Viernes, 26 de marzo de 2010, 10.35 h
—¡Prueba otra vez! —dijo Louie a Carlo, en referencia a Vinnie Amendola. Louie, Carlo y Brennan iban en el coche de Carlo, entrando en Manhattan para reunirse con Hisayuki Ishii. Brennan iba al volante, con Carlo al lado y Louie detrás.
Aunque Louie había hablado con el oyabun en numerosas ocasiones, nunca se había reunido con él en persona. Después de escuchar la conversación de Carlo con Vinnie, ardía en deseos de verle. Era evidente que Laurie Montgomery-Stapleton se estaba comportando como Paulie Cerino había predicho: testaruda, poco dispuesta a colaborar y demasiado lista. Había que hacer algo enseguida si querían que el fallecimiento de Satoshi continuara siendo considerado una muerte natural. Antes de enterarse de esa desagradable emergencia, Louie había supuesto que la conversación con el jefe yakuza iba a centrarse en los cuadernos de laboratorio y en el dinero que iban a ganar si los recuperaban. Ahora la conversación iba a girar en torno a Laurie Montgomery-Stapleton y a la forma de conseguir que diera marcha atrás.
—Ese cerdo no contesta —dijo Carlo, mientras cerraba el teléfono. Se dio la vuelta para mirar a Louie.
—Vamos a concederle un respiro —repuso Louie—. Creo que vamos a necesitar su colaboración. Podríais hacer una segunda visita al IML si no contesta antes de una hora o así.
Cuando llegaron al Four Seasons, los tres hombres bajaron y entregaron el coche al mozo del aparcamiento.
Con Louie en cabeza, atravesaron las puertas giratorias y subieron el medio tramo de escaleras que conducía a la zona de recepción. Rodearon el mostrador, pasaron de largo los ascensores y subieron más escalones hasta el nivel del bar y los comedores. Como solo Louie había estado antes en el hotel, tanto Carlo como Brennan se quedaron impresionados por las paredes de piedra y los inmensos espacios. A Brennan le recordaron un templo egipcio.
Como era media mañana, el bar de la izquierda estaba vacío, e incluso el comedor de la derecha se hallaba apenas ocupado. Fue fácil identificar a Hideki y los suyos, sobre todo teniendo en cuenta las proporciones de luchador de sumo del saiko-komon. Era imposible pasarlo por alto.
Tal como Louie había temido, tuvo que pasar por el ritual de reverencias e intercambio de tarjetas con Hisayuki Ishii, mientras Hideki Shimoda se encargaba de las presentaciones. Después, todos se sentaron. Entretanto, Carlo y Brennan se encaminaron al extremo izquierdo del bar. En el derecho se encontraban los lugartenientes de Hisayuki, uno tan grande como Hideki, pero con músculo, no grasa. Los secuaces no se presentaron porque daba igual. Se reconocían mutuamente por instinto.
Durante un rato, Louie, Hideki e Hisayuki mantuvieron una conversación trivial, reconociendo mutuamente el mérito del innegable éxito de su asociación comercial y admitiendo que no habían imaginado que pudiera ser tan lucrativa.
Después, Hisayuki agradeció a Louie que se hubiera prestado a ir al hotel en lugar de obligarle a desplazarse hasta Queens.
—El vuelo de Tokio a Nueva York es muy largo —explicó.
—Ha sido un placer —contestó Louie. Se sentía favorablemente impresionado por el oyabun. Para él, Hisayuki lo decía todo con su ropa cara y elegante. Pero era algo más que la ropa y el aspecto atildado lo que admiraba Louie. También estaba su mirada, su tranquila intensidad y su aparente inteligencia. Por su experiencia, Louie sabía por instinto que el hombre era un negociador nato, que siempre pensaba en los intereses de su organización y los suyos propios. Louie respetaba eso, pero también le indicaba que se enfrentaba a un formidable oponente—. Como estoy seguro de que está agotado a causa del vuelo —dijo—, tal vez deberíamos ir al grano.
—Es usted muy comprensivo —dijo Hisayuki, y se inclinó una vez más.
Louie se descubrió haciendo lo mismo. Era lo único que le molestaba de tratar con japoneses. Eso y el hecho de que nunca estaba seguro de cuáles eran sus verdaderas intenciones.
—Permítame que sea sincero —empezó—. Hasta hace poco hemos sido razonablemente francos el uno con el otro…, hasta hace muy poco. ¿No piensa usted lo mismo?
