Jueves, 25 de marzo de 2010, 13.05 h
Louie Barbera tomó la silla que acababan de dejar libre al final de la sala de visitas, en el centro de visitantes de Rikers Island. A lo largo de los años, había ido media docena de veces para ver a Paulie Cerino, el capo al que sustituía desde que este fue enviado a la cárcel, hacía más de una década. Louie había ido a verle sobre todo para hacerle preguntas sobre personas o acontecimientos concretos, pues era difícil ocupar el puesto de alguien, sobre todo cuando dicha persona, en teoría, debía regresar. Como en todos los negocios, legales o ilegales, la coherencia era fundamental.
Las visitas de Louie a Paulie habían ido disminuyendo de frecuencia con el paso de los años, cuando Louie se familiarizó más con Queens y sus personajes y retos específicos. Pero ahora Louie estaba en la inopia. No tenía ni idea de qué hacer sobre la situación creada por Hideki Shimoda y, en especial, Vinnie Dominick, el antiguo archienemigo de Paulie. Era como hacer equilibrios sobre un caldero de lava fundida. Un resbalón, y todo el mundo caería dentro.
Louie utilizó un pañuelo de papel y un poco de gel de alcohol para secar el auricular del teléfono, que aún estaba tibio del anterior usuario. Paulie aún no había llegado. El plan de Louie era sencillo: contarle los detalles, ver su reacción y salir cagando leches. Aunque Rikers Island era la institución penitenciaria más grande y concurrida del mundo, la instalación también era famosa por su estado ruinoso. Louie se estremeció al pensar en la posibilidad de pasar la noche en aquel lugar, y ya no digamos una década.
Louie miró a su derecha y contempló la larga cola de visitantes, la mayoría de los cuales parecían mujeres que hablaban con sus maridos. Muchas daban la impresión de no poder llegar a fin de mes, aunque algunas intentaban disimular. Había guardias a ambos lados del cristal, con ojos vidriosos y expresión de aburrimiento. Louie consultó su reloj. Pasaban de las dos, y ya tenía ganas de irse. Se prometió no volver jamás a ese lugar.
En aquel momento vio a Paulie y se sobresaltó. La última vez que le había visto, Paulie tenía el mismo aspecto de siempre, aparte de las cicatrices provocadas cuando alguien le arrojó ácido a la cara un año antes de ser encarcelado. Siempre había sido un tipo grandote, y su apariencia le era indiferente. Ahora, en comparación, se le veía esquelético, y su uniforme carcelario colgaba sobre su cuerpo como una camisa demasiado grande de una percha metálica.
Cuando Paulie se sentó al otro lado del cristal, Louie tuvo que apartar la vista un momento. Había olvidado el doble trasplante de córnea de Paulie, el cual provocaba que el blanco de sus ojos contrastara de forma inquietante con la zona de las cicatrices.
Louie se controló, descolgó el teléfono y miró a Paulie, aunque fue como mirar un par de cañones de pistola.
—Paulie —dijo Louie, después de un breve intercambio de frases banales—, pareces diferente, has adelgazado.
—Soy diferente —admitió Paulie con aire melancólico, cuando no místico—. He encontrado al Señor.
«Santo Dios», pensó Louie, pero no lo dijo. Lamentó el hecho de haberse tomado el esfuerzo de ir hasta Rikers Island para pedir consejo sobre un problema difícil relacionado con el hampa, ahora que Paulie había encontrado a Dios. La situación era tan absurda que Louie pensó en marcharse, pero de repente Paulie volvió a concentrarse.
—Sé que habrás venido hasta aquí para pedir consejo sobre algún problema —dijo—, pero antes quiero hacerte una pregunta. ¿Cómo consiguió el hijo de puta de Vinnie Dominick salir indemne de todas aquellas acusaciones el año pasado? Estaba convencido de que acabaría aquí conmigo. Nadie me ha dicho nada.
La pregunta tomó a Louie por sorpresa. Tal vez Paulie no estaba tan inmerso en su recién descubierto cristianismo. Tal vez todavía podría darle algún consejo valioso.
—Es extraño que me preguntes eso, porque yo fui la causa de que Vinnie Dominick y los demás se fueran de rositas, y está relacionado en cómo les pillaron con las manos en la masa.
—No te sigo —admitió Paulie, interesado.
