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Viernes, 26 de marzo de 2010, 22.41 h

Cerca de las once, Laurie y Jack acompañaron al detective Mark Bennett hasta la escalera para despedirse, cuando el detective anunció que ya habían hecho todo lo necesario. Lo más importante era el teléfono. Ahora estaba controlado las veinticuatro horas del día y podían localizar las llamadas entrantes desde una hilera de máquinas situadas en una pequeña oficina improvisada que habían instalado en el cuarto de invitados del primer piso.

—Mañana por la mañana les llamaré —dijo Mark, cuando se detuvo en la puerta principal. Salvo por el agente responsable del equipo de comunicaciones, que iba a quedarse toda la noche, Mark fue la última persona del NYPD en marcharse.

—Gracias por todo lo que ha hecho —dijo Laurie.

No solo había supervisado el trabajo de todo el mundo, sino que había dedicado parte de su tiempo a explicar a Laurie y Jack todo lo que se había hecho hasta aquel momento. Empezó con el envío, tras la llamada al 911, de los primeros agentes de la Comisaría Veintidós de Central Park, y del Manhattan North Patrol Borough, quienes habían aislado la escena del crimen, interrogado a la única testigo, iniciado el proceso de declarar la Alerta Ámbar, preparado la búsqueda de una furgoneta blanca con seis adultos y un niño pequeño, y establecido un equipo de seguimiento en el Centro de Delitos en Tiempo Real del NYPD.

Mark había continuado explicando que, después de que los primeros agentes efectuaran su trabajo, un agente de supervisión inicial había enviado una unidad de recogida de pruebas, así como una unidad de la escena del crimen, mientras revisaban el listado de delincuentes sexuales en la zona del secuestro y registraban el caso en el Archivo de Personas Desaparecidas del Centro de Información Nacional del Crimen.

—Fue entonces cuando me llamaron —había explicado Mark—. Después de que el jefe superior de policía y la oficina del alcalde fueran informados, el caso fue derivado por el jefe de detectives a la Brigada de Casos Graves, así como al FBI y el Team Adam, el equipo de especialistas en casos de niños desaparecidos. Como estoy adscrito a la Brigada de Casos Graves y estaba disponible, me asignaron el caso. Lo que he conseguido hacer con mi gente hasta el momento es interrogar a los primeros agentes que llegaron y a la única testigo, así como revisar toda la información contenida en el sistema de gestión de pistas del Centro de Delitos en Tiempo Real, ubicado en One Police Plaza.

Jack abrió la puerta principal. Una fría brisa nocturna barría la calle. El viento transportaba gritos apasionados desde la cancha de baloncesto donde se estaba disputando un partido.

—Parece que hay vida en el barrio —comentó Mark—. Son casi las once y los chicos aún están dale que dale. Me alegro, y no solo porque les aleje de meterse en líos. Me gusta porque significa que aquí existe una comunidad.

—Es un barrio estupendo. Warren, a quien conoció arriba, es uno de los líderes locales. Él y yo siempre estamos jugando, sobre todo los viernes por la noche. Ahora estaríamos ahí, de no ser por esta tragedia.

—Antes ya le dije lo que habíamos logrado hasta el momento en relación con el caso. Todo ello palidece en comparación con su colaboración, y por haber aportado el nombre y la descripción de la víctima. Siento que tengan que pasar por esto, pero usted y su esposa son claves en este asunto. Necesitamos su ayuda. A cambio, le doy mi palabra de que yo, y todas las personas a mis órdenes, haremos cuanto esté en nuestro poder por recuperar a su hijo sano y salvo.

—Gracias —dijeron Laurie y Jack al unísono.

Mark se despidió a toda prisa, bajó la escalinata y entró en un coche camuflado oficial. Tanto Jack como Laurie vieron en silencio que el coche se dirigía hacia Central Park West y giraba a la derecha en West Side Drive.

