Viernes, 26 de marzo de 2010, 9.30 h
—Hola, señorita Bourse —dijo Ben de buen humor.
—¡Buenos días, señor! —contestó Clair, desviando la vista de la novela que estaba leyendo a escondidas detrás del monitor. Nadie había entrado durante la media hora anterior, y en esencia no tenía nada que hacer.
—¿Carl ha llegado ya? —preguntó Ben mientras pasaba de largo, sin apenas disminuir el ritmo de sus zancadas.
—¡Sí! —dijo Clair a la espalda del director general.
Ben asomó la cabeza en el despacho de Carl.
—¿Podemos vernos?
Sin esperar la respuesta, Ben continuó hasta llegar a su despacho. Colgó la chaqueta en el armario y se sentó al escritorio. El sol matutino de finales de marzo entraba a raudales en la habitación a través de la puerta abierta del despacho de Jacqueline, que estaba orientado al este. El respaldo de su butaca de cuero negro estaba caliente debido a la intensidad de los rayos solares. Ben dijo hola a Jacqueline, cuyo escritorio no se veía, y ella le devolvió el saludo.
Cuando Ben apartó a un lado la última pila de revistas y despejó el centro del escritorio, Carl entró y ocupó su lugar habitual, en el centro. Tuvo que entornar los ojos para protegerlos del sol.
—¿Estás haciendo progresos en el posible acuerdo con iPS RAPID? —preguntó Ben, directo al grano. No había estado pensando en otra cosa con el fin de no obsesionarse con Satoshi, que estaría divirtiéndose en Washington, donde él creía que se encontraba en ese momento.
—Lo máximo que podía esperarse en tan poco tiempo. Les envié una serie de preguntas por correo electrónico anoche, y ya han contestado a algunas. Creo que responderán a casi todas hoy mismo. Las restantes, el lunes, sin la menor duda.
—¿Tu impresión inicial ha cambiado en algo?
—No, la verdad es que no. Creo que responderán favorablemente a una oferta de compra. No tengo ni idea del precio. Yo diría que esos tipos son auténticos investigadores, más que hombres de negocios, y les gustaría tener dinero en mano ya. Tal vez teman que aparezca algo superior a su patente.
—Podría ser —admitió Ben—, pero mi intuición me dice lo mismo. Creo que ha llegado el momento de pasar al ataque, sobre todo ahora que nuestro valor de mercado ha subido, gracias a nuestro contrato de licencia con Satoshi. ¿Estás trabajando en eso también?
—No tengo tiempo —bromeó Carl—. ¡Claro que sí! Hoy hablaré con unos cuantos analistas para saber dónde creen que estamos, en materia de valor.
—De acuerdo —dijo Ben, indicando que la breve entrevista había terminado—. Mantenme informado. Quiero acelerar el asunto para aprovechar que nuestros ángeles inversores se mueren de ganas por aportar más capital.
Carl se levantó y estiró los miembros.
—Debo decir que nuestra posición es envidiable. Como responsable económico, nunca he tenido el placer de vivir esta situación, con acceso a capital ilimitado.
Carl casi había llegado a la puerta cuando Ben le llamó.
—Mañana tengo una carrera de entrenamiento de diez kilómetros, de modo que hoy me iré temprano. Pasaré a verte antes.
Carl levantó ambos pulgares y se volvió para marcharse.
—Carl —le llamó de nuevo Ben—, he olvidado preguntarte si habías visto a Satoshi esta mañana.
De hecho, no lo había olvidado. Como volvía a sentirse supersticioso, había esperado a que Carl sacara el tema a colación. Por verse obligado a preguntarlo, Ben estaba seguro de que la respuesta sería negativa, como así fue.
—Todavía no. ¿Has preguntado a Clair?
—No —admitió Ben.
—¡No ha llegado aún! —gritó Jacqueline desde su despacho—. Pregunté a Clair cuando llegué, y la respuesta fue no, y no ha llegado desde que estoy aquí.
—Ya lo sabes —dijo Carl—. Todavía no ha llegado.
Carl se llevó la mano a la frente a modo de saludo y desapareció pasillo abajo.
Ben meneó la cabeza decepcionado y algo paranoico. ¿Por qué le estaba haciendo esto Satoshi? Echó un vistazo al testamento y los demás documentos que le convertían en tutor del hijo de Satoshi, así como en fideicomisario si algo les sucedía a sus padres. En circunstancias normales, le habrían aportado cierta seguridad. Pero no era así. El problema era que Yunie-chan, la esposa de Satoshi, aún no los había firmado.
Con repentina determinación, Ben introdujo la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó el móvil. Por la misma sensación supersticiosa que le impedía preguntar a Carl sobre Satoshi, aún no había marcado el número del japonés aquel día. Hizo caso omiso de la sensación y lo tecleó. En cuanto oyó el principio del mensaje pregrabado, abortó la llamada. A continuación, llamó a la oficina de Michael Calabrese. Como de costumbre, no estaba, de modo que dejó un mensaje en su buzón de voz. Dadas las circunstancias, confiaba al menos en que él le devolvería la llamada, en contraste con los mensajes que había dejado a Satoshi.
Guiado por un impulso, Ben levantó el documento del fondo fiduciario y buscó la página de la firma. Estaba la firma de Satoshi, junto con su sello inkan. La firma no era más que un garabato ilegible. Ben había aprendido que el inkan rojo anaranjado era lo más importante, junto con los dos testigos, ambos empleados de iPS USA. También estaba la firma de Pauline Wilson como notaria. Lo único que faltaba era el garabato y el inkan de Yunie-chan.
