Viernes, 26 de marzo de 2010, 7.21 h
El taxi dejó a Laurie justo delante del IML. Pagó la tarifa y bajó del vehículo. Iba sola. Jack había insinuado con bastante claridad que quería recuperar su amada bicicleta. A Laurie no le hacía ni pizca de gracia la idea, y temía por su vida desde el primer día, pero no le contradijo. En parte, la razón de que se sintiera decepcionada por no haberla acompañado era porque si viajaban juntos le sería más fácil justificar el gasto del taxi, pero había parado uno porque se sentía particularmente ansiosa por ponerse a trabajar lo antes posible en lo que había averiguado la noche anterior acerca de su único caso. Rebosaba de confianza en que iba a ser un día interesante. Qué poco sabía ella.
El «traspaso» de J. J. aquella mañana había sido perfecto y mucho más fácil que el día anterior. Leticia había llegado antes de lo previsto. J. J. la había reconocido enseguida y manifestado su contento, así que no hubo lágrimas. Y Laurie, como estaba menos angustiada que el día anterior, había logrado tenerlo todo preparado antes de que Leticia apareciera.
—¡Buenos días, doctora Laurie! —dijo Marlene Wilson con su habitual voz cantarina. Laurie le devolvió el saludo y entró en la sala de identificación.
Laurie irrumpió en la habitación como una fuerza invasora y tiró su chaqueta sobre una de las butacas de vinilo demasiado rellenas. Entonces se detuvo con brusquedad.
¡Podría haber sido el día anterior! Había la misma gente en los mismos sitios, haciendo exactamente lo mismo: Arnold Besserman estaba sentado a su escritorio repasando los expedientes de los cadáveres que habían llegado por la noche; Vinnie Amendola estaba en la misma silla que la mañana anterior, absorto por completo en su periódico, y, lo más sorprendente de todo, Lou Soldano había vuelto y dormía como un tronco, con los pies apoyados en el radiador, el último botón de la camisa desabrochado y la corbata aflojada.
Arnold fue el único que se fijó en ella. La saludó sin prestarle demasiada atención, con la vista concentrada en su trabajo.
—Te agradezco que te encargaras del caso no identificado de ayer por la mañana —dijo, después de los saludos.
—De nada —contestó Laurie, camino de la máquina de café—. Resulta que es un caso de narices.
—Me alegro —dijo Arnold, con un tono y una actitud que desalentaban continuar la conversación.
«Como quieras», pensó Laurie en silencio. Le habría dado más explicaciones si Arnold las hubiera pedido, pero se alegraba de que no lo hubiera hecho, pues ya había decidido que no hablaría del caso con nadie, ni siquiera con Jack, hasta que averiguara algo más sobre la causa de la muerte. Durante la noche, su creatividad había dado a luz otra idea, que exigiría volver a llevar a cabo el examen externo.
—¿Dónde está Jack? —preguntó Laurie.
—Aún no le he visto —contestó Arnold—. ¿No ha venido contigo?
—Ha vuelto a la bicicleta.
—Idiota —comentó Arnold.
Laurie no contestó. Aunque estaba de acuerdo con Arnold sobre lo de la bicicleta, no creía que fuera asunto suyo criticar a Jack. Para cambiar de tema, preguntó por Lou, intrigada por el hecho de que hubiera venido dos días seguidos.
—Llegó con algo extraordinario, un flotador, para ser exacto, y otro individuo no identificado.
—Ah, ¿sí?
Laurie sintió curiosidad al instante. Un «flotador» significaba alguien que había sido recuperado del agua. Como había agua por todas partes alrededor de Nueva York, puesto que Manhattan era una isla, los flotadores abundaban. Había tantos que, para que uno de ellos llamara la atención de un capitán de la policía y le mantuviera despierto toda la noche, tenía que ser un caso extraordinario. Mientras Laurie añadía azúcar al café, decidió preguntar cuál era la historia.
—No sabemos gran cosa —contestó Arnold, mientras terminaba un caso y lo añadía a la pila—. Lo pescaron alrededor de Governors Island, algo bastante común. Lo que no es común es que quienes han visto el cadáver afirman que debería exhibirse en el Museo de Arte Moderno. En teoría, el cadáver es una masa increíble de tatuajes, que van desde el cuello hasta los tobillos, pasando por todo lo que hay en medio. Yo todavía no lo he visto, pero así me lo han descrito. Cuando termine con esto, iré a echar un vistazo.
