Jueves, 25 de marzo de 2010, 5.25 h
Laurie Montgomery se puso de costado para mirar el despertador. Aún no eran las cinco y media de la mañana, la alarma tardaría casi media hora en sonar. En circunstancias normales habría sido un placer darse media vuelta y continuar durmiendo. Toda su vida había sido un incurable ser nocturno incapaz de irse a dormir, pero le costaba todavía más madrugar. Sin embargo, ese no iba a ser un día normal. Era el día en que se reincorporaba al trabajo tras una baja por maternidad inesperadamente larga, de casi veinte meses.
Después de echar un breve vistazo a su marido, Jack Stapleton, que estaba dormido como un tronco, Laurie sacó las piernas de debajo del edredón y apoyó los pies descalzos en el suelo gélido. Pensó un momento en cambiar de idea y volver a acostarse, pero resistió la tentación, apretó con más fuerza la camiseta de Jack contra el pecho y corrió en silencio hacia el cuarto de baño. El problema era que no podría volver a dormirse, pues su mente ya corría a kilómetro por minuto. Se sentía confusa debido a su ambivalencia por el hecho de volver al trabajo. Su principal preocupación era su hijo de año y medio, John Junior, y si era apropiado dejarle con una canguro durante lo que serían con frecuencia largos días.
Pero también existía un problema personal, le asustaba comprobar si seguía siendo competente después de un período tan largo sin trabajar: ¿sería capaz todavía de ejercer su labor de médico forense en la delegación del Instituto de Medicina Legal que se consideraba la más prestigiosa del país, cuando no del mundo?
Laurie había trabajado en la delegación del IML de la ciudad de Nueva York durante casi dos décadas. La confianza que tenía en sí misma siempre había significado un problema para ella, algo que se remontaba a sus años de adolescencia. Cuando empezó a trabajar en la delegación, se sentía preocupada por su capacidad para un cargo tan exigente y retador, y no había logrado vencer dicha preocupación durante años, mucho después de que sus colegas hubieran superado temores similares. La patología forense era un campo en que el aprendizaje a través de los libros no era suficiente. La intuición desempeñaba un papel fundamental a la hora de ejercer su especialidad, y la intuición se derivaba de una práctica constante. Cada día, todo buen patólogo forense tenía que enfrentarse a algo que jamás había visto antes.
Laurie se examinó en el espejo y gimió. Desde su punto de vista tenía un aspecto horrible, con ojeras oscuras y una palidez más propia de sus pacientes. La maternidad resultó ser más difícil y agotadora, tanto física como mentalmente, de lo que había imaginado, sobre todo porque había tenido que afrontar una enfermedad grave, con frecuencia fatal. Al mismo tiempo, también la había recompensado más de lo esperado.
Cogió su bata del colgador que había detrás de la puerta y se la puso, al tiempo que se calzaba las babuchas con borlas rosa sobre los dedos. Sonrió cuando miró las zapatillas. Eran el único recordatorio de una época en que podía sentirse sexy en ropa interior y disfrutar de la sensación. Se preguntó vagamente si alguna vez recuperaría dicha sensación. Ser madre había cambiado la percepción de sí misma en muchos aspectos.
Laurie salió al pasillo y se encaminó hacia la habitación de J. J. La puerta estaba entreabierta y entró en el cuarto, lo bastante iluminado para ver. Se estaba acercando el amanecer, pero lo importante era que había varias lamparillas de noche encendidas a intervalos en los rodapiés. Gracias a su madre, la habitación estaba decorada con un papel pintado azul muy divertido y cortinas a juego, cubiertas con imágenes de aviones y camiones.
Los muebles consistían tan solo en una mecedora, que Laurie utilizaba para darle el pecho, un moisés rodeado por un volante festoneado, y una cuna. El moisés seguía en el cuarto por motivos sentimentales, al igual que la mecedora, aunque la utilizaba de vez en cuando si J. J. estaba nervioso y necesitaba su presencia para dormir.
Laurie se acercó a la cuna y contempló a su hijo, agradecida por su aspecto saludable. Con un estremecimiento, recordó la época en que había sido todo lo contrario. A la edad de dos meses habían diagnosticado a J. J. un neuroblastoma de alto riesgo, un cáncer infantil muy grave y, con frecuencia, mortal. Pero Laurie había podido dar las gracias a su buena estrella, a Dios, a lo que fuera o a quien fuera, de que el cáncer hubiera remitido. Tanto si había sido por la intervención de la divina providencia o de una curandera de Jerusalén, por la dedicación de los médicos del Sloan-Kettering o por el hecho de que, en ocasiones, los neuroblastomas desaparecen de manera espontánea, Laurie nunca lo sabría, ni tampoco le importaba, a decir verdad. Lo único que le importaba era que J. J. era ahora un niño normal de un año y medio, cuyo crecimiento y desarrollo, pese a la quimioterapia y lo que llamaban terapia de anticuerpos monoclonales, habían alcanzado los percentiles normales en todos los aspectos, lo suficiente para que Laurie se planteara volver al trabajo.
Echó un vistazo al niño plácidamente dormido y una sonrisa invadió su cara, pese a las preocupaciones y la ambivalencia que estaba padeciendo acerca de volver al trabajo. El rostro angelical de J. J. le recordó una conversación que había mantenido con Jack la noche anterior. Había empezado cuando ambos habían entrado en el cuarto de J. J. para ver al niño antes de irse a dormir. Mientras lo contemplaban, ella admitió algo que nunca había dicho a nadie: estaba tan convencida de que J. J. era el niño más guapo del mundo, que cuando hablaba con las demás madres del barrio en el parque infantil de la acera de enfrente, no podía comprender por qué ninguna lo admitía. «Es que salta a la vista», había dicho a Jack.
Ante su sorpresa, la reacción de su marido había sido estallar en unas carcajadas tan estentóreas que tuvo que reprenderle para que no despertara al niño. No fue hasta que salieron al pasillo cuando él le explicó su reacción. Para entonces, Laurie estaