé en mi sillón y asimilé la inhabitual sensación de inmovilidad alrededor de mis muslos y el tirón de la goma por debajo de mis pelotas. Mi reacción fue repentina y desagradable, la sensación de estar a punto de sacar a la luz recuerdos que mantenía completamente enterrados.
Recapacité y comencé a echarme hacia atrás a medida que mi ritmo cardíaco aumentaba…
Eva me tragó.
—Joder —dije entre dientes clavando los dedos en los brazos del sillón a la vez que ella clavaba los suyos en mi cadera.
La oleada de calor húmedo sobre el capullo sensible de mi polla fue asombrosamente intensa. Una fuerte succión se apretaba alrededor de mi miembro y una lengua suave como el satén me masajeaba en el punto preciso. A través de los fuertes latidos de mi corazón oí cómo el equipo preguntaba si mi cámara y mis auriculares funcionaban bien…
Me enderecé, me incliné hacia adelante e inicié la conexión.
—Perdonad el retraso —dije con brusquedad mientras ella seguía lamiéndome—. Ahora que habéis tenido oportunidad de revisar la propuesta, hablemos de los pasos que vais a dar para efectuar los ajustes que se recomiendan.
Eva dio su aprobación con un murmullo y la vibración reverberó por todo mi cuerpo. La tenía tan dura como para clavar un clavo, y sus finos dedos me provocaban, acariciándola con la presión suficiente como para que deseara más.
Tim Henderson, el jefe del proyecto y del equipo, fue el primero en hablar. Yo apenas podía concentrarme, y lo veía más por mi propio recuerdo que por la pantalla que tenía delante de mí. Era un hombre alto y extremadamente delgado de piel pálida y una melena de rizos oscuros al que le gustaba hablar, lo cual fue una bendición teniendo en cuenta lo seca que se me había quedado la boca.
—Me gustaría tener más tiempo para revisar esto —empezó a decir—. Pero en principio, creo que se trata de un calendario bastante acelerado. Hay partes de este proyecto que son estupendas y me emociona ver lo que vamos a poder conseguir, pero para la introducción en las pruebas de la versión beta se tardará un año como poco, no seis meses.
—Eso es lo que me dijiste hace seis meses —le recordé apretando los puños mientras Eva se llevaba mi polla hasta el fondo de la garganta. El sudor hizo acto de presencia en mi nuca cuando ella tiró con una excitante y suave succión.
—Perdimos a nuestro mejor diseñador cuando se lo llevó LanCorp…
—Y yo os ofrecí un sustituto que rechazasteis.
Henderson apretó la mandíbula. Era un genio de la programación con una brillante mente creativa, pero no era bueno trabajando con otras personas y se mostraba reticente a la intervención externa. Ésa habría sido su prerrogativa…, de no tratarse de mi tiempo y de mi dinero.
—Un equipo creativo exige un equilibrio delicado —argumentó—. No se puede introducir sin más a una persona cualquiera en el hueco que ha quedado libre. Ahora contamos con el hombre idóneo para este trabajo…
—Gracias —intervino Jeff Simmons mientras su rostro angular adoptaba una sonrisa ante el elogio.
—… y estamos avanzando —continuó Tim—. Nosotros…
—… no dejáis de incumplir los plazos que vosotros mismos os impusisteis —repuse en un tono más brusco de lo que había pretendido debido a la ágil y maliciosa lengua de mi esposa.
Sus suaves y provocadores lametones desde la base hasta la punta me estaban haciendo perder la cabeza. Los muslos me dolían de la presión, y los músculos se endurecieron por la fuerza que necesitaba para mantenerme quieto en la silla. Eva seguía la línea de cada vena sensible, acariciando la palpitante rugosidad con la lengua.
—Mientras creamos una experiencia excepcional e innovadora para el usuario —contestó Tim—. Estamos haciendo el trabajo y lo estamos haciendo bien.
Yo quería poner a Eva sobre la mesa y follármela. Con fuerza.
Y, para hacerlo, debía terminar con aquella maldita reunión.