—¿Sabes la etnia?
—Asiático.
—¿Cuál fue la causa aparente de la muerte? ¿Ahogamiento?
—No. El expediente refiere múltiples heridas de bala. La investigadora médico-legal escribió que alguien debió de dispararle con una metralleta por detrás, pues había al menos doce orificios de entrada.
—Caramba. Quien le mató lo quería bien muerto —comentó Laurie, mientras recordaba un caso que había visto en una revista de patología, acerca de un japonés con asombrosos tatuajes que había recibido múltiples balazos y había sido decapitado con una espada de samurái llamada katana. Según describía el artículo, el hombre había resultado muerto, junto con otros más, durante una guerra intestina entre familias yakuza rivales, en Tokio.
Laurie echó un vistazo a la forma como dormía Lou, cada vez más intrigada por el esfuerzo que se había tomado para traer el caso del flotador. Dudaba que fueran los tatuajes. Imaginó que lo que había llamado su atención debía de ser fascinante, porque le había exigido quedarse levantado toda la noche dos días seguidos.
—¿Por qué el capitán Soldano vino con el cuerpo? ¿Ha comentado algo?
—Debe de estar interesado en la autopsia. La razón en concreto, no tengo ni idea. ¿Por qué no se lo preguntas?
Laurie bebió el café, se acercó a Lou y le miró. Parecía tan cansado como la mañana anterior, si no más. Esta vez tampoco roncaba, sino que respiraba rítmica y profundamente. Recordó el comentario de Jack acerca de que cuanto antes se fuera a la cama, mejor, y apoyó la mano sobre la de él. Lou tenía las manos apoyadas sobre el pecho, con los dedos entrelazados.
—¡Lou! —le llamó Laurie en voz baja, intentando despertarle con la mayor suavidad posible—. Soy yo, Laurie —continuó, y sacudió con delicadeza sus manos. Vio que sus ojos se abrían y pasaban de la confusión al reconocimiento en cuestión de uno o dos segundos. Después bajó los pies del radiador y comenzó a incorporarse con pesadez—. ¿Quieres café? —preguntó Laurie, al tiempo que él empezaba a desperezarse.
—No, gracias —logró articular Lou—. Concédeme un segundo.
—No hace falta un médico para saber que esta costumbre de permanecer levantado toda la noche no es buena para ti. Trabajas demasiado.
Lou parpadeó varias veces y respiró hondo.
—Vale —dijo—. Estoy en plena forma. ¿Dónde está Jack?
—Esta mañana va a venir en bicicleta. Yo he venido en taxi, y no había tráfico. Llegará dentro de unos minutos, si Dios quiere. Ni siquiera deseo pensar en otra alternativa. ¿No puedes conseguir que lo deje?
—Lo he intentado —dijo Lou, frustrado—. ¿Has visto lo que he traído?
—Supongo que te refieres al flotador. No he visto el cadáver, pero Arnold me lo ha descrito.
—Es increíble.
—Eso me ha dicho. Pero supongo que no lo has traído por los tatuajes.
—No, cielos —dijo Lou con una breve carcajada—. He venido preocupado porque presiento que está a punto de desencadenarse una especie de guerra en el seno del hampa, sobre todo con esas nuevas bandas asiáticas y rusas que se hacen la competencia. La economía va mal para la gente normal últimamente, y cuando la gente normal sufre, las bandas también, y son capaces de degollarse mutuamente. La política habitual es avisarme si la Unidad de Control del Puerto recoge cadáveres que sugieran un asesinato profesional. El puerto es el lugar habitual donde arrojar cuerpos de diciembre a marzo, cuando el suelo en Westchester o en Jersey está demasiado duro para cavar.
—Vale. ¿Has venido a presenciar la autopsia, y en ese caso, quieres que la haga yo o quieres esperar a Jack?
—Me da igual. Me encantaría que la practicaras tú. Cuanto antes, mejor.
—Arnold —llamó Laurie—. ¿Te parece bien que me ocupe del caso del detective?
—Por supuesto. Hoy no hay mucho trabajo, y además te debía una.
Laurie estaba a punto de protestar porque quería más casos, pero se contuvo al recordar que deseaba ocuparse del caso del día anterior, sobre todo después de considerar demasiada casualidad que fuera a practicar la autopsia de dos asiáticos no identificados.