—Averigué que Vinnie tenía un yate para todo tipo de diversiones desagradables relacionadas con el trabajo. Ordené a mis chicos que pusieran un GPS en el barco. Cuando supe que Vinnie y compañía estaban tramando algo, di la contraseña y el nombre del usuario a Lou Soldano para que pudiera detenerlos, cosa que hizo.
—¡Lou! —exclamó Paulie—. ¿Cómo está el viejo hijo de puta?
—Tan hijo de puta como siempre. ¿Por qué lo preguntas?
—Nos las tuvimos que ver tantas veces, que al final nos hicimos casi amigos. Todavía envía una felicitación de Navidad a mi mujer y mis hijos cada año. ¿A que es increíble?
Louie consideraba a Soldano la personificación del enemigo, y se negaba a verlo de otra manera, con felicitaciones de Navidad o sin ellas.
—¿Quieres saber cómo se libró Dominick o no?
—Quiero saberlo —admitió Paulie.
—Dominick contrató a unos abogados muy buenos que se centraron en el papel desempeñado por el GPS y, con la colaboración de uno de esos famosos jueces liberales de Nueva York, lograron rechazar todas las pruebas aportadas por el aparato de GPS, puesto que no había mandamiento judicial. ¿A que es increíble? De golpe y porrazo, las pruebas no servían de nada. En ocasiones creo que todo el sistema judicial de este país es su peor enemigo.
—Gracias por contarme lo de Vinnie, hijo de puta afortunado. Ahora te toca a ti. Dime qué quieres. No creo que se trate de un sermón.
—No, gracias. Solo tu consejo. Después de más de un año sin problemas con los negocios, nos encontramos en una de esas situaciones sin salida que podría desembocar en un desastre. Es un poco complicado, de modo que deja que te informe sobre nuestra asociación con una de las familias yakuza.
Para asegurarse de que Paulie comprendía toda la situación, Louie retrocedió en el tiempo y explicó cómo se había desarrollado la relación entre él e Hideki Shimoda, el jefe de la yakuza Aizukotetsu-kai.
—Monté cierto número de garitos de juego en el Upper East Side, que parecían y funcionaban como restaurantes, con el fin de atraer a ejecutivos japoneses de paso que Hideki nos proporciona. Ofrecemos crédito ilimitado y compañía femenina, y luego los socios de Hideki cobran a los desprevenidos estafados en Japón. Después de que la yakuza de Japón se queda con su parte, nos pagan en metálico o en cristal, pero por lo general en cristal, cosa que nosotros preferimos, y da la impresión de que su provisión es infinita. El montaje ha estado funcionando a la perfección y nos ha aportado un elevado porcentaje de nuestros beneficios. De hecho, ha sido tan rentable que el copiamonas de Vinnie Dominick ha creado su propio montaje con otra organización yakuza llamada Yamaguchi-gumi.
—Nunca nos aliamos con nadie —comentó Paulie con desdén.
—Lo comprendo, y tal vez no habría debido hacerlo —admitió Louie, al tiempo que bajaba la voz cuando un guardia se acercó—. Pero ahora a Dominick le va tan bien como a nosotros, y está aumentando la demanda de cristal. El problema de marras del que quiero hablar contigo ha surgido de la nada. Hideki Shimoda me llamó hace un par de días y me pidió que ayudara a dos de sus chicos a asustar a un investigador japonés y robar los cuadernos de laboratorio del tipo. No me hizo gracia la idea de entrometerme en negocios ajenos, pero Hideki insistió y yo me plegué a sus deseos porque, como ya he dicho, se suponía que solo iba a ser un susto. Pero se convirtió en otra cosa.
En aquel momento, Louie relató lo sucedido la noche anterior y cómo se había convertido en una bomba de relojería.
—¿Te sorprende que esos matones yakuza sean proclives a la violencia? —preguntó Paulie, asombrado.
—Me sorprendió el alcance. No había surgido ningún problema hasta anoche. Parecían respetuosos con nuestra forma de funcionar y mantenían los asesinatos al mínimo. En fin, no puede decirse que Vinnie Dominick y yo seamos amigos, pero con los años hemos aprendido que la violencia es mala para el negocio. Tal vez fui yo el primero en darme cuenta, y Vinnie accedió a imitarme. De hecho, lo he convertido en una especie de cruzada personal.
—Bien, ¿y ahora qué?
