—Buenos días, campeón.
Miré por encima del hombro al oír el sonido de la voz de Eva, sonriendo mientras la observaba rodear la isla de la cocina cuando se dirigía a la máquina del café. Tenía el pelo enmarañado, preciosas sus piernas bajo el dobladillo de la camiseta que llevaba.
—¿Qué tal estás? —le pregunté dirigiendo de nuevo la atención a las tostadas que tenía en la sartén.
—Mmm…
Volví a mirarla y vi que se había puesto colorada.
—Dolorida —respondió introduciendo una cápsula en la máquina del café—. Muy adentro.
Esbocé una sonrisita. El columpio la había situado a la perfección, permitiendo una penetración inmejorable. Nunca había estado tan dentro de ella. Llevaba toda la mañana pensando en ello y había decidido que hablaría con Ash sobre los planes para la reforma. En uno de los dormitorios tendría que haber dos armarios: uno para la ropa y otro para el columpio.
—¡Caray! —masculló—. Mira qué gesto de gallito pone. Los hombres son todos unos cerdos.
—Y aquí estoy, matándome en la cocina para ti.
—Ya, ya. —Me dio un azote en el culo al pasar por mi lado con una humeante taza de café en la mano.
La cogí por la cintura antes de que se alejara y le planté un rápido y ruidoso beso en la mejilla.
—Estuviste increíble anoche.
Noté como que algo encajaba en nuestra relación con tanta fuerza que había sido tan tangible como el anillo que llevaba en el dedo, y lo tuve en igual estima.
Me dirigió una radiante sonrisa, luego abrió el frigorífico y sacó la leche. Mientras, yo emplaté las tostadas.
—Hace tiempo que quiero hablarte de algo —dijo viniendo conmigo a la isla y sentándose en un taburete.
Enarqué las cejas.
—Vale.
—Me gustaría colaborar con la Fundación Crossroads, económica y administrativamente.
—Eso podría englobar muchas cosas, cielo. Cuéntame qué tienes en mente.
Se encogió de hombros y cogió el tenedor.
He estado pensando en el dinero que recibí del padre de Nathan. Está en una cuenta en el banco, y después de lo que Megumi ha pasado… me he dado cuenta de que debería invertirlo y no quiero esperar. Me gustaría ayudar a financiar los programas que ofrece Crossroads y a idear formas de desarrollarlos.
Me reí para mis adentros, encantado de verla moverse en la dirección adecuada.
—Muy bien. Ya lo arreglaremos.
—¿Sí?
La luz de mi vida se iluminó como el sol.
—Claro. Yo también quiero dedicarle más tiempo.
—¡Podemos trabajar juntos! —Daba saltos de alegría—. Me hace mucha ilusión, Gideon.
Sonreí.
—No hace falta que lo jures.
—Podría decirse que es un paso natural para nosotros. Una prolongación de nosotros mismos, en realidad.
Cortó un pedazo de su desayuno y se lo metió en la boca. A continuación, canturreó su veredicto:
—¡Qué rico!
—Me alegro de que te guste.
—Eres sexi y encima sabes cocinar. Soy una chica con suerte.
Decidí no decirle que me había descargado la receta de internet esa misma mañana. En cambio, consideré lo que acababa de decir.
¿Había cometido un error yendo tan deprisa con Mark? Cabía la posibilidad de que, si hubiera esperado un poco más, Eva se habría decidido a trabajar en Cross Industries por iniciativa propia.
Pero ¿acaso podía permitirme el lujo de darle más tiempo con Landon acercándose? Incluso en ese momento, creía que no.
Buscando atenuar cualquier posible consecuencia, consideré las ventajas de sacar a colación el tema del traslado de Mark a Cross Industries en ese momento o más adelante. Eva había abierto la puerta al hablar de que trabajáramos juntos. Si no me decidía a entrar, ella podría averiguarlo por otros medios.
Me había arriesgado a eso el sábado, dado que Mark y ella eran amigos y hablaban fuera del trabajo. Él podría haberla llamado en cualquier momento, pero confié en que lo pensara primero, en que lo hablara con su pareja y se aviniera a dejar Waters Field & Leaman.
—Yo también tengo que comentarte algo, cielo.
—Soy toda oídos.
Afectando despreocupación, cogí el sirope de arce y me eché un poco en el plato.
