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Jueves, 25 de marzo de 2010, 15.10 h

—Esto no me gusta —dijo Carlo—. Nunca he estado en un depósito de cadáveres. ¿Cómo puede trabajar la gente en un lugar como ese un día sí y el otro también?

—Es interesante —dijo Brennan. Le gustaban las series televisivas de forenses.

Habían entrado en una zona de la Primera Avenida donde estaba prohibido aparcar, en la esquina sudeste de la calle Treinta. El IML estaba delante de ellos, en la esquina nordeste.

—¿No te molesta? —preguntó Carlo, nervioso. Iba en el asiento del conductor del Denali, y aferraba el volante con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.

Brennan negó con la cabeza.

—¿Por qué? Venga, acabemos de una vez. Tal vez deberíamos llamar a ese tal Vinnie Amendola para ver si quiere salir a encontrarse con nosotros en un bar, o algo por el estilo. Como lleva tanto tiempo trabajando aquí, seguro que se conoce la zona.

—Creo que Louie dejó muy claro que quería que hablaras con él cara a cara en el depósito de cadáveres.

—No dijo que lo hiciera yo en concreto. Habló en plural. Tampoco dijo que debíamos hablar con él en el depósito. Pero tú mandas.

Había momentos en que Carlo le irritaba, sobre todo por el hecho de que estaba oficialmente al mando cuando los dos tenían una misión, como en aquel momento. La inteligencia de Carlo no impresionaba a Brennan, y pensaba que sus cualidades deberían imponerse a la veteranía de Carlo. En una ocasión sacó el tema a relucir con Louie, pero se llevó una reprimenda, de modo que nunca había vuelto a hablar de ello. Pero el asunto seguía alojado en el fondo de su mente, como un dolor de muelas.

—Yo mando —admitió Carlo—. Vamos a hacerlo de la siguiente manera: tú vas al depósito, contactas cara a cara con ese tipo y le dices que quiero hablar con él donde le vaya bien, pero que debe ser ahora.

—¿Qué harás mientras estoy en el depósito?

—Quedarme sentado aquí y vigilar el coche. En esta zona está prohibido aparcar. Si no estoy aquí cuando salgas, es que he dado un par de vueltas a la manzana.

Brennan miró a Carlo un momento, con la sensación de que le estaba tomando el pelo.

—Como quieras —rezongó, mientras bajaba del 4 × 4.

—Me apetece una cerveza, de modo que sugiere un bar.

Brennan se limitó a asentir antes de cerrar la puerta con más fuerza de la necesaria. Sabía que eso irritaba a Carlo, pero le traía sin cuidado, puesto que el muy holgazán se estaba aprovechando de él. Cuando Brennan cruzó la calle Treinta, había olvidado su malhumor y sentía curiosidad por lo que iba a ver. Al entrar en el vestíbulo del edificio reconoció que, probablemente, no iba a ver gran cosa. Todas las puertas que permitían el acceso al interior estaban cerradas. Frente a él vio a una mujer negra de aspecto maternal y apacible, de ojos centelleantes y sonrisa cordial. Estaba sentada detrás de un mostrador de recepción en forma de U, en una silla alta giratoria. Según la placa de identificación, se llamaba Marlene Wilson.

—¿En qué puedo ayudarle? —preguntó Marlene, como si fuera la recepcionista de un hotel de lujo.

—Busco a Vinnie Amendola —dijo Brennan, desarmado por la agradable presencia y comportamiento de Marlene. Se había preparado para algo más intimidante, incluso gótico.

Marlene utilizó un directorio del IML para buscar el número. Hizo varias llamadas antes de que Vinnie se pusiera. Después le pasó el teléfono a Brennan.

Tras asegurarse de que estaba hablando con la persona correcta, Brennan dijo que acababa de hablar con Paulie Cerino y deseaba transmitirle un mensaje.

—¿El verdadero Paulie Cerino? —preguntó Vinnie con voz vacilante. Era tal vez la última persona de la que esperaba oír noticias aquel día.

—El Paulie Cerino de Queens —confirmó Brennan. Sabía que era un nombre que aterrorizaba a ciertas personas, sobre todo a desgraciados que habían pedido prestado dinero, que habían tenido mala suerte al póquer o apostado a los caballos o equipos deportivos equivocados.