—Tengo mucha confianza en él —dijo Laurie, en un intento de darse ánimos—. Estoy agotada, pero sé que no voy a poder dormir.

Volvió a entrar en la casa.

Antes de seguirla, Jack echó una mirada al partido de baloncesto. Aunque se había esforzado en no pensar en las consecuencias, de repente se descubrió esperando contra toda esperanza que rescataran pronto a J. J. sano y salvo, para que pudiera crecer y experimentar las múltiples alegrías de la vida.

Una vez arriba, Jack buscó a Laurie. Ahora que reinaba la calma en casa, estaba preocupado por su reacción ante la situación, y también por él. Le sorprendió no encontrarla en la cocina. Ninguno de los dos había tenido tiempo para comer algo, pues el detective Bennett les había mantenido ocupados respondiendo a preguntas sobre J. J. y su complicado historial médico. Bennett también les había preguntado por el tipo de gente del sector servicios que iba a su casa, y si alguna persona tenía llaves. A continuación, les había animado a reunir objetos que pudieran contener ADN de J. J., fotos actuales del niño, e incluso intentar recordar qué prendas vestía cuando fue secuestrado.

Jack hizo una pausa cuando oyó voces procedentes del salón. Casi había olvidado que Lou y Warren continuaban allí. Se quedó doblemente sorprendido al descubrir a dos hombres más en la sala. Ambos estaban hablando con Laurie, quien les escuchaba con suma atención.

—Ah, Jack —dijo Lou—. ¡Entra, por favor! Quiero presentarte a unas personas.

—Sí, querido —dijo Laurie—. ¡Entra!

Todo el mundo se levantó cuando Jack entró en la sala, lo cual le llevó a preguntarse por aquella aparente formalidad. Miró a los desconocidos, a ninguno de los cuales había visto hasta aquel momento. Ambos se mantenían erguidos con la espalda muy recta, los hombros echados hacia atrás, el pelo cortado al rape, y vestidos con trajes azul marino hechos a medida, pulcras camisas blancas y corbatas de regimiento. Los dos sobrepasaban unos centímetros el metro ochenta de Jack y aparentaban unos cuarenta años. Debido a su figura esbelta y el rostro duro y tirante, Jack pensó que eran militares, tal vez de las Fuerzas Especiales, vestidos de paisano.

—Este es Grover Collins —dijo Lou, y señaló al más corpulento de los dos.

Jack le estrechó la mano y lanzó una mirada inquisitiva a los ojos azules glaciales del hombre. El apretón fue fuerte pero no demasiado, como indicando la confianza en sí mismo del hombre.

—Es un gran placer conocerle —dijo Grover, con un leve acento inglés.

—Y este es Colt Thomas —dijo Lou, al tiempo que señalaba al compañero negro de Grover.

—Un placer —dijo Colt con un apretón de manos igual al de Grover. Jack no se consideraba un experto en acentos, pero si le hubieran obligado a adivinar, habría dicho que Colt era texano.

—En primer lugar, debo pedirte disculpas —dijo Lou a Jack—. Me he tomado la libertad de invitar a Grover y Colt esta noche porque creo que Laurie y tú deberíais contratarlos.

Los ojos de Jack se desviaron hacia Laurie, y después hacia sus invitados.

—¿Contratarlos para qué? —preguntó.

—Creo que el tiempo es esencial —continuó Lou, sin hacer caso de la pregunta de Jack—, y resulta que estos caballeros están de acuerdo conmigo. ¿No es así, caballeros?

—En efecto —confirmó sin vacilar Grover. Colt se limitó a asentir.

—Siéntense, por favor —dijo Jack, al caer en la cuenta de que era el anfitrión de facto de aquella reunión improvisada.

Todo el mundo volvió a su asiento. Jack acercó una silla de respaldo alto y se sentó.