—Le he ofrecido un empleo a Mark Garrity.
Hubo un momento de atónito silencio.
—¿Que has hecho qué?
Su tono de voz me confirmó que había hecho bien en dar la cara mejor temprano que tarde. La miré. Eva tenía los ojos clavados en mí.
—He pedido a Mark que trabaje para Cross Industries —repetí.
Se puso pálida.
—¿Cuándo?
—El viernes.
—El viernes —repitió como un papagayo—. Hoy es domingo. ¿Y me lo cuentas ahora?
Dado que la pregunta era retórica, no respondí, optando por esperar a ver qué derrotero tomaba la situación para no arriesgarme a empeorar las cosas.
—¿Por qué, Gideon?
Utilicé la misma táctica que había empleado con Mark: conté las partes de la verdad que, supuse, aceptaría con más facilidad.
—Es un buen profesional —dije—. Aportará mucho al equipo.
—Eso son gilipolleces. —El color le volvió a la cara en un arrebato de ira—. No seas condescendiente conmigo. Estás dejándome sin trabajo, ¿no te parece que deberías habérmelo consultado primero?
Cambié de táctica.
—LanCorp fueron a por Mark directamente, ¿no?
Se quedó callada un momento.
—¿De eso se trata? ¿Del puto sistema PhazeOne? ¿Lo dices en serio?
Me preguntaba qué producto utilizaría como excusa Ryan Landon para acercarse a Eva. Me sorprendía que se hubiera decidido por un producto tan esencial para sus ganancias, y me cabreé conmigo mismo por no esperármelo.
—No has contestado a mi pregunta, Eva.
—¿Qué demonios importa eso? —me soltó—. Vale, fueron a por Mark. ¿Y qué? ¿No quieres que se lo quede la competencia? ¿Estás diciéndome que se trata de una decisión empresarial?
—No, ésta era personal. —Dejé el cubierto sobre la mesa—. Eric Landon, el padre de Ryan Landon, invirtió mucho con mi padre y lo perdió todo. Desde entonces, Ryan me la tiene jurada.
Eva frunció el ceño.
—Entonces ¿no querías que trabajáramos en ninguna campaña para él? ¿Es eso lo que estás diciendo?
—Lo que estoy diciendo es que Ryan Landon quería a Mark como medio para acercarse a ti.
—¿Qué? ¿Por qué? —La exasperación y la rabia eran visibles en su rostro—. ¡Está casado, por el amor de Dios! Vino con su mujer a almorzar con nosotros el otro día. No tienes motivos para estar celoso.
—No le interesarías en ese sentido —coincidí—. Un triunfo mayor sería que trabajaras para él. Quiere la satisfacción de saber que puede dar una orden y que tú tendrás que apresurarte a cumplirla.
—Eso es ridículo.
—Tú no lo sabes todo, Eva. No estás enterada de los muchos años que lleva tratando de socavarme por todos los medios posibles. Todas las decisiones empresariales que toma están motivadas por la necesidad de rectificar la conexión entre los nombres de Landon y Cross. Aprovecha todos sus éxitos para hablar de que su padre no fue capaz de ver que el mío era un fraude y de lo que eso les ha costado a los Landon.
—Claro que no lo sé —replicó ella fríamente—, porque a ti no te ha dado la gana de contármelo.
—Estoy contándotelo ahora.
—¡Cuando ya no importa! —Se bajó del taburete y salió de la cocina sin decir palabra.
Fui tras ella, como siempre.
—Eva…
La agarré del codo, pero ella se soltó de un tirón y se volvió para mirarme.
—¡No me toques!
—No te vayas así —bramé—. Si vamos a pelearnos, hagámoslo y arreglemos las cosas cuanto antes.
—Con eso contabas, ¿verdad? Creías que podrías hacer lo que quisieras, y que luego me camelarías con halagos y sexo. Pero esto no tiene arreglo, Gideon. No puedes decir cuatro palabritas o follarme hasta dejarme tonta y salirte con la tuya esta vez.
—¿Arreglar, qué? Sé de alguien que está maniobrando para aprovecharse de ti y me he encargado de ello.
—¿Es así como lo ves? —Puso los brazos en jarras—. Pues yo no. Landon se está arriesgando. ¿Y si Mark y yo hacemos una mierda de trabajo? Se juega mucho con PhazeOne.
