Sábado, 27 de marzo de 2010, 10.30 h
Warren Wilson vivía en la misma manzana que Laurie y Jack, pero al final de Columbus Avenue. Se había encargado del primer turno, que empezaba a las seis de la mañana, con el fin de buscar a desconocidos que vigilaran la casa de Jack y Laurie. Este se encontraba a varios cientos de metros en dirección a Central Park, y era uno de los edificios más clásicos del barrio, con jardineras bien cuidadas y una reluciente aldaba de bronce. En aquel momento, las jardineras estaban todavía invadidas por follaje invernal.
Para disimular un poco, Warren había pedido prestado al vecino su perro. Era un simpático animalito blanco que ladraba a todo lo que se moviera, incluidos los coches. Se llamaba Killer. Como había muy poca gente a las seis de la mañana de un sábado, Warren había buscado una excusa para pasear arriba y abajo de la manzana, y Killer se ofreció de buen grado, siempre que le permitiera olisquear cada árbol y boca de incendios que Warren y él encontraban a su paso.
Después de que Warren se despidiera de Laurie y Jack la noche anterior, había vuelto a casa y llamado a cinco de sus mejores amigos, todos los cuales habían nacido en el barrio. Todos jugaban a baloncesto con regularidad y habían ido juntos al instituto. Todos eran negros, como Warren. Todos trabajaban y vivían en el barrio, y conocían a la mayoría de residentes por su nombre.
Como era sábado, estaban ansiosos por ayudar. Habían pronosticado buen tiempo y ya habían pensado pasar la tarde en la cancha de baloncesto, casi enfrente de la casa de Jack y Laurie.
Media hora después de que empezara su turno, Flash apareció.
—Hola, tío —dijo Warren cuando Flash se acercó contoneándose, con gafas oscuras y ropa de rapero—. Tienes un aspecto horrendo.
—No me jodas. No sé por qué accedí a esta tortura. Dime otra vez a quién he de buscar y por qué.
Warren explicó la situación, tal como había hecho la noche anterior.
—No te duermas —advirtió Warren—. Si lo haces, te daré una patada en el culo.
—¿Tú y quién más?
Durante las cuatro horas y media que Warren había deambulado por el barrio, no había visto nada sospechoso. Los peatones eran escasos, y los que vio no manifestaron el menor interés por la casa de Jack y Laurie. Tampoco ningún vehículo había recorrido la manzana. En todos los aspectos, parecía una mañana primaveral de sábado de lo más normal, en la calle Ciento seis, con pájaros cantores, algunos vecinos que paseaban al perro, y poca cosa más.
En cuanto le relevaron y devolvió a Killer a su dueño, Warren volvió a Columbus Avenue, compró el Daily News en el bazar coreano y entró en una de las numerosas cafeterías del barrio para tomar un café y un bagel. Apenas había podido leer los titulares, cuando su móvil sonó. Examinó la pantalla y vio que era Flash.
Irritado por el hecho de que Flash ya le estuviera molestando, Warren contestó al teléfono sin disimular lo que sentía.
—¡Sí! —se limitó a decir.
—¡Bingo! —contestó Flash.
—¿Qué quiere decir «bingo»? —preguntó Warren, cada vez más irritado—. Solo llevas ahí un cuarto de hora.
—No sé cuánto tiempo llevo, pero aquí tengo a un capullo muy sospechoso.
—¿De veras? —preguntó Warren, incrédulo—. No puedes distinguir a un espía en un cuarto de hora.
—El tipo actúa de una forma muy sospechosa, y nunca le había visto.
—Sí, vale, vigílale. Si dentro de un rato sigue comportándose de una manera sospechosa, vuelve a llamarme. —Warren puso los ojos en blanco y cortó la comunicación—. Dios Santo —masculló, y tiró el teléfono a un lado como si fuera el aparato quien le hubiera molestado.
Un cuarto de hora después, Warren había comido la mitad del bagel, bebido la mitad del café y examinado una sección de deportes nada interesante, cuando su teléfono volvió a sonar. Era Flash de nuevo.
—Vale —dijo Warren, todavía en plan suspicaz—. ¿Qué está pasando?
—Sigue actuando de una forma rara. Es un tío de Jersey, o al menos lleva matrícula de Jersey en el Caddy Escalade negro que conduce. Es como anunciar que es un espía. En un momento dado, bajó de repente y se puso a hacer ejercicios de calentamiento.
—No te acerques demasiado. La gente que actúa en plan espía es hipersensible a que la espíen. De hecho, ¿a qué distancia te encuentras de él?
—A unos quince metros, más o menos. Estoy al otro lado de la calle.
—Demasiado cerca. Aléjate y no le mires. Ve a la cancha de baloncesto. Me reuniré contigo allí con una pelota. Fingiremos que vamos a entrenarnos.
—¿Y si mueve el coche? ¿Le sigo?
—No, si se mueve intenta apuntar la matrícula sin que se note demasiado.
—Entendido.
Warren acabó de un trago su café. Agarró el periódico y salió corriendo de la cafetería. Cuando llegó a la calle Ciento seis, disminuyó el paso a propósito. Mientras se dirigía a su casa, vio que Flash entraba en la cancha de juego. También vio un 4 × 4 negro aparcado en el lado de la calle del parque.
