Jueves, 25 de marzo de 2010, 16.45 h
Laurie dijo al taxista que la dejara delante del IML para no tener que cruzar la Primera Avenida, que estaba colapsada por el tráfico. Era la hora punta. Había tardado más de sesenta minutos en recorrer la distancia desde la comisaría de Midtown North hasta el IML, que en circunstancias normales exigía menos de la mitad de ese tiempo. El tráfico de Nueva York estaba peor que nunca.
Saludó con la mano a Marlene cuando entró y después subió al tercer piso. Antes de llegar a su despacho, asomó la cabeza por la puerta del de Jack, que estaba abierta.
—¿Dónde demonios has estado? —preguntó Jack con fingida irritación—. He pasado por tu despacho varias veces, y sabía que no estabas en la morgue.
La cara de Laurie adoptó una sonrisa traviesa cuando hurgó en su bolso y sacó dos discos compactos. Los alzó para que Jack los viera.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó Jack, mientras se reclinaba en la silla y estiraba los miembros. Delante de él había una masa de expedientes, libros, revistas, placas e informes de laboratorio, así como un secador de pelo sin la carcasa, con las tripas al aire, como sugiriendo que estaba haciendo veinte cosas a la vez. Llevaba unos guantes de látex.
—Un par de películas emocionantes —dijo Laurie.
Jack hizo una mueca de exagerada incredulidad.
—De veras —insistió Laurie—. De cine negro, estoy segura.
—Venga ya. —Jack cogió un disco, que llevaba la etiqueta NYPD—. Qué demonios…
—Vídeos de cada una de las cámaras del andén del tren A en Columbus Circle.
Jack dejó que sus hombros se derrumbaran, al tiempo que exhalaba un suspiro.
—No me digas que te estás planteando ver todo esto. ¿Qué contienen, diez horas de gente entrando y saliendo del metro?
—Más bien siete.
—Y piensas verlas todas.
—Si es necesario —anunció con orgullo Laurie—. Sé que fallará en argumento y personajes, y que se habrá rodado en un blanco y negro granulado, pero las veré igualmente.
—Laurie, si no te importa que lo diga, creo que exageras con tu único caso. ¿Por qué deseas someterte a esta tortura? Solo porque no descubriste patologías no es motivo para pegarte semejante paliza. Manaña, cuando lleguemos, echa un vistazo a las placas, porque estoy seguro de que le has pedido a Maureen O’Conner que las tuviera a primera hora, y echa un vistazo al examen toxicológico, porque también estoy seguro de que le pediste a John que se diera prisa, y acabemos de una vez. No será preciso ver siete horas de grabaciones.
—Cuento con tener nuevos casos mañana por la mañana.
—Pues tanto mejor. Eso significa que verificas histología y toxicología por la tarde, que con toda probabilidad saldrán negativos; caso cerrado, certificado de defunción firmado y entregado.
—El vídeo de seguridad podría revelarme algo que necesito saber.
—¿Por ejemplo?
—Si la víctima sufrió un ataque o no. Quien llamó al 911 no estaba seguro. Fue una imagen fugaz que distinguió mientras estaba apretujado entre la multitud y le empujaban a bordo del tren.
—Ummm. Supongo que esa información podría ser importante. De todos modos, te felicito por tu meticulosidad. Dudo que nadie de esta casa hubiera pensado en pedir las cintas de seguridad. ¡Empezando por mí! ¿Vuelves ahora o ya has pasado por tu despacho?
—Vuelvo en este mismo momento. ¿Por qué lo preguntas?
—Por ningún motivo en particular —dijo Jack, distraído.
Laurie le miró de soslayo. Tuvo la sensación de que distinguía una sonrisa traviesa, porque las comisuras de su boca estaban algo curvadas hacia arriba.
—¿De veras? —preguntó—. ¿Por qué me lo preguntas si has ido a mi despacho?
—Oh, por nada. La última vez que fui a buscarte, reparé en una nota de John acerca de un nivel de alcohol en sangre normal referente a tu caso. Supuse que habías conseguido convencerle de que lo hiciera ipso facto. Me estaba preguntando si habías tenido la oportunidad de verla.
Lanzó una risita.
—No, aún no la he visto —contestó Laurie, algo confusa. A veces Jack se comportaba de una forma un poco rara, y esa era una de dichas ocasiones. Cuando ocurría, ella solía atribuirlo a su tendencia a pensar en una docena de cosas al mismo tiempo, como el desorden de su escritorio sugería que estaba haciendo en aquel momento.
—¿A qué hora quieres volver a casa? —preguntó Laurie para cambiar de tema. Estaba ansiosa por marcharse. Se había propuesto, con un gran esfuerzo, no llamar a Leticia para no molestarla más. Y como Leticia no la había llamado, habían estado incomunicadas más rato del que le parecía normal. Quería saber cuándo quería marcharse Jack, como excusa para llamar a Leticia y decirle a qué hora volverían a casa.
Jack se encogió de hombros.
—Tal vez después de que anote lo que he encontrado aquí. Es muy interesante…, al menos para mí.
