Viernes, 26 de marzo de 2010, 9.40 h
El flotador había exigido más tiempo del que Laurie había imaginado al principio, porque la autopsia requirió seguir la trayectoria de más de una docena de balas a través del cuerpo de la víctima, la mayoría en el pecho y el abdomen. Casi todas habían dado en hueso y se habían desviado, pero algunas habían atravesado el cuerpo de parte a parte.
Hacia la mitad del examen, Lou decidió que ya había averiguado todo cuanto iba a averiguar y se marchó. Laurie y Vinnie continuaron con parsimonia, siguiendo la trayectoria de cada disparo y recogiendo de paso balas y fragmentos de proyectil.
Al principio, Laurie intentó sacar a Vinnie de su aparente desánimo haciendo que participara en la disección, pero acabó por rendirse. En cambio, con la parte de su cerebro que no necesitaba concentrarse en el trabajo que estaba haciendo, intentó imaginar cuál podía ser la relación del caso del día anterior con el de ese día. ¿Podía ser una especie de venganza? No había forma de saberlo. Además, Laurie fue la primera en cuestionarse si existía relación o no, y se sentía cada vez más ansiosa por averiguarlo. Lo que iba a dotarla de mayor seguridad sería estudiar la foto que había hecho y revisar de nuevo la cinta de seguridad, con una foto del cadáver actual al lado para comparar. Sabía que ni siquiera así estaría segura al cien por cien, pero tal vez sí lo bastante para cuestionar su posible significado. Laurie pensaba en serio que uno de los perseguidores que aparecían en las cintas de seguridad que había visto en casa era el hombre cuya autopsia estaba practicando en aquel preciso momento. Pero tenía que ser realista. Nunca era fácil identificar a la gente, y menos mirando una foto o una película de una persona viva y comparándola con un cadáver que había estado flotando en el río.
Laurie se sentía agradecida en especial por la sensibilidad de Jack. Estaba convencida de que él sabía que ella había visto al flotador en las cintas de seguridad, pero no insistió en hacer preguntas. Respetó su deseo de hacer el trabajo sola y ganar confianza profesional de esta forma.
—Gracias por ayudarme en este caso —dijo Laurie a Vinnie, mientras se preparaba para levantar el cadáver y depositarlo sobre la camilla—. Siento que hayamos tardado tanto.
—Ningún problema —contestó Vinnie, pero sin emoción.
—Quiero pedirte otro favor.
Vinnie miró expectante a Laurie sin decir palabra.
—Si hubiera una mesa libre, me gustaría que sacaras mi caso sin identificar de ayer. Quiero repetir el examen externo.
Vinnie no contestó.
—¿Me has oído? —preguntó Laurie, algo irritada. Ahora estaba segura de que no se comportaba como de costumbre. Incluso evitaba el contacto visual.
—Te he oído —dijo Vinnie—. Cuando haya una mesa libre, lo sacaré.
—A la de tres —dijo Laurie, mientras sujetaba los tobillos del flotador. Contó a continuación, y juntos levantaron el cuerpo de la mesa y lo dejaron sobre la camilla. Después se marchó sin hacer más comentarios.
Laurie paró junto a la mesa de Jack antes de salir.
—Parece que tienes una niña —dijo. Retrocedió y evitó mirar el rostro de la muchacha preadolescente. Los niños, sobre todo los pequeños, siempre resultaban difíciles para Laurie, pese a su intento en vano de comportarse como una profesional y mantener a raya los sentimientos mientras ejercía su trabajo.
—Por desgracia, sí. Un caso desgarrador, para colmo. ¿Quieres que te lo cuente?
—Supongo —dijo Laurie, muy poco entusiasmada.
Jack levantó el corazón de la niña de una bandeja y abrió los bordes de una incisión que había practicado para ver una válvula aórtica porcina.
—Una sutura se aflojó después de la sustitución, que se llevó a cabo con éxito, y se enredó en la válvula. ¡Una sutura entre cien! Es una tragedia para todo el mundo: el cirujano, los padres y, por supuesto, para la niña.
—Espero que el cirujano aprenda algo de su error.
—Eso espero yo también. Se va a enterar, desde luego. ¿Vas a trabajar en tu caso de ayer?