—Exactamente. Tiene su propio equipo de publicidad, marketing y promoción, igual que yo. Entonces ¿por qué tomar algo en lo que ha invertido una fortuna (incluso para mis estándares) y exponerse a filtraciones o al fracaso más absoluto?
Levantó las manos con un bufido.
—Vale —solté—. No puedes responder a eso porque no tienes una buena respuesta. Es una apuesta innecesaria. Las únicas personas que manejan el lanzamiento de la siguiente generación de GenTen están conmigo.
—¿Qué estás diciendo?
—Que Landon ha esperado mucho tiempo para desquitarse de los Cross. Quizá no le importe que tú lleves ese nombre. Ignoro lo que tiene en mente. Como poco, está intentando ponernos en una situación en la que no podamos compartir información el uno con el otro.
Enarcó las cejas.
—Y ¿qué diferencia hay entre eso y el modo en que nuestra relación funciona normalmente?
—No sigas por ahí. —Apreté los puños a ambos lados del cuerpo, frustrado por su cabezonería—. Esto no se trata de nosotros, sino de él. No permitiré que Landon te amargue la vida por mi culpa.
—¡No estoy diciendo que estés equivocado! Si me hubieras hablado de ello, habría tomado la decisión apropiada yo solita. En cambio, ¡me has dejado sin un trabajo que me encanta!
—Un momento. ¿Qué decisión habría sido ésa?
—No lo sé. —Esbozó una sonrisa fría y dura que me heló la sangre—. Y ya nunca lo sabremos.
Volvió a darme la espalda.
—Espera.
—No —exclamó por encima del hombro—. Voy a vestirme y me marcho.
—Ni de coña. —La seguí a su dormitorio.
—No puedo seguir contigo ahora, Gideon. No quiero ni verte.
Tenía que ocurrírseme algo que decirle para que se calmara.
—Mark no ha aceptado el trabajo.
Sacudió la cabeza y abrió un cajón para sacar unos pantalones cortos.
—Lo hará. Estoy segura de que le has hecho una oferta que no podrá rechazar.
—La retiraré.
Dios. Estaba retractándome y dolía, pero parecía tan enfadada que no me escuchaba. Nunca la había visto así, lejana e inalcanzable. Después de la noche salvaje que habíamos pasado, en la que habíamos estado más unidos que nunca, su actitud me resultaba insoportable.
—No te molestes, Gideon. El daño ya está hecho. Pero tendrás un magnífico empleado que aportará mucho a tu equipo. —Se puso los pantalones y se metió en el vestidor.
Yo me quedé detrás de ella, bloqueando la entrada mientras se calzaba unas chanclas.
—Escúchame, maldita sea —espeté—. Van a por ti. Todos. Quieren fastidiarme a través de ti. Hago lo que puedo, Eva. Intento protegerte de la única forma que sé.
Hizo un alto y me miró.
—Pues tienes un problema, porque esa forma no me vale. Y nunca lo hará.
—¡Maldita sea! ¡Lo estoy intentando!
—Lo único que tenías que hacer era hablar conmigo, Gideon. Iba camino de llegar a ello por mi cuenta. Trabajar juntos en Crossroads era sólo el primer paso. Iba a tomar la decisión de trabajar contigo, y me la has arrebatado. A los dos. Y nunca volveremos a tener esa posibilidad.
La gélida irrevocabilidad de su tono de voz me volvía loco. Sabía cómo arreglármelas cuando las discusiones se torcían. Era capaz de improvisar una estrategia en el momento. Pero no cuando me era imposible llegar a Eva. Cuando nos comprometimos, tomé la decisión de renunciar a todo (mis ambiciones, mi orgullo y mi corazón) con tal de no perderla. Si no podía hacerlo, no tenía nada.
—No me vengas con ésas, cielo —le advertí—. Siempre que he sacado el tema de trabajar juntos, no has querido ni escucharme.
—Así que decidiste forzarme.
—¡Estaba dispuesto a darte tiempo! Tenía un plan. Pensaba convencerte con diferentes posibilidades, dejar que tú decidieras que la mejor forma de desarrollar tu potencial era trabajando a mi lado.
—Deberías haberte atenido a ese plan. Quítate de en medio.
Seguí sin ceder.