—¿Dónde estabas? —preguntó Natalie, su novia, cuando Warren entró por la puerta del apartamento.
—¡Fuera! —contestó Warren, al tiempo que abría el armario del vestíbulo para sacar una de sus diversas pelotas de baloncesto.
—¿Tan pronto? —Solían aprovechar la mañana del sábado para gandulear—. ¿A qué hora te has ido?
—A eso de las seis —dijo Warren, mientras entraba en la sala de estar y daba un beso en la mejilla a Natalie.
—¿A las seis? ¿Qué demonios estabas haciendo fuera a las seis?
—Paseando a Killer. Escucha, ya te lo explicaré más tarde. Flash está esperándome en la cancha. Vamos a entrenar un poco.
—Vale —dijo Natalie con indiferencia. Si Warren quería mostrarse enigmático sobre sus actividades de un sábado por la mañana, no habría podido importarle menos—. ¡Que te diviertas!
Warren bajó a la calle y se encaminó hacia la cancha. Ahora había más gente en el parque, incluidos varios niños pequeños en el cercado de arena y preadolescentes en los columpios. Cuando se acercó más al 4 × 4 negro, vio que tenía las ventanillas tintadas, lo cual impedía atisbar en el interior. Se quedó en el lado derecho de la calle hasta llegar a la altura del coche en cuestión, y después cruzó por delante del Escalade. Si bien intuyó que había alguien al volante, no distinguió sus facciones, en parte porque no quiso mirar directamente.
Llegó a la acera, saludó y llamó a Flash. Este respondió del mismo modo. Warren no se volvió cuando entró en el parque.
—¿Se ha movido? —preguntó a Flash.
—¿Preguntas por el coche o por el tío? No puedo ver al tío, y el coche no se ha movido.
Warren tiró la pelota a Flash.
—Juguemos un partido rápido de uno contra uno. No mires al coche, pero tampoco lo pierdas de vista.
Warren era de lejos el mejor jugador y ganó con facilidad, pero Flash le ganó en número y calidad de insultos. Ambos estaban sin aliento. Aunque acababan de decirse mutuamente que se lo iban a tomar con calma, en cuanto empezó el partido su competitividad innata se impuso.
—Descansemos un poco —dijo Warren. Se acercó al banquillo, tomó asiento y sacó el móvil.
—¡Oh, claro! —bromeó Flash—. Gana un partido por chiripa y quiere retirarse.
—Concédeme un momento y te daré otra oportunidad de perder —replicó Warren—. Quiero llamar a los jefes. Por más que detesto admitirlo, creo que has descubierto al espía.
Mientras Flash aprovechaba la oportunidad para practicar lanzamientos en suspensión, Warren llamó a Grover Collins. Contó a Grover que creía haber identificado al espía que controlaba la casa de Jack y Laurie.
—¿Desde cuándo tienes localizado al individuo? —preguntó Grover, como si no le sorprendiera en absoluto el rápido éxito de Warren.
—No hace mucho, entre quince y veinte minutos. Está aparcado justo enfrente de la casa de Jack y Laurie, y no es nada sutil. Me han dicho que ha salido a realizar ejercicios de calentamiento.
Grover rió.
—Muy confiado, diría yo.
—Muy estúpido, diría yo —replicó Warren de buen humor, intentando imitar el acento inglés.
—Intenta no perderle de vista, pero con discreción.
—Así lo haremos. De hecho, es muy fácil. Estamos utilizando la cancha de baloncesto como cada sábado.
—Si se va, no intentes seguirle. Volverá, o alguien le sustituirá. Yo recogeré a mi socio. ¿Vas armado?
—¡Por supuesto que no! —dijo Warren, en un tono indicador de que consideraba la pregunta una locura.
—Bien, tal vez sería mejor que consiguieras un arma. Si Colt y yo la cagamos, cosa que nunca hacemos, podrías ser vulnerable. Supongo que tienes acceso a algún tipo de arma.
—Tengo algo —admitió vagamente Warren.
—Llegaremos lo antes posible. ¡Sé discreto, no lo olvides!
—¿Cuál es el plan, si puedo preguntarlo?
—El plan es que nos dejamos caer por ahí e invitamos a ese caballero a acompañarnos a una breve fiesta, y le preguntamos lo que necesitamos saber. Por suerte, hemos alquilado un lugar muy conveniente para la fiesta. Cuando sepamos lo que necesitamos saber, o sea, la dirección donde retienen al hijo de los Stapleton, devolveremos a nuestro amigo a su coche, y nos gustaría que alguien nos echara una mano para meterle dentro, a fin de que pueda dormir después de recibir su medicina.
—¿Necesitaréis que le traslademos desde su coche al vuestro?
—¡Cielos, no! Pero gracias por la oferta. El motivo principal de que no deseemos vuestra ayuda es porque se trata de un delito trasladar a alguien a otro sitio en contra de su voluntad, cosa que justificamos con el ojo por ojo, diente por diente. En cuanto a los detalles prácticos legales, contamos con nuestro propio abogado defensor. En cualquier caso, la respuesta es no. Nosotros nos encargamos del secuestro.