12

Desafío a quien sea a que me diga que hay una visión más asombrosa que la de Gideon Cross duchándose.

Me sorprendía que pudiera estar tan acostumbrado a pasarse las manos por toda su piel tersa y bronceada y por aquellos abdominales tan perfectamente definidos. A través del cristal empañado de la ducha de mi baño, veía las gotas de agua jabonosa caer por la rugosidad de su abdomen y por sus fuertes piernas. Su cuerpo era una obra de arte, una máquina que él mantenía en forma. Me encantaba. Me encantaba mirarlo, tocarlo, saborearlo.

Extendió la mano y la pasó por el vaho, mostrando así su impresionante rostro. Una ceja oscuramente enarcada me miraba con una pregunta silenciosa.

—Sólo disfruto del espectáculo —le expliqué.

El olor de su jabón me despertaba los sentidos, que se habían acostumbrado a reconocer aquella fragancia como la de mi pareja. El hombre que revolvía mi cuerpo dándole placer hasta el delirio.

Me pasé la lengua por los labios cuando él se acarició con despreocupación su largo y pesado miembro. Me había dicho una vez que solía masturbarse cada vez que se duchaba, una liberación que consideraba tan rutinaria como la de lavarse los dientes. Podía entender el porqué, pues sabía lo poderoso que era su apetito sexual. Nunca olvidaría su aspecto cuando se había corrido en la ducha para mí, tan viril, potente y deseoso de llegar al orgasmo.

Desde que me había conocido, ya no se daba placer. No porque no pudiera sentir satisfacción si lo hacía ni porque yo ya me encargaba de él lo suficiente como para hacer más esfuerzos. Para los dos, estar listos para el sexo juntos no era nunca un problema, pues el deseo que sentíamos era más que físico.

Gideon se burlaba de mí diciendo que se guardaba para satisfacer mi insaciabilidad, pero yo veía que se contenía. Me daba el derecho sobre su placer. Era mío y sólo mío. No hacía nada sin mí, lo cual suponía un enorme regalo. Sobre todo, conociendo su pasado, cuando el alivio sexual había sido utilizado como arma contra él.

—Es una exhibición interactiva —dijo mirándome con ojos cálidos y divertidos—. Únete a mí.

—Eres un animal. —Mis muslos estaban mojados por su semen por debajo de mi bata, pues yo era la chica afortunada que despertaba su deseo.

—Sólo para ti.

—Respuesta correcta.

Sonrió con aire de suficiencia. Y su polla aumentó de tamaño.

—Deberías recompensarme.

Me aparté de la puerta y me acerqué.

—¿Cómo sugieres que lo haga?

—Como a ti te guste.

Eso también era un regalo. Gideon rara vez cedía el control y, si lo hacía, era solamente a mí.

—No tengo suficiente tiempo para hacerte justicia, campeón. No me gustaría interrumpirlo todo cuando la cosa se está poniendo interesante. —Apoyé la mano en el cristal—. ¿Y si lo retomamos esta noche después del gimnasio? Tú, yo y lo que sea que yo quiera hacer contigo.

Se movió y me miró de frente mientras levantaba la mano para presionarla sobre la mía a través de la mampara. Su mirada se deslizó por mi cara con una caricia que casi podía tocar. Su rostro permanecía impasible, una máscara impresionantemente atractiva que no revelaba nada. Pero sus ojos…, esos increíbles pozos azules…, mostraban ternura, amor y vulnerabilidad.

—Soy todo tuyo, cielo —dijo con voz tan baja que, más que oírla, la vi.

Besé el frío cristal.

—Sí, lo eres.

Una nueva semana. El mismo Gideon concentrado. Había empezado a trabajar en cuanto el Bentley se había alejado de la acera, haciendo volar los dedos sobre el teclado. Yo lo observaba, y su intensa concentración y seguridad me parecían de lo más sensual. Estaba casada con un hombre poderoso y decidido, y ver cómo demostraba su ambición despertaba en mí una gran excitación.

Estaba tan concentrada mirándolo que di un respingo cuando mi móvil vibró dentro del bolso, que tenía apoyado en la cadera.

—Joder —exclamé mientras lo sacaba.

El nombre y la imagen de Brett aparecieron en la pantalla. Como sabía que tenía que tratar con él en algún momento si esperaba que dejara de llamar, respondí.

—Hola —dije con cautela.

—Eva. —El timbre de la ahora famosa voz de Brett me impactó con la misma fuerza de siempre, pero no del mismo modo. Me encantaba su forma de cantar, pero esa atracción ya no era algo íntimo. No era personal. Lo admiraba como a otra docena de cantantes—. ¡Joder, llevo una semana tratando de ponerme en contacto contigo!