—¿Cómo podría haberme atenido a ningún plan en estas últimas semanas? Mientras te das esos aires de superioridad moral, piensa en todo con lo que he tenido que lidiar. Brett, el maldito vídeo de él contigo, Chris, mi hermano, la terapia, Ireland, mi madre, Anne, Corinne, el cabronazo de Landon…
Eva cruzó los brazos.
—Tienes que ocuparte de todo tú solo, ¿verdad? ¿En serio soy tu mujer? Ni siquiera soy tu amiga. Seguro que Angus y Raúl saben más de tu vida que yo. Arash, también. Yo soy sólo el bonito coño que te follas.
—Cállate.
—Será mejor que te apartes de mi camino antes de que las cosas se pongan más feas.
—No puedo dejar que te vayas. Sabes que no puedo. Así no.
Apretó los dientes.
—Me estás pidiendo algo que ahora mismo no puedo darte. Me siento vacía, Gideon.
—Cielo… —Alargué los brazos hacia ella, con tal opresión en el pecho que apenas si era capaz de respirar. La desolación que reflejaba su cara me mataba. Habría destruido a cualquiera que le pusiera esa expresión en el rostro, pero esa vez era yo quien lo había hecho—. ¿Qué importancia tiene si tú habrías llegado a la misma conclusión de todos modos?
—Deberías callarte —dijo ásperamente—, porque cada palabra que sale de tu boca me hace pensar que estamos tan alejados en esto que no sé qué hacemos casados.
Si me hubiera clavado un puñal en el pecho, no me habría dolido tanto. El aire del vestidor se me hizo irrespirable; la boca se me secó y me escocían los ojos. El suelo parecía ceder bajo mis pies, los cimientos de mi vida se tambaleaban a medida que Eva se alejaba cada vez más.
—Dime qué quieres que haga —susurré.
Le brillaron los ojos.
—De momento, déjame ir. Dame tiempo para pensar. Unos días…
—No. ¡No! —La sensación de pánico era tan grande que tuve que agarrarme al marco de la puerta para no caerme.
—Tal vez unas semanas. Al fin y al cabo, tengo que buscar trabajo.
—No puedo —dije con voz entrecortada, faltándome el aire. Se me oscureció la visión, y Eva se convirtió en un solitario puntito de luz—. ¡Por el amor de Dios, otra cosa, Eva!
—Tengo que decidir qué voy a hacer ahora. —Se frotó la frente con brusquedad—. Y no puedo pensar cuando me miras así. No puedo pensar…
Pasó por delante de mí y la agarré de los brazos, besándola, gimiendo cuando me pareció que se ablandaba por un instante. La saboreé, saboreé sus lágrimas. O quizá eran las mías.
Me agarró del pelo y tiró con fuerza. Luego giró la cabeza, rompiendo el sello de mis labios.
—Crossfire —dijo en un sollozo. Y esa palabra sonó como un disparo.
La solté inmediatamente, retrocediendo, aunque por dentro quisiera aferrarme a ella.
La solté, y ella me dejó.
La brisa del mar mece mi cabello y cierro los ojos, empapándome de esa sensación mientras me zarandea. El rítmico ir y venir de las olas en la playa y los estridentes chillidos de las gaviotas me anclan a este momento, a este lugar.
Me siento en casa como hacía mucho tiempo que no me sentía, pese a que únicamente llevo aquí unos días. Es un lugar que sólo he compartido con Eva, por lo que todos mis recuerdos de aquí están impregnados de ella como la arena lo está del sol. Como la arena, me he visto reducido a diminutos pedacitos por las fuerzas que me rodean. Y, como el sol, Eva ha traído alegría y calor a mi existencia.
Viene a la terraza y se queda detrás de mí junto a la barandilla. Noto su mano en mi hombro, luego la presión de su mejilla en mi espalda desnuda.
—Cielo —murmuro, y pongo la mano sobre la suya.
Esto es lo que necesitábamos, volver a este lugar. Es nuestro refugio cuando el mundo nos cerca, intentando separarnos. Aquí nos sanamos el uno al otro.
Me invade una sensación de alivio. Ha vuelto. Estamos juntos. Ahora entiende por qué hice lo que hice. Estaba muy enfadada, muy dolida. Por un momento, sentí el paralizante temor de que había destruido lo más precioso de mi vida.
—Gideon —susurra con su áspera voz de sirena mientras me rodea la cintura con un brazo.