—Muy bien. Ahora, lo único que necesitáis es hacerlo más rápido. Voy a enviaros un equipo que os ayude a alcanzar los objetivos a tiempo. Irán…
—Espere un momento, Cross —espetó Henderson acercándose a la cámara—. ¡Nos va a enviar aquí a unos burócratas para que nos vigilen a sol y a sombra y con eso sólo va a conseguir que vayamos más lentos! Tiene que dejarnos a nosotros el desarrollo del proyecto. Si necesitamos su ayuda, se la pediremos.
—Si creíais que os iba a dar mi dinero y actuar como un simple socio capitalista es que no habéis hecho vuestros deberes.
—Uy, uy… —murmuró Eva con ojos risueños por debajo del cristal.
Metí la mano bajo la mesa, le agarré la nuca y apreté.
—El mundo de las aplicaciones es extremadamente competitivo. Es por eso por lo que acudisteis a mí. Me presentasteis un concepto de juego único e interesante y un plazo de un año para su puesta en marcha, plazo que mi equipo consideró razonable y posible de conseguir.
Contuve la respiración, atormentado por la sensación de los labios calientes que subían y bajaban por mi polla embravecida. Eva se estaba esmerando ahora, excitándome con fuertes movimientos de su puño. Se habían acabado los preámbulos y las provocaciones. Quería que me corriera. Ya.
—Está viendo esto desde una perspectiva errónea, señor Cross —dijo Ken Harada pasándose la mano por su perilla azul—. Los plazos técnicos no dan margen para procesos creativos consistentes. No comprende que…
—Yo no soy el malo aquí. —El deseo de embestirla, de follarla, era desgarrador. La agresividad iba creciendo dentro de mí como un maremoto, obligándome a tratar de disimular para parecer civilizado—. Me garantizasteis la entrega a tiempo de todos los elementos según unos plazos que vosotros diseñasteis y no los estáis cumpliendo. Ahora me veo obligado a ayudaros a cumplir las promesas que vosotros hicisteis.
El artista se dejó caer en su asiento mientras murmuraba algo.
Apreté la mano sobre la nuca de Eva y traté de hacer que fuera más lenta. Después, me rendí y empecé a moverla, instándola bruscamente a que chupara más rápido. Con más fuerza. A que me vaciara.
—Así es como van a ser las cosas. Vais a trabajar con el equipo que os voy a enviar. Si incumplís otro plazo, quitaré a Tim de la supervisión.
—¡Una mierda! —gritó—. ¡Joder, ésta es mi aplicación! No puede quitármela.
Debía actuar con delicadeza, pero no podía. Tenía la mente nublada por la necesidad de copular.
—Deberías haber leído el contrato con más atención. Hazlo esta noche y volveremos a hablar mañana después de que llegue el equipo.
«Después de que me haya corrido…».
Sentía un hormigueo en la espalda. Las pelotas se me encogieron. Estaba a punto y Eva lo sabía. Las mejillas se le hundieron con la fuerza de la succión mientras su lengua se movía sobre la parte inferior y más sensible de mi capullo. El corazón me palpitaba y las manos se me humedecieron con el sudor.
Con la mirada fija en media docena de rostros furiosos con una revuelta de protestas que explotaban en mis auriculares, sentí que el orgasmo me golpeaba como si fuera un tren de carga. Busqué a tientas el botón para apagar mi micrófono y dejé que un gruñido saliera por mi garganta mientras me vaciaba con fuertes chorros dentro de la golosa boca de Eva. Ella gimió y me agarró la polla con las dos manos, tirando y apretándola a la vez que yo me corría con un torrente que no podía contener.
Sentí cómo el calor me invadía la cara. Miré impasible la pantalla conteniendo el deseo de cerrar los ojos y echar la cabeza hacia atrás para permitir que mi cuerpo absorbiera el singular placer de correrme con mi esposa. De correrme por ella.
A medida que la presión desaparecía, le solté el pelo y le toqué la mejilla con la punta de los dedos.