—Hideki me llama esta mañana, en teoría para darme las gracias por enviar la ayuda, y no admite que algo haya salido mal. Se lo tuve que arrancar. Ni siquiera habló de lo de New Jersey. Después, me pide que vuelva a ayudarle esta noche a robar los cuadernos de laboratorio que está buscando, con los mismos esbirros de gatillo fácil. El plan es entrar por la fuerza en un edificio de oficinas de la Quinta Avenida. Cuando percibe mi evidente vacilación a dar el visto bueno a una idea tan descabellada, me amenaza con romper nuestra cómoda relación comercial. Dice que Dominick no dudaría en ayudarle a llevar a cabo el robo si le ofrecieran compartir el negocio de la Aizukotetsu-kai al mismo tiempo que el de la Yamaguchi-gumi. ¿Comprendes? Ese hombre me está extorsionando.
—Comprendo, pero no entiendo por qué quisiste aliarte con esos yakuza.
—No parecían extremadamente violentos, al menos hasta anoche. Pero dejemos ese tema y concentrémonos en el problema actual. Al fin y al cabo, es tu territorio. En cuanto salgas, volverás a ser el jefe. ¿Cuándo crees que sucederá eso?
—Eso depende de la junta de libertad condicional. Ya he sido candidato por más tiempo del que quiero recordar. Me han rechazado tantas veces que estoy empezando a pensar que Vinnie está implicado, pero esa es otra historia. Volvamos a tu problema. Mi instinto me dice que has de deshacerte de ese tal Hideki. No puedes permitir que nadie te extorsione. En este negocio, no. Si cortas la cabeza a la bestia, esta no morderá.
—¡No puedo! —dijo Louie sin la menor vacilación—. Es demasiado importante. La Aizukotetsu-kai desembarcaría aquí y estallaría una guerra de verdad. Además, no puedes morder la mano que te alimenta. Como ya he dicho, una buena parte de los ingresos actuales se esfumarían.
—En ese caso, deshazte de los dos matones que hicieron el trabajo sucio. No necesitas tíos que vayan disparando a todo bicho viviente cuando les dé la gana. Has de transmitir el mensaje de que ese tipo de comportamiento no puede permitirse.
—Te escucho, pero liquidarlos supondrá abandonar mi campaña antiviolencia. He sido muy estricto al respecto. Hasta he abolido la violencia más anodina, como dar una paliza a jugadores endeudados, a menos que sea absolutamente necesario. Dominick y yo hasta nos reunimos para hablar de ello, y nos pusimos de acuerdo. Por lo tanto, no se ha producido la menor violencia, la policía nos ha dejado en paz y el negocio ha ido tan bien como cabía esperar, incluso en este momento de recesión económica.
—No puedes tenerlo todo —replicó Paulie—. Puedes animar a todo el mundo a desterrar la violencia, eso está bien. Pero esto es diferente. Esto es grave, culpa del líder de una banda extranjera. Has de reaccionar, y ha de ser ahora. Si no haces algo drástico, correrá la voz de que has perdido facultades. Te entiendo, es agradable desterrar la violencia porque puede ser útil con la policía, pero puede ser contraproducente con la competencia. Si no quieres cortar la cabeza, has de infligir serios daños a los órganos vitales. Debes deshacerte de los dos matones de Hideki. ¡Escúchame!
Paulie indicó a Louie de repente con un movimiento de los ojos que mirara a su derecha. Uno de los aburridos guardias estaba caminando en su dirección, por el lado del cristal de Louie. Cuando se acercó, Louie y Paulie se pusieron a hablar de los viejos y felices tiempos, cuando Louie estaba en Bayonne, New Jersey, y Paulie en Queens.
Por desgracia, el guardia pasó por detrás de Louie en dirección a la ventana y contempló un rato la bahía, lo cual obligó a Louie y Paulie a pensar en otras cosas de que hablar. Por fin, se centraron en los Yankees y en cómo iría la temporada 2010.
—Hemos de darnos prisa —dijo Louie cuando el guardia se alejó por fin—. Se me está acabando el tiempo.