Echo la cabeza hacia atrás y dejo que la fuerza de su amor se derrame sobre mí. Ella desliza los dedos por mis caderas y me coge la polla con la mano. La acaricia desde la base hasta la punta. Crece y se me pone dura, estoy preparado para ella, vivo para servirla, para satisfacerla. ¿Cómo puede haberlo dudado?
Resuena un gemido desde lo más profundo de mi alma, el deseo que siempre siento por ella creciendo en mi interior. Mi capullo hinchado gotea ya, las pelotas me pesan cada vez más.
Me desliza por la espalda la mano que me había puesto en el hombro, presionando ligeramente, instándome a que me incline hacia adelante.
Obedezco porque quiero que vea que soy suyo. Quiero que entienda que haría cualquier cosa, que daría cualquier cosa, para protegerla y hacerla feliz.
Me recorre la columna vertebral con la mano, masajeándome ligeramente. Me aferro a la barandilla de madera que rodea la terraza y extiendo las piernas a petición suya.
Ahora tiene ambas manos entre mis muslos, y noto su aliento cálido y su jadeo en mi espalda. Me menea la polla apretando con firmeza y pericia, con más fuerza de la que me tiene acostumbrado. De manera exigente. Con la otra mano me masajea las pelotas, transmitiéndome su apremio.
Del capullo de mi polla no deja de salir líquido preseminal y su mano resbala. El aire salado me envuelve, refrescando el sudor que me perla la piel.
—Eva… —Pronuncio su nombre jadeando, en ristre por ella, enamorado hasta la médula.
Sus dedos, ahora impregnados y siempre sabiamente ágiles, se deslizan hacia atrás y juguetean en el oscuro rosetón de mi ano. Resulta agradable, aunque no quiero que sea así. El frotamiento de mi pene apenas me deja respirar, pensar, luchar…
—Eso es —me convence.
Intento impedirlo arqueándome, pero me tiene atrapado por la polla.
—No sigas —le digo, retorciéndome.
—Te gusta —susurra sin dejar de masturbarme; ansío sus caricias y no puedo resistirme a ellas—. Muéstrame cuánto me deseas.
Me mete dos dedos resbaladizos en el ano. Grito, revolviéndome, pero ella frota y me embiste, tocándome en ese punto que hace que quiera correrme más que ninguna otra cosa. El placer aumenta pese a las lágrimas que me queman los ojos.
Dejo caer la cabeza hacia adelante. Toco el pecho con la barbilla. Ahí está. Me corro. No puedo evitarlo. No con…
Los dedos que tengo dentro crecen, se alargan. Las estocadas se vuelven frenéticas, el golpeteo de carne contra carne ahoga el sonido del mar. Oigo un ronco aullido cargado de lujuria pero no es mío. Hay un cipote dentro de mí, follándome. Duele y, sin embargo, ese dolor está teñido de un nauseabundo placer no deseado.
—Sigue golpeando —dice resollando—. Ya casi has llegado.
El dolor me explota en el pecho. Eva no está aquí. Se ha ido. Me ha dejado.
Siento arcadas. Me libro de él violentamente, oigo cómo su espalda golpea contra la puerta corredera que hay detrás de nosotros, cómo se hace añicos el cristal. Hugh se ríe como un histérico, voy a por él y lo encuentro tirado en medio de las relucientes esquirlas, con el pelo tan rojizo como su sangre y los ojos con ese brillo de vil concupiscencia.
—¿Creías que iba a quererte? —se burla levantándose—. Se lo has contado todo. ¿Quién iba a quererte después de eso?
—¡Que te jodan!
Me abalanzo contra él y lo tiro al suelo. Lo golpeo en la cara una y otra vez.
Los pedazos de cristal se me clavan, me cortan, pero el dolor no es nada comparado con lo que siento por dentro.
Eva se ha ido. Sabía que se iría, que no podría retenerla. Lo sabía, pero tenía esperanzas. No pude resistirme a la esperanza.
Hugh no deja de reír. Noto cómo se le parte la nariz, el pómulo, la mandíbula. Su risa se convierte en un grito ahogado, pero no deja de ser risa.
Alzo el brazo para golpearlo de nuevo…
Anne está debajo de mí, con la cara casi completamente desfigurada.
Horrorizado por lo que he hecho, me aparto y a duras penas si consigo levantarme. Tengo cristales clavados en las plantas de los pies.
