13

—Por cierto, enhorabuena por su compromiso.

Mi mirada pasó del rostro del ingeniero de proyectos que había en mi pantalla a la fotografía de Eva en la que lanzaba besos al aire.

—Gracias.

Habría preferido mirar directamente a mi mujer. Por un momento, me imaginé a Eva tal y como había estado la noche anterior, con sus suaves labios envolviendo mi polla. Le había dado carta blanca con mi cuerpo, y lo único que ella quiso fue chupármela. Una y otra vez. Y otra. Dios. Llevaba todo el día pensando en la noche que habíamos pasado.

—Lo mantendré informado sobre el impacto de la tormenta —dijo el hombre, haciendo que mi atención volviera al trabajo—. Agradezco que haya llamado personalmente para ver cómo vamos. Las condiciones meteorológicas pueden hacer que nos retrasemos una o dos semanas, depende. Pero abriremos a tiempo.

—Tenemos un margen. Primero cuida de ti y de tu equipo.

—Lo haré. Gracias.

Cerré la ventana de la conversación y miré mi agenda, pues necesitaba saber exactamente de cuánto tiempo disponía para prepararme para la siguiente reunión con el equipo de investigación y desarrollo de PosIT.

La voz de Scott salió por el altavoz de mi teléfono.

—Christopher Vidal sénior está al teléfono. Es la tercera vez que llama hoy. Ya le he dicho que usted se pondrá en contacto con él cuando pueda, pero insiste. ¿Qué quiere que le diga?

Las llamadas de mi padrastro nunca presagiaban nada bueno, lo cual significaba que retrasarlas consumiría el tiempo que tenía para solucionar el problema que él quisiera imponerme.

—Pásamelo.

Pulsé el botón del altavoz.

—Chris, ¿qué puedo hacer por ti?

—Gideon, oye, siento molestarte, pero tenemos que hablar tú y yo. ¿Sería posible que nos viéramos hoy?

Noté un pinchazo al notar el tono urgente de su voz. Cogí el auricular y desconecté el altavoz.

—¿En mi despacho o en el tuyo?

—No, en tu ático.

Me recosté contra el respaldo, sorprendido.

—No llegaré a casa hasta cerca de las nueve.

—De acuerdo.

—¿Están todos bien?

—Sí, todos están bien. No te preocupes por eso.

—Entonces, es por Vidal. Nos ocuparemos de ello.

—Dios mío. —Se rio con fuerza—. Eres un buen hombre, Gideon. Uno de los mejores que conozco. Debería decírtelo más a menudo.

Entorné los ojos al percibir su nerviosismo.

—Tengo unos minutos ahora. Cuéntame.

—No, ahora, no. Te veré a las nueve.

Colgó. Yo me quedé sentado un largo rato con el auricular en la mano. Sentía un nudo en el estómago, un nudo frío y fuerte.

Dejé el auricular en su base y volví a concentrarme en el trabajo, sacando esquemas y revisando el paquete que Scott había dejado antes en mi mesa. Aun así, mi mente iba a toda velocidad.

No podía controlar lo que sucedía con mi familia. Nunca había tenido ningún poder sobre ella. Sólo podía solucionar los desastres que provocaba Christopher y tratar de evitar que Vidal Records se hundiera. Sin embargo, ponía el límite en la utilización de la grabación de Eva. Nada de lo que Chris pudiera decir cambiaría eso.

Se iba acercando el momento de la reunión de PosIT cuando apareció un mensaje en mi monitor con el avatar de Eva.

Aún puedo saborearte. Qué rico. Smiley

Se me escapó una carcajada. El nudo que había estado ignorando se suavizó y, después, desapareció. Ella era mi borrón y cuenta nueva. Mi casilla de salida.

Más tranquilo, respondí:

Ha sido un placer.

—Tengo una pista.

Giré la cabeza y vi que Raúl entraba en mi despacho.

Se acercó a mi mesa con paso enérgico.

—Aún estoy revisando la lista de invitados de ese evento al que asistió usted hace un par de semanas. También he realizado dos búsquedas diarias de fotos. Tengo una alerta de ésta de hoy. He hecho una copia y la he ampliado.

Deslizó unas fotografías sobre mi mesa. Las cogí y las examiné con más atención, una a una. Había una pelirroja al fondo. En cada imagen la habían ampliado más y más.

—Vestido verde esmeralda y pelo rojo y largo. Ésta es la mujer a la que vio Eva.

