2

Jueves, 25 de marzo de 2010, 18.57 h Kobe, Japón

El chófer de Ishii, Akira, entró en la rotonda que había frente al hotel Okura Kobe y frenó ante la entrada principal. Delante de ellos se había detenido el primer coche de la comitiva de tres que habían trasladado al oyabun de la organización yakuza Aizukotetsu-kai, y a su saiko-komon, Tadamasa Tsuji, durante los setenta kilómetros que separaban Kioto de Kobe. Los guardaespaldas habían bajado del primer vehículo, todos con las manos dentro de la chaqueta, aferrando la culata de sus armas ocultas para poder desenfundarlas en caso de emergencia. Nadie se sentía cómodo cuando visitaban Kobe, el hogar tradicional de la familia rival Yamaguchi-gumi, sobre todo con ocasión de una reunión improvisada con el oyabun de la organización. Si la Yamaguchi-gumi así lo deseaba, gozaba de amplias oportunidades para tender una emboscada.

Akira bajó, dio la vuelta al sedán LS 600h L blindado de Hisayuki y despidió con un ademán al portero del hotel. Hisayuki prefería que fuera su chófer quien le abriera la puerta, con el fin de evitar sorpresas desagradables. Detrás llegó el tercer coche, con su grupo de guardaespaldas adicionales.

El traslado desde el vehículo hasta el interior del hotel duró unos segundos. Ya dentro, Hisayuki fue recibido oficialmente por el director, quien le acompañó hasta un ascensor privado, en el que subieron él, su saiko-komon y dos de sus lugartenientes de más confianza hasta el ático, donde les guiaron hasta un comedor privado. Allí, Hisayuki fue recibido por su homólogo de la Yamaguchi-gumi, el oyabun Hiroshi Fukazawa. Él también estaba acompañado por su saiko-komon, un hombre menudo con gafas llamado Tokutaro Kudo, a cuyo lado, debido a su escaso tamaño, su jefe parecía un gigante.

De hecho, Hiroshi era grande. Aunque no un gigante, casi le pasaba una cabeza a Hisayuki, y tenía una cara ancha y seria. Iba vestido con tanta elegancia como su invitado, con un traje de corte europeo.

Además de los dos líderes, sus respectivos saiko-komon y dos guardaespaldas personales, las demás personas de la sala incluían al gerente del hotel, un camarero y un chef. El chef, todo vestido de blanco con un gorro alto y almidonado, esperaba con paciencia en mitad de una mesa en forma de U con una parrilla empotrada. La mesa se encontraba al final de la estrecha sala, cerca de la ventana. Al otro lado de la ventana se extendía la impresionante vista de la bahía de Osaka, con el puerto de Kobe al fondo.

Después del típico recibimiento ritual y el intercambio de tarjetas, Hiroshi indicó a sus dos invitados que se sentaran cerca de la entrada de la sala, al otro lado del lavabo privado. Cuando Hisayuki se acercó a una de las sillas, no pudo dejar de observar que Hiroshi no hacía una reverencia más pronunciada que la de él, lo cual era tradicional, pues Hisayuki era el de más edad. Hisayuki se preguntó si el patinazo era deliberado o accidental, y, en caso de ser deliberado, si se trataba de una señal de falta de respeto o tan solo una sutil declaración de que Hiroshi no se consideraba ligado por las mismas normas culturales antiguas de la yakuza.

—Qué sorpresa tan agradable, Ishii-san —dijo Hiroshi en cuanto los cuatro hombres se sentaron y pidió su marca favorita de whisky escocés. Los cuatro guardaespaldas se retiraron a lados opuestos de la sala, no sin antes fulminarse con la mirada.

—Gracias por acceder a vernos con tan poca antelación, Fukazawa-san —dijo Hisayuki con otra leve reverencia.

—Me alegro de verte con un aspecto tan estupendo. Ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que estuvimos juntos, amigo mío.

—Más de un año. No deberíamos ser tan negligentes. Al fin y al cabo, menos de setenta y cinco kilómetros nos separan.

Las cortesías continuaron hasta que el camarero trajo sus respectivos whiskies. Cuando el camarero se retiró, el tono cambió. No se notó mucho, pero sí lo suficiente.

—¿Qué podemos hacer por el oyabun de la Aizukotetsu-kai? —preguntó Hiroshi con un estilo más tenso y un tono más impaciente del utilizado hasta el momento.

Hisayuki carraspeó y vaciló, como si hubiera esperado hasta aquel momento para decidir lo que quería decir.

—Hace varios días, tres para ser exactos, fui llamado a Tokio para reunirme con Daijin Kenichi Fujiwara-san.