—Lo sé. Lo siento. He estado ocupada. ¿Cómo estás?

—He estado mejor. Necesito verte.

Levanté las cejas con expresión de sorpresa.

—¿Cuándo vienes a la ciudad?

Se rio de una forma desagradable, un sonido carente de humor que me sentó mal.

—Es increíble. Oye, no quiero hablar de ello por teléfono. ¿Podemos vernos hoy? Tenemos que hablar.

—¿Estás en Nueva York? Creía que estabas de gira…

Los rápidos dedos de Gideon sobre el teclado de su portátil no se detuvieron, ni tampoco me miró, pero pude notar que su energía cambiaba. Estaba prestando atención y sabía quién estaba al teléfono.

—Te contaré de qué se trata cuando te vea —dijo Brett.

Miré por la ventanilla con el ceño fruncido mientras nos deteníamos en un semáforo, con la mirada puesta en el flujo de peatones que cruzaban la calle. Nueva York estaba llena de vida y de una energía frenética, preparándose para hacer negocios que cambiarían el mundo.

—Voy de camino al trabajo. ¿Qué pasa, Brett?

—Puedo verte en el almuerzo. O después de que salgas del trabajo.

Pensé en decirle que no, pero la decisión de su tono hizo que me detuviera.

—Vale.

Moví una mano y la apoyé en la pierna de Gideon. El músculo atlético estaba duro bajo mi palma, pese a que él estaba relajado. Los trajes a medida le daban a su cuerpo un carácter de civismo, pero yo sabía la verdad sobre aquel cuerpo vigoroso y en forma que se ocultaba bajo aquella superficie.

—Podemos vernos para comer si lo hacemos cerca del edificio Crossfire —propuse.

—De acuerdo. ¿A qué hora quieres que esté allí?

—Un poco antes de las doce sería lo mejor. Te veo en el vestíbulo.

Colgamos y volví a dejar caer el teléfono en el bolso. La mano de Gideon cogió la mía. Lo miré, pero él estaba leyendo un largo correo electrónico con la cabeza ligeramente inclinada, de modo que las puntas de su pelo le acariciaban su mandíbula esculpida.

El calor de su tacto me empapó por dentro. Bajé la mirada al anillo que llevaba en el dedo, el que decía a todo el mundo que me pertenecía.

¿Sus empleados prestaban atención a sus manos? No eran las de un hombre que estuviera todo el día moviendo papeles y tecleando. Eran las manos de un luchador, un guerrero que practicaba varias artes marciales y canalizaba la agresividad dando puñetazos a sacos de boxeo y entrenando con otros compañeros.

Me quité los zapatos de una patada, metí las piernas debajo de mi trasero y me eché sobre el costado de Gideon, colocando mi otra mano sobre la suya. Pasé mis dedos abiertos entre sus nudillos y sus dedos, adelante y atrás, apoyando con cuidado la cabeza en su hombro para no manchar su pulcra chaqueta negra con mi maquillaje.

Respiré su olor y sentí su efecto, su cercanía, su apoyo, entrando dentro de mí. El olor de su jabón ahora estaba amortiguado, pues el seductor aroma natural de su piel había alterado la fragancia convirtiéndola en algo más rico y delicioso.

Cuando yo estaba inquieta, él me tranquilizaba.

—No hay nada para él —susurré con la necesidad de que él lo supiera—. Estoy demasiado llena de ti.

Su pecho se expandió de pronto y pude oír su fuerte inhalación. Levantó el portátil y lo apartó. Después, se dio una palmada en el regazo a modo de invitación.

—Ven aquí.

Me acurruqué en su regazo y suspiré feliz cuando él me movió hasta colocarme en el punto que sentía que estaba hecho para mí. Cada momento de tranquilidad que teníamos el uno con el otro era valioso. Gideon se merecía ese descanso y yo deseaba serlo para él.

Sus labios me tocaron la frente.

—¿Estás bien, cielo mío?

—Estoy en tus brazos. La vida no puede ser mejor que esto.

Vi a tres paparazzi en la puerta del Crossfire cuando llegamos.

Con una mano en la parte baja de mi espalda, Gideon me condujo a través de la puerta por delante de él, acompañándome con rapidez pero sin prisas al interior del fresco vestíbulo.

—Buitres —murmuré.

—No podemos evitar ser una pareja tan fotogénica.

—Eres un hombre muy humilde, Gideon Cross.

—Tú haces que mi aspecto sea bueno, señora Cross.

Entramos en el ascensor con unas cuantas personas más y él se colocó en el rincón de atrás, enganchándome a él con un brazo alrededor de mi cintura y apretando la palma de la mano contra mi vientre, su pecho duro y cálido contra mi espalda.