También era Anne Lucas. Había algo en su pose, con la cara vuelta hacia un lado, que hizo que sintiera unas náuseas ya conocidas en mi vientre.

Miré a Raúl.

—¿No estaba en la lista de invitados?

—Oficialmente, no. Pero sí estuvo en la alfombra roja, así que supongo que iba como acompañante de alguien. Aún no sé de quién, pero estoy en ello.

Nervioso, me levanté y me eché el pelo hacia atrás.

—Estuvo acosando a Eva. Tienes que mantenerla alejada de mi mujer.

—Angus y yo estamos desarrollando nuevos protocolos para la seguridad de los eventos.

Me di la vuelta y cogí la chaqueta de la percha.

—Dime si necesitáis más hombres.

—Se lo haré saber. —Raúl recogió las fotografías y se acercó a mí—. Ella está hoy en su despacho —dijo adivinando cuál era exactamente mi intención—. Seguía allí cuando he subido a verlo a usted.

—Bien. Vamos.

—Disculpe. —La morena bajita que estaba detrás de la mesa se levantó rápidamente cuando pasé por su lado—. No puede entrar ahí. La doctora Lucas está ahora con una paciente.

Así el pomo y abrí la puerta. Entré en la consulta de Anne sin interrumpir el paso.

Ella levantó la cabeza y sus ojos verdes se abrieron como platos antes de que su boca roja se curvara en una sonrisa de satisfacción. La mujer que estaba en el sofá enfrente de ella me miró parpadeando confundida, tragándose lo que fuera que estuviera a punto de decir.

—Lo siento mucho, doctora Lucas —se disculpó la morena con voz entrecortada—. He intentado detenerlo.

Anne se puso de pie con la mirada puesta en mí.

—Una tarea imposible, Michelle. No te preocupes, puedes irte.

La recepcionista salió. Anne miró a su paciente.

—Vamos a tener que dejar la cita de hoy. Le pido disculpas por la burda interrupción. —Me lanzó una mirada de furia—. Y, por supuesto, no se la cobraré. Por favor, hable con Michelle para concertar una nueva cita.

Esperé con la puerta abierta a que la aturullada mujer recogiera sus cosas y, a continuación, me hice a un lado mientras salía.

—Podría haber llamado a seguridad —dijo Anne apoyándose en el borde de su mesa al tiempo que se cruzaba de brazos.

—¿Después de todas las molestias que te has tomado para que venga hasta aquí? —repuse—. No lo habrías hecho.

—No sé de qué estás hablando. De todos modos, me alegra verte.

Bajó los brazos y se agarró al filo del escritorio con una pose deliberadamente provocativa, dejando ver su muslo desnudo cuando se abrió la raja de su vestido azul ajustado.

—No puedo decir lo mismo.

Su sonrisa se tensó.

—Rompes tus juguetes y luego los tiras. ¿Sabe Eva que sus días están contados?

—¿Lo sabes tú?

El desasosiego oscureció sus ojos luminosos e hizo que su sonrisa vacilara.

—¿Es una amenaza, Gideon?

—Imagino que te gustaría que lo fuera. —Di un paso al frente y vi cómo sus pupilas se dilataban. Se estaba excitando y eso me daba tanto asco como el olor de su perfume—. Quizá así tu juego se volvería más interesante.

Se incorporó y caminó hacia mí contoneando la cintura y hundiendo sus zapatos de tacón de aguja y suela roja en la alfombra afelpada.

—A ti también te gusta jugar, hombretón —ronroneó—. Dime, ¿has atado ya a tu guapa prometida? ¿Has hecho que se vuelva loca con tus azotes? ¿Le has metido por el culo tu amplia colección de consoladores para follártela con ellos mientras embistes su coño durante horas? ¿Te conoce como te conozco yo, Gideon?

—Cientos de mujeres me conocen como me conoces tú, Anne. ¿Crees que eras especial? Lo único que recuerdo de ti es a tu marido y lo mucho que lo corroía que yo estuviera contigo.

Levantó la mano para abofetearme pero no la detuve, recibiendo el golpe estoicamente.

Ojalá fuera verdad lo que había dicho, aunque había sido especialmente depravado con ella. Veía el fantasma de su hermano en la curva de su sonrisa, en sus gestos…

Le aferré la muñeca cuando se disponía a agarrarme la polla.