Volví a conectar el micrófono.
—Mi secretario os llamará dentro de unos minutos para concertar la reunión de mañana —los interrumpí con voz ronca—. Espero que podamos llegar a un acuerdo amigable. Hasta entonces.
Cerré el navegador y me quité los auriculares.
—Ven aquí, cielo.
Eché mi sillón hacia atrás y tiré de ella antes de que saliera por sí misma.
—¡Eres una máquina! —exclamó jadeante, con la voz tan ronca como la mía y los labios rojos e hinchados—. ¡No puedo creer que ni siquiera te hayas movido! ¿Cómo puedes…? ¡Ah!
El diminuto encaje que llevaba por ropa interior cayó al suelo hecho pedazos.
—Me gustaban esas bragas —dijo con la voz entrecortada.
La levanté del suelo y puse su culo desnudo sobre el frío cristal, colocándola perfectamente para que recibiera mi polla.
—Esto te va a gustar más.
—Cielo…
Eva me miró parpadeando, como un cachorro dormido, mientras yo salía del baño de mi despacho.
—¿Sí?
Sonreí al ver que seguía desplomada sobre mi sillón.
—Supongo que estás bien.
—Nunca he estado mejor. —Levantó un brazo y se pasó la mano por el pelo—. Aparte de haber perdido la cabeza por el polvo que me has echado, por lo demás me encuentro de maravilla, muchas gracias.
—De nada. —Me acerqué a ella con una manopla mojada con agua caliente.
—¿Intentas establecer un nuevo récord de número de orgasmos en un solo día?
—Una propuesta interesante. Estoy deseando probarla.
Extendió una mano como si quisiera apartarme.
—Ya basta, maníaco. Si vuelves a follarme, me convertiré en una tonta babosa y balbuceante.
—Si cambias de idea, dímelo.
Me arrodillé delante de ella y la insté a que abriera las piernas. Depilado y rosado, su coño era precioso. Perfecto.
Ella me miraba mientras yo la limpiaba y extendió los dedos para peinarme el cabello.
—No trabajes mucho este fin de semana, ¿vale? —dijo.
—Como si hubiera otra cosa que mereciera la pena hacer si no estás tú —murmuré.
—Duerme. Lee algún libro. Prepara una fiesta.
Sonreí.
—No lo he olvidado. Les preguntaré esta noche a los chicos.
—¿Cómo? —La pereza desapareció de pronto de sus ojos. Me eché hacia atrás antes de que sus piernas se cerraran—. ¿Qué chicos?
—Los chicos a los que quieres conocer.
—¿Los vas a llamar?
Me puse de pie.
—Nos vamos a ver.
—¿Para hacer qué?
—Beber. Salir.
Volví al baño, arrojé la manopla al cesto de la colada y me lavé las manos.
Eva vino detrás.
—¿A una discoteca?
—Quizá. Probablemente no.
Se apoyó en el marco de la puerta y se cruzó de brazos.
—¿Alguno de ellos está casado?
—Sí —asentí mientras colgaba la toalla de manos en su sitio—. Yo.
—¿Sólo? ¿Arnoldo estará también?
—Puede. Es probable.
—¿A qué viene tanta respuesta corta?
—¿A qué viene este interrogatorio? —pregunté, aunque ya sabía la contestación.
Mi mujer estaba celosa, era una mujer posesiva. Y, por suerte para los dos, eso me gustaba. Mucho.
Se encogió de hombros, aunque hizo un gesto a la defensiva.
—Sólo quiero saber qué vas a hacer. Eso es todo.
—Me quedaré en casa, si quieres.
—No te estoy pidiendo que hagas eso.
Tenía una mancha oscura de maquillaje debajo de los ojos. Me encantaba desarreglarla y provocarle ese aspecto de recién follada. A ninguna mujer le sentaba mejor.
—Entonces, ve al grano.
Chasqueó la lengua con frustración.
—¿Por qué no me cuentas lo que habéis planeado?