Saboreé esos momentos con él y me negué a pensar en el trabajo ni en Brett hasta que nos separáramos en la planta veinte.

Megumi ya estaba en su mesa cuando me acerqué a las puertas de cristal blindado, y verla me hizo sonreír. Se había cortado el pelo desde que la había visto el viernes por la noche y se había pintado las uñas de un rojo intenso. Me gustaba ver esas pequeñas muestras de que estaba recuperando su buen humor.

—Hola —me saludó tras pulsar el botón para dejarme entrar y ponerse de pie.

—Tienes un aspecto estupendo.

Sonrió aún más.

—Gracias. ¿Qué tal te ha ido con la hermana de Gideon?

—Genial —repuse—. Es muy divertida. Me derrite ver a Gideon con ella.

—Yo me derrito al verlo a él. Punto. Eres una bruja con suerte. Bueno, te he pasado una llamada antes. Querían dejar un mensaje.

Cambié el peso de mi cuerpo de un pie a otro pensando en Brett.

—¿Era un hombre?

—No, una mujer.

—Ah. Iré a ver. Gracias.

Fui a mi mesa, me senté y posé la mirada en el conjunto de fotografías de Gideon y yo. Aún necesitaba hablar con él sobre la Fundación Crossroads. No había encontrado el momento oportuno durante el fin de semana. Ya habíamos tenido suficiente con Ireland en casa.

Él no había dormido el sábado por la noche. Yo había esperado que lo hiciera, pero no creí que pudiera. Era duro para mí pensar en su lucha interior, sus preocupaciones y su miedo. Él también acarreaba un sentimiento de vergüenza y la creencia de que no estaba bien. Material defectuoso.

No veía en sí mismo lo que yo sí veía, un alma generosa que estaba deseando pertenecer a algo mayor que él mismo. No podía reconocer el milagro que era. Cuando Gideon no sabía qué hacer en una situación determinada, dejaba que el instinto y que su corazón tomaran el control. A pesar de todo lo que había pasado, tenía una capacidad increíble para sentir y para amar.

Me había salvado en muchos sentidos. Yo iba a hacer también todo lo que fuera necesario por salvarlo a él.

Escuché mis mensajes. Cuando entró Mark, me puse de pie y lo miré con una sonrisa y una expresión nerviosa de expectación.

—¿Por qué estás tan excitada?

—Ha llamado una chica de LanCorp esta mañana. Quieren reunirse con nosotros esta semana para hablar un poco más sobre lo que esperan que consigamos con el lanzamiento de PhazeOne.

Sus ojos oscuros adquirieron un brillo ya familiar. Se había vuelto un hombre más alegre en general desde que él y Steven se habían prometido, pero había una energía completamente distinta en él cuando estaba entusiasmado por alguna cuenta nueva.

—Chica, tú y yo vamos a llegar lejos.

Di un pequeño salto.

—Sí. Esto lo has conseguido tú. Cuando te conozcan en persona vas tenerlos comiendo de tu mano.

Mark se rio.

—Eres buena dando ánimos.

Le guiñé un ojo.

—Soy buena para ti. Punto.

Pasamos la mañana trabajando en la propuesta del PhazeOne, juntando comparativas de ventas para ver mejor cómo podíamos colocar el nuevo sistema de juegos frente a sus competidores. Hice una pequeña pausa cuando me di cuenta del alboroto que rodeaba al lanzamiento de la consola GenTen de nueva generación, que resultó ser un producto de Cross Industries y que hacía de PhazeOne su principal rival en el mercado.

Le mencioné la cuestión a Mark.

—¿Va a suponer un problema? —le pregunté—. Es decir, ¿puede LanCorp ver un conflicto de intereses por el hecho de que yo esté trabajando en esto contigo?

Se enderezó en su silla y se echó hacia atrás. Se había quitado antes el abrigo pero seguía elegantemente vestido con su camisa, su corbata de un luminoso amarillo y sus pantalones azul marino.

—No. No debería suponer ningún problema. Si nuestra propuesta gana a las demás licitaciones que están recibiendo, el hecho de que estés prometida con Gideon Cross no va a cambiar nada. Tomarán su decisión basándose en nuestra capacidad de saber expresar lo que ellos buscan.

Yo quería sentirme aliviada, pero no lo conseguí. Si nos daban la campaña de PhazeOne, estaría ayudando a uno de los competidores de Gideon a robarle parte de su cuota de mercado. Eso suponía para mí un verdadero incordio. Él había trabajado duro y había sufrido mucho para hacer resurgir el apellido Cross desde la infamia hasta un nivel que inspiraba fascinación, respeto y una enorme cantidad de miedo. No quería suponer un obstáculo para él, en ningún aspecto.