—Sí.
—¡Buena suerte!
—Gracias por no insistir antes en que diera más explicaciones.
—De nada, pero cada vez siento más curiosidad y quiero saber lo que has descubierto antes de que acabe el día. Supongo que tu visionado de las cintas de seguridad fue mucho más fructífero de lo que yo había imaginado.
—Eran interesantes —bromeó Laurie—. Hablando de otra cosa, Vinnie no se está comportando como de costumbre.
—¿De veras? Eso no parece muy propio de Vinnie. Observé que me llamó «doctor Stapleton» cuando me paré en tu mesa. Suele ser algo mucho más burlón.
—Tal vez sea por culpa mía, porque esta mañana le secuestré a propósito. Aunque le concedí la opción de esperarte y trabajar contigo.
—Gracias por la información —dijo Jack cuando Laurie se fue.
Laurie se quitó el traje Tyvek en el vestidor y lo desechó antes de subir en pijama. La primera parada fue en el despacho del sargento Murphy, donde comunicó la información sobre el robo visto en la cinta de seguridad. Después preguntó por Juan Nadie.
—No he sabido nada sobre su caso desde ayer —confesó el sargento—, pero espero que me digan algo hoy. Si no, llamaré a Personas Desaparecidas. Si han recibido alguna llamada sobre un asiático desaparecido, me lo dirán.
Laurie dio las gracias al sargento, subió un tramo de escaleras y fue a ver a Hank Monroe, el director de identificaciones del departamento de antropología. Laurie llamó con los nudillos a la puerta, que estaba cerrada. Por lo visto, a diferencia de casi todo el mundo, Hank prefería la privacidad.
Hank Monroe no le resultó mucho más útil que el sargento Murphy, y dijo que la Brigada de Personas Desaparecidas había admitido que aún no habían comparado las huellas digitales de la víctima con las bases de datos locales, y mucho menos a nivel estatal o federal.
—Como creo que te dije ayer, suelen esperar al menos veinticuatro horas o así, debido al inmenso número de casos que se resuelven solos cuando alguien llama dentro de ese período. Pero en cuanto me entere de algo, serás la primera en saberlo.
Desde el despacho del director de identificaciones, Laurie subió a toxicología y paró para ver al doctor John DeVries.
—Hasta el momento, los análisis de drogas, venenos o toxinas no han revelado absolutamente nada —dijo John en tono de disculpa—. Lo siento. Supongo que recibiste el análisis negativo de alcohol en sangre, ¿verdad?
—Sí. Agradezco que te dieras tanta prisa.
—Nos gusta ayudar —dijo John en su nueva encarnación—. Pero quiero subrayar que el hecho de que el análisis toxicológico haya sido negativo hasta el momento, no significa que no haya ninguna toxina presente. Con los agentes más potentes, como se necesita muy poco para matar a alguien, la única forma de identificarlos es buscarlos específicamente. Lo que intento insinuar es que si tienes motivos para sospechar de un agente concreto, nos lo has de decir, y lo buscaremos. Aunque ni siquiera así podemos garantizar el éxito, ni utilizando el truco de examinar la muestra dos veces con el espectrómetro de masas.
—Comprendo —dijo Laurie, y era verdad. Había trabajado en varios envenenamientos a lo largo de los años. En uno habían encontrado el agente en el lugar de los hechos, y en otro habían descubierto pruebas de que el culpable había comprado el material. Pero en el caso actual, no concurría ninguna de esas circunstancias.
—No hemos terminado del todo —añadió John—. Si encontramos algo, te llamaré.
A continuación, Laurie bajó al cuarto piso y entró en el laboratorio de histología, preparada para el humor invariable de Maureen O’Conner. No salió decepcionada, ni a la hora de recoger las muestras del día anterior. Como de costumbre, Maureen estuvo a la altura de sus expectativas.
Bajó un piso más y entró en su despacho, ansiosa por ponerse a trabajar. Cerró la puerta para que no la molestaran, cosa que hacía pocas veces. Después depositó la bandeja de placas de histología al lado del microscopio y encendió el monitor.