—Vinnie —llamó Laurie—. ¿Me echas una mano? Sé que Marvin todavía no ha llegado, pero tú estás libre. También sé que te gusta trabajar con Jack, pero quizá podrías sobrevivir un día sin su guía. Hemos de empezar la autopsia de este flotador ahora mismo, para que el capitán Soldano pueda volver a casa cuanto antes.
Todavía parapetado detrás de su periódico, Vinnie cerró los ojos y apretó los dientes al escuchar la petición de Laurie. Se sentía como un cobarde. En lugar de hablar de la inquietante reunión que había mantenido con los sicarios de los Vaccarro, había obedecido sus órdenes repecto al anónimo amenazador. Para evitar que le identificaran, había mecanografiado la carta en el monitor de los técnicos del depósito de cadáveres, pero la había transferido a unpendrive de su llavero antes de borrarla. La imprimió en una fotocopistería de los alrededores. Como medida extra de seguridad, se había puesto unos guantes de látex para no dejar huellas dactilares ni en la hoja ni en el sobre. De vuelta en el IML, todavía con los guantes de látex y evitando que le viera la recepcionista o quien fuera, deslizó el sobre bajo las puertas dobles del vestíbulo. Para volver a entrar, había doblado la esquina y accedido por una de las zonas de recepción que recibían los vehículos con los cadáveres.
—¡Vinnie! —Oyó que Laurie le llamaba de nuevo, pero desde mucho más cerca. Bajó el periódico poco a poco. Laurie estaba delante de él—. ¿No me has oído?
Vinnie negó con la cabeza.
Laurie repitió lo de empezar con el flotador.
Vinnie, resignado, se levantó y tiró el periódico sobre la silla de atrás.
—Acompaña al capitán Soldano abajo y prepárale. Después, prepara al flotador. Subo corriendo a mi despacho, pero bajo enseguida. ¿Lo pillas?
Vinnie asintió, sintiéndose como un traidor. No podía mirar a Laurie a la cara. El problema era que sabía demasiado sobre el grupo Vaccarro, y desde luego no se había tomado a broma lo de que iban a ir a su casa para ver llegar a las niñas del colegio. Se encontraba entre la espada y la pared.
Cuando Vinnie bajó al depósito de cadáveres, miró a Lou y se preguntó en qué estaría pensando el detective. La última vez que Vinnie se había visto obligado a hacer un favor a Paulie Cerino, fue el detective Soldano quien lo descubrió. De modo que Vinnie estaba aterrorizado por la posibilidad de ser el sospechoso número uno si Laurie hacía caso omiso de la amenaza y entregaba la carta a las autoridades, lo cual significaba al jefe, Harold Bingham, algo que Vinnie suponía que haría. Lo único que podía hacer era esperar que consideraran la carta amenazadora un trabajo externo, no interno.
Ya en su despacho, Laurie cerró la puerta, encendió el monitor del ordenador y procedió a colgar su chaqueta. Después se puso a toda prisa un pijama verde y un traje Tyvek encima. En cuanto el monitor se iluminó, entró en la red y miró el artículo que recordaba sobre el yakuza asesinado. Lo que quería era ver el resultado de la autopsia, cosa que hizo enseguida. Luego salió de su despacho y bajó a la morgue.
Tras haberse aclimatado al entorno del depósito, después de haber presenciado tantas autopsias, Lou había ofrecido su ayuda a Vinnie para sacar el cuerpo de la cámara frigorífica y trasladarlo a la mesa de autopsias. Cuando Laurie llegó al nivel del sótano y entró en la sala de autopsias, Vinnie y Lou ya estaban preparados.
—Son los tatuajes más impresionantes que he visto en mi vida —admitió Laurie. Desde el cuello hasta los tobillos, pasando por las muñecas, todo estaba cubierto de trabajados tatuajes en un arco iris de colores, literalmente todo—. El problema es que dificulta el examen externo. Pero no cabe duda de que era miembro de alguna familia yakuza.
—¿De veras? —preguntó Lou—. ¿Por los tatuajes?