Había pensado que tendría algo más de tiempo antes de verme obligada a elegir. Y no pude evitar sentir que la elección que tenía que hacer era entre mi independencia y mi amor por mi marido.

Ese dilema me tuvo preocupada toda la mañana, socavando la emoción que sentía por la licitación. Luego, las horas fueron avanzando hacia el mediodía y Brett se adueñó de mis pensamientos.

Había llegado el momento de encargarme del lío que yo misma había provocado. Le había abierto la puerta a Brett y, después, la había dejado abierta porque no podía pensar con claridad. Era responsabilidad mía solucionar ahora ese problema antes de que siguiera afectando a mi matrimonio más de lo que ya lo había hecho.

Bajé al vestíbulo a las doce menos cinco tras pedir permiso a Mark para salir un poco antes. Brett ya me estaba esperando junto a la puerta con las manos en los bolsillos de sus vaqueros. Llevaba una camiseta lisa y unas chanclas, con unas gafas de sol en lo alto de la cabeza.

Mis pies vacilaron un momento. No sólo porque fuese atractivo, cosa que era innegable, sino porque parecía estar fuera de lugar en el Crossfire. Cuando me había citado allí con él antes del lanzamiento del vídeo en Times Square, nos habíamos encontrado en la calle. Ahora estaba dentro del edificio, ocupando un lugar demasiado cercano al sitio donde había visto por primera vez a Gideon.

Las diferencias entre los dos hombres eran claras y no tenían nada que ver con la ropa ni el dinero.

La boca de Brett se curvó al verme y su cuerpo se puso en tensión, moviéndose de esa forma en que se movían los hombres cuando algo suscitaba su interés sexual. Otros hombres, pero no Gideon. La primera vez que vi a mi marido, su cuerpo y su voz no expresaron nada. Sólo sus ojos revelaron su atracción y tan sólo por un instante.

Fue más tarde cuando me di cuenta de lo que había ocurrido en ese momento.

Gideon me había reclamado que fuera suya… y a cambio se había entregado. Con una sola mirada. Me había reconocido en el momento en que me vio. Yo tardé más tiempo en comprender lo que éramos el uno para el otro. Lo que estábamos destinados a ser.

No pude evitar comparar la forma posesiva y tierna con la que Gideon me miraba con el modo práctico y lujurioso con el que Brett me examinaba de la cabeza a los pies.

De repente me parecía obvio que Brett nunca me había considerado suya. No como Gideon. Brett me había deseado, aún me deseaba, pero incluso cuando me tuvo no había reivindicado ningún tipo de propiedad y, desde luego, no me había dado nada de sí mismo que fuera real.

«Gideon». Eché la cabeza hacia atrás, buscando con la mirada hasta encontrar una de las muchas bóvedas oscuras del techo que ocultaban las cámaras de seguridad. Me llevé la mano al corazón y presioné sobre él. Sabía que probablemente estaría mirando. Sabía que para ello habría tenido que acceder deliberadamente a las imágenes para verme y que estaba demasiado ocupado con el trabajo como para pensar en ello pero, aun así…

—Eva.

Dejé caer la mano a un lado. Miré a Brett mientras se acercaba a mí con el andar de un hombre que era consciente de su atractivo y que confiaba en sus posibilidades.

El vestíbulo estaba lleno de gente que se movía alrededor de nosotros con un flujo continuo, tal y como era de esperar en un rascacielos del centro de la ciudad. Cuando levantó los brazos como si fuera a abrazarme, di un paso atrás y alcé la mano izquierda, tal y como había hecho la última vez en San Diego. Nunca más le causaría a Gideon el dolor que le había provocado cuando me había visto besando a Brett.

Él me miró sorprendido y el calor de su mirada se enfrió.

—¿En serio? —dijo—. ¿Esto es lo que somos ahora?

—Estoy casada —le recordé—. No es apropiado que nos abracemos.

—¿Y las mujeres con las que él ha salido en todas las revistas?

—Vamos —lo reprendí—. Sabes que no siempre hay que creer lo que dice la prensa.

Apretó los labios y volvió a meterse las manos en los bolsillos.

—Sí puedes creer en lo que dicen acerca de lo que siento por ti.

El estómago se me revolvió.

—Creo que eres tú quien lo cree.

Aquello me puso triste. Brett no sabía lo que Gideon y yo teníamos porque nunca lo había tenido. Esperaba que algún día pudiera tenerlo. No era un mal tipo. Simplemente no estaba destinado a ser mi hombre.

Maldiciendo en voz baja, se volvió e hizo un gesto en dirección a la puerta.