—¿El viceministro Fujiwara? —preguntó Hiroshi con cierta sorpresa. Dirigió una veloz mirada a su saiko-komon, y a cambio recibió un breve encogimiento de hombros, como sugiriendo que él también estaba sorprendido. Una reunión del gobierno a nivel ministerial con un oyabun de la yakuza era algo de lo más inusual.

—¡Exacto! El viceministro de Economía, Comercio e Industria —dijo Hisayuki. Se inclinó hacia delante y estableció contacto visual directo con su invitado. Sabía que había conseguido monopolizar la atención del hombre—. El viceministro me contó diversas cosas sorprendentes e inquietantes de las que necesitamos hablar. En primer lugar, me dijo que la Yamaguchi-gumi estaba detrás del robo perpetrado en un laboratorio de la Universidad de Kioto, durante el cual se produjo una muerte. Estoy seguro de que te habrás enterado. En el curso del mismo incidente fueron robados unos cuadernos de laboratorio importantes, un asunto que tal vez desconozcas, puesto que no fue comunicado a los medios. El gobierno está preocupado por estos cuadernos de laboratorio, pues han puesto en peligro la legitimidad de las patentes de la Universidad de Kioto relacionadas con la tecnología iPS.

Hiroshi se reclinó en la silla y tomó un sorbo de whisky, mientras sostenía la mirada de Hisayuki. Era evidente que estaba estupefacto, más por la franqueza de los comentarios de Hisayuki que por el contenido, aunque este también le había sorprendido. Los medios no habían nombrado a la Yamaguchi-gumi en concreto, solo que el robo había sido obra de la yakuza.

—Me interesa saber si estabas enterado de este robo. Puede que fuera obra de algún grupo escindido de la Yamaguchi. Todos sabemos que la Yamaguchi se está expandiendo muy deprisa, lo cual podría significar que carece de la misma cohesión interna que el resto de nosotros.

Hisayuki deseaba proporcionar una vía de escape a su rival, pero el esfuerzo no sirvió de nada. La expresión de Hiroshi se ensombreció.

—Nos adherimos a la misma estructura de hermandad oyabun-kobun que todos los demás —afirmó Hiroshi con cierta indignación—. Soy el oyabun de la Yamaguchi-gumi.

Sé lo que mi hermandad está haciendo en todos los aspectos.

—Mis comentarios no pretenden menospreciar a la Yamaguchi-gumi de ninguna manera. Todos sentimos un gran respeto por la Yamaguchi-gumi, tal vez incluso un poco de envidia por sus éxitos recientes. Pero interpreto tu respuesta como que estabas al corriente del robo. Si tal es el caso, debo presentar una queja oficial por no haberme informado de lo que estabas haciendo ni solicitar mi ayuda. A lo largo de los años, la yakuza se ha mantenido fiel a esta política de colaboración para evitar guerras intestinas, y me gustaría recibir la confirmación de que, en el futuro, te pondrás en contacto conmigo si necesitas algo en la zona de Kioto. No es mi intención llegar a una confrontación grave, y espero que no sea así. Hemos de mantener el respeto entre nuestras organizaciones, como ha sido el caso a lo largo de los años entre todas las yakuza.

—La Yamaguchi siente el más profundo respeto por la Aizukotetsu-kai —dijo Hiroshi sin cambiar la expresión.

Como era realista, Hisayuki sabía que la respuesta de Hiroshi esquivaba el problema en lugar de abordarlo. No existían disculpas implícitas, pero Hisayuki se quedó satisfecho con aceptar la respuesta como primer paso hacia una solución. Por cerca que estuvieran Kobe y Kioto desde el punto de vista geográfico, era imperativo que el problema se aceptara, y de momento, al menos, se había abordado de manera oficial.

Hisayuki pasó al siguiente punto del día, o sea, la amenaza muy real a la cartera de inversiones de la Aizukotetsu-kai debido a la acción de la Yamaguchi-gumi.

—Si me permites la pregunta, ¿por qué tú, oyabun de la Yamaguchi-gumi, deseas los cuadernos de laboratorio de la Universidad de Kioto, y por qué ayudaste a su propietario y a su familia a desertar a Estados Unidos? ¿No te diste cuenta de que era contrario a los intereses de nuestro gobierno, lo cual significa a nuestros intereses como ciudadanos japoneses, y sobre todo a los intereses de aquellos ciudadanos que han invertido en la empresa japonesa iPS Patent Japan?