—Deja en paz a Eva. No voy a decírtelo dos veces.

—Ella es tu punto débil, miserable hijo de puta. Tú tienes hielo en las venas, pero ella sí sangra.

—¿Es eso una amenaza, Anne? —pregunté devolviéndole sus palabras en tono calmado.

—Por supuesto. —Se soltó de mí con una sacudida—. Ya es hora de que pagues tu deuda, y tus miles de millones de dólares no van a servir para saldarla.

—¿Subiendo la apuesta con una declaración de guerra? ¿Eres estúpida, o acaso es que no te importa lo que esto te va a costar? Tu carrera…, tu matrimonio…, todo.

Me acerqué a la puerta con paso tranquilo mientras la rabia me quemaba por dentro. Yo le había causado aquello a Eva. Tenía que solucionarlo.

—Fíjate bien, Gideon —dijo a mis espaldas—. Ya verás lo que pasa.

—Haz lo que quieras. —Me detuve con la mano en la puerta—. Tú has empezado, pero no te confundas: el último movimiento será mío.

—¿Has tenido pesadillas desde la última vez que nos vimos? —preguntó el doctor Petersen con aire tranquilo e interesado y su habitual libreta en el regazo.

—No.

—¿Con qué frecuencia dirías que las tienes?

Yo estaba sentado tan cómodamente como el médico, pero por dentro me sentía irritado e inquieto. Tenía muchas cosas de las que ocuparme como para perder una hora de mi tiempo.

—Últimamente, una vez a la semana. A veces transcurre algo más de tiempo entre una y otra.

—¿A qué te refieres con «últimamente»?

—Desde que conocí a Eva.

Apuntó algo con su bolígrafo.

—Te estás enfrentando a presiones nuevas mientras te esfuerzas por mejorar tu relación con Eva, pero la frecuencia de tus pesadillas está disminuyendo…, al menos, por ahora. ¿Has pensado por qué puede ser?

—Creía que se suponía que sería usted quien me lo explicara.

El doctor Petersen sonrió.

—No puedo levantar una varita mágica y darte todas las respuestas, Gideon. Sólo puedo ayudarte a examinar los hechos.

Sentí la tentación de esperar a que dijera algo más, hacer que fuera él quien hablara. Pero pensar en Eva y en su esperanza de que la terapia iba a provocar algún cambio me incitó a hablar. Había prometido que lo intentaría, así que iba a hacerlo. Hasta cierto punto.

—Las cosas entre nosotros se están suavizando. Son más los puntos en los que estamos en sintonía que los que no.

—¿Crees que os estáis comunicando mejor?

—Creo que se nos da mejor evaluar los motivos que se esconden tras las acciones de cada uno. Nos entendemos más el uno al otro.

—Vuestra relación ha avanzado muy rápidamente. Tú no eres un hombre impetuoso, pero muchos dirían que casarse con una mujer a la que conoces desde hace tan poco tiempo, una mujer que deberás admitir que aún estás conociendo, es un acto extremadamente impulsivo.

—¿Hay alguna pregunta en eso que dice?

—Sólo era una observación. —Esperó un momento pero, al ver que yo no decía nada, continuó—: Puede ser difícil para cónyuges de personas con el pasado de Eva. La dedicación de ella a la terapia os ha ayudado a los dos. Sin embargo, es probable que ella siga cambiando de modos que tú no esperas, lo que será estresante para ti.

—Yo tampoco soy fácil —repuse en tono áspero.

—Tú eres otro tipo de superviviente. ¿Alguna vez has notado si tus pesadillas se agravaban con el estrés?

Esa pregunta me fastidiaba.

—¿Qué importa eso? Ocurren y ya está.

—¿No piensas que pueda haber cambios que puedan hacerse para disminuir su impacto?

—Acabo de casarme. Eso es un cambio de vida muy importante, ¿no cree, doctor? Creo que ya es suficiente por ahora.

—¿Por qué tiene que haber un límite? Eres un hombre joven, Gideon. Tienes a tu disposición muchas opciones. No tienes por qué evitar los cambios. ¿Qué tiene de malo probar algo nuevo? Si no funciona, siempre te queda la opción de volver a lo que hacías antes.

Aquello me pareció irónicamente divertido.

—A veces no se puede dar marcha atrás.

—Probemos ahora con un cambio sencillo —dijo el doctor Petersen dejando a un lado su libreta—. Vamos a dar un paseo.