—¿Ha salido de la cárcel Paulie Cerino? —preguntó Vinnie. Aunque Vinnie no era jugador, no le gustaba recibir noticias de Paulie Cerino.

—No, sigue en la cárcel, pero espera conseguir muy pronto la condicional. Por eso me ha enviado. ¿Puedes venir a recepción? Hemos de hablar.

—¿De qué vamos a hablar? —preguntó Vinnie, mientras intentaba decidir qué hacer. Intuía que, fuera quien fuera aquella persona, no deseaba relacionarse con ella.

—Paulie quiere que te haga unas preguntas.

—¿No puede llamarme él en persona? —preguntó Vinnie, vacilante—. Le daré mi número de móvil.

—Paulie tiene muy pocas oportunidades de llamar.

—Entiendo.

—Son unas preguntas sencillas.

—De acuerdo, ya subo —dijo Vinnie, y colgó.

—¿Es usted familiar o solo amigo de Vinnie? —preguntó Marlene, con el fin de entablar conversación. Había oído a Brennan y se preguntaba si pasaba algo, debido a la conversación sobre la cárcel.

—Familiar —contestó Brennan—. Muy lejano.

Cuando Vinnie apareció, se llevó a Brennan lejos de Marlene. Los dos hombres se miraron. Aunque eran más o menos de la misma edad, el parecido terminaba allí. El pelo oscuro y la tez olivácea de Vinnie contrastaban con la piel transparente cubierta de pecas y el pelo rojo de Brennan, que era más bien de un color anaranjado como el de las zanahorias.

—La última vez que Paulie envió a un par de personas a verme —dijo Vinnie, después de que ambos se presentaran—, terminé forzado a hacer algo ilegal, lo cual me metió en líos, y casi perdí el empleo. Solo digo esto para informarle de que no me hace la menor gracia oír hablar de Paulie Cerino.

—No vamos a obligarte a hacer nada —prometió Brennan—. Como ya he dicho, solo hemos venido a hacerte algunas preguntas.

—¿Por qué habla en plural?

—Mi compañero está en el coche. Pensamos que podríamos invitarte a una cerveza por aquí cerca.

—Es imposible hasta que salga, a las cuatro y media.

—Qué pena —dijo Brennan con sinceridad. Después de que Carlo sugiriera la cerveza, a Brennan le había hecho cada vez más gracia la idea.

—Bien, encantado de conocerle.

—¡Un momento! ¿Por qué no aquí mismo? Llamaré a mi compañero. Nos sentaremos en el sofá.

Vinnie paseó la vista entre Brennan, el sofá, Marlene y el sofá de nuevo. No le gustaba la idea del sofá. De hecho, ni siquiera le gustaba estar parado en el vestíbulo con gente como Brennan, teniendo en cuenta que debía de ser miembro de la familia Vaccarro, tal vez uno de sus sicarios o pistoleros. Cuando Vinnie era joven, sus amigos y él adoraban a los tipos como Brennan, pero eso cambió cuando uno de los hombres de Paulie Cerino había disparado contra un tipo delante de la confitería del barrio. Vinnie y sus amigos se encontraban en la misma calle, en la heladería, cuando oyeron los disparos, y habían competido para ver quién corría más deprisa y echaba un vistazo antes de que llegara la policía. Cuando Vinnie vio el cuerpo tendido en la calle, con sangre y sesos derramados sobre la acera, vomitó al instante, mientras brotaba sangre de la cabeza de la víctima. Había sido una de las imágenes terribles de la infancia que se habían grabado en el córtex visual de Vinnie. Desde entonces, Vinnie solo sentía miedo por el estilo de vida de los gángsteres.

—¡Aquí no! —dijo Vinnie, preocupado por si el jefe aparecía de repente. La oficina del jefe y el resto del personal administrativo se hallaban frente a la zona de recepción. Desesperado, intentó pensar en algo, pues tampoco quería dejarles entrar en el interior restringido del edificio—. Ya sé —dijo de repente—. Vamos a encontrarnos en la calle Treinta. Vuelva a la zona de recepción y a las puertas del garaje. Nos encontraremos allí. —Vinnie indicó la entrada principal del edificio, como si Brennan lo hubiera olvidado—. Nos veremos dentro de dos minutos.

