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Sábado, 27 de marzo de 2010, 11.49 h

—Creo que podemos felicitarnos —dijo Colt a Grover. Colt conducía, y Grover estaba examinando las indicaciones de MapQuest—. La primera fase del plan se ha resuelto a pedir de boca.

La primera fase a la que se refería era haber sorprendido al espía, para luego trasladarlo desde su coche a la parte posterior de una furgoneta Ford negra alquilada. Justo cuando irrumpieron en su todoterreno, que no había cerrado con el seguro, el hombre, de quien más tarde averiguaron que se llamaba Duane Mackenzie, no vigilaba gran cosa, salvo el partido de baloncesto del barrio. Como consecuencia, Grover y Colt habían podido aferrar los picaportes de ambas puertas delanteras del todoterreno y abrirlas antes de que Duane pudiera reaccionar. Para entonces, ya tenían apretadas dos pistolas automáticas Smith & Wesson con silenciador contra su cuello, al tiempo que le despojaban de su arma.

—Bien, vamos a hacer lo siguiente —había dicho Colt al estupefacto y aterrorizado Duane—. Vas a bajar del coche, cruzaremos la calle y subiremos a la parte posterior de esa furgoneta Ford negra sin armar ningún lío. Si haces algo, te volaremos la tapa de los sesos. ¿Me he expresado con claridad?

—¿Quiénes sois? —intentó preguntar Duane, pero la voz se le quebró a causa del terror.

—¡Cierra el pico! —había gritado Colt—. ¿Está despejado el barrio? —preguntó a Grover. No pensaba apartar los ojos de Duane.

—Bastante —había dicho Grover, sin utilizar el nombre de Colt—. No hay peatones, salvo dos que se alejan, ni vienen coches.

Colt, que estaba en el lado del conductor, había sacado a Duane del todoterreno y cruzado la calle con él. Colt llevaba pegado al costado su arma. Grover había alcanzado a los dos en la parte posterior de la furgoneta y abierto las puertas.

Cuando estuvieron abiertas de par en par, Colt había obligado a entrar a Duane de una forma suave y enérgica. Dentro de la furgoneta había una alfombra oriental extendida, sobre la cual obligaron a Duane a tenderse de espaldas. Grover también había subido, y mientras Colt mantenía el cañón de la pistola apretado contra el cuello de Duane, Grover había inmovilizado los brazos del hombre con cinta americana, le había amordazado con un trapo sujeto con la misma cinta, y después le había envuelto en la alfombra. Todo el episodio, desde que habían entrado en el vehículo de Duane hasta que le habían envuelto en la alfombra, no había durado más de un minuto, y el único testigo había sido Jack. Gracias a la conversación de la noche anterior, había reparado en el todoterreno y lo había vigilado todo el rato.

—¿Giro en dirección este? —preguntó Colt, mientras iba hacia el sur por Central Park West.

—Por la Cincuenta y nueve o por la Cincuenta y siete —respondió Grover—. La Cincuenta y nueve nos irá bien.

Iban camino de Woodside, Queens, donde habían alquilado una casa de dos pisos. Era de ladrillo, con un garaje al que se entraba desde un callejón posterior. El garaje había sido esencial. Querían evitar a los curiosos cuando sacaran del vehículo a su invitado.

—¿Crees que estará lo bastante aterrorizado? —preguntó Colt. Parte de la técnica consistía en asustar a la víctima para que soltara prenda.

—Creo que sí —dijo Grover—. Yo lo estaría, seguro. —Consultó su reloj—. Espero que no tardemos demasiado. Hoy tenemos mucho que hacer.

Cruzaron el puente de Queensboro y pasaron a Northern Boulevard, y después a la calle Cincuenta y cuatro. La casa que habían alquilado se encontraba en mitad de la manzana. Colt entró en el callejón. La puerta del garaje se abría con un mando a distancia, uno de cuyos botones apretó Grover cuando se acercaron. La puerta del garaje se elevó con un traqueteo. Colt entró y apagó el motor.

—Vamos a sacar primero las herramientas, montamos el tinglado y volvemos a por nuestro invitado.

—Me parece bien, pero vamos a tomárnoslo con calma —contestó Grover.