Anne se ríe mientras la sangre le mana a borbotones por la nariz y por la boca, extendiéndose por la casa que en otro tiempo había sido un refugio. Lo ensucia todo, y esa mancha se lleva el sol hasta que sólo queda una luna de sangre…
Me desperté con un grito en la garganta, el pelo y la cara empapados en sudor. La oscuridad me ahogaba.
Me froté los ojos y conseguí ponerme a cuatro patas, sollozando. Me arrastré hacia la única luz que veía, el débil brillo plateado que era mi única guía.
El dormitorio. Dios. Me derrumbé en el suelo, anegado en lágrimas. Me había quedado dormido en el vestidor, incapaz de moverme después de que Eva se marchara, temeroso de dar un paso, literalmente, en cualquier dirección hacia una vida sin ella.
La esfera del reloj brillaba en la habitación oscura.
Era la una de la madrugada.
Un nuevo día. Y Eva seguía sin aparecer.
—Ha llegado usted temprano.
La voz risueña de Scott distrajo mi mirada de la foto de Eva que tenía encima de mi mesa.
—Buenos días —lo saludé, sintiéndome como si aún estuviera en una pesadilla.
Había ido a trabajar poco después de las tres de la mañana, pues ni podía dormir ni acudir a Eva. Quería hacerlo, lo habría hecho, nada podía alejarme de ella, pero cuando localicé su teléfono, me encontré con que estaba en el ático de Stanton, un lugar inaccesible para mí. La angustia que eso me producía, saber que me evitaba deliberadamente, me reconcomía por dentro.
No podía quedarme en casa y seguir la rutina de prepararme para ir al trabajo sin ella. Me resultaba más fácil volver al estilo de vida que llevaba antes de conocerla; entonces me dirigía al trabajo cuando aún había luna, y hallaba paz en el lugar en el que ejercía un control absoluto.
Pero hoy no había paz. Sólo el tormento de saber que en ese momento estaba en el mismo edificio que yo, tan cerca y, sin embargo, más lejos que nunca.
—Mark Garrity esperaba en recepción cuando he llegado —siguió Scott—. Me ha dicho que había quedado con usted hoy para comentar…
Se me puso un nudo en el estómago.
—Que pase.
Me retiré de la mesa y me levanté. No había pensado en nada que no fuera Eva y la oferta que le había planteado a Mark, tratando de entender si podría haber hecho las cosas de otra manera. Conocía a Eva muy bien. Hablarle de Ryan Landon no habría servido para que dejara Waters Field & Leaman, de la misma manera que hablarle de Anne no habría dado como resultado que fuera más cauta.
En cambio, Eva se enfrentaría a ellos de frente, rugiendo como una leona para defenderme sin ver el peligro que ella misma corría. Era su manera de ser y la amaba por ello, pero yo también estaba dispuesto a protegerla si la situación lo requería.
—Mark. —Le tendí la mano cuando entraba, sabiendo inmediatamente que diría que sí. Irradiaba energía y sus ojos estaban rebosantes de expectación.
Acordamos que empezaría en octubre, así podría avisar a Waters Field & Leaman casi con un mes de antelación. Quería llevarse a Eva consigo y lo animé a que le hiciera la oferta, aunque dudaba que ella fuera a aceptarla. Me discutió algunos puntos y yo negocié instintivamente, teniéndolo en jaque sin fe en lo que estaba haciendo.
Al final, se marchó contento y satisfecho con su nueva situación. Yo me quedé con el profundo temor de que Eva no me perdonaría.
El lunes dio paso al martes. Sólo había tres momentos al día en los que sentía algo de vida: a las nueve, cuando sabía que Eva llegaba a trabajar; a la hora del almuerzo y a las cinco, cuando terminaba la jornada. Aguardaba con una esperanza sin límites que se pusiera en contacto conmigo, que me llamara o se comunicara de alguna manera. Otra horrible pelea sería mejor que aquel doloroso silencio.
Pero no lo hizo. Sólo podía verla en los monitores de seguridad, devorando la visión de sus idas y venidas como un muerto de hambre, temeroso de acercarme a ella y arriesgarme a agrandar el abismo que había entre nosotros.