—Tuve la ocasión de trabajar con estos caballeros hace unos años —continuó Lou—, y me quedé muy impresionado, motivo por el cual les he llamado esta noche. Se trata de una variedad profesional relativamente nueva. Son asesores de secuestros.

—¿Asesores de secuestros? —preguntó Jack—. No sabía que existía eso.

—De hecho, somos muy pocos —dijo Grover—. Nos autodenominamos gerentes de riesgo, pues preferimos mantenernos más o menos en la sombra.

—Tampoco yo lo sabía —admitió Lou—. Hasta que coincidí con ellos en un caso de secuestro…, con un resultado óptimo, debería añadir.

—Hemos nacido debido a la demanda —explicó Grover—. El secuestro florece en circunstancias de desorden y confusión, cosa bastante frecuente en los últimos tiempos, pues se ha producido un aumento de este tipo de delitos, sobre todo en las Américas y en Rusia.

—Lo ignoraba —dijo Jack—, pero parece lógico.

—Hay miles de casos cada año en lugares conflictivos como Colombia, Venezuela, México y Brasil. Tenemos unos cuarenta agentes de campo en nuestra empresa, CRT Risk Management. Actuamos en todo el mundo, y solo nos ocupamos de secuestros. Acabo de volver de Río, y Colt regresó ayer de Ciudad de México.

—¿Son ustedes ex militares? —preguntó Jack.

—¿Cómo lo ha adivinado? —Grover sonrió—. Soy ex SAS, y Colt es ex Navy Seal. Volver a la vida civil después de servir en el ejército ha sido difícil para la gente de las Fuerzas Especiales, y esa clase de trabajo nos viene que ni pintada. Quedarnos sentados en un sofá fumando una pipa y viendo reposiciones de partidos no es una posibilidad para ninguno de nosotros. Nos encanta nuestro trabajo.

—Diles lo que me dijisteis a mí —intervino Lou—. Por qué les podéis ser de ayuda en su actual situación.

—Tras informarnos sobre su caso, varias cosas saltaron a la vista. En primer lugar, el NYPD, como todos los departamentos de policía de Estados Unidos, tiene experiencia limitada en el tema de los secuestros. Para nosotros es justo lo contrario. Es lo único que hacemos, pues se han extendido por todo el mundo y se han sofisticado más, tanto en el modus operandi de los secuestradores como en el de la respuesta de los profesionales como nosotros.

»En segundo lugar, nuestra motivación es diferente de la de las autoridades. Las autoridades tienen objetivos contrapuestos. Quieren rescatar a su hijo, por supuesto, pero solo es uno de sus objetivos. También quieren capturar a los perpetradores, y digo «perpetradores» a propósito, porque el secuestro moderno es un deporte de equipo, y con frecuencia desean capturar a los perpetradores tanto como liberar al secuestrado. En otras palabras, existen ramificaciones políticas para la policía y el FBI. Además, otra cosa especialmente preocupante es que, a menudo, las autoridades compiten entre sí, una situación que no suele conducir al éxito.

»Nada de eso es aplicable a nosotros. Devolverles sano y salvo a su hijo es nuestro único objetivo y preocupación. Nos son indiferentes los perpetradores. Nos da igual que los detengan. Nos da igual que los condenen. Si lo hacen, tanto mejor, pero no es nuestro objetivo, mientras que sí lo es de la policía y del FBI. En lo tocante a su hijo, vamos un paso por delante de ellos. Pasamos de órdenes de registro o de aparatos de escucha. Nos importan un pimiento los derechos constitucionales, y con frecuencia somos rudos con los sospechosos. Cuando necesitamos información, la obtenemos. Digámoslo así.

—¿Acaso se consideran una especie de vigilantes? —preguntó Laurie.

—En absoluto —replicó Collins—. Nuestro único objetivo es rescatar sano y salvo a su hijo lo antes posible. Esa es la misión. Si un secuestrador resulta herido, es su problema, no el nuestro, pero no nos proponemos castigar a nadie.