—Salgamos de aquí.

Yo no sabía qué pensar. Quería intimidad igual que él, pero también deseaba quedarme donde hubiera testigos que pudieran tranquilizar a Gideon. En cualquier caso, no podíamos sentarnos a comer en el vestíbulo del Crossfire.

A regañadientes, eché a andar a su lado.

—He pedido que nos trajeran unos bocadillos hace un rato. Había pensado que así tendríamos más tiempo para hablar —dije.

Él asintió con expresión seria y cogió la bolsa que yo llevaba.

Lo llevé a Bryan Park, sorteando a su lado a los frenéticos grupos de gente que había en las aceras a la hora del almuerzo. Taxis y coches privados hacían sonar sus bocinas insistentemente en dirección a los ríos de peatones que andaban demasiado cortos de tiempo como para obedecer las señales. El calor hacía brillar el asfalto con el sol lo bastante alto en el cielo como para caer como una lanza entre los altos rascacielos. Una brigada del Departamento de Policía de Nueva York hizo sonar la sirena, pero los ensordecedores chirridos robóticos no consiguieron acelerar el movimiento del coche en la calle atestada.

Así era Manhattan en un día normal, y me encantaba, pero estuve segura de que Brett se sentía frustrado por la intricada danza que se requería para moverse por la ciudad. El movimiento de hombros y caderas para dejar pasar a la gente, las rápidas inhalaciones para apretar el vientre y colarse entre bolsas demasiado grandes o peatones demasiado lentos, la agilidad necesaria para evitar la repentina aparición de nuevos cuerpos que salían por las muchas puertas que se alineaban a lo largo de las aceras. Así era la vida en la ciudad de Nueva York, pero recordé lo abrumado que se sentía uno cuando no estaba acostumbrado a que tanta gente ocupara un espacio relativamente pequeño.

Entramos en el parque que había justo detrás de la biblioteca, encontramos una mesa y unas sillas sin ocupar a la sombra cerca del tiovivo y nos sentamos. Brett sacó los bocadillos, las patatas y las botellas de agua que yo había comprado, pero ninguno de los dos empezó a comer. En lugar de ello, exploré lo que nos rodeaba, sabiendo que podrían fotografiarnos.

Lo había pensado al elegir el sitio, pero la alternativa era un restaurante ruidoso y lleno de gente. Era muy consciente de mi lenguaje corporal, y traté de asegurarme de que no hubiese nada que pudiera dar lugar a malentendidos. Todo el mundo podría pensar que éramos amigos. Mi marido sabría, de todas las formas que yo pudiera demostrarlo, que Brett y yo nos habíamos despedido de verdad.

—Te llevaste una falsa impresión en San Diego —dijo Brett de pronto con los ojos ocultos bajo sus gafas de sol—. Lo de Brittany no va en serio.

—No es asunto mío, Brett.

—Te echo de menos. A veces, ella me recuerda a ti.

Hice un gesto de dolor, pues su comentario me pareció cualquier cosa menos adulador. Levanté una mano y la moví en el aire con un gesto de impotencia.

—No podría volver contigo, Brett. No después de haber conocido a Gideon.

—Eso lo dices ahora.

—Hace que sienta que no puede respirar sin mí. Yo no podría conformarme con menos.

No me hizo falta decir que Brett nunca me había hecho sentir así. Él ya lo sabía.

Se quedó mirando las finas puntas de sus dedos y, a continuación, se puso rígido de repente y sacó la cartera de su bolsillo de atrás. Sacó una fotografía doblada y la puso sobre la mesa delante de mí.

—Mira eso —dijo con un tono tirante—. Dime que lo que tuvimos no fue real.

Cogí la foto, la abrí y fruncí el ceño al ver la imagen. Era una instantánea de Brett y yo riéndonos juntos por algo que ya no recordaba. Reconocí el interior del bar de Pete de fondo. A nuestro alrededor había gente con el rostro borroso.

—¿Dónde has encontrado esto? —pregunté. Hubo un tiempo en que habría dado lo que fuera por tener una foto espontánea con Brett, creyendo que algo tan insustancial me proporcionaría alguna prueba de que yo era algo más que una estúpida.

—La hizo Sam después de una de nuestras actuaciones.

Me tensé al oír el nombre de Sam Yimara, pues me recordó de repente al vídeo sexual. Miré a Brett y las manos me temblaban tanto que tuve que dejar la foto en la mesa.

—¿Sabes lo de…?

Ni siquiera pude terminar la pregunta. Resultó que no fue necesario.

El rostro de Brett se endureció y su frente y su labio inferior se cubrieron de gotas de sudor por el calor del verano. Asintió.