Me quedé a pasar la noche en la oficina porque tenía miedo de volver a casa. Miedo de lo que haría si entraba en cualquiera de las residencias que había compartido con ella. Incluso mi despacho era un suplicio; el sofá donde habíamos follado era un recordatorio de lo que había tenido hasta hacía tan sólo unos días. Me duché en el baño de la oficina y me puse una de las muchas camisas que guardaba en el trabajo.
Antes nunca me había parecido extraño vivir para trabajar. Ahora me abrumaba un sentimiento que no podía expresar, consciente de lo mucho que Eva había llenado mi vida.
Seguía en casa de Stanton. No se me ocultaba que prefería pasar el tiempo con su madre que arriesgarse a vérselas conmigo.
Le mandaba mensajes de texto constantemente. Le suplicaba que me llamara:
Necesito oír tu voz.
Notas sobre nada en particular:
Hace frío hoy, ¿verdad?
Comentarios del trabajo:
Nunca me había dado cuenta de que Scott siempre viste de azul.
Y sobre todo:
Te quiero.
Por alguna razón, me resultaba más fácil escribir esas palabras que decirlas. Las escribía mucho. Una y otra vez. No quería que lo olvidara. Pese a mis defectos y cagadas, todo lo que hacía, pensaba o sentía era por mi amor por ella.
En ocasiones me ponía como loco por lo que estaba haciéndome. Haciéndonos a ambos.
¡Maldita sea! Llámame. ¡Deja de hacerme esto!
—Tienes muy mal aspecto —dijo Arash, mirándome mientras revisaba los contratos que me había dejado encima de la mesa—. ¿Estás enfermo otra vez?
—Estoy bien.
—Colega, pareces de todo menos bien.
Lo fulminé con la mirada, y se calló.
Eran casi las seis e iba camino de la consulta del doctor Petersen cuando finalmente Eva me mandó un mensaje:
Yo también te quiero.
Me dolían los ojos y veía borrosas las palabras. Empecé a contestarle con dedos temblorosos, casi mareado de alivio:
Te echo muchísimo de menos. ¿No podríamos hablar, por favor? Necesito verte.
Seguía sin contestar cuando llegué a la consulta del doctor Petersen, lo que me puso de un humor que rozaba lo violento. Me castigaba de la peor manera posible. Estaba más nervioso que un yonqui, desesperado por una dosis de ella para poder funcionar. Para pensar.
—Gideon —me saludó Petersen en la puerta de su despacho con una sonrisa que se desvaneció en cuanto me miró. Frunció el ceño preocupado—. No pareces estar muy bien.
—No lo estoy —solté.
Me invitó a sentarme con un gesto suave. En cambio, permanecí de pie, agitado por dentro, planteándome marcharme en busca de mi mujer. No aguantaba más. Era pedirme demasiado.
—Quizá sería bueno que diéramos un paseo hoy también —dijo—. Me vendría bien estirar las piernas.
—Llame a Eva —ordené—. Dígale que venga aquí. Ella lo escuchará.
No me hizo caso.
—Tienes problemas con Eva.
Me quité la chaqueta del traje y la arrojé sobre el sofá.
—No atiende a razones. No quiere verme ni hablar conmigo. ¿Cómo coño vamos a solucionar las cosas si ni siquiera hablamos?
—Es lógico que te lo preguntes.
—Claro que sí. Soy un hombre razonable. Ella, en cambio, ha perdido el juicio. No puede seguir haciéndome esto. Tiene que hacerla venir. Tiene que conseguir que hable conmigo.
—De acuerdo, pero primero tengo que entender qué ha sucedido. —Se sentó en su silla—. No seré de mucha ayuda si no sé qué está pasando.
Lo apunté con un dedo.
—No se haga el listo conmigo, doctor. Hoy, no.
—Creo que estoy siendo tan razonable como tú —replicó suavemente—. Yo también quiero que se arreglen las cosas con Eva. Creo que lo sabes.
Soltando el aire bruscamente, me hundí en el borde del sofá y apoyé la cabeza entre las manos. Me dolía a rabiar, me martilleaban la frente y la nuca.
—Te has peleado con Eva —dijo.
—Sí.
—¿Cuándo has hablado con ella por última vez?
Tragué saliva.
—El domingo.
—¿Qué pasó el domingo?
Se lo conté. Me salió un torrente de palabras que lo tuvo escribiendo frenéticamente en una tableta. Las vomité a borbotones, con una furia que me dejó vacío y exhausto.