—Has de hacer algo drástico, o perderás el control. Lo que yo haría sería llamar a Hideki, fingir que has cambiado de idea y dar a entender que le vas a ayudar. Dile que quieres reunirte con él, porque cuanto más sepas sobre lo que está pasando, mejor podrás ayudarle. Y hazlo cara a cara. Se averiguan muchas más cosas durante una reunión que por teléfono. La reunión tienes que celebrarla en tu despacho, por supuesto. Inventa algún plan sobre la forma de entrar en la oficina donde están los cuadernos de laboratorio, con el fin de hablar de algo real y persuadirle de que vas a intervenir.
Louie asintió, convencido de que podría inventar algo plausible. La idea de descubrir algo más sobre los cuadernos de laboratorio y Satoshi le sería de ayuda.
—En resumen, el plan no ha de ser complicado, puesto que no lo vas a llevar a cabo; algo así como crear una distracción importante, un incendio o una explosión en las cercanías, para poder entrar y salir del edificio mientras todo el mundo está concentrado en la distracción.
Louie estaba impresionado. Por lo visto, Paulie no había perdido su inventiva, sobre todo después de haber trazado un plan con tal rapidez. Louie también empezaba a creer que su renacido cristianismo podía estar más relacionado con la junta de libertad condicional que con una verdadera fe religiosa.
—Queda con los matones en algún sitio de la ciudad, pero que esté siempre concurrido. Una vez suban al coche, te los cargas. Deshazte de los cuerpos. Pasada una hora o así, llama otra vez a Hideki y muéstrate cabreado, pregunta dónde coño están sus chicos, como si hubieras estado esperando un buen rato, y bla, bla, bla.
—¿Crees que se lo tragaría así como así? No quiero empeorar la situación.
—Existen bastantes probabilidades de que se lo trague, pero has de adornarlo con cierto ingenio. Deja caer un comentario casual acerca de que anoche tus chicos oyeron decir a los suyos que estaban preocupados por la banda rival. ¿Cómo se llama el grupo asociado con Vinnie?
—Yamaguchi —gumi.
—Eso es. Pero no exageres. Solo una referencia de pasada a que sus chicos estaban preocupados por un par de matones de la Yamaguchi-gumi, o como se llamen sus sicarios. Las yakuza están paranoicas entre sí, y se hacen más daño mutuamente que la policía. ¿Me expreso con claridad?
—Con absoluta claridad.
—¿Vas a seguir mi consejo?
—Me lo pensaré.
—Pero es fundamental que ese problema de la violencia no se intensifique, de modo que nadie debe encontrar un par de cadáveres con una sola bala en el cerebro.
—Comprendido.
—Bien, acerca del actual problema con la violencia —continuó Paulie, al tiempo que bajaba la voz—. No he oído nada de que se cargaran a un tipo en el andén del metro, ni de ningún asesinato múltiple en New Jersey. ¿Cómo es eso posible? ¿Cuál es la historia? Aquí dentro nos enteramos de esas cosas incluso antes de que sucedan.
—Cuando me enfadé con Hideki después de que me contara la verdad, en lugar de la descabellada historia del ataque al corazón, intentó calmarme insistiendo en que la muerte había sucedido de una manera que sería considerada natural, y que la policía sería incapaz de detectarla. Además, sus chicos se llevaron todas las tarjetas de identificación, de modo que será un cadáver sin nombre hasta que alguien aparezca como por ensalmo para identificarle.
—¿Y el asesinato múltiple?
—La única explicación de momento es que nadie ha entrado en la casa. Si toda la familia estaba dentro, salvo Satoshi, quien no volverá jamás, podría pasar un tiempo hasta que lo descubrieran. Mis chicos dicen que no es la mejor parte de la ciudad, sobre todo edificios vacíos, basura y graffiti. No vieron ni un alma, y era de noche, a la hora en que la gente vuelve del trabajo.
—Eso obra en nuestro favor. En tales condiciones, podrían pasar meses, y no lo relacionarían con el asesinato en el andén del metro, cosa importante en mi opinión. En cuanto a ir allí y limpiar nosotros el desaguisado, me opongo. No deberíamos ni acercarnos a ese lugar.
—Estoy totalmente de acuerdo.
—Eso nos deja la víctima que se cargaron. ¿Te dijo Hideki cómo lo mataron?
—No. Solo dijo que nadie iba a descubrirlo, de manera que la muerte se interpretaría por causas naturales.
—Eso significa que es importante el hecho de que continúe pareciendo una muerte natural.
—Supongo que tienes razón, pero no podemos hacer nada al respecto.