Sorprendido y perplejo por una pregunta tan directa, Hisayuki vaciló, y miró un momento a Hideki en busca de apoyo, pues este llevaba viviendo en Estados Unidos una década o más. Como no obtuvo apoyo, soltó «Hai, hai», como si la palabra japonesa fuera un método universal de afirmación.
—Pero ustedes, en especial mi amigo Hideki —dijo Louie, y cabeceó en dirección al japonés—, no han sido nada sinceros con nosotros durante estos días precedentes. Bien, no es que quiera machacar en hierro frío… —Hizo una pausa, mientras se preguntaba si los dos japoneses tenían idea de lo que significaba la frase «machacar en hierro frío»—. ¿Comprenden lo que quiere decir «machacar en hierro frío»?
Ambos hombres asintieron con tal celeridad que Louie supuso que no tenían ni idea.
—Significa hablar demasiado sobre algo, porque Hideki y yo ya hemos sostenido esta conversación antes. El lío en el que nos encontramos ahora se ha producido porque no nos han dicho la verdad, o sea, que Satoshi no era un deudor y que no querían nuestra ayuda para darle un susto, sino para asesinarle, algo a lo que nunca habríamos accedido porque últimamente intentamos evitar ese tipo de violencia. Forma parte de un pacto no escrito con la policía. Nosotros no liquidamos a nadie y ellos nos dejan en paz desde el punto de vista profesional, lo cual significa que pueden concentrarse en los problemas del tráfico y en los tipos malos de verdad, como asesinos múltiples y terroristas.
»¿Me estoy expresando con claridad, Ishii-san? —preguntó Louie, mirando directamente a Hisayuki—. ¿O debería llamarle Hisayuki? Puede llamarme Louie.
—Hisayuki está bien —dijo el hombre, algo agobiado, pero recuperándose ya de la franqueza de Louie, mientras se esforzaba por recordar que el americano no intentaba ser grosero.
—De acuerdo, Hisayuki, ¿me sigue o soy demasiado directo? Por mis charlas con Hideki, creo que ustedes no son en general tan bruscos. ¿No es así?
—Tal vez —respondió Hisayuki de forma evasiva. No sabía muy bien lo que significaba «brusco», pero se había hecho una idea gracias al contexto.
—Bien, yo veo la situación así —continuó Louie—. Por parte de ustedes, están los cuadernos de laboratorio que les interesa obtener. Será un placer hablar de ellos, siempre que nos proporcionen más información, porque pensamos que entrar a robar en la Quinta Avenida es más peligroso de lo que creíamos al principio. Con el fin de que nos decidamos a colaborar, tendríamos que saber más y recibir una compensación adecuada. También deberían convencernos de que los cuadernos están en el edificio y se hallan disponibles, ya me entiende.
»Desde nuestra perspectiva, nos interesa volver a la situación anterior al revuelo que sus dos hombres, Susumu y Yoshiaki, provocaron en un andén de metro abarrotado y liquidando a toda una familia en New Jersey. ¿Me sigue todavía?
Louie hizo una pausa y miró a Hisayuki, a la espera de una respuesta. Louie pensó que Hisayuki parecía un poco agobiado.
—Tal vez podría hablar un poco más despacio —sugirió Hideki—. El oyabun habla inglés, pero no tiene muchas oportunidades de practicarlo.
—Lo siento —dijo Louie—. Hablaré más despacio, pero creo que la celeridad desempeñará un papel importante a la hora de evitar que la situación se deteriore aún más.
Hisayuki asintió, pero guardó silencio. Se sentía desorientado, pues estaba acostumbrado a llevar preparadas y mantener el control de las reuniones. En aquel momento no se daba ni una ni otra circunstancia. La desaparición de Susumu y Yoshiaki le había desconcertado. Era posible que la Yamaguchi-gumi sospechara ya que Satoshi y su familia habían sido asesinados por la Aizukotetsu-kai. Si tal era el caso, se encontraban inmersos en una situación muy peligrosa.
—En este momento da la impresión de que nadie sabe lo que ha pasado —dijo Louie, con el propósito de hablar más despacio—. Lo que quiero decir es que todavía no han descubierto a la familia, puesto que vivían en una zona muy poco concurrida, según me han informado.
Hisayuki supuso que era una vivienda proporcionada por los socios norteamericanos de la Yamaguchi-gumi, pero no dijo nada.