De repente, Ben se sintió algo menos angustiado, aunque la esposa no hubiera firmado los documentos. Pensó que existían bastantes probabilidades de que Saboru Fukuda, alentado por Vinnie Dominick, pudiera falsificar la firma, así como el sello inkan. Sonrió debido a su paranoia. A continuación, miró el testamento de la esposa. También podría falsificarse, en caso necesario, lo cual convertiría a Ben en fideicomisario y tutor. Exhaló un suspiro de alivio y se dio cuenta de que, si ocurría lo peor y le pasaba algo a Satoshi con o sin su mujer, iPS USA no se encontraría con el culo al aire en relación con el acuerdo de licencia. Shigeru sería el titular, y Ben el fideicomisario.
Ben agarró los documentos y entró en el despacho de Jacqueline.
—Me gustaría que guardaras estos papeles en la caja fuerte —dijo—. Ponlos con los cuadernos de laboratorio de Satoshi.
—¡Ahora mismo! —contestó Jacqueline, mientras tapaba el auricular del teléfono con la mano izquierda.
—¿Cuál es mi agenda de hoy? —preguntó Ben. Había estado tan preocupado por la ausencia de Satoshi y la nueva oportunidad representada por iPS RAPID, que había olvidado por completo sus compromisos del día. Claro que olvidar su agenda era algo habitual en Ben.
—Está en blanco —contestó Jacqueline—. ¿Recuerdas que me pediste dejar el día de hoy libre, debido a tu carrera de mañana? Dijiste que querías irte temprano. Me lo tomé al pie de la letra.
—Ahora me acuerdo —dijo Ben, contento como un colegial al que hubieran suspendido las clases.
Ben volvió a su escritorio con renovados bríos. Ardía en deseos de participar en la carrera del día siguiente, como inicio oficial de su entrenamiento para el Ironman de Hawai, el más antiguo y prestigioso triatlón del mundo, que iba a tener lugar el 5 de junio. Levantó la revista de arriba de la nueva pila de publicaciones biomédicas, se reclinó en la butaca y alzó las piernas. Se estaba poniendo cómodo, cuando sonó el teléfono. Era Clair, desde el mostrador de recepción, con el mensaje de que Michael Calabrese se encontraba al teléfono.
Con mucha menos angustia que cuando había llamado, Ben contestó.
—Sé que llamaste, pero tengo noticias que tal vez sean buenas —dijo muy animado Michael—. ¿Recuerdas que hablé de otro posible ángel inversor para iPS USA?
—Por supuesto.
—Bien, se ha enterado del contrato que firmamos con Satoshi por mediación de Vinnie Dominick y quiere participar. Ya me ha llamado esta mañana y me ha dicho que quiere invertir lo mismo que Dominick y Fukuda. Como no quería cabrear a esos chicos, les llamé para preguntar si les importaba, porque eso reducirá sus beneficios, pero les da igual. La realidad es que hoy estáis sentados sobre muchísimo más capital que ayer.
—Llega en un buen momento, pues estamos considerando la posibilidad de hacer una oferta a iPS RAPID, de San Diego, en lugar de negociar un acuerdo de licencia. Creemos que existen bastantes probabilidades de que acepten la oferta.
—Bien, decidáis lo que decidáis, el dinero seguirá allí. Pasando a otra cosa, sé que me has llamado. ¿Para qué?
—Te llamé por Satoshi. No le he visto desde que firmó el contrato.
—¿Es eso raro?
—Supongo que no. Una vez desapareció en un viaje a las cataratas del Niágara sin decirme nada, y Carl dijo que le había comentado que estaba pensando en llevar a su familia a visitar Washington.
—¿Intentaste llamarle?
—Por supuesto. Muchas veces.
—¿Intentaste llamarle cuando fue a las cataratas del Niágara?
—Sí, pero tampoco contestó.
—Entonces yo no me preocuparía. Anteayer, cuando vino a firmar, lo primero que me dijo fue que lo que más le gustaba de Estados Unidos es la libertad de hacer lo que le diera la gana, en lugar de hacer siempre lo que se esperaba de él.
—Pero yo le había pedido el día de la firma que viniera a la oficina, o bien me llamara al día siguiente, ayer, porque me había pedido que le encontrase un espacio de laboratorio, cosa que ya he solucionado. También tenía que recoger unos documentos para que los firmara su mujer, pero ni apareció ni llamó. Ni siquiera ha aparecido hoy, al menos de momento.
—Bien, a mí no me parece preocupante, si es eso lo que quieres saber.
—Supongo que no, pero me inquieta. Iba a pedirte que te pusieras en contacto con Vinnie Dominick y le preguntaras dónde alojaron a Satoshi y su familia. Dijiste que debía de ser en alguno de sus numerosos pisos francos.
—Eso tenía entendido.
—¿Te importaría preguntarlo? Me gustaría saber la dirección y el número de teléfono, si tiene. Me sentiré mejor si sé cómo ponerme en contacto con él en caso necesario, porque no contesta al móvil. No se lo diré a nadie, desde luego.
—No les gusta revelar la dirección de sus pisos francos por motivos obvios, sobre todo porque a partir de ese momento dejan de ser seguros. Sé que dijeron a Satoshi que no debía revelar bajo ningún concepto dónde se alojaba temporalmente. Sé que Fukuda-san está buscando un alojamiento definitivo. En cualquier caso, lo preguntaré y explicaré tus motivos. Piensa que ya te han confiado un montón de dinero. No veo por qué no te confiarían la dirección de uno de sus pisos francos.
—Eso conseguirá que duerma mejor —confesó Ben.