—Más que eso. —Laurie levantó la mano izquierda del cadáver—. Le falta la última articulación del dedo meñique izquierdo, una mutilación autoinfligida común entre los yakuza. Para demostrar arrepentimiento ante su jefe si así se le indica, un yakuza ha de cortarse parte del dedo y entregárselo. Es una manera ritual de debilitar la presión sobre la espada, y así depender más del jefe.
—¿Me estás tomando el pelo? —preguntó con incredulidad Lou.
—No. Y aquí hay algo más. —Laurie levantó el pene flácido del hombre y señaló una serie de nódulos—. Otro interesante ritual yakuza. Un pene perlado. Lleva perlas auténticas sepultadas bajo la piel, una por cada año de cárcel. El individuo se lo practica a sí mismo sin anestesia.
—Aj —gimió Lou. Vinnie y él intercambiaron una mirada de incomodidad.
—¿Cómo demonios sabes todo eso sobre la yakuza? —preguntó Lou. Siempre se había sentido impresionado por los conocimientos generales de Laurie, pero esto parecía el no va más. Lou sabía algunas cosas sobre la organización e historia de la yakuza, tras haber pasado seis años en la unidad del crimen organizado del NYPD, antes de pasar a homicidios.
—Debería dejaros pensar que soy lista, así de sencillo —confesó Laurie—, pero cuando he subido a mi despacho he consultado un artículo que recordaba sobre la autopsia de un yakuza asesinado.
—Ya he colocado las radiografías —dijo Vinnie, al tiempo que señalaba el visor.
—¡Excelente!
Laurie enlazó las manos enguantadas delante de ella y se acercó para inspeccionarlas. Había múltiples cuerpos extraños sembrados alrededor del pecho y el abdomen, y en varias extremidades. Todos parecían ser balas intactas o fragmentos de bala. Daba la impresión de que el cráneo estaba intacto.
—Seguiremos la trayectoria de las balas —dijo Laurie a Lou—. ¿Hay algo en concreto que desees averiguar?
—Lo que consideres apropiado para este tipo de caso. Me gustaría obtener algo de material de las balas, tanto del núcleo como de la carcasa, para saber si proceden de la misma arma o de múltiples armas. Ya hemos fotografiado los tatuajes para ver si nos pueden ayudar en la identificación.
—¿Toda la documentación en orden? —preguntó Laurie a Vinnie.
—Creo que sí. Tenemos las radiografías. Las fotos están en la carpeta, y sé que han tomado las huellas dactilares. Creo que todo es correcto.
—Fantástico —dijo Laurie—. Manos a la obra.
El grupo volvió a la mesa.
—Algo que se me ocurre enseguida —dijo—. Empezaremos buscando orificios de salida. —Utilizó las manos para alisar la piel, sobre todo alrededor de las múltiples heridas de salida. Intentó en vano encontrar heridas de entrada ocultas—. Por lo visto, le dispararon por detrás. Ya tenemos una pequeña información, ¿verdad, Lou?
—Desde luego —respondió este, aunque no tenía ni idea de a qué se refería—. ¿Tal vez estaría huyendo?
—Podría ser. O nadando. —Se volvió hacia Vinnie—. Démosle la vuelta para ver los orificios de entrada.
Vinnie obedeció las órdenes de Laurie y le ayudó a dar la vuelta al cadáver, con la colaboración de Lou, pero no respondió de forma verbal, lo cual Laurie consideró extraño. Para Laurie, una de las características emblemáticas de Vinnie era su humor irónico y sarcástico, que en ocasiones superaba al de Jack. Pero esta mañana se encontraba ausente.
—¿Pasa algo, Vinnie? —preguntó cuando tuvieron el cadáver depositado sobre la mesa—. Estás muy callado esta mañana.
—No, estoy bien… —contestó Vinnie, demasiado deprisa desde el punto de vista de Laurie. Por un momento, se preguntó si estaría resentido por haberle pedido ayuda, en lugar de dejarle que esperara a Jack.
En aquel momento, Jack entró como una tromba en la sala de autopsias vestido de calle, con una mascarilla sobre la cara, lo cual significaba violar dos normas al mismo tiempo.
—Eh, ¿qué está pasando aquí? Llego diez minutos tarde y resulta que me han robado un caso especial del NYPD y han secuestrado a mi técnico de confianza de la morgue.
—Tendrías que haberme acompañado en el taxi —le amonestó Laurie.