—¿Estás hablando del secador?
—En efecto —dijo Jack, mientras levantaba el aparato—. ¿Te acuerdas del caso que estaba empezando cuando tú terminabas el tuyo?
—La azafata de Delta. ¿Qué has descubierto?
—Lo mismo que tú: nada. Bien, nada, salvo unos miomas insignificantes. De modo que llamé a Bart Arnold y le pregunté si podía enviar a un investigador médico-legal al apartamento de la mujer para recoger todos los aparatos del cuarto de baño, cosa que hizo. Recibí el secador y ese artilugio dental. ¿Cómo se llama?
—Irrigador bucal.
—Bien, el irrigador estaba bien, pero fíjate en este secador.
Jack levantó el aparato y aplicó los contactos de un voltímetro a una de las varillas de la clavija y la carcasa restante. Después se inclinó hacia atrás para que Laurie pudiera leer la medición.
—¡Cero ohmios! —dijo, y recordó que había tenido un caso parecido el primer año que estuvo en el IML—. Electrocución de bajo voltaje.
—Por eso el novio la vio salir del cuarto de baño, antes de desplomarse y morir.
—¡Pero el secador parece nuevo!
—Estoy de acuerdo, lo cual redobla el interés del caso. Echa un vistazo al cable negro interior.
Jack señaló con un destornillador.
—Da la impresión de que lo han pelado, y lo han hecho pasar por encima del borde metálico de la carcasa.
—Yo opino lo mismo. Cuando la joven salió de la ducha, tal vez incluso parada sobre el suelo mojado, conectó el secador y se electrocutó.
—Entonces fue un homicidio, sin duda. Buena deducción. ¿Presentaba quemaduras, quizá en las plantas de los pies?
—Nada. Pero no es sorprendente, pues un tercio de los electrocutados de bajo voltaje no presentan quemaduras.
—¿Cómo te acordaste de eso?
—No me acordé —admitió Jack—. Lo leí justo antes de que entraras.
—¿Crees que lo hizo el novio, tal vez mientras la víctima estaba de viaje?
—Eso diría yo, pero puede ser difícil de demostrar. Una forma sería encontrar las huellas del novio dentro del secador, por eso llevo guantes. Las huellas que se encuentren ahí corresponderán al culpable del asesinato.
—Buen trabajo —repitió Laurie.
Era su tipo de caso favorito. Exigía experiencia, conocimientos y cierta creatividad para juntar todas las piezas, y a cambio proporcionaba una verdadera sensación de haber servido a la justicia.
—¿Cuánto tiempo necesitarás para redactar tu informe sobre el secador?
—Una media hora.
—De acuerdo. En cuanto termines, baja a mi despacho y nos iremos a casa.
—¿Todo ha ido bien entre Leticia y J. J.?
—Por lo visto, no soy tan indispensable como pensaba. Todo ha ido a las mil maravillas. Leticia llegó a decirme que no llamara tan a menudo.
—¿Con esas palabras?
—Con esas palabras.
—Debo decir que ese comentario me parece algo inapropiado.
—Estoy de acuerdo contigo.
—Hasta dentro de media hora.
Laurie sacó el móvil del bolso mientras recorría el silencioso pasillo del tercer piso. Alentada por el comentario de Jack, marcó el número de Leticia. Saludó con la mano cuando pasó por delante de la puerta del subdirector, pero Calvin Washington estaba demasiado ocupado para darse cuenta. Cuando se acercó a su despacho, Leticia aún no había descolgado. Al entrar, empezó a contar los tonos de espera. Cuando dejó el bolso y los dos discos, había llegado a diez. Después de colgar el abrigo, ya iba por los quince. Por fin, en el decimoséptimo, descolgaron el teléfono. A esas alturas, el ritmo cardíaco de Laurie había alcanzado las ciento cincuenta pulsaciones.
—Hola —dijo Leticia con calma, como insinuando que estaba aburrida.
—¿Va todo bien? —soltó Laurie, aunque la serenidad forzada de Leticia ya la había convencido de que todo iba bien.
—Estamos bien.
—El teléfono ha sonado mucho rato.
—Claro, porque estábamos tomando un bañito después de cambiar un pañal muy sucio.
Una vez más, Laurie se sintió algo avergonzada por su exageración.
—Solo quería decirte que llegaremos más o menos dentro de una hora.
—Aquí estaremos.
—¿Y la cena?
—Es el siguiente punto del orden del día.
—Dile al niño que le echamos de menos.
—Se lo diré —anunció Leticia con apatía.
Laurie colgó el teléfono con una sensación ambivalente. Era evidente que Leticia se sentía irritada por la llamada, pero también Laurie, por la incapacidad de Leticia de mostrarse más paciente el primer día. Laurie reconocía que una docena de llamadas era una exageración, cuando no existían problemas. Al mismo tiempo, se daba cuenta de que también debía ser paciente con Leticia, puesto que las llamadas interferían en la atención que un niño de año y medio exigía.
