32

Viernes, 26 de marzo de 2010, 16.58 h

Laurie fue la primera en entrar en el ascensor. Accionó el botón del primer piso, pero después apretó el botón que mantenía abierta la puerta para evitar que se cerrara antes de que entraran el detective Lou Soldano y Jack. Solo entonces lo soltó, y la puerta se cerró de inmediato.

Laurie se encontraba de muy buen humor. Justo antes de recibir la llamada de Rebecca acababa de terminar su minirrueda de prensa, mini porque solo asistieron Jack y Lou, relativa a los dos casos en los que estaba ocupada: los dos japoneses no identificados, aunque según la información de Rebecca ahora solo quedaba uno.

En menos de cinco minutos, Laurie había sido capaz de demostrar, para entera satisfacción de Jack y Lou, que el segundo hombre, lo más probable un secuaz de la yakuza, tal como sugerían sus numerosos tatuajes, las perlas incrustadas en el pene y el hecho de que le faltara la última articulación del dedo meñique, había asesinado al primer hombre durante la comisión de un robo en el andén del metro, con un cómplice que también era de ascendencia nipona. También había podido demostrar que el crimen había sido cometido mediante una pistola de aire comprimido oculta en un paraguas, con una dosis fatal de una toxina llamada tetrodotoxina.

Lo de la tetrodotoxina no era todavía oficial, aunque Laurie estaba convencida. Había admitido que el hallazgo aún no había sido certificado por John DeVries. Si bien Laurie había encontrado los picos correctos en el espectómetro de masas, John aún quería certificar los resultados analizando una muestra de tetrodotoxina que Laurie había conseguido en el hospital de al lado.

—No puedo creer que hayas conseguido esto en dos días —dijo Lou—. Eres como un grupo de trabajo unipersonal. Se supone que colaboras con nosotros, los detectives. En cambio, has hecho tu trabajo y el nuestro. Es increíble.

—Gracias.

Laurie se dio cuenta de que se había ruborizado. Recibir tal cumplido de Lou significaba mucho para ella.

—En las cintas de seguridad se veían a dos personas implicadas en el asesinato —dijo Laurie para desviar la atención de sí misma—. Espero que lo hayáis tomado en consideración.

—No te preocupes, me acuerdo. Por lo que has dicho, es posible que haya otro cadáver en el puerto, cosa que comprobaré de inmediato. Es estupendo que hayamos conseguido identificar al primer tipo. Nos proporcionará un punto de apoyo desde el que iniciar nuestra investigación. Como ya dije esta mañana, mi mayor temor es que todo esto sea un presagio de una guerra entre bandas.

—No creo que el número uno fuera miembro de la yakuza —dijo Laurie.

—Ya veremos.

—Y pensar que intenté desalentarte… —dijo Jack, que hablaba por primera vez.

—¿Intentaste desalentarla? —preguntó Lou, y miró a Jack con expresión inquisitiva.

—Sí —confesó Jack—. Pensaba que su caso era una muerte natural, sobre todo después de una autopsia negativa por completo. No quería que llevara a cabo un enorme esfuerzo por nada. Sobre todo siendo su primer caso.

—Es verdad —dijo Laurie—. Intentó convencerme de que no viera las cintas de seguridad, lo cual me llevó un buen rato. Además del anónimo amenazador, por supuesto. Debo decir, Jack, que fue un golpe bajo. Supongo que te cabreaste cuando no reaccioné a tu broma pesada.

—¿De qué anónimo hablas? —soltó Lou, preocupado.

—De vez en cuando recibimos cartas o correos electrónicos de paranoicos que confunden nuestro papel —explicó Laurie—. Por lo general, los entregamos a la oficina de atención al público, que alerta a seguridad, y ahí termina todo. En la gran mayoría de los casos, la gente está dolida y furiosa, le cuesta aceptar la pérdida de un familiar y quiere culpar a alguien. Antes me preocupaban, pero al final te acabas acostumbrando. No pasa nada.

La puerta del ascensor se abrió y todos salieron. Jack apoyó una mano sobre el hombro de Laurie y habló en tono muy pausado.

—¡Yo no te escribí un anónimo amenazándote! ¡Nunca haría algo semejante!

Laurie ladeó la cabeza.

—¿No me escribiste una carta amenazándome si no abandonaba la investigación del primer caso?

—Que me caiga muerto aquí mismo si lo hice.

—¿Estás seguro? Quiero decir, ¿no sería típico de tu humor negro? Al fin y al cabo, intentaste convencerme en serio de que dejara lo que estaba haciendo.

—Tal vez en algunos aspectos pueda parecer típico de mí, pero te aseguro que jamás haría eso.

—¿Qué decía la carta? —preguntó Lou.

—No lo recuerdo con exactitud, pero era breve e iba al grano. Algo así como que si no dejaba de trabajar en el caso habría consecuencias, y si acudía a la policía, se producirían las mismas consecuencias. O sea, todo era de lo más melodramático. Todas las demás cartas que he recibido consistían en una sarta de protestas y afirmaciones demenciales. Esta parecía una broma por su brevedad. Marlene la encontró después de que la pasaran por debajo de la puerta principal. La dejó sobre el teclado de mi ordenador.

—Me gustaría ver esa carta —dijo Lou muy serio.

—Bien —repuso Laurie con falsa indiferencia. Se sentía juzgada en su momento de gloria, aunque también con un toque de culpabilidad—. Primero vayamos a ver al buen samaritano que ha identificado mi caso. Después volveremos a mi despacho para examinar la carta.