Me puse de pie cuando él lo hizo, pues no quería estar sentado mientras él se colocaba por encima de mí. Quedamos frente a frente con la mesita entre ambos.

—¿Por qué? —inquirí.

—¿Por qué no? —Hizo un gesto hacia la puerta—. Puede que mi consulta no sea el mejor lugar para que hablemos. Eres un hombre acostumbrado a estar al mando. Y, aquí dentro, soy yo quien lo está. Así que nivelaremos el campo de juego y saldremos un rato al pasillo. Es un lugar público, pero la mayoría de las personas que trabajan en este edificio ya se han ido a casa.

Salí de la consulta delante de él y vi cómo cerraba con llave la puerta de dentro y la de fuera antes de venir conmigo.

—Ah, muy bien. Esto ya es otra cosa —dijo torciendo la boca con expresión irónica—. Me baja los humos.

Me encogí de hombros y empecé a caminar.

—¿Cuáles son tus planes para el resto de la tarde? —preguntó mientras echaba a andar a mi lado.

—Una hora con mi entrenador personal —dije y, después, añadí—: Mi padrastro viene a verme luego.

—¿A pasar un rato contigo y con Eva? ¿Tienes una buena relación con él?

—No y no. —Miré al frente—. Ocurre algo malo. Ésa es la única razón por la que me llama siempre.

Noté sus ojos sobre mi perfil.

—Y ¿desearías que eso cambiara?

—No.

—¿No te gusta él?

—No me disgusta. —Iba a dejarlo ahí pero, de nuevo, pensé en Eva—. No nos conocemos muy bien.

—Eso podrías cambiarlo.

Solté una carcajada.

—Hoy está usted de lo más insistente.

—Ya te he dicho que no tengo intención alguna. —Se detuvo y me obligó a que yo también lo hiciera.

Levantó la cabeza y miró al techo en una actitud claramente pensativa.

—Cuando estás pensando en hacer una nueva adquisición y estudias una nueva forma de realizar un negocio, llamas a gente para que te asesore, ¿no es así? A expertos en sus respectivos campos. —Volvió a mirarme sonriendo—. Tal vez podrías pensar en mí del mismo modo, como un asesor experto.

—¿Asesor en qué?

—En tu pasado. —Echó a andar de nuevo—. Yo te ayudo con eso y tú puedes solucionar el resto de tu vida por tu cuenta.

—Concéntrate, Cross.

Miré con los ojos entornados. Al otro lado de la colchoneta, James Cho daba saltos sobre sus pies descalzos provocándome. Tenía una sonrisa maliciosa, pues sabía que ese desafío tácito me estimulaba. Casi medio metro más bajito que yo y unos trece kilos más ligero, el antiguo campeón de artes marciales mixtas era letalmente rápido y tenía un cinturón que lo probaba.

Eché los hombros hacia atrás y retomé la postura. Subí los puños cerrando la abertura que había permitido que su último puñetazo me diera en el torso.

—Haz que valga la pena —respondí con tono de irritación al ver que tenía razón. Mi cerebro continuaba en la consulta del doctor Petersen. Esa noche se había encendido un interruptor y no terminaba de entender de qué era ni qué significaba.

James y yo dábamos vueltas haciendo fintas y arremetiendo, y ninguno de los dos conseguía dar en el blanco. Como siempre, estábamos los dos solos en el tatami. El ritmo de los tambores taiko retumbaba de fondo desde los altavoces que estaban escondidos entre los paneles de bambú que llegaban hasta el techo.

—Sigues conteniéndote —dijo—. ¿Te has vuelto mariquita desde que te has enamorado?

—Eso te gustaría. Sólo así podrías ganarme.

James se rio y, a continuación, se acercó a mí con una patada circular, me agaché y lo barrí, tirándolo al suelo. Entonces lanzó una patada de tijera a la velocidad del rayo y me arrastró consigo al suelo.

Los dos nos pusimos de pie de un salto y de nuevo en guardia.

—Me estás haciendo perder el tiempo —espetó golpeando con un puño.

Me incliné hacia un lado para esquivarlo, golpeé con el puño izquierdo y rocé su costado. Su puño me dio de lleno en las costillas.

—¿Hoy no te ha cabreado nadie? —Vino hacia mí corriendo y no me dejó otra opción más que defenderme.

Solté un gruñido. La rabia hervía a fuego lento en la parte posterior de mi mente, escondida hasta que tuviera tiempo de encargarme de ella con toda mi atención.