—Lo he visto.

—Dios mío. —Me aparté de la mesa y mi mente se llenó de todas las posibles cosas que pudieran aparecer en ese vídeo. Había estado desesperada porque Brett se fijara en mí, con una absoluta falta de respeto hacia mí misma que ahora me avergonzaba.

—Eva. —Extendió un brazo hacia mí—. No es lo que piensas. Por mucho que Cross te haya contado sobre el vídeo, te prometo que no es malo. Un poco salvaje a veces, pero así era cuando estábamos juntos.

No… Salvaje era lo que tenía con Gideon. Lo que yo había tenido con Brett era algo mucho más oscuro e insano.

Junté mis temblorosas manos.

—¿Cuánta gente lo ha visto? ¿Se lo has enseñado a…? ¿Lo han visto los del grupo?

No tuvo que responder. Lo vi en su rostro.

—Dios. —Sentí que me mareaba—. ¿Qué quieres de mí, Brett?

—Quiero… —Se levantó las gafas de sol y se frotó los ojos—. Joder, te quiero a ti. Quiero que estemos juntos. No creo que hayamos terminado todavía.

—Nunca empezamos.

—Sé que fue culpa mía. Quiero que me des la oportunidad de arreglarlo.

Ahogué un grito.

—¡Estoy casada!

—Él no es bueno, Eva. No lo conoces como crees.

Las piernas me temblaban deseosas de levantarse y salir de allí.

—¡Sé que él nunca le enseñaría a nadie una grabación de los dos! Me respeta demasiado.

—Se trataba de documentar el ascenso del grupo de música, Eva. Teníamos que revisarlo todo.

—Podrías haberlo visto primero a solas —repliqué, enormemente consciente de la gente que estaba sentada no muy lejos de nosotros—. Podrías haber eliminado lo nuestro antes de que los demás lo vieran.

—Sam no sólo nos grabó a nosotros en el vídeo. También había cosas de los demás.

—Dios… —exclamé. Entonces vi cómo se movía inquieto y empecé a desconfiar—. Había otras chicas contigo —adiviné mientras mis náuseas empeoraban—. ¿Qué importaba cuando yo era sólo una de muchas?

—Sí que importaba. —Se inclinó hacia adelante—. Contigo fue diferente, Eva. Yo era diferente contigo. Sólo que en aquella época era demasiado joven y engreído como para darme cuenta. Tienes que verlo, Eva. Así lo entenderías.

Negué con la cabeza con fuerza.

—No quiero verlo. Nunca. ¿Estás loco?

Era mentira. ¿Qué había en ese vídeo? ¿Cómo de malo era?

—Maldita sea. —Se quitó la gafas y las lanzó sobre la mesa—. Yo no quería hablar del vídeo, joder.

Pero había en su postura un gesto de estar a la defensiva que me hacía dudar de él. Tenía los hombros levantados y en tensión y la boca apretada.

«Por mucho que Cross te haya contado…».

Sabía que Gideon conocía la existencia del vídeo. Debía de saber también que estaba tratando de conseguir que desapareciera. Se lo habría dicho Sam.

—¿Qué quieres? —volví a preguntarle—. ¿Qué es tan urgente que has tenido que venir a Nueva York?

Esperé su respuesta con el corazón latiéndome con fuerza. Hacía muchísimo calor y humedad, pero sentía la piel fría y pegajosa. No podía decirme que me amaba, no después de que yo lo hubiera sorprendido con Brittany. No podía decirme que me alejara de Gideon, ya estaba casada. Brett se encontraba en Manhattan en mitad de su gira, algo para lo que el grupo habría tenido que dar su consentimiento. Y Vidal. ¿Por qué iban a hacerlo? ¿Qué sacaban ellos interrumpiendo su calendario?

Mientras él se limitaba a quedarse allí sentado moviendo la mandíbula, yo me puse de pie, giré sobre mis talones y eché a andar apresuradamente por la hierba en dirección a la puerta más cercana de la verja de hierro.

Brett me llamó, pero yo mantuve la cabeza baja, plenamente consciente de la cantidad de personas que había en el parque cuyas cabezas se giraron hacia mí. Estaba montando una escena, pero no podía detenerme. Me había dejado el bolso y no me importó.

Huir. Llegar a algún sitio seguro. Llegar a donde estaba Gideon.

—Cielo.

El sonido de la voz de mi marido hizo que me tambaleara. Volví la cabeza. Se levantó de una silla que estaba junto al piano del Bryant Park Grill. Tranquilo y elegante, aparentemente inmune al sofocante calor.

—Gideon.