—Solo estás diciendo generalidades, Grover —se lamentó Lou—. Diles lo que me contaste en concreto. Diles por qué seríais adecuados para este caso en particular.

—El detective Soldano ha sido muy franco con nosotros —continuó Grover—, y nos ha enseñado el expediente del Centro de Delitos en Tiempo Real. También nos dejó leer el anónimo que usted recibió, y del que hizo caso omiso.

—Había motivos —dijo Laurie, avergonzada de nuevo.

—Puedo comprender por qué no le hizo caso —dijo Grover—, de modo que no se fustigue. Solo hablaba de usted, no de su hijo. Pero la combinación del rapto de su hijo con la carta nos dice que este caso ha de avanzar a toda prisa para minimizar la amenaza dirigida a su hijo, y de esa forma lo abordaremos si deciden contratarnos. Conociendo a la policía y su forma de trabajar, yo diría que serán conservadores y esperarán a que los secuestradores se pongan en contacto con ustedes y empiecen a negociar, como ya han hecho. El enfoque pasivo, un método probado, no es apropiado en esta situación. Creemos que el enfoque debería ser más dinámico, anticipándonos a las consecuencias. Aunque en general es difícil descubrir dónde retienen a la víctima, lo contrario es cierto en este caso por variados motivos. Pensamos que estos secuestradores carecen de experiencia. El rapto fue planeado y ejecutado de una forma muy chapucera. Los secuestradores experimentados no empiezan la partida con un homicidio, como Lou les corroborará.

—Es verdad —dijo Lou—. En el último y único caso de secuestro en el que participé, el rapto fue la parte que estaba mejor planificada.

—En segundo lugar —continuó Grover—, no hubo investigación de la riqueza personal de ustedes. Si no me equivoco, sus sueldos no son muy altos, y no existe una enorme fortuna familiar con la que pagar.

—No creo —dijo Jack—. Todos nuestros ahorros están invertidos en esta casa reformada.

—Se lo explicaré. En estos tiempos, en un caso de secuestro para pedir rescate, es muy raro que los perpetradores no hayan llevado a cabo exhaustivas pesquisas sobre las finanzas de la víctima. Sugiere que el rapto no se llevó a cabo por motivos económicos, sino por algo muy diferente. Hablar de dinero es una distracción, en el mejor de los casos.

»Si la carta amenazadora está relacionada con el secuestro, tal como nosotros creemos, el meollo del asunto es que usted deje de investigar el caso mencionado en ella, al menos a corto plazo. ¿Qué nos puede decir al respecto?

—Es un caso del que yo me voy a ocupar —dijo Lou, anticipándose a Laurie—. Al principio se pensó que era una muerte natural, pero Laurie ha demostrado lo contrario. También tenemos un nombre: Satoshi Machita. Justo esta tarde, Laurie ha establecido de una forma muy verosímil que era un asesinato cometido por una organización criminal. No puedo añadir más.

—Interesante —dijo Grover, mientras reflexionaba sobre esta nueva información—. La posible implicación del crimen organizado nos aporta un nuevo enfoque.

—Va a influir en mi investigación del homicidio, desde luego —añadió Lou.

—También me intriga el tono de la carta —dijo Grover—. Es como si estuviera implicada una tercera parte, lo cual me conduce a pensar que tal vez desempeñe cierto papel un elemento de extorsión. Porque si no, ¿a qué viene el anonimato?

—Yo he pensado lo mismo —confirmó Lou—. Además, hará unos quince años se produjo una situación de extorsión en el IML. ¿Te acuerdas, Laurie?

—Por supuesto. Vinnie Amendola estaba en deuda con la banda de Cerino porque este había salvado la vida a su padre en el pasado. Y hoy Vinnie ha actuado de una forma muy rara. De hecho, se ha ido de permiso, en teoría por una emergencia familiar.

—¿Dijo adónde? —preguntó Lou.

—No.