—Sí, veo ese fuego en tus ojos, Cross. Sácalo, hombre. Hazlo salir.

«Ella es tu punto débil…».

Ataqué con un combinado de izquierda y derecha, haciendo que James diera un paso atrás.

—¿Eso es todo lo que tienes? —se burló.

Amagué una patada y, a continuación, lancé un puñetazo que le sacudió la cabeza hacia atrás.

—Sí, joder —jadeó mientras flexionaba los brazos y se animaba—. Eso es.

«Ella sí sangra…».

Solté un rugido y arremetí.

Fresco tras la ducha, apenas había terminado de vestirme metiéndome una camiseta por la cabeza cuando empezó a sonar mi móvil. Lo cogí de la cama, donde lo había dejado, y respondí.

—Un par de cosas —dijo Raúl tras saludarme mientras de fondo se oía cómo disminuía un ruido de gente y música que, después, desaparecía por completo—. He visto que Benjamin Clancy sigue vigilando a la señora Cross. No de manera constante, pero sí con regularidad.

—¿Ah, sí? —contesté en voz baja.

—¿Le parece bien? ¿O debo ir a hablar con él?

—Yo me encargo. —Clancy y yo teníamos una conversación pendiente. La tenía en mi lista, pero la adelantaría.

—Además, y puede que usted ya lo sepa, la señora Cross ha almorzado hoy con Ryan Landon y alguno de sus ejecutivos.

Sentí que aquel terrible silencio me invadía de nuevo. Landon. Joder.

Se habría colado por algún resquicio que no tenía vigilado.

—Gracias, Raúl. Voy a necesitar el número privado del jefe de Eva, Mark Garrity.

—Se lo envío por mensaje cuando lo consiga.

Puse fin a la llamada y me metí el teléfono en el bolsillo, sin apenas poder resistir el deseo de lanzarlo contra la pared.

Arash me había advertido sobre Landon y yo le había quitado importancia a su preocupación. Me había concentrado en mi vida, en mi esposa, y aunque Landon tenía la suya propia, su principal punto de atención siempre había sido yo.

El sonido del teléfono del ático me sobresaltó. Fui a coger el de la mesilla de noche y contesté con un impaciente: «¿Sí?».

—Señor Cross. Soy Edwin, de recepción. El señor Vidal ha venido a verlo.

Dios. Apreté la mano sobre el auricular.

—Dígale que suba.

—Sí, señor. Ahora mismo.

Cogí los calcetines y los zapatos, los saqué a la sala de estar y me los puse. En cuanto Chris se fuera, iría a casa con Eva. Quería abrir una botella de vino, buscar una de las películas antiguas que ella se sabía de memoria y dedicarme simplemente a escucharla recitar los cursis diálogos. Nadie podía hacerme reír como ella.

Oí cómo llegaba el ascensor y me puse de pie pasándome una mano por el pelo mojado. Estaba tenso a pesar de la debilidad.

—Gideon. —Chris se detuvo en la puerta del recibidor con aspecto triste y cansado, cosa poco habitual en él, y sólo por culpa de mi hermano—. ¿Está Eva aquí?

—Está en su casa. Yo iré para allá cuando tú te marches.

Asintió con una sacudida y su mandíbula se movió pero nada salió de su boca.

—Pasa —dije haciendo un gesto en dirección al sillón orejero que había junto a la mesita—. ¿Te preparo algo de beber?

Dios sabía que yo mismo necesitaba una copa después del día que había tenido.

Entró con paso cansado en la sala de estar.

—Cualquier cosa fuerte será estupendo.

—Me parece bien.

Me dirigí a la cocina y nos serví a los dos una copa de Armañac. Cuando estaba dejando el decantador, el teléfono me vibró en el bolsillo. Lo saqué y vi un mensaje de Eva.

Era una foto que ella misma se había hecho con velas de fondo.

¿Vienes conmigo?

Repasé rápidamente los planes que tenía para la tarde. Llevaba todo el día enviándome mensajes provocativos. Yo estaba más que feliz tanto por satisfacerla como por recompensarla.

Guardé la fotografía y le contesté:

Ojalá pudiera. Prometo ponerte húmeda cuando llegue.

Me guardé el teléfono, me di la vuelta y vi a Christopher, que venía a reunirse conmigo junto a la isla de la cocina. Le pasé la copa y le di un sorbo a la mía.