La preocupación de su mirada y el suave modo con que me envolvió con un abrazo me dieron fuerzas. Sabía que aquella reunión con Brett no saldría bien. Que yo terminaría enfadada y necesitada. Que lo necesitaría a él.

Y allí estaba. No sabía cómo y no me importó.

Clavé los dedos en su espalda, prácticamente arañándolo.

—Ya está. —Pegó los labios a mi oreja—. Estoy contigo.

Raúl apareció entonces a nuestro lado con mi bolso en la mano; su mirada expresaba una actitud protectora que se sumaba al escudo que el cuerpo de Gideon me proporcionaba. El pánico desenfrenado que sentía en mi interior empezó a aplacarse. Ya no estaba cayendo en picado. Gideon era mi red de seguridad, siempre preparado para cogerme.

Me acompañó al bajar los escalones que llevaban a donde esperaba el Bentley, con Angus listo para abrirme la puerta trasera. Me deslicé en su interior y Gideon entró conmigo. Su brazo me envolvió cuando me acurruqué contra su cuerpo.

Habíamos regresado justo a donde habíamos empezado esa mañana. Pero, en cuestión de horas, todo había cambiado.

—Yo me encargo de esto —murmuró—. Confía en mí.

Levanté la nariz hacia su cuello.

—Quieren utilizar la grabación, ¿verdad? —inquirí.

—No lo van a hacer. Nadie podrá hacerlo —repuso él en tono áspero.

Lo creí. Y lo amé más de lo que nunca pensé que fuera posible.

Menuda tarde. Evité pensar en Brett concentrándome en comparativas de ventas de consolas de juegos, incluido el GenTen. Tenía la mente del todo puesta en Gideon cuando dieron las cinco.

Ya no era sólo PhazeOne lo que me preocupaba. También era yo, la chica que había sido en el pasado. Aquel vídeo podría hacer más daño al apellido Cross que cualquier otra cosa que pudiese lograr una empresa rival.

Le envié un mensaje a Gideon. Deseaba obtener una rápida respuesta, pero no la esperaba.

¿Estás en tu despacho?

Contestó casi al instante:

Sí.

Me voy a casa —respondí—. Quiero despedirme antes.

Sube.

Solté el aire que no había sido consciente de estar conteniendo.

Nos vemos dentro de diez minutos.

Megumi ya se había ido cuando pasé por la recepción, así que llegué hasta Gideon más rápido de lo que había pensado. Su recepcionista seguía en su puesto, con su cabello largo y rojo cayendo liso sobre sus hombros. Me dirigió un saludo seco y yo respondí con una sonrisa impávida.

Scott no estaba en su mesa, pero Gideon se hallaba de pie junto a la suya, con las manos sobre el escritorio mientras leía con atención unos documentos que tenía delante de él. Arash estaba sentado en una de las sillas con una postura tranquila a la vez que hablaba. Ninguno de ellos llevaba puesta la chaqueta y ambos parecían relajados.

Arash me miró mientras me acercaba y Gideon levantó la cabeza. Los ojos de mi marido eran tan azules que su color me deslumbraba incluso desde la distancia que nos separaba. Su rostro seguía teniendo una belleza austera, muy propia de él y, sin embargo, su mirada se enterneció al verme. Mi boca se curvó cuando me hizo una seña doblando el dedo.

Entré en su despacho y levanté la mano en dirección al abogado mientras éste se levantaba.

—Hola —lo saludé—. ¿Sigues manteniéndolo alejado de los problemas?

—Cuando me lo permite —contestó Arash mientras agarraba mi mano y tiraba de mí para darme un beso en la mejilla.

—Déjala en paz —dijo Gideon en tono seco al tiempo que deslizaba el brazo alrededor de mi cintura.

El abogado se rio.

—Esta nueva faceta tuya de celos es de lo más divertida.

—Tu sentido del humor, no —replicó Gideon.

Yo me incliné sobre mi marido encantada al sentir su duro cuerpo contra el mío. No había en él rendición ni ternura, excepto cuando me miraba.

—Tengo una reunión dentro de treinta minutos, así que me voy —anunció Arash—. Gracias por la noche del viernes, Eva. Me encantaría volver a hacerlo alguna vez.

—Lo haremos —le dije—. Desde luego.

Cuando salió del despacho, me volví hacia Gideon.

—¿Puedo abrazarte?

—No tienes que pedirlo.

Sentí un apretón en el corazón con la cálida indulgencia de sus ojos.

—Nos ven por el cristal.

—Que nos vean —murmuró envolviéndome con los brazos. Soltó un largo y lento suspiro cuando me agarré a él—. Háblame, cielo.

—No quiero hablar. —No deseaba pensar en el desastre en el que había convertido mi vida y que ahora afectaba al hombre al que amaba—. Quiero oír tu voz. Di lo que sea. No me importa.