Se sentó a la mesa y levantó la hoja que Jack había comentado. Indicaba que el nivel de alcohol en sangre era de 0,03 por ciento, lo cual significaba que era muy inferior al límite marcado por la ley, pero no cero, lo cual sugería que el hombre había tomado una o dos copas un par de horas antes de su muerte, un hecho que, probablemente, no tenía nada que ver con su fallecimiento.
Añadió el informe al expediente de la víctima, y en ese momento se fijó en un sencillo sobre blanco depositado sobre el teclado del ordenador, con su nombre completo mecanografiado: doctora Laurie Montgomery-Stapleton. Llevaba pegado un post-it de Marlene, en el cual la informaba de que habían encontrado el sobre en el vestíbulo y que lo habían pasado por debajo de la puerta principal. Sacó la única hoja de papel que contenía, la desdobló y vio que había un breve mensaje dirigido a ella, con el encabezado de «Doctora».
Doctora:
Perdone por entrometerme, pero me han amenazado si no lo hago. Estoy enterado de que una gente muy desagradable desea que abandone la investigación de la muerte natural del asiático encontrado en el andén del tren A. Si no lo hace de inmediato, usted y su familia sufrirán graves consecuencias. Denunciar a la policía esta advertencia provocará las mismas consecuencias. Sea lista. No desperdicie su tiempo.
Si bien había contenido el aliento tras la primera lectura, cuando Laurie volvió a leer la nota una leve sonrisa se dibujó en las comisuras de su boca. Cuando la leyó por tercera vez, la sonrisa se convirtió en una risita reprimida. Cuando Laurie se preguntó quién podía ser responsable de tal nota, pensó al instante que debía de ser Jack. Infantil e inapropiada, era típica de su sentido del humor, pues quería que dejara de obsesionarse con el caso. De hecho, cuanto más lo pensaba, más segura estaba de que el autor era Jack. La extraña forma de preguntarle si había pasado por su despacho antes de ir a verle le delataba. También era una indicación de que esperaba que se abalanzara hacia él fuera de sí, después de leer una carta tan aterradora. La leyó por cuarta vez, y rió de nuevo. Era algo muy improbable. Si alguien estaba preocupado por su investigación y quería que la abandonara, lo último que haría sería llamar la atención sobre ella, pues eso solo serviría para exacerbar su interés por la investigación.
En cuanto Laurie cayó en la cuenta de quién era el responsable de la nota, empezó a pensar en cómo dar la vuelta a la tortilla, o sea, en devolverle la pelota a Jack, pues se trataba de algo inoportuno, en el mejor de los casos. En lugar de reaccionar de una forma exagerada, pensó que se lo iba a tomar con calma. Sería más divertido mostrarse indiferente y ver cuánto tiempo aguantaba Jack su falta de reacción, ignorante de si lo había descubierto o no. Laurie deslizó la nota doblada dentro del sobre y la dejó en el centro de su escritorio. Estaba convencida de que su incapacidad de reaccionar a aquella travesura infantil pondría de los nervios a Jack.
Devolvió la atención al expediente, una gruesa carpeta amarilla hecha de papel pesado y rígido. Contenía toda la documentación relacionada con el caso: una hoja de trabajo, un certificado de defunción cumplimentado a medias, un inventario de documentos médico-legales, dos hojas de notas sobre la autopsia que ella ya había rellenado, un aviso telefónico del fallecimiento recibido por las operadoras, una hoja de identificación, un informe pericial del investigador médico-legal y una hoja de certificación de que habían practicado radiografías, tomado las huellas dactilares y fotografiado el cadáver. Las fotografías también constaban en el expediente y Laurie las sacó. Había una foto frontal de cuerpo entero, así como de la parte posterior y de perfil. Laurie las guardó en su bolso, pues pensaba examinarlas aquella noche cuando viera alguna grabación de las cintas del metro. Entonces se le ocurrió otra idea. Como Jack tenía razón sobre lo que tardaría en visionar las cintas, pensó en abreviar el metraje, si ello era posible. El expediente también contenía los números de teléfono de la operadora del 911 y del hombre que había llamado, Robert Delacroix. Laurie marcó el número de Delacroix, y esta vez el hombre contestó. Laurie se identificó y pidió disculpas por molestarle de nuevo.
—Ninguna molestia —respondió Delacroix—. Cualquier cosa que me haga sentir menos culpable es positiva.
—¿Puede decirme en qué punto del andén estaba usted cuando vio que el asiático empezaba a encontrarse mal?
—Caramba —dijo Robert, e hizo una pausa para pensar—. Como había tanta gente, nunca conseguí alejarme demasiado de la escalera.
—¿Podía ver el final del andén en ambas direcciones?
—No, que yo recuerde.
—¿Estaba hacia la mitad? Supongo que es la única alternativa.
—Yo diría que sí.
Dio las gracias a Delacroix y colgó, y después decidió esperar a que Jack terminara de redactar en su despacho la autopsia referente al secador. Supuso que merodear por allí le impulsaría a escribirla con más celeridad. Ahora que ya estaba preparada para marcharse, quería llegar a casa lo antes posible.