Lo último que hizo antes de ponerse a trabajar fue sacar el móvil y llamar a Leticia. De hecho, se sentía orgullosa de haber resistido hasta casi las diez. Pensaba que demostraba una gran fortaleza de ánimo, al menos en comparación con el día anterior. Leticia se mostró de acuerdo.
—Me sorprende que no llamaras antes —dijo en broma cuando contestó.
—Yo también. ¿Cómo va todo?
—De primera. Esta mañana nos quedaremos en casa, y por la tarde iremos al parque. Se supone que el sol sale después de mediodía.
—Buena idea.
Mientras hablaba con Leticia, Laurie había sacado la foto que había hecho de las cintas de seguridad para compararla con la del nuevo expediente. Daba la impresión de que existía un parecido definitivo entre el hombre al que acababa de practicar la autopsia y el de la foto. De hecho, más de lo que esperaba.
Después de colgar, Laurie sacó de la bolsa los dos discos de seguridad e introdujo el primero en la bandeja del DVD. Después colocó la fotografía del flotador al lado del monitor para que le resultara más fácil compararlas. Avanzó el DVD con el ratón hasta la hora que quería y apretó el botón de reproducción.
La imagen era de la cámara cinco, en el momento en que la víctima bajaba corriendo la escalera hasta el andén del metro. Al cabo de unos segundos, los dos perseguidores aparecieron en lo alto de la escalera. En ese punto, Laurie avanzó la grabación fotograma a fotograma. Poco a poco, los hombres fueron aumentando de tamaño, de modo que Laurie distinguió mejor al primero, y después al segundo. Aunque los dos se parecían en tamaño y vestimenta, uno tenía una cara ovalada más rellena, mientras la del otro era estrecha y delgada. La diferencia más evidente era que el hombre delgado portaba un paraguas, mientras que el de la cara de luna no.
Laurie avanzó los fotogramas hasta que obtuvo una mejor definición del hombre de la cara rellena, pues sabía que el cadáver al que acababa de practicar la autopsia también tenía la cara rellena y ovalada. En aquel momento, con la cinta de seguridad congelada, levantó la foto del hombre tatuado y la comparó con la imagen de la pantalla.
Durante varios minutos Laurie contempló alternativamente la foto y la imagen del monitor. En cierto sentido, se sentía decepcionada. A partir de la comparación inicial de la foto que había hecho en casa y la foto del IML, había sido optimista y supuesto que la identificación sería fácil, sin términos medios. No había esperado este resultado. Era casi positiva. Miró de nuevo la foto y la imagen del monitor, y siguió avanzando fotograma a fotograma.
Como aún no estaba segura, tal vez debido a las gafas de sol, Laurie avanzó la cinta de seguridad hasta la cámara seis y buscó la misma secuencia temporal de la cámara cinco. Desde aquel ángulo apareció algo que no había visto en la cámara cinco. El hombre tenía un lunar del tamaño de una moneda de diez centavos en la sien derecha. No se veía muy bien, pero no cabía duda de su existencia. Miró en la foto la instantánea del perfil derecho y comprobó que también lo tenía. Laurie se sintió más segura de que se trataba del mismo individuo.
Se reclinó en la silla, asombrada por la coincidencia. Después se inclinó de nuevo hacia delante y continuó mirando la cinta de la sexta cámara, hasta el momento en que el tren entraba en la estación. Aunque no era fácil distinguirlo debido a la multitud que se precipitaba hacia el tren, Laurie intentó ver con exactitud lo que sucedía cuando los dos perseguidores alcanzaban a la víctima. No vio sus manos, pero enseguida dio la impresión de que los dos hombres sostenían a la víctima, mientras esta aparentaba sufrir convulsiones. Fue muy rápido, apenas un par de fotogramas. Lo que no quedaba claro era si los perseguidores provocaban las convulsiones de la víctima o si eran espontáneas, como en un infarto o una apoplejía.
Laurie volvió a retreparse en la silla y contempló el rápido desenlace de los acontecimientos, cuando los perseguidores depositaban el cuerpo de su víctima sobre el andén, tras haberle despojado de su bolsa y, presumiblemente, de su cartera. En este nuevo visionado, Laurie vio otra cosa de la que no se había percatado la noche anterior: que el hombre de la cara ovalada, después de despojar a la víctima de sus pertenencias, levantaba con cuidado el paraguas y lo abría hasta la mitad antes de cerrarlo. Daba la impresión de que cerrarlo exigía cierta fuerza. La idea que acudió de inmediato a la mente de Laurie fue que el paraguas ocultaba un rifle de aire comprimido.