—Puede que hayan descubierto o no a la familia, lo cual me dice que hoy todavía no se ha producido una emergencia. Al mismo tiempo, quiero que limpien la casa y se deshagan de los cuerpos, puesto que ustedes fueron culpables del desaguisado. Nosotros ayudaremos, porque en el caso de que descubran lo sucedido nos encontraremos en una situación que me he esforzado por evitar. Sabrán de inmediato qué ha sucedido, un asesinato cometido por bandas, y eso arruinará nuestras vidas profesionales comunes. Eso será mañana. El domingo podemos organizar una reunión sobre los cuadernos de laboratorio. ¿Qué le parece el plan hasta el momento?
Hisayuki no se movió ni habló.
Louie permaneció callado. Quería alguna respuesta. Estaba empezando a pensar que celebrar una reunión con Hisayuki era un ejercicio de hablar con uno mismo. Lo único que hacía el hombre era parpadear. Su reticencia también conducía a Louie a pensar que el oyabun tal vez sospechara que él y la organización Vaccarro estaban relacionados con la desaparición de Susumu y Yoshiaki.
Tras varios minutos de incómodo silencio, Hideki intervino.
—Ha hablado de mañana y de pasado mañana, pero ¿y hoy? ¿Cuál es esa situación de deterioro a la que se refiere?
—Gracias por preguntar —dijo Louie sin sarcasmo—. He hablado del problema de la familia Machita, pero no lo he hecho de Satoshi. Tal vez recuerde, Hideki, que anoche hablamos un momento de la doctora Laurie Montgomery-Stapleton.
—Ah, sí. Repetí al oyabun lo que usted me dijo.
—Eso es cierto —dijo Hisayuki, que rompió de repente su silencio—. Estamos muy preocupados por ese asunto. ¿Ha reaccionado de manera apropiada a su advertencia?
—Por lo visto, no —admitió Louie, contento de poder hablar directamente con el oyabun. Louie se reclinó sobre el brazo de la silla y llamó a Carlo. Este se puso de pie al instante con expresión inquisitiva. Louie le indicó que se acercara. Cuando lo hizo, los hombres de Hisayuki bajaron de sus taburetes y se quedaron inmóviles, hasta que el oyabun les ordenó con un ademán que volvieran a sentarse.
—¡Llama a Vinnie otra vez! —dijo Louie a Carlo—. ¡Si contesta, averigua cómo está la situación en este momento!
Carlo llamó. Esperó a que saliera el buzón de voz, y después colgó. Miró a Louie y negó con la cabeza. Louie le despidió con un gesto y se volvió hacia los otros.
—Ahora tenemos dificultades con nuestro contacto —explicó—, pero a través de él hemos averiguado que nuestra advertencia no solo fue ignorada, sino que puede haber actuado como catalizador y reforzado la intención de la mujer de seguir investigando.
—Pero ¿no consideraban el fallecimiento como natural? —preguntó Hisayuki con particular interés.
—Eso tenemos entendido.
—Entonces, ¿por qué cambió de opinión esa mujer? —preguntó Hisayuki.
—No lo sé. Tal vez fue la carta de advertencia. El hecho es que se trata de una persona muy fuerte, muy decidida.
—Y acaba de volver de una baja por maternidad —añadió Carlo. No se había movido, pese a que Louie le había indicado que volviera a su sitio. Carlo llamó a Brennan—. ¿No dijo eso?
—Un año y medio de baja maternal —contestó Brennan. Se acercó a Carlo—. Satoshi fue su primer caso, y el único, de modo que estaba intentando demostrar algo. Al menos eso dijo nuestro contacto. Es la peor situación en que nos podíamos encontrar.
Louie se volvió hacia Hisayuki y Hideki.
—Hablé con mi jefe sobre esta mujer. Cuando habla de ella, lo hace en términos casi míticos. De hecho, intentó matarla, al igual que otro capo, sin éxito. Y a su leyenda hay que añadir que tiene contactos en el Departamento de Policía de Nueva York, lo cual no es bueno, como ya podrá imaginar.
»Con todos estos antecedentes, también nos enfrentamos a una limitación de tiempo específica. Según nuestro contacto, esta doctora afirma haber hecho ciertos progresos que revelará esta tarde, lo cual incluye probar que la muerte de Satoshi es un homicidio.
—¿Cómo va a hacerlo? —preguntó Hisayuki con aire de incredulidad.
—Creo que eso nos lo ha de decir usted.
Se hizo el silencio.
—Creo que nos debe una explicación —insistió Louie.
—Todo gira en torno a una toxina especial —dijo Hisayuki—. Se trata de algo de lo que no debo hablar.
—Me parece bien. ¿Cree que nuestra doctora Laurie Montgomery-Stapleton la descubrirá?