Con la sensación de que le habían echado a patadas, Brennan salió del edificio y volvió al coche de Carlo. Abrió la puerta del pasajero y se asomó.

—¿Y bien? —preguntó Carlo.

—Está muy nervioso, y me ha hablado de sus últimos contactos con Paulie. Dice que casi perdió el empleo.

—¿No quiere hablar con nosotros?

—Dice que no puede salir mientras trabaja, pero se encontrará con nosotros en la calle —respondió Brennan, mientras señalaba la calle Treinta.

—Por el amor de Dios —se lamentó Carlo, y bajó del coche. Dejó las luces de posición encendidas.

Cuando doblaron la esquina y pisaron la calle Treinta, vieron que Vinnie aparecía entre un grupo de furgonetas blancas.

—Al menos no tenemos que entrar —dijo Carlo, mientras se subía la cremallera de la chaqueta.

Brennan presentó a Carlo a un nervioso Vinnie, quien no dejaba de mirar atrás por si alguien les prestaba atención.

La intuición de Vinnie sobre la ocupación de Brennan se vio confirmada cuando observó el atuendo de Carlo, sobre todo la chaqueta de seda gris, el jersey de cuello cisne negro y las cadenas de oro. Así vestían todos los mafiosos de su infancia.

—¡Escuchen! —dijo Vinnie—. Debemos ser breves, porque estoy en horario de trabajo. ¿Qué quieren preguntarme?

—Sabes que hemos venido en nombre de Paulie Cerino —dijo Carlo.

—Eso ha dicho su amigo.

—Quería recordarte lo que hizo por tu padre.

—Puede decirle al señor Cerino que jamás olvidaré lo que hizo por mi padre. Pero también puede recordarle lo que hice por él la última vez que se puso en contacto conmigo, y espero que se considere compensado.

—Se lo diré —replicó Carlo, ofendido por el descaro implícito de Vinnie—. Pero es el capo quien decide cuándo está pagada una deuda, no el deudor.

Vinnie respiró hondo y se calmó. Lo último que deseaba era discutir con aquellos tipos.

—Haga el favor de preguntarme lo que quiera.

Carlo fulminó con la mirada a Vinnie un momento, y reprimió las ganas de darle una buena bofetada.

—Aquí, en el depósito de cadáveres, tenéis un cuerpo que llegó a última hora de anoche. Un japonés que se desmayó en el andén del metro de Columbus Circle.

—Conozco el caso —dijo Vinnie. Por ser uno de los técnicos de la morgue más veteranos, se enorgullecía de saber todo lo que pasaba en el IML—. ¿Qué quiere saber al respecto?

—¿Qué juez de instrucción lleva el caso?

—Aquí no hay jueces de instrucción —dijo Vinnie con aire de superioridad—. Tenemos médicos forenses, no simples funcionarios.

—Da igual —replicó irritado Carlo. Se sentía cada vez más harto de la actitud de Vinnie, pero lo pasó por alto de nuevo—. ¿Quién lleva el caso?

—Fue asignado al doctor Southgate —empezó Vinnie.

Después de oír el nombre de Southgate, Carlo empezó a relajarse. Era casi agradable poder comunicar buenas noticias, sobre todo si significaban menos trabajo, como pensaba que sería en esa ocasión. Por desgracia, no se sintió tan relajado cuando Vinnie continuó.

—Pero el doctor Southgate se puso enfermo, y la doctora Laurie Montgomery le sustituyó.

Carlo no se conformó.

—¿Cómo has dicho?

Lo había oído bien, pero su mente no encajaba el cambio.

—El doctor Southgate empezó el caso, pero se puso enfermo y la doctora Laurie Montgomery, o ahora Laurie Montgomery-Stapleton, le sustituyó. ¿Por qué lo pregunta?

—¿Por qué cambiaron? —inquirió Carlo, sin hacer caso de la pregunta de Vinnie.

—Ya se lo he dicho. El doctor Southgate se puso enfermo. Se fue a casa.

—¡Mierda! —exclamó Carlo, mientras intentaba reprogramar su cerebro después de aquel revés.

—¿Cuál fue el diagnóstico? —preguntó Brennan, pues daba la impresión de que Carlo había perdido la voz.

—Hasta el momento no hay diagnóstico —dijo Vinnie. Se estaba preguntando a qué venía tanto interés por parte de Paulie Cerino.