—¿Qué pasa, Chris?

Suspiró y envolvió el cristal con las dos manos.

—Vamos a volver a rodar el videoclip de Rubia.

—¿Eh? —Aquello era un gasto innecesario, algo que él siempre evitaba por norma.

—Ayer oí a Kline y a Christopher discutiendo en la oficina —dijo con brusquedad—. Y lo comprendí. Kline quiere volver a rodarlo, y yo estoy de acuerdo.

—Christopher, no, estoy seguro —repuse apoyándome en la encimera con gesto serio.

Al parecer, Brett Kline estaba realmente colado por Eva, lo que no me gustaba un pelo.

—Tu hermano lo superará.

Yo lo dudaba, pero no traería nada bueno decirlo.

Sin embargo, Chris supo adivinar lo que yo no decía y asintió.

—Sé que ese vídeo ha supuesto tensiones entre tú y Eva. Debería haber estado más atento.

—Agradezco que te muestres tan sensible al respecto.

Se quedó mirando su copa y, a continuación, dio un largo trago, casi vaciando su contenido de una sola vez.

—He dejado a tu madre —dijo de pronto.

Tomé aire rápidamente al darme cuenta de que el motivo de su visita no tenía nada que ver con el trabajo.

—Ireland me ha contado que habéis discutido.

—Sí. Siento que Ireland tuviera que oírlo. —Me miró y vi en sus ojos que lo sabía. El horror—. Yo no tenía ni idea, Gideon. Te juro por Dios que no tenía ni idea.

El corazón me dio una sacudida dentro del pecho y empezó a latirme con fuerza. La boca se me quedó seca.

—Yo…, eh… Fui a ver a Terrence Lucas. —La voz de Chris se tornó ronca—. Irrumpí en su despacho. Él lo negó, el muy mentiroso hijo de puta, pero pude verlo en su cara.

El brandy chapoteaba en mi copa. La dejé con cuidado al sentir que el suelo se movía bajo mis pies. Eva se había enfrentado a Lucas, pero ¿Chris…?

—Le di un puñetazo, lo tiré al suelo, pero, Dios… Quería coger uno de esos premios que tiene en sus estanterías y abrirle la cabeza.

—Basta. —La palabra salió de mi boca como astillas de cristal.

—Y el cabrón que hizo… Ese gilipollas está muerto. No puedo llegar a él. Maldita sea. —Chris dejó la copa en la encimera de granito con un golpe sordo, pero fue el sollozo que salió de su boca lo que casi me destrozó—. Joder, Gideon. Mi deber era protegerte. Y fallé.

—¡Basta! —Me aparté de la encimera con las manos apretadas—. ¡No me mires así, joder!

Chris temblaba visiblemente, pero no reculé.

—Tenía que decírtelo…

Su camisa arrugada estaba entre mis puños y sus pies colgaban del aire.

—¡Deja de hablar!

Las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—Te quiero como si fueras mi hijo. Siempre te he querido.

Lo empujé y le di la espalda cuando él fue tambaleándose hacia la pared. Luego me marché. Crucé la sala de estar sin mirar atrás.

—¡No espero que me perdones! —gritó a mis espaldas con las lágrimas empapando sus palabras—. No me lo merezco. Pero tienes que saber que lo habría hecho pedazos de haberlo sabido.

Me di la vuelta hacia él mientras sentía las náuseas que se adueñaban de mi vientre y me quemaban la garganta.

—¿Qué coño quieres?

Chris echó los hombros hacia atrás. Me miró con los ojos enrojecidos y las mejillas mojadas, temblando pero demasiado aturdido como para salir corriendo.

—Quiero que sepas que no estás solo.

Solo. Sí. Lejos de la pena, la culpa y el dolor que me miraban a través de las lágrimas.

—Vete —le espeté.

Asintió y se dirigió hacia el recibidor. Yo me quedé inmóvil, con el pecho moviéndose sin parar y los ojos que me escocían. Las palabras se quedaban en mi garganta. La violencia palpitaba en mis doloridos puños apretados.

Chris se detuvo antes de salir y me miró.

—Me alegro de que se lo hayas contado a Eva.

—No hables de ella. —No soportaba siquiera pensar en ella. No en ese momento en que estaba tan a punto de perder la cabeza.

Se fue.

El peso de todo el día se abatió sobre mis hombros y me hizo caer de rodillas.

Y exploté.