Laurie detuvo la cinta y estaba a punto de revisar la misma secuencia desde otras cámaras, cuando un recuerdo muy concretó destelló en su mente. Se trataba de un famoso caso forense que habían comentado en una conferencia, cuando era residente de patología forense. Estaba relacionado con el asesinato cometido en Londres de un diplomático de un país del Telón de Acero que no podía recordar. Se llevó a cabo con la colaboración de una pistola de aire comprimido oculta por el KGB en un paraguas.
Dejó las fotos que todavía sostenía, entró en la red y efectuó una rápida búsqueda, y al cabo de escasos segundos estaba leyendo un texto acerca de Georgi Ivanov Markov, un búlgaro bastante famoso en su momento, que había sido asesinado con una pistola de perdigones fabricada por el KGB oculta en el mango de un paraguas. Pero lo más importante fue que Laurie averiguó que la sustancia utilizada era la ricina, una proteína muy tóxica derivada de las semillas del ricino.
Volvió a la red y buscó la ricina, muy interesada en los síntomas relacionados con el envenenamiento por esta sustancia. Dedujo al instante que su caso del día anterior no podía ser una copia del incidente de Markov, al menos no con ricina, pues esta provocaba síntomas gastrointestinales, y los síntomas se desarrollaban en horas, no al instante, como en su caso. En cuanto a la forma de administrarla, existían muchas probabilidades de que fuera una pistola de balines oculta dentro de un paraguas. Laurie estaba ansiosa por repetir los exámenes externos.
Ignoraba por qué no había llevado a cabo un examen externo mejor en su momento, a pesar de que Southgate lo hubiera realizado y determinado que era negativo. Es más, con la información de que disponía ahora, se sentía avergonzada de no haberlo hecho. Apenas iniciada la autopsia, su intuición le había susurrado que no era una muerte natural, puesto que no existía la menor patología. El reto consistía ahora en demostrar que su intuición era correcta: tenía que existir un diminuto orificio de entrada que hubiera atravesado la ropa.
Laurie descolgó el teléfono y llamó al móvil de Vinnie. Ella y casi todo el personal del IML habían descubierto que utilizar los teléfonos móviles era mucho más eficaz que utilizar las extensiones de la institución. Se preguntó si Vinnie estaría de mejor humor. Contestó al primer tono.
—¿Qué me dices de mi Juan Nadie asiático? —preguntó—. ¿Está preparado para echarle otro vistazo?
—Una mesa está a punto de quedar libre. Tardarán una media hora o así.
—¡Fantástico! ¿Bajo dentro de media hora o prefieres llamarme antes?
—Si no te importa, diré a Marvin que te llame —contestó Vinnie, que continuaba sintiéndose culpable por sus temores muy reales de quedar atrapado en una situación insostenible, en la que saldría perdiendo hiciera lo que hiciese. Si confesaba a Laurie que era el responsable de la nota amenazadora e intentaba convencerla de lo que debía hacer, él y/o su familia, en especial las niñas, serían acosados, cuando no asesinados. Si no hacía nada y Laurie no comprendía el mensaje, la matarían. La situación le estaba volviendo loco—. Ahora está libre, y sé que os gusta trabajar juntos.
—¡Como quieras! —replicó Laurie, muy irritada. Tenía la impresión de que Vinnie llevaba toda la mañana intentando provocarla, y ahora lo había logrado.
Laurie se calmó y dedicó su atención a las placas de histología. Hasta después de revisarlas todas, en especial las zonas del cerebro y el corazón, sin descubrir nada, aún existía la posibilidad de que el primer caso fuera una muerte natural, pese a que su intuición le dictaba lo contrario. La noche anterior estaba muy emocionada. Ahora lo estaba todavía más por la intriga añadida de que tenía tanto a la víctima como al asesino, lo cual podía documentar la guerra entre dos organizaciones criminales, tal como Lou había temido, puesto que al menos uno era un miembro de la yakuza.