—¿Y la manera de la muerte? —preguntó Brennan, utilizando la jerga de las series de forenses.

—De momento debería decir natural, pero eso podría modificarse. Es el primer caso de la doctora Montgomery después de su baja por maternidad, y le oí decir que estaba decidida a descubrir alguna patología aunque eso acabase con ella. No encontró nada durante la autopsia, de manera que revisará el caso con minuciosidad.

—Por lo tanto, en tu opinión, la doctora Montgomery va a investigar este caso con más detenimiento si cabe.

—Eso insinuó —admitió Vinnie—. Es muy tozuda, debo reconocerlo.

Brennan y Carlo intercambiaron una mirada de descontento, y después los ojos de Brennan se iluminaron.

—Quiero recordarte que estamos hablando en la más estricta confidencialidad. A Paulie le disgustaría enormemente que hablaras de esta conversación con alguien. Lo comprendes, ¿verdad?

—Sí —dijo Vinnie, y hablaba en serio—. Sin duda —añadió. Sabía muy bien que los mitos sobre la mafia eran ciertos en su mayor parte. Cuando les provocaban, los gángsteres eran capaces de episodios muy desagradables.

—En fin, algo podría pasarte a ti o a tu familia.

Aunque la angustia de Vinnie había disminuido hasta cierto grado mientras proseguía la conversación, regresó en toda su intensidad. En respuesta a la amenaza, se limitó a asentir. Era el tipo de intimidación que había temido cuando oyó pronunciar el nombre de Paulie Cerino.

—Paulie está muy interesado en el caso del misterioso hombre del metro. Por si te interesa, te aseguro que nosotros no matamos a ese individuo, pero es mejor para todos que el caso se pierda en el olvido, por decirlo de alguna manera. Paulie preferiría que quedara como el caso de un individuo no identificado, que falleció de muerte natural. ¿Lo entiendes?

Vinnie asintió, pero se preguntó por qué le decían todo aquello, pues él no podía influir en el desenlace del caso.

—No te he oído —dijo Brennan.

—Sí —balbució Vinnie. Todo su descaro se había evaporado.

—Estamos interesados en esa tal Laurie Montgomery-Stapleton. En tu opinión, ¿crees que perseverará en sus amenazas de descubrir alguna patología aunque, y cito sus palabras, «acabe con ella»? Creo que dijo eso.

Temeroso de contradecirse, Vinnie se sintió impulsado a confesar la verdad, en lugar de decirles lo que intuía que deseaban escuchar.

—Dijo que iba a descubrir alguna patología, y que no iba a tirar la toalla.

Brennan miró a Carlo.

—Paulie se llevará un disgusto.

—Yo estaba pensando lo mismo. Todo el mundo se llevará un disgusto.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Brennan, como si Vinnie no estuviera delante.

Carlo se volvió hacia Vinnie, que estaba empezando a sentirse como un ratón acorralado por varios gatos.

—Deja que te pregunte una cosa. ¿Cómo crees que reaccionaría la doctora Montgomery a un pequeño unte del orden de varios de los grandes, y tal vez uno para ti?

—¿Está hablando de un soborno? —preguntó Vinnie, lo bastante nervioso para no estar seguro de lo que le estaban preguntando.

—Algunas personas lo llaman así —admitió Carlo—. Hay montones de nombres.

—No creo que reaccionara bien —se apresuró a decir Vinnie—. Creo que ofrecerle un soborno sería convencerla de que hay algo que descubrir. Ahora no sabe nada. Solo piensa que es extraño no descubrir ninguna patología cuando practicas una autopsia, tal vez no lo bastante grave para matar a alguien pero sí algo anormal. El hombre con el que más trabajo, de hecho es el marido de Laurie, siempre descubre algo. Es como un reto para él.

—¿Algo más? —preguntó Carlo a Brennan—. ¿Se te ocurre alguna pregunta más?

—No se me ocurre nada —admitió Brennan.

Carlo se volvió hacia Vinnie.

—Tal vez tengamos que hacerte más preguntas. ¿Nos das tu número de móvil?

Impaciente por marcharse, Vinnie recitó el número contra su voluntad.