—No lo sé, Eva. Normalmente, nos juntamos en casa de alguno de nosotros y tomamos unas copas. Jugamos a las cartas. A veces, salimos.
—De caza. Un grupo de tíos buenos que salen a pasárselo bien.
—No es ningún delito. Y ¿quién te ha dicho que son atractivos?
Me fulminó con la mirada.
—Salen a ligar contigo. Eso significa que o bien están lo suficientemente buenos como para no ser del todo invisibles a tu lado o que se sienten muy seguros de sí mismos como para preocuparse por ello.
Levanté la mano izquierda. Los rubíes rojos de mi anillo de bodas reflejaron la luz. Nunca me quitaba el anillo y nunca lo haría.
—¿Te acuerdas de esto?
—No me preocupas tú —murmuró ella dejando caer los brazos—. Si no follo contigo lo suficiente, necesitas ayuda.
—… dijo la esposa que no puede esperar quince minutos.
Me sacó la lengua.
—Eso es lo que ha hecho que te folle ahí mismo.
—Arnoldo no se fía de mí, Gideon. La verdad es que no quiere que estés conmigo.
—No es él quien debe tomar esa decisión. Seguro que yo tampoco le gustaré a alguno de tus amigos. Soy consciente de que Cary no sabe qué pensar.
—¿Y si Arnoldo les cuenta a los demás lo que piensa de mí?
—Cielo. —Me acerqué a ella y la agarré de la cintura—. Hablar de sentimientos es básicamente cosa de mujeres.
—No seas sexista.
—Sabes que tengo razón. Además, Arnoldo sabe lo que hay. Ha estado enamorado.
Levantó la mirada hacia mí con aquellos ojos tan únicos y hermosos.
—¿Está usted enamorado, señor Cross?
—Sin lugar a dudas.
Manuel Alcoa me dio una palmada en la espalda tras pasar la mano por encima de mi hombro.
—Me acabas de costar mil dólares, Cross.
Me apoyé contra la isleta de la cocina y me metí una mano en el bolsillo de los vaqueros envolviendo con ella mi teléfono móvil. Eva se encontraba en pleno vuelo y yo estaba pendiente de alguna noticia de ella o de Raúl. Nunca antes me había dado miedo volar ni me había preocupado la seguridad de nadie al viajar. Hasta ahora.
—¿Y eso? —pregunté antes de darle un sorbo a mi cerveza.
—Eras el último tío que me habría imaginado que daría el sí y al final has resultado ser el primero. —Manuel negó con la cabeza—. Me has dejado con la boca abierta.
Bajé la botella.
—¿Apostaste en mi contra?
—Sí. Aunque sospecho que alguien tenía información privilegiada.
El gerente de cartera entornó los ojos y miró al otro lado de la isleta en dirección a Arnoldo, quien se encogió de hombros.
—Si te sirve de consuelo, yo también habría apostado en mi contra —dije.
Manuel sonrió.
—Las latinas son las mejores, amigo. Sensuales, con curvas… Muy traviesas en la cama y fuera de ella. Temperamentales. Apasionadas. Buena elección.
—¡Manuel! —gritó Arash desde la sala de estar—. Trae esas limas.
Vi a Manuel salir de la cocina con el cuenco de las limas troceadas. El piso de Arash era moderno y espacioso y tenía una vista panorámica del río East. En él había una notable ausencia de paredes, a excepción de las que ocultaban los baños.
Rodeé la isla con la encimera de granito y me acerqué a Arnoldo.
—¿Cómo estás?
—Bien —dijo él bajando la mirada hacia el líquido ámbar al que daba vueltas en un vaso—. Te haría la misma pregunta, pero ya veo que tienes buen aspecto. Me alegro.
No me apetecía perder el tiempo hablando de tonterías.
—A Eva le preocupa que puedas tener algún problema con ella —le solté.
Me miró.
—Nunca le he faltado al respeto a tu chica.
—Nunca me ha dicho que lo hayas hecho.
Arnoldo bebió y dedicó un momento a saborear el excelente licor antes de tragarlo.