—Puede que como ciudadano japonés parezca contrario a nuestros intereses, pero no como hombre de negocios yakuza que lucha en una economía global. El capital y los esfuerzos deberían dirigirse a ganar el máximo de dinero posible, sin hacer caso de las sugerencias de un gobierno burocrático y egoísta como el nuestro. Este gobierno no está al servicio del pueblo japonés, digan lo que digan. Recuerda lo que sucedió aquí en Kobe cuando el terremoto de 1995. ¿Quién rescató a la gente y mantuvo el orden durante aquellos días terribles? ¿Fue el gobierno? Pues no. Fuimos nosotros, la Yamaguchi-gumi. El gobierno solo apareció más tarde, cuando cayó en la cuenta de que se avecinaba una pesadilla de relaciones públicas.

»Di la orden de ayudar a ese tal Satoshi porque recibí una solicitud directa de nuestro saiko-komon de Nueva York, Saboru Fukuda. Tal vez le conozcas. Nació en Kioto, pero se trasladó aquí a Kobe para trabajar en los muelles como simple peón, y terminó uniéndose a la familia Yamaguchi. Reconocimos sus aptitudes al principio de su carrera. Es un hombre de negocios muy inteligente, un buen administrador y un inversor intuitivo.

—No le conozco —dijo Hisayuki al tiempo que sacudía la cabeza, sin apenas escuchar. Estaba sorprendido por la afirmación de Hiroshi de que era un hombre de negocios yakuza, pero no un patriota. La yakuza siempre había sido patriótica. Formaba parte del contrato no escrito entre la yakuza y el gobierno.

—No solo Fukuda-san ha triplicado nuestras ganancias con el juego en Nueva York, sino que también ha blanqueado el dinero gracias a astutas inversiones y a la ayuda de un inteligente agente bursátil neoyorquino. Este agente es muy hábil, y no tiene miedo del dinero sucio, que utiliza de buen grado como capital de riesgo para financiar empresas médicas y de biotecnología, que son su especialidad. Por lo general, blanquear dinero cuesta dinero, como bien sabes, pero con él estamos recibiendo hasta un cuarenta por ciento más del valor original. Por lo tanto, los ingresos que Fukuda-san envía aquí a Kobe ya están limpios. Con tales antecedentes, he llegado a apoyarle al cien por cien. Le doy todo cuanto me pide, y lo hago con confianza, sin hacer preguntas. Tal vez, como asociaciones hermanas, podríamos presentarte a este agente.

—Como ya he dicho, no le conozco —contestó distraído Hisayuki.

—Lo que Kioto pierde, Kobe lo gana —dijo Hiroshi, como un padre orgulloso—. Desde que le nombré delegado en Nueva York, hace más de cinco años, ha dirigido las operaciones de la Yamaguchi-gumi. Ha convertido Nueva York en nuestra sucursal extranjera más provechosa. ¿Cómo va vuestra sucursal allí, si me permites la pregunta?

—Razonablemente bien —contestó Hisayuki.

En circunstancias normales, ni siquiera habría reconocido que existía una sucursal en Nueva York, y mucho menos explicado qué tal marchaba, pero estaba formulando a Hiroshi preguntas de una naturaleza confidencial similar, e Hiroshi las contestaba. Hisayuki pretendía que Hiroshi continuara hablando, porque necesitaba descubrir si este tenía alguna idea de por qué su saiko-komon deseaba la ayuda de Satoshi. Cuando Hisayuki estaba tratando de formular la siguiente pregunta sin desvelar por qué quería saberlo, lo comprendió todo de repente, y se quedó asombrado de haber tardado tanto en dilucidarlo.

El viceministro había dicho la verdad. La Yamaguchi, por mediación de su saiko-komon de Nueva York, Saboru Fukuda, estaba invirtiendo en iPS USA, la empresa de la que el viceministro había hablado. Esa tenía que ser la explicación.

—Si vuestras operaciones en Nueva York solo van razonablemente bien —continuó Hiroshi, ignorante del descubrimiento de Hisayuki—, ¿por qué no nos aliamos, refundimos nuestras sucursales de Nueva York y repartimos las ganancias en proporción a nuestro personal respectivo? Debería haber más colaboración en estos tiempos duros entre todas las organizaciones yakuza, incluso aquí, en Japón.