—Bien, ya sé lo que voy a hacer a primera hora de la mañana —dijo Lou.

—Eso podría ser de ayuda —repuso Grover—, pero creo que no debemos esperar hasta que este tal Vinnie sea localizado e interrogado. Estoy preocupado por la seguridad del niño. Sean quienes sean los secuestradores, no les importa matar, como demuestra su modus operandi, y me preocupa lo que puedan hacer con el niño una vez que crean que han conseguido su objetivo de sacar a Laurie del depósito de cadáveres, y evitar así que descubra lo que ya ha descubierto, cosa que aún no saben, supongo.

—¿Qué haría usted? —preguntó Jack. Pensaba que lo único que podían hacer era esperar a que los secuestradores llamaran, y entonces rastrear la señal—. Solo se me ocurre lo que está haciendo la policía, intentar negociar. J. J. podría estar en cualquier parte del estado o de estados vecinos.

—Creo que su hijo está cerca —dijo Grover—. Teniendo en cuenta que el caso ha discurrido, hasta el momento, sin apenas planificación, su hijo debe de estar en casa de alguno de los secuestradores. En muchos aspectos, es mucho más fácil manejar y alojar a un niño pequeño que a un adulto, desde un punto de vista logístico. Con un adulto hay que tomar todo tipo de precauciones, para que no sepa dónde se encuentra retenido, y hay que alojarlo de forma que nunca vea a sus captores, a menos que, por supuesto, los secuestradores no piensen soltarlo. Pero matar a la víctima imposibilita recibir algo a cambio, debido a los complicados mecanismos de la prueba de vida desarrollados para el procedimiento de intercambio.

—Vale —dijo Jack—. Lo comprendo, pero ¿cómo se propone averiguar dónde retienen a nuestro hijo? A mí me parece imposible.

—Suele ser difícil, pero no imposible —admitió Grover—. Pero hay situaciones especiales que pueden ser de ayuda, como creo que ocurre en esta circunstancia. En primer lugar, existen muchas probabilidades de que Vinnie Amendola pueda ayudarnos aportando información sobre quiénes son los secuestradores. Pero no deberíamos esperar a esa posibilidad, aunque la alentaremos. No, la circunstancia especial es el hecho de que viven en una ciudad con barrios de verdad. La gente que no es de Nueva York quizá no lo comprendería, pues considera Nueva York una ciudad enorme e impersonal. Mientras esperábamos a hablar con usted y su esposa, he tenido el placer de conversar con su amigo Warren Wilson, que está muy preocupado por su hijo y ansioso por colaborar.

Grover señaló a Warren, quien asintió para confirmar sus palabras.

—Me ha dicho que usted y su esposa son miembros aceptados y queridos de este barrio, que está muy unido, y ha sido así desde hace casi veinte años. También ha hablado de su generosidad, con relación a la cancha de juego del otro lado de la calle, y de los jóvenes que han terminado el instituto e ido a la universidad gracias a ustedes. Es una historia maravillosa, que ahora va a recompensarles.

—¿Cómo? —preguntó Jack.

—Una cosa que CRT ha aprendido con los años, trabajando en centenares de casos de este tipo, es que los secuestradores suelen espiar a la familia de la víctima, sobre todo para asegurarse de que van a plegarse a sus exigencias. Una exigencia que siempre se repite es la de no alertar a las autoridades. La única forma de conseguirlo es vigilar que no entren ni salgan de la residencia familiar policías o agentes del FBI. Si ven que eso sucede, lo comentan en la siguiente llamada y vuelven a lanzar la amenaza de que harán esto y aquello a la víctima.

»Y si estamos en lo cierto al afirmar que este secuestro en particular no se ha producido para obtener un rescate, sino para apartar a su esposa de su trabajo, existen más razones todavía para sospechar que alguien estará vigilando, al menos de día.

—¿Intenta capturar a ese espía? ¿Es esa la idea?