—Hola, Lou; hola, Vinnie —dijo Jack, y se acercó a la mesa sin hacer caso del comentario de Laurie.
—Hola, doctor Stapleton —respondió Vinnie en voz baja.
Jack levantó la cabeza y miró a Vinnie.
—¿Doctor Stapleton? Qué formal. ¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo?
—Estoy bien.
La verdad era que había experimentado un recrudecimiento de su culpabilidad cuando Jack llegó. Ojalá pudiera marcharse para que otro ocupara su lugar. De hecho, pasó por su mente que tal vez debería tomarse un breve permiso de excedencia hasta que hubiera terminado el asunto de los Vaccarro y el caso del metro.
—¡Dios mío, mirad esos tatuajes! —exclamó Jack, cuando se fijó en el cadáver de la mesa—. Es fantástico. ¿Cuál es la historia?
—Un flotador —respondió Lou. Contó a Jack lo que sabía del caso hasta el momento.
—¡Interesante! Nunca había visto nada semejante —contestó Jack. Devolvió su atención a Laurie—. ¡Qué bien te lo pasas! Luego hablamos. Espero que histología y el laboratorio hayan descubierto algo sobre tu caso de ayer.
Jack hizo ademán de marcharse, pero se detuvo.
—¡Eh! —chilló, pero ella no contestó. No solo no contestó, sino que parecía hipnotizada, mientras observaba el perfil del asiático con la cabeza vuelta a un lado. Jack chasqueó los dedos delante de su cara y ella reaccionó como si acabara de despertar de repente.
—Esto es increíble —dijo—. Creo que he visto a este hombre.
—¿Te refieres a que has visto el cadáver o que le has visto vivo?
—Vivo. Por increíble que pueda parecer.
—¿Dónde? ¿Cuándo?
Tanto Lou como Vinnie reaccionaron a este diálogo mirando a Laurie con la misma intensidad que Jack.
Laurie sacudió la cabeza.
—¡No puede ser! —dijo, y alzó las manos—. Es una coincidencia demasiado grande.
—¿Qué clase de coincidencia? —preguntó Jack, mientras se acercaba a Laurie de nuevo. Era difícil ver su rostro a través de la mascarilla de plástico.
Laurie volvió a negar con la cabeza, como si intentara desechar una idea desquiciada.
—Anoche hice un descubrimiento en el caso cuya autopsia practiqué ayer…
—Pensaba que ayer ni siquiera tenías caso —interrumpió Lou.
—Me lo dieron después de que te fueras a casa. Sea como sea, creo que puede existir una relación entre el caso de ayer y este. Es evidente que no puedo estar segura en una fase tan temprana, pero creo que existe la posibilidad.
—¿Qué clase de relación? —preguntó Lou—. ¡Podría ser importante!
—No te hagas falsas ilusiones —advirtió Laurie.
—Al menos, dime qué sospechas —suplicó Lou.
Estaba entusiasmado. Por eso se había sentido tan interesado en la patología forense y se tomaba el tiempo y el esfuerzo de ir al IML. Desde que conocía a Jack y Laurie, en cierto número de casos había sido la autopsia lo que había aportado los datos fundamentales para resolver un homicidio, como esperaba que ocurriera con el que tenía tendido sobre la mesa.
—De momento, no. ¡Aguanta un poco, por favor! Puede que esta tarde cuente con los datos que necesito. Siento no poder ser más explícita.
—Esto me parece demasiado melodramático —se quejó Lou—. Si este caso es la espoleta que puede hacer estallar una guerra en el seno del crimen organizado, es importante que obtengamos la pista lo antes posible o no podremos evitar que salpique a civiles inocentes. No me importa que los malos se maten entre sí. En algunos aspectos, facilita el trabajo del NYPD. Me preocupa que los civiles resulten perjudicados.
—Lo siento —dijo Laurie—. En este momento, tengo la cabeza hecha un lío.
—¿Intentas demostrarte algo? —preguntó Jack—. ¿Es esa la explicación, como dice Lou, de tu enfoque melodramático? Porque existe la posibilidad de que Lou o yo pudiéramos aportar algo a tus procesos mentales.
—Puede que haya algo de eso —confesó Laurie—. Quiero hacerlo yo sola.
—Bien, dime al menos una cosa —pidió Jack—. ¿Descubriste si tu víctima de ayer sufrió un ataque?
—Sí, creo que sí.