—Veo que estás…, ¿cómo se dice?…, cautivo por esta chica.
—Cautivado —dije mientras me preguntaba por qué no me hablaba en italiano.
—Ah, sí. —Me miró con una leve sonrisa—. Como bien sabes, yo he estado en tu lugar, amigo. No te juzgo.
Sabía que Arnoldo lo comprendía. Lo había conocido en Florencia, mientras se recuperaba de la pérdida de una mujer ahogándose en alcohol y cocinando como un loco, creando tanta comida de cinco estrellas que incluso la regalaba. Yo me había quedado fascinado por su enorme desesperación y era incapaz de comprenderlo.
Estaba seguro de que a mí nunca me sucedería eso. Como la opacidad y la calidad a prueba de ruidos de la pared de cristal de mi despacho, mi visión de la vida estaba nublada. Sabía que nunca podría explicarle a Eva cómo había aparecido ante mí la primera vez que la vi, tan enérgica y cálida. Una explosión de color en medio de un paisaje en blanco y negro.
—Voglio che sia felice —repuse. Era una frase sencilla, pero directa al grano. «Quiero que sea feliz».
—Si su felicidad depende de lo que yo crea, estás pidiendo demasiado —respondió él también en italiano—. Yo nunca diré nada en su contra. Siempre la trataré con el respeto que siento por ti mientras estéis juntos. Pero lo que yo creo es cosa mía y tengo derecho a creerlo, Gideon.
Miré en dirección a Arash, que estaba colocando vasos de chupito sobre la barra de la sala de estar. Como mi abogado principal, sabía tanto lo de mi matrimonio como lo del vídeo sexual de Eva y no tenía ningún problema con ninguna de las dos cosas.
—Nuestra relación es… compleja —expliqué en voz baja—. Yo le he hecho a ella tanto daño como ella a mí. Probablemente más.
—No me sorprende oír eso, pero lo lamento. —Arnoldo me miró fijamente—. ¿No podrías haber elegido a alguna de las demás mujeres que te han querido y que no te habrían causado ningún problema? Un cómodo adorno que pudieras meter en tu vida sin provocar una reacción en cadena…
—Como dice Eva, ¿qué tendría eso de divertido? —Mi sonrisa desapareció—. Ella es un desafío para mí, Arnoldo. Me hace ver cosas…, pensar en cosas como nunca antes lo había hecho. Y me quiere. No como las otras. —Volví a agarrar mi móvil.
—A las otras no les has permitido quererte.
—No podía. La estaba esperando a ella. —Una expresión pensativa cruzó por su rostro y continué—: No me creo que tu Bianca no te diera problemas.
Se rio.
—No. Pero mi vida es sencilla. Puedo hacer uso de las complicaciones.
—Mi vida era ordenada. Ahora es una aventura.
Arnoldo se serenó y sus ojos oscuros me miraron serios.
—Esa cualidad salvaje de ella que tanto te gusta es lo que más me preocupa.
—Deja de preocuparte.
—Voy a decirte esto solamente una vez. Nunca más. Puede que te enfades conmigo por ello, pero comprende que mi corazón está donde tiene que estar.
Apreté la mandíbula.
—Escúpelo.
—Estuve cenando con Eva y Brett Kline. Los vi juntos. Había química entre ellos. No era diferente de la que vi entre Bianca y el hombre por el que me dejó. Ojalá pudiera creer que Eva lo ignoraría, pero ha demostrado que no puede.
—Tenía sus motivos —repliqué mientras le sostenía la mirada—. Motivos que yo mismo le había dado.
Arnoldo dio otro sorbo.
—Entonces, rezaré porque no le des más motivos.
—¡Oye! —gritó Arash—. ¡Dejad ya de hablar en italiano y arrastrad vuestros culos hasta aquí!
Arnoldo hizo chocar su vaso con mi botella antes de dejarme.
Yo me terminé la cerveza a solas mientras me tomaba un momento para pensar en lo que me había dicho.
Después, me uní a la fiesta.