Él siguió escribiendo durante unos minutos más después de que yo hubiera terminado, luego me miró a la cara. Vi compasión en sus ojos y se me puso un nudo en la garganta.
—Le ha costado a Eva su trabajo —señaló—, un trabajo que nos dijo a ambos que le gustaba mucho. Entiendes por qué está disgustada contigo, ¿verdad?
—Sí, lo entiendo, pero tenía razones legítimas. Razones que ella comprende. Eso es lo que no pillo. Lo entiende y, aun así, se niega a escucharme.
—No estoy seguro de comprender por qué no lo hablaste antes con Eva. ¿Puedes explicármelo?
Me froté la nuca, donde notaba la tensión como si tuviera cables de acero.
—Porque le habría dado muchas vueltas —musité—. Habría tardado mucho en convencerse. Mientras tanto, yo tengo que vérmelas con un montón de mierda. Nos están dando por todos lados.
—He visto la noticia acerca del libro que Corinne Giroux ha escrito sobre ti.
—Ah, sí. —Curvé los labios en una sonrisa forzada—. Probablemente se le ocurrió la idea cuando vio el videoclip de Rubia de los Six-Ninths. Landon dio con Eva porque bajé la guardia. No podía arriesgarme a que volviera a ocurrir mientras estaba distraído con todo a lo que nos enfrentamos ella y yo en estos momentos.
El doctor Petersen asintió.
—Estás sometido a demasiada presión. ¿No confías en que Eva te ayude a tomar decisiones? Debes saber que los conflictos que tiene con su madre a menudo surgen porque no es consultada antes de que las acciones se lleven a cabo.
—Lo sé. —Intenté ordenar mis caóticos pensamientos—. Pero tengo que cuidar de ella. Después de todo por lo que ha pasado…
Cerré los ojos con fuerza. A veces me resultaba insoportable pensar en lo mucho que había sufrido.
—He de ser fuerte para ella. Tomar las decisiones difíciles.
—Gideon, tú eres el hombre más fuerte que conozco —dijo con voz queda.
Abrí los ojos y lo miré.
—Usted no me ha visto como me ha visto ella.
Llorando como un niño. Insensibilizado por los recuerdos. Masturbándome mientras estaba inconsciente. Violento en el sueño. Débil, muy débil. Desvalido.
—¿Crees que duda de ti porque has dejado que te vea vulnerable? Eso no me parece propio de Eva.
Me escocían los ojos.
—Usted no lo sabe todo. Simplemente… no lo sabe.
—Pero Eva, sí. Y aun así se casó contigo. Te quiere, y mucho, de todos modos. —Esbozó una amable sonrisa que de alguna manera me cortó como una cuchilla, abriéndome de arriba abajo—. En una ocasión me preguntaste si las relaciones significaban comprometerse. ¿Te acuerdas?
Afirmé con la cabeza.
—Ese compromiso supone que tú no tienes que ser siempre el más fuerte, Gideon. Unas veces llevarás tú esa carga, y otras puedes dejar que sea Eva quien lo haga. El matrimonio no consiste en que seas fuerte como individuo, sino en lo fuerte que seáis juntos y en el lujo de turnaros a la hora de llevar las cargas.
—Yo… —Dejé caer la cabeza otra vez. Eva decía lo mismo—. Lo estoy intentando. Juro por Dios que lo estoy intentando.
—Lo sé.
—Tiene que volver conmigo. Tiene que volver. La necesito. Me está matando. Me está destrozando. —Me miré las manos, los anillos que ella me había dado y que me habían hecho suyo—. ¿Qué hago? Dígame qué hago.
—Eva querrá saber que estás dispuesto a cambiar. Querrá ver que tomas medidas para demostrárselo. No afrontarás grandes decisiones como éstas muy a menudo, así que la postura de ella será la de esperar a ver qué ocurre. Va a ser difícil para ti, creo. Muy difícil.
Asentí despacio, pero no podía esperar más. Si Eva necesitaba pruebas de que haría cualquier cosa para no perderla, se las daría.
Apreté los puños y clavé la vista en la moqueta que tenía bajo los pies.
—Me… —Carraspeé—. El terapeuta. El que tenía de niño.
—¿Sí?
—Abusó de mí. Durante casi un año. Me… me violó.