Hisayuki miró un momento a su saiko-komon, y se preguntó si habría llegado a la misma conclusión, porque estaba ansioso por saberlo en cuanto subieran al coche. Volvió a mirar a Hiroshi, quien seguía dando vueltas a la idea de unir sus dos organizaciones, y meditó si osaría hacerle una pregunta directa, por ejemplo si la Yamaguchi tenía acciones en iPS USA. Le preocupaba que Hiroshi llegara a una conclusión similar, que la Aizukotetsu-kai mantuviera una fuerte relación comercial con iPS Patent Japan, lo cual significaría que sus respectivas organizaciones yakuza estaban en un conflicto económico directo. Por supuesto, Hisayuki no tenía manera de saber si la envergadura de sus inversiones era equivalente, pero tampoco creía que importara tanto. Era una situación delicada, puesto que los valores de mercado de ambas empresas estaban relacionados a la inversa, como en un juego de suma cero: si una subía, la otra tendría que bajar por fuerza. Las guerras intestinas yakuza se habían librado en circunstancias todavía menos vinculadas, e Hisayuki experimentó el repentino temor de que fuera a estallar otra. La Aizukotetsu-kai no podía permitirse el lujo de perder lo que había invertido en iPS Patent Japan, ni tampoco podía echarse atrás, puesto que las reservas líquidas de la empresa eran nulas. «Estallará una guerra», profetizó Hisayuki, y se descubrió calculando cómo limitar los daños colaterales, y también cómo solucionar el desastre de Nueva York.

—¿Qué opinas? —preguntó Hiroshi.

Había continuado hablando de su sugerencia de formar una especie de sociedad entre la Yamaguchi-gumi y la Aizukotetsu-kai, una idea que Hisayuki desechó con un ademán, pues sabía que si eso sucedía la Yamaguchi absorbería a la Aizukotetsu-kai.

—Voy a decirte una cosa, Ishii-san —continuó Hiroshi cuando Hisayuki no le respondió al instante—. Hemos de aceptar que el mundo que conocíamos está cambiando a marchas forzadas, y que los yakuza también hemos de cambiar. El gobierno no va a dejarnos en paz, como en el pasado, tal como demuestran las leyes antibandas aprobadas en 1992. La situación solo puede empeorar.

—Cuando me reuní con el viceministro el otro día, se suscitó la cuestión.

—¿Y qué dijo?

—Dijo que las leyes se habían aprobado por razones políticas, y que no existía la menor intención de hacerlas cumplir.

—¿Le creíste?

—Dijo que si el gobierno se hubiera tomado el problema en serio, habría aprobado algo similar a la Ley RICO de Estados Unidos, cosa que no han hecho, y sé con absoluta certeza que no maquinan nada por el estilo. De modo que le creí, en efecto.

—Con el debido respeto, Ishii-san, creo que eres demasiado confiado, e incluso ingenuo —dijo Hiroshi, que se lanzó a un largo monólogo sobre su visión del futuro con el gobierno japonés—. Muy pronto, la benevolente negligencia que ha caracterizado nuestra relación va a cambiar, y cada vez será más antagonista. Es lógico. Incluso ahora, el gobierno tiene envidia del dinero que, desde su punto de vista, estamos chupando de la economía, por apenas pagar impuestos, o ninguno.

Mientras Hiroshi hablaba, Hisayuki se sintió cada vez más incómodo como invitado, y cayó en la cuenta de lo fácil que resultaría para la Yamaguchi-gumi aplastar a la Aizukotetsu-kai, algo que tal vez consideraran adecuado si Hiroshi llegaba a establecer la relación entre sus inversiones en conflicto, en lo que sería una industria billonaria.

Hisayuki permitió que Hiroshi continuara su diatriba contra el gobierno sin llevarle la contraria, como cuando dijo que el ejecutivo necesitaba a la yakuza. Esperaba y deseaba que, mientras Hiroshi abundara en el tema del antagonismo entre el gobierno y la yakuza, existiría menos peligro de que comprendiera cuál era la realidad.

—¡Los yakuza hemos de estar unidos! —clamó Hiroshi como un político en una tribuna, y regresó a su argumento anterior de alentar algún tipo de asociación entre ambas organizaciones. Hisayuki le dejó perseverar, incluso le animó hasta cierto punto asintiendo y sonriendo en los momentos adecuados, con el fin de dar la impresión de que estaba meditando sobre la idea.

Mientras Hiroshi peroraba, Hisayuki dio gracias a los dioses por haber callado al principio de la reunión y no haber empezado como había planeado, o sea, explicando a Hiroshi lo que había averiguado aquella mañana gracias a Hideki Shimoda, su saiko-komon de Nueva York. Hideki le había llamado a las nueve y media para informarle de que, tal como le habían ordenado, la amenaza contra las patentes de iPS de la Universidad de Kioto se había reducido de forma significativa porque Satoshi y sus familiares habían sido eliminados. Le habían dicho que el atentado contra Satoshi se había desarrollado sin errores, y que la muerte sería interpretada como natural. El único problema era que no habían encontrado los cuadernos de laboratorio.