—Gracias, colega —dijo Carlo mientras apuntaba el número—. Bien, vamos a ver si hemos cometido algún error. —Era un 917, y Carlo tecleó las cifras a toda prisa en su teléfono. Un momento después, sonó el móvil de Vinnie en el bolsillo de su bata de laboratorio—. Perfecto.

Esperó a que saltase el contestador de Vinnie antes de colgar.

Después, Carlo extendió la mano para estrechar la de Vinnie, y la apretó más en lugar de soltarla.

—Recuerda lo de guardar silencio sobre nuestro encuentro —dijo, mientras clavaba los ojos sin pestañear en las pupilas de Vinnie—. Y si se te ocurre algo para frenar el entusiasmo de Laurie Montgomery-Stapleton por avanzar en el caso del andén del metro, llama. Tienes el número de mi móvil en el tuyo.

Por fin, Carlo soltó la mano de Vinnie.

—Hasta la vista —dijo, y se alejó. Brennan miró un momento a los ojos de Vinnie, y corrió tras su compañero.

—A Louie no le hará ninguna gracia saber lo que hemos averiguado sobre el caso y sobre Laurie Montgomery-Stapleton —dijo Brennan.

—Ya puedes estar seguro —contestó Carlo.

De pronto, Brennan se detuvo.

—¡Espera un momento! Hemos olvidado preguntar a Vinnie otra cosa que Louie deseaba saber.

—¿El qué?

Brennan se volvió, pero Vinnie ya había desaparecido en el interior del IML.

—Olvidamos preguntarle si tenía alguna sugerencia sobre cómo animar a Laurie Montgomery a abandonar el caso de Satoshi y declararlo muerte natural.

—Le preguntamos si aceptaría un soborno.

—Pero no es lo mismo, ¿sabes a qué me refiero? Podría tener alguna idea.

Caminaron en silencio hasta llegar a la esquina de la Primera y la Treinta. Carlo detuvo a Brennan.

—¡Tienes razón! Tendríamos que habérselo preguntado.

—Llámale. Tuviste la buena idea de pedirle el número. ¡Llama!

—Bien pensado. Lo haremos desde el coche.

El Derali estaba donde Carlo lo había dejado, con las luces de posición encendidas. Por desgracia, ya había una multa bajo el limpiaparabrisas y una controladora de aparcamiento estaba parada al lado, esperando la grúa.

—¡Mierda!

—Lo siento, señora —dijo Carlo, mientras corría hacia el vehículo—. Estaba en el IML.

—En tal caso, tendría que haber dejado el vehículo con todas las furgonetas del IML. Nunca nos molestamos en multarlas.

—Tal vez podría repensarse lo de la multa —dijo Carlo, esperanzado.

—¡No puedo! —respondió la controladora—. Saque su 4 × 4 de aquí, antes de que lleguen los chicos de la grúa.

Carlo masculló algunas palabras escogidas en honor de la controladora, pero subió al 4 × 4 junto con Brennan. Una vez acomodado tras el volante, Carlo sacó el móvil y activó el botón de rellamada. Antes de que contestaran, la controladora ya estaba dando golpecitos en la ventanilla.

—Vale, vale —dijo Carlo a través del cristal. Cuando puso en marcha el motor, Vinnie contestó.

—Ahora te meterán una multa por utilizar el móvil mientras conduces —advirtió Brennan, lo cual provocó que Carlo le dirigiera una mirada siniestra. Colgó a Vinnie antes de hablar y siguió por la Primera Avenida hasta girar a la izquierda por una calle lateral. Después frenó ante la primera boca de incendio y volvió a llamar a Vinnie.

—Espere, buscaré un sitio discreto —dijo Vinnie cuando contestó—. De acuerdo —dijo al cabo de un momento—. ¿Qué pasa?

—Escucha, nos hemos dado cuenta de que olvidamos pedir tu opinión sobre esta situación. ¿Se te ocurre alguna sugerencia sobre la doctora Laurie Montgomery-Stapleton? ¿Alguna forma de conseguir que se olvide del caso del metro y lo certifique como muerte natural?

—No, en absoluto. Si intentara algo, pasaría lo mismo que con el soborno. La animaría más de lo que está ahora. Es una especie de reto personal, por motivos privados.