—Exacto. La razón de que funcione, como hemos comprobado ya media docena de veces, dos en Sao Paulo, es que se trata de barrios estables y unidos, cuyos residentes saben enseguida quién es de fuera. Warren se ha ofrecido a hacerlo por ustedes, y empezará mañana por la mañana. Nos ha asegurado que esta es una comunidad muy cerrada, con experiencia en reconocer a forasteros y así mantener al mínimo la violencia de bandas.

Jack miró a Warren, quien volvió a asentir.

—Una vez hayan cazado al «espía», ¿qué harán? —preguntó Jack.

—Mejor no preguntar —replicó Grover—. En primer lugar, confirmamos que el individuo es un espía relacionado con el caso en cuestión. Después, le preguntamos dónde retienen a la víctima. Como ya he dicho antes, en contraste con la policía o el FBI, nuestras manos no están atadas por sutilezas legales. Nuestro único interés y preocupación es encontrar y rescatar a la víctima. Hay ocasiones en que es necesaria más persuasión que en otras.

—Y cuando ya saben dónde la retienen, ¿qué hacen?

—Depende de hasta qué punto estemos preocupados por la suerte de la víctima. Si el peligro es escaso, intentamos averiguar, antes de asaltar el lugar, dónde y en qué condiciones se encuentra. En ocasiones, como en el caso de su hijo, procedemos al rescate de inmediato. Y aquí es donde entra Colt. Es el rescatador principal del CRT. Su talento es legendario. Es capaz de entrar en una casa y sacar piercings de las orejas de la gente sin despertarlos.

—Si les contratamos, ¿cómo reaccionará la policía? ¿Se lo hemos de decir o lo mantenemos en secreto?

—Nosotros se lo diremos. De hecho, intentamos trabajar con ellos, incluso hasta el punto de aportar sugerencias cuando nos parece adecuado. Nunca les decimos lo que han de hacer, solo lo que nosotros hemos hecho en el pasado y salió bien. Además, dejamos que la policía se lleve todo el mérito cuando rescatamos o intercambiamos a una víctima. No queremos aparecer en los medios, porque trabajamos mejor en el anonimato.

—¿Puedo preguntar el coste?

—Por supuesto. Colt y yo, como equipo, cobramos dos mil dólares al día más gastos. Como no habrá desplazamientos, los gastos serán mínimos.

—Perdonen un momento —dijo Jack, al tiempo que se ponía en pie e indicaba a Laurie que saliera al pasillo.

—Bueno, ¿qué opinas? —preguntó en voz baja.

—El detective Bennett y la reacción de la policía me dejaron impresionada, pero estos dos hombres también. Poseen una experiencia enorme. Estoy tan preocupada, que no sé si soy capaz de tomar una decisión racional, aunque la idea de pasar a la acción me atrae.

—Bien dicho. Yo tampoco puedo decir que piense con lucidez. Vamos a ver qué opinan Lou y Warren.

—Buena idea.

Jack asomó la cabeza en la sala. Indicó a Lou y Warren que querían hablar con ellos, y ambos salieron al instante. Cuando todos estuvieron en la cocina, para que los hombres de CRT no pudieran oírles, Jack habló.

—Laurie y yo somos conscientes de que no estamos en las mejores condiciones de pensar racionalmente, y la verdad es que estamos un poco agobiados. ¿Qué creéis que deberíamos hacer?

—Creo que deberíais contratar a esos tipos —dijo Lou—. Por eso les llamé. Y el hecho de que estén disponibles es un golpe de suerte.

—¿Y tú, Warren?

—Yo los contrataría. ¿Qué podéis perder? Estoy muy contento de poder ser útil, por J. J. y por Leticia. Además, todos los chicos querrán arrimar el hombro. Ningún problema.

—¡Estupendo! —dijo Jack, con la intención de levantar los ánimos, mientras la pesadilla continuaba desarrollándose a su alrededor.