—Eso no es del todo cierto. Conozco a un chico que trabaja en el Instituto de Medicina Legal llamado Vinnie Amendola. Bien, ya no es un chico. Joder, debe de tener más de cuarenta años. Un buen tipo. Le salvé literalmente la vida a su padre, de modo que tiene una gran deuda conmigo. Le utilizamos en una ocasión, hace años ya, para sacar un cuerpo del depósito de cadáveres. Se metió en muchos problemas por culpa de eso, pero yo los resolví, porque ha vivido toda su vida en Queens. Podría ayudarte en este caso.
—¿Cómo?
—Podría decirte en qué fase se encuentra el caso, si la causa de la muerte ha sido dictaminada como natural o no. A Vinnie le encanta su trabajo, Dios sabe por qué. Sabe todo lo que pasa en el Instituto de Medicina Legal.
Louie contempló un momento el mostrador de las visitas. Tenía miedo de que le obligaran a marchar pronto, pero quería saber las demás sugerencias de Paulie. Tal como había imaginado, el jefe tenía buenas ideas. Como nadie le hizo señas desde el mostrador, Louie devolvió su atención a Paulie.
—¿Esperas a alguien? —preguntó Paulie.
—No. Tengo miedo de que me echen. ¿Crees que vale la pena ir al depósito de cadáveres?
—Creo que deberías ir para averiguar algo muy importante.
—¿Me lo vas a decir o qué? —preguntó Louie. Daba la impresión de que Paulie se andaba con rodeos, mientras el tiempo se estaba acabando.
—Lo más importante que quiero que preguntes a Vinnie Amendola es el nombre del médico forense del caso.
Louie frunció el ceño, sorprendido.
—¿Hablas en serio? ¿Por qué? ¿Qué importa eso?
—Si es Laurie Montgomery, tendremos problemas.
—¿Quién coño es Laurie Montgomery?
—Una de las forenses. Si tuviera que elegir a la persona responsable de que yo esté en esta cárcel, sería Laurie Montgomery. Es la más lista del depósito de cadáveres, y desde luego la más testaruda. Averiguó cosas sobre los fiambres, de cuya presencia allí yo era responsable, que todavía me desconciertan. Incluso nos la intentamos cargar, y no pudimos. Hasta la metimos dentro de un ataúd en una ocasión. Ya sabes, una de esas sencillas cajas de pino que utilizan para los muertos sin identificar. Es como un gato con siete vidas. Hasta Vinnie Dominick intentó matarla, sin suerte.
—Debes de odiar su osadía.
—No, la he perdonado, pues es la responsable de que haya encontrado a Dios.
Louie tardó un momento en contestar, y contempló la cara surcada de cicatrices de Paulie, mientras intentaba dilucidar si hablaba en serio o si se había metido en la piel de un personaje de cara a la junta de libertad condicional. Paulie siguió con su semblante sereno, y una sonrisa se insinuó en las comisuras de sus labios torcidos.
—Lo que quiero dejar claro es que, si descubres que Laurie Montgomery está trabajando en el caso del muerto del andén, debes, y subrayo lo de «debes», hacer algo al respecto. De alguna manera, descubrirá que fue un asesinato, te lo digo yo. A partir de ahí, deducirá que fue obra del crimen organizado, en un asunto que implica a la yakuza y a vosotros. Has de sacarla del caso si está en él.
—¿Qué he de hacer, matarla?
—No. De ninguna manera. Yo lo intenté. Dominick lo intentó. Solo por intentarlo, conseguirás que la policía haga justo lo que tratas de evitar: tal vez una década de acoso, porque tiene contactos en las altas esferas del departamento de policía. Salió con Lou Soldano. Y cuando dejaron de salir, la relación no cambió. De hecho, mejoró.
Un silbido penetrante llamó la atención de Louie. Miró hacia el mostrador y vio que el guardia le hacía señas. Se había terminado el tiempo. Louie miró a Paulie.
—Si trabaja en el caso, ¿cómo la saco de él?
—En eso no puedo ayudarte. Tendrás que pensarlo tú solito. Pregunta a Vinnie Amendola. Tal vez te sugiera algo.
Otro silbido hendió el zumbido de las voces que llenaban la sala.
—Nos vemos —dijo Louie, al tiempo que se levantaba.
—Ya sabes dónde encontrarme —dijo Paulie, mientras los dos colgaban sus teléfonos al unísono.