—Sería la primera vez, si lo consigue. Y ya la hemos utilizado antes.
—Bien, creo que no se lo deberíamos permitir. Hemos de pensar en una forma de desalentarla.
—Tal vez deberíamos matarla —sugirió Hisayuki.
—Esa opción está descartada. Cuando hablé con mi jefe, dijo que matarla desencadenaría una década de acoso policial diez veces peor de la que estamos intentando contener. Eso es absurdo.
—Pero si fuera la misma toxina, su muerte se consideraría natural. Tenemos más cantidades disponibles.
Louie reflexionó un momento. No se le había ocurrido esa idea. Era una posibilidad, y bastante satisfactoria. Pero cuanto más lo pensaba, menos prometedora le parecía. Era probable que no la descubrieran, aunque daba la impresión de que Laurie estaba haciendo progresos. A Louie no le gustaba correr riesgos innecesarios. Además, ¿cómo hacerlo tan deprisa? Quería llevar a cabo alguna acción aquella misma mañana. A menos que Laurie saliera a comer sola, algo con lo que no contaba. Teniendo en cuenta su tozudez, lo más previsible era que ni siquiera hiciera una pausa para comer. La solución sería introducir a alguien en el IML para que le inyectara la toxina. El único problema era que, según los cálculos de Louie, las probabilidades de llevar a cabo el golpe con éxito eran cercanas a cero, siendo generoso.
—Tengo una idea —dijo de repente Brennan—. El crío. Lo que quiero decir es que la hemos amenazado a ella, pero también a su familia.
—¿Qué crío? —preguntó Louie, irritado con Brennan por haber tenido la osadía de hablar sin que nadie se lo pidiera. Era vergonzoso tener subordinados convencidos de que podían hablar cuando les viniera en gana. Daba la impresión de que allí nadie mandaba.
—El crío que provocó la baja por maternidad —contestó Brennan—. ¿Por qué no lo secuestramos? Estoy seguro de que la doctora abandonará todo lo que esté haciendo. Si su hijo desaparece, le dará igual si una persona desconocida murió de muerte natural o no.
La ira de Louie se disipó al instante. «¡Un secuestro!», pensó. ¡Era brillante! Podía hacerse enseguida. No sería necesario que muriera nadie. Y la policía no tendría motivos para pensar que el crimen organizado estaba implicado.
Louie se volvió hacia Hisayuki.
—¿Qué le parece la idea del secuestro?
—Creo que es una buena idea. Pediremos rescate para fingir que no existe relación con Satoshi. El caso de Satoshi dejará de ser interesante.
—Exacto —corroboró Louie.
—¿Será fácil?
—Yo diría que sí. Lo más complicado será cuidar del crío. —Louie rió—. De hecho, apoderarnos del niño será más sencillo si está en casa con una canguro que si se encuentra en una guardería. Pero como el padre y la madre son médicos, supongo que estará en casa con la canguro.
—¿Podemos colaborar? Es muy importante para nosotros que la muerte de Satoshi siga considerándose muerte natural, no un asesinato.
—¿Y por qué, exactamente? Quiero decir, ya les hemos explicado por qué a nosotros nos interesa que la muerte de Satoshi se considere natural, pero ¿por qué a ustedes también? Si vamos a trabajar juntos, hemos de ser francos unos con otros, tal como dijimos al principio de esta conversación.
—Fue la Yamaguchi-gumi la que trajo a Satoshi a Estados Unidos. Si descubren que fue asesinado, existe la posibilidad de que nos culpen a nosotros. Queremos evitarlo.
Louie sabía que le quedaban muchas preguntas por formular, pero la respuesta obtenida le había complacido, porque la consideraba lógica, y no sentía gran interés por la relación entre la Aizukotetsu-kai y la Yamaguchi-gumi. Era problema de ellos.
—De acuerdo —dijo de pronto Louie. Miró a Brennan—. Brennan, querido muchacho. Como la idea ha salido de ti, estarás al mando. ¿Sabes mucho sobre secuestros?
—¿Estaré al mando? —preguntó Brennan, sorprendido y contento. Miró un momento a Carlo, sin saber qué significaba eso o cómo debería sentirse, pero enseguida devolvió su atención a Louie. Le gustaba la idea de estar al mando. Le gustaba muchísimo—. Lo primero que debo hacer es ponerme al ordenador y averiguar todo lo posible sobre Laurie Montgomery-Stapleton, empezando por dónde vive.