—Kline no va a hacerte daño. Te lo prometo.

Cerré los ojos con fuerza.

—No hables de él. Háblame del trabajo.

—Eva…

Sentí la tensión de su cuerpo, la presión de la preocupación y la inquietud, así que le conté:

—Sólo quiero cerrar los ojos un minuto y sentirte. Olerte. Oírte. Necesito empaparme de ti un momento y, después, estaré bien.

Sus manos me frotaban la espalda arriba y abajo, y apoyó el mentón sobre mi cabeza.

—Nos vamos a ir. Pronto. Una semana por lo menos, aunque preferiría que fueran dos. Estaba pensando que podríamos volver a Crosswinds. Pasar un tiempo desnudos, relajándonos…

—Tú nunca te relajas —repuse—. Sobre todo, cuando estás desnudo.

—Sobre todo, cuando tú estás desnuda —me corrigió acariciándome con la nariz—. Pero nunca te he tenido así una semana entera. Podrías llegar a consumirme.

—Dudo que eso sea posible. Aunque lo estoy deseando.

—No va a ser nuestra luna de miel. Para eso, quiero un mes.

—¡Un mes! —Me eché hacia atrás y lo miré a la vez que mis ánimos se levantaban—. Toda la economía de Nueva York podría venirse abajo si desapareces todo ese tiempo.

Colocó la palma de la mano en un lado de mi cara y me acarició la ceja con el dedo pulgar.

—Creo que cuento con un equipo muy competente que puede apañárselas unas cuantas semanas sin mí.

Le agarré la muñeca y dejé que desapareciera un poco de mi ansiedad.

—Yo no podría. Te necesito demasiado.

—Eva. —Bajó la cabeza y me besó en los labios mientras su lengua trataba de abrirse paso.

Me agarré a su nuca con la mano y lo inmovilicé mientras me adentraba en su beso. Me zambullí en él. Gideon me apretó más contra sí y me puso de puntillas.

Luego inclinó la cabeza sellando nuestros labios hasta que compartimos cada aliento, cada gemido, cada suspiro.

Jadeé cuando nos separamos para tomar aire.

—¿Cuándo estarás en casa?

—Cuando tú quieras.

—Debería ser cuando acabes tu jornada. Ya has perdido hoy demasiado tiempo por mí. —Le ajusté la corbata, que ya estaba perfectamente colocada—. No estabas espiándome hoy. Sabías que mi almuerzo con Brett iba a irse a pique.

—Era una posibilidad.

—¿Lo de espiarme o lo de irse a pique?

Me lanzó una mirada seria.

—No irás a regañarme por haber estado allí por ti. Tú habrías hecho lo mismo si la situación hubiera sido al revés.

—¿Cómo sabías qué era lo que quería?

¿La existencia del vídeo lo estaba consumiendo también a él? ¿Lo que yo había hecho y lo que había sido antes?

—Sé que está recibiendo presiones de Christopher, que también está presionando al resto del grupo.

—¿Por qué? ¿Para fastidiarte?

—En parte. Tú no eres una rubia guapa cualquiera. Eres Eva Tramell y eres noticia.

—Quizá debería teñirme el pelo. Deshacerme del tono «rubio» del que habla la canción. ¿Qué te parece de rojo? —No podría volverme morena, no con el historial de Gideon con las mujeres morenas. Me mataría mirarme todos los días al espejo.

Su expresión se cerró como una trampa de acero, aunque nada más en él dejaba ver cualquier otro indicio de tensión. Sentí un hormigueo en la nuca, un cosquilleo que me advertía de que algo acababa de cambiar.

—¿No te gusta la idea? —Sentí un pinchazo al recordar de repente a una pelirroja de su pasado. La doctora Anne Lucas.

—Me gustas tal y como eres —replicó—. Dicho lo cual, si tú quieres cambiar, no pondré ninguna objeción. Es tu cuerpo, tú mandas. Pero no lo hagas por ellos.

—¿Seguirías deseándome?

La tensión de su boca desapareció y la inflexibilidad de su rostro se disipó tan rápidamente como había aparecido.

—¿Me seguirías deseando tú si tuviera el pelo rojo?

—Pues… —Me di un toque en el mentón con el dedo fingiendo estar considerando la idea—. Quizá deberíamos quedarnos como estamos.

Gideon me besó en la frente.

—A eso me apunto.

—También te apuntaste a dejar que yo te hiciera lo que quisiera esta noche.

—Dime sitio y hora.

—¿A las ocho? En tu apartamento del Upper West Side.

—Nuestro apartamento. —Me besó suavemente—. Allí estaré.