Si cree que en todo esto hay algún elemento delictivo, será como un perro con un hueso. Lo sé porque ya se han producido algunos casos en que ella decía A y los demás decían B, y después de que lo investigara, resultó que tenía razón. Además, no quiero mezclarme con ustedes. Lo siento, pero es verdad. Aunque no voy a contar nada a nadie, como el hecho de que vinieron aquí ni nada por el estilo.

Brennan, que escuchaba las dos partes de la conversación, indicó a Carlo que le pasara el teléfono. Carlo se encogió de hombros y se lo dio.

—Soy Brennan. ¡Escucha! ¿Qué te parece si escribes un anónimo en el que se diga que algunas personas desagradables quieren que la muerte natural del metro sea certificada de inmediato, pues hay un seguro para la familia?

—¿Cómo puede haber un seguro si la persona no ha sido identificada?

—¡Touché! —admitió Brennan—. Bien, olvídate del seguro. Escribe una nota para que se entere de que si no lo deja tal como está, o sea, muerte natural, se creará problemas, grandes problemas. Ocúpate de informarla de que la situación es grave.

—En ese caso, acudirá a la policía, y la policía sospechará que pasa algo. No es mi intención decirles cómo tienen que llevar su negocio, pero creo que cualquier cosa que hagan para llamar la atención sobre la víctima aumentará las probabilidades de que la doctora Montgomery-Stapleton se enfrente al caso con más suspicacia.

—¿Y si incluyes una nota diciendo que si habla con la policía o con quien sea sufrirá las consecuencias? Si yo fuera esa médico y recibiera una nota diciendo que sufriré las consecuencias si no abandono una autopsia y certifico que es una muerte natural, lo haría sin pensarlo dos veces. ¿Para qué arriesgarme en tales circunstancias?

—Eso lo haría usted, pero no Laurie Montgomery-Stapleton.

—Espera. —Brennan miró a Carlo—. ¿Qué puedo decir? En mi opinión, enviar una nota amenazadora es lo que Louie tenía en mente cuando nos envió aquí. No lo dijo explícitamente, pero casi. Si no, ¿cómo piensa Vinnie «transmitir una amenaza»?

—Creo que tienes razón —dijo Carlo—. Además, acaba de llegar de una baja por maternidad. ¿No dijo eso Vinnie, o me lo estoy inventando?

Brennan acercó el auricular de nuevo a su oído y habló con Vinnie.

—Sí —dijo Vinnie—. Hoy es su primer día, y eso está relacionado con su interés obsesivo por el caso.

—Las mujeres cambian después de tener un hijo —dijo Carlo—. Lo sé. Mi mujer tiene dos. Ser madre da mucho trabajo y hacen cualquier cosa por proteger a sus retoños.

—¿Has oído eso? —preguntó Brennan a Vinnie.

—Lo he oído —respondió Vinnie. Estaba cada vez más preocupado por su relación con aquella gente.

—Escríbele una nota diciendo que si no da carpetazo al caso, ella y su familia sufrirán las consecuencias. Haz hincapié en lo de la familia. Y también en que se producirán las mismas consecuencias si habla con alguien de la nota, sobre todo con la policía. No ha de ser tan larga como Guerra y paz. De hecho, la claridad es más importante que la extensión.

—Creo que antes dijeron que yo no tendría que hacer nada, que solo querían hacerme un par de preguntas.

—No vas a causarnos problemas, ¿verdad? —preguntó Brennan en voz más baja—. Porque en estos momentos nos dirigimos a tu casa para esperar a tus hijas cuando vuelvan del colegio.

Carlo compuso una expresión inquisitiva. Brennan le tranquilizó con un ademán.

—No —se apresuró a contestar Vinnie—. No, en absoluto.

—De acuerdo —dijo Brennan—. Te diré algo: escribe el anónimo y después llama a este número, para saber cómo ha ido.

Brennan devolvió el teléfono a Carlo. Este colgó con brusquedad y llamó a Louie.

—Creo que deberíamos darle la mala noticia cuanto antes —dijo a Brennan mientras llamaba.

—Buena idea. Comentemos también la idea del anónimo, para ver qué opina. Puede que sea arriesgado, si lo único que consigue es aumentar la curiosidad de la doctora en lugar de acojonarla.

—Soy Carlo —dijo este cuando Louie descolgó—. Me temo que tengo malas noticias…