Hisayuki exhaló un suspiro de alivio, y pensó que había estado muy cerca de desencadenar un desastre si hubiera iniciado la reunión con dicha revelación. Habría conseguido justo el resultado contrario, pues en ningún momento había imaginado que Hiroshi estaba implicado personalmente.

De repente, Hiroshi detuvo su soliloquio en mitad de una frase. Había visto suspirar a Hisayuki, y pensó que era un recordatorio de sus responsabilidades como anfitrión.

—Lamento mi verborrea —dijo, al tiempo que se ponía en pie y hacía una leve inclinación—. Debes de tener hambre. Veo que todos habéis terminado vuestro whisky. Es hora de comer y divertirnos. —Indicó la mesa y el chef vestido de blanco—. Vamos a comer algo y a tomar más alcohol en honor a nuestra amistad.

Hisayuki se puso en pie todavía más aliviado. Sabía que, en cuanto aparecieran el sake, la cerveza y el vino, las conversaciones de negocios habrían terminado.

Más de una hora después, en cuanto pareció cortés, Hisayuki y Tadamasa se excusaron de lo que se había convertido en una gran fiesta, con el pretexto de que volver a Kioto supondría una hora y media de coche. Hiroshi había intentado convencerles de que se quedaran a pasar la noche en el hotel, pero habían declinado la invitación educadamente, afirmando que debían estar en Kioto a primera hora de la mañana para asistir a una serie de reuniones.

Pese a cierta preocupación, la partida fue tan tranquila como la llegada, sin el menor incidente, y al cabo de poco la comitiva de tres coches puso rumbo norte en dirección a Kioto. Hisayuki guardó silencio durante varios kilómetros, mientras reflexionaba sobre todo cuanto había dicho Hiroshi. Tadamasa, consciente de cuál era su lugar, permaneció también en silencio.

—¿Y bien? —preguntó de repente Hisayuki—. ¿Qué te ha parecido la reunión?

—Ha ido bien, pero el futuro parece complicarse.

—Yo pienso lo mismo —dijo Hisayuki, aferrado a la correa de la ventanilla posterior. Estaba contemplando la campiña que desfilaba ante sus ojos. Solo veía las tenues luces de las ventanas de las casas. Solo oía el zumbido apagado del poderoso motor del sedán—. ¿No te dio la sensación de que la Yamaguchi-gumi ha invertido en iPS USA?

Hizo la pregunta en tono indiferente, para no influir en la opinión de su asesor.

—¡Por supuesto! Estuve pensando en alguna forma de comunicártelo, pero luego me quedé convencido de que ya lo sabías. Creo que están muy implicados, a juzgar por la forma en que Fukazawa-san habló del agente bursátil que su saiko-komon había encontrado.

—Mañana ordena a nuestros analistas de la oficina de RRTW que intenten averiguar lo que puedan sobre la implicación de la Yamaguchi-gumi en iPS USA.

—El problema es que el mercado de valores de iPS USA e iPS Patent Japan están relacionados a la inversa.

—Y yo qué sabía —murmuró Hisayuki, apesadumbrado.

—Habrá problemas.

—De eso no cabe duda. Necesitamos tiempo para prepararnos para lo peor. A corto plazo, será fundamental que Hiroshi continúe en la inopia lo máximo posible, mientras defendemos la legitimidad de las patentes de iPS Patent Japan de las células iPS. Quitarnos de encima a Satoshi ha sido estupendo, pero hay que encontrar los cuadernos de laboratorio desaparecidos y destruirlos.

—La pregunta es, por supuesto, dónde están los cuadernos de laboratorio. Como Satoshi no los llevaba encima ni estaban en su casa, han de estar en posesión de iPS USA.

—Llama a Hideki y dile que ha de apoderarse de los cuadernos de laboratorio de Satoshi lo antes posible, pero adviértele de que la Aizukotetsu-kai tiene que quedar al margen del asunto.

Tadamasa sacó su móvil y empezó a teclear el número de Hideki Shimoda.

Hisayuki volvió a contemplar el paisaje oscurecido y se preguntó si debía informar de algo más a su saiko-komon de Nueva York, ahora que Tadamasa estaba hablando con él. Pensó en la conversación que había mantenido con el hombre aquella mañana, y recordó su afirmación de que la muerte de Satoshi sería interpretada como la muerte natural de un individuo sin identificar. Hisayuki confió en que así fuera, sobre todo lo de la muerte natural, porque si llegaran a considerarla un asesinato y la Yamaguchi-gumi descubriera que la Aizukotetsu-kai estaba implicada, habría muchas posibilidades de que estallara una guerra total casi de inmediato.