Viernes, 26 de marzo de 2010, 12.15 h
Louie estaba en el séptimo cielo. Hacía una década que no se divertía tanto. Desde el momento en que Brennan había sugerido secuestrar al hijo de Laurie Montgomery y hasta que estuvo acomodado en el reservado favorito de su restaurante, se había enfrascado por completo en planificar la operación. La idea del secuestro había sido genial, y concedía todo el mérito a Brennan. En primer lugar, era un buen método para devolver el golpe a la mujer por haber sido la causante de que Paulie llevara en el talego más de una década.
Louie desconocía la historia y se había quedado sorprendido. Como también le había sorprendido que Paulie les hubiera prohibido asesinar a la mujer. Pero, en muchos aspectos, esto era mejor porque sufriría más. Para Louie, cuando mataban a una persona, esta no sufría nada.
En segundo lugar, y lo más importante, el rapto impediría que la mujer continuara investigando el caso de Satoshi, algo que tranquilizaría a todo el mundo.
Y, en tercer lugar, podría obtener como resultado un buen pellizco. El último secuestro de Louie, más de quince años antes, había proporcionado al grupo Vaccarro más de diez millones de dólares, lo cual provocaba que Louie se sintiera ansioso por probar de nuevo. Por desgracia, Paulie no era de la misma opinión y, pese al éxito, vetó más secuestros porque, después de escuchar algunas historias de terror, pensaba que eran demasiado peligrosos pese a la presunta recompensa.
Louie sacudió la cabeza y rió. Existía una cierta ironía en el hecho de que estuviera a punto de organizar su segundo secuestro, en parte para desquitarse de Paulie, que le había impedido repetir la jugada años antes. Esta vez sabía que no reportaría la misma cantidad de dinero. El primero había sido un tipo de Wall Street cuya riqueza estaba valorada en unos cien millones. En esta ocasión, los implicados eran un par de médicos asalariados, y sabía que no podía contar con más de un millón, pero preocuparse por eso era prematuro, incluso secundario. El motivo de raptar al niño era apartar del caso a Laurie Stapleton.
—¡Eh, Benito! —gritó Louie a pleno pulmón, de modo que sus oídos resonaron. No había salido nadie de la cocina, y Louie ignoraba cuánto tiempo le quedaba para comer, pues estaba esperando una llamada de Brennan en cualquier momento.
En aquel preciso instante, Brennan, Carlo y dos tipos más jóvenes que trabajaban para Louie desde hacía años, Duane Mackenzie y Tommaso Deluca, junto con dos lugartenientes de Hisayuki Ishii, estaban sentados en una furgoneta Dodge blanca robada delante de la casa de la doctora Laurie MontgomeryStapleton, a la espera de que la víctima apareciera.
Durante la hora anterior, Brennan había más que cumplido su promesa de obtener información sobre Laurie en la red. Carlo había demostrado su utilidad robando el vehículo, que después pensaban abandonar. Todo estaba preparado para el rapto.
En respuesta al repentino bramido de Louie, que había causado vibraciones en algunas de las copas colgadas sobre la barra, Benito salió como una exhalación por las puertas batientes de la cocina. Se disculpó profusamente y explicó que no había oído llegar a Louie, como solía ocurrir.
—No tenía ni idea de que estaba aquí, jefe. ¡Créame!
Louie apoyó los dedos con suavidad sobre el antebrazo de Benito. Al fin y al cabo, estaba de buen humor porque todo estaba saliendo a pedir de boca.
—No pasa nada —dijo, con la intención de calmar al nervioso chef—. No pasa nada —repitió, y le preguntó qué había para comer.
—¡Su plato favorito! —dijo Benito entusiasmado, contento de poder enmendar su fallo—. Penne a la boloñesa con parmesano rallado.
Louie vio que Benito volvía a la cocina. Sin dejar de pensar en el inminente secuestro, había deducido otro de sus beneficios. Con la aquiescencia y participación de Hisayuki, se sentía más seguro de que el oyabun no tendría motivos para sospechar que Louie estaba mezclado en la desaparición y asesinato de Susumu y Yoshiaki.
De pronto sonó el teléfono que tenía al lado. Louie lo asió y el corazón le dio un vuelco. Era Brennan, tal como había supuesto.