—Llevamos a cabo un secuestro en Jersey hace mucho tiempo —explicó Louie a Hisayuki—. Salió bien, pero exige planificación. Hay dos momentos muy delicados: el del secuestro y el de la recogida del rescate. El resto puede improvisarse en su mayor parte. El secuestro debería ser fácil en esta situación, porque se trata de un niño pequeño. No tendría que haber resistencia, aunque eso depende de cómo reaccione la canguro.
—¿Nos informará si podemos ayudar? —le interrumpió Hisayuki.
—Delo por hecho. —Louie consultó su reloj—. ¡Pongámonos manos a la obra! Me gustaría tener al niño en nuestras manos a eso de mediodía, si es posible.
—¿Qué haremos con el niño una vez esté en nuestro poder?
—Ese es otro problema. Hemos de encontrar un lugar. Pero no nos preocupemos de eso ahora. ¡Llevaremos el niño a mi casa! A mi mujer le encantan los bebés. Mañana ya buscaremos otro sitio.
—¿Qué te parece el depósito del muelle? —sugirió Carlo. No le gustaba que le dejaran al margen por completo.
—No hay calefacción —dijo Louie, al tiempo que se levantaba—. No nos interesa que el crío se ponga enfermo. Como ya he dicho, cuidar del niño puede ser la parte más difícil de todo este asunto. No queremos crearnos más dificultades, y muerto no nos servirá de nada. Hay algo llamado «prueba de vida» en los episodios de secuestros, algo que exigirán mientras mantenemos a Laurie Montgomery-Stapleton ocupada con las negociaciones.
»Encantado de conocerle, Ishii-san. —Louie extendió su mano de dedos morcilludos al oyabun—. Será mejor que empecemos cuanto antes. Esta noche, si está en forma pese al jet lag, podríamos cenar juntos. Siempre que tengamos al crío, podemos celebrar su llegada a nuestra ciudad y haber neutralizado a nuestra Némesis del IML.
—Eso sería un placer —dijo Hisayuki, mientras inclinaba la cabeza y estrechaba la mano de Louie al mismo tiempo.
Louie también inclinó la cabeza. Después repitió el mismo gesto con Hideki, quien había logrado ponerse en pie con cierto esfuerzo.
Louie empezó a conducir a Carlo y Brennan hacia la escalera, mientras decía a Hideki, sin volverse, que se pondría en contacto con él al cabo de una hora.
—Estaré esperando —contestó el japonés.
—¿Quieres que llame otra vez a Vinnie Amendola? —preguntó Carlo. Tenía la impresión de que le estaban ninguneando, pues su anterior sugerencia había sido rechazada de plano.
—De ninguna manera —respondió Louie, mientras bajaba la escalera delante de sus dos esbirros—. Solo le implicaremos como último recurso. Sería fácil convertirle en un agente doble. Brennan, ¿estás seguro de que podrás averiguar la dirección de la doctora en internet?
—Te sorprenderá lo que voy a averiguar sobre ella antes de dos minutos —se jactó Brennan, muy ufano—. Sobre todo porque es una empleada pública.
Brennan tenía facilidad para la informática. Había ido a un instituto de formación profesional después de haber sido expulsado del instituto de enseñanza media el primer año por absentismo escolar. En el instituto de formación profesional se había especializado en ordenadores y electrónica. Había aprendido a descifrar contraseñas con la agilidad del rayo para redondear su currículo.
Rechazado de nuevo, Carlo se rezagó y vio que el advenedizo Brennan atravesaba la puerta giratoria. Carlo sentía que le estaba eclipsando, y no le gustaba.
Los tres hombres aguardaron en silencio a que el mozo del aparcamiento fuera a buscar el coche. Entretanto, Louie estaba planeando los detalles del rapto, y se lo estaba pasando en grande. El anterior secuestro había sido satisfactorio, y soñaba con volver a repetirlo algún día. Era dinero fácil, pero no dejaba de constituir un reto. Brennan ya estaba revisando mentalmente las webs que quería visitar. Estaba seguro de que, si le daba la gana, podría averiguar cosas tan personales como el número que calzaba Laurie. Carlo estaba observando a Brennan, mientras se preguntaba cómo iba a borrar aquella sonrisa de autosuficiencia de su cara.
Cuando el coche llegó por fin, Carlo adelantó a Brennan y se sentó al volante. Brennan le dejó, pues Carlo seguía estando por encima de él de manera oficial y, al fin y al cabo, el vehículo era suyo. Brennan se conformó. Louie ocupó su lugar habitual, en uno de los asientos de en medio.
—Muy bien, vamos a hacerlo de la siguiente manera —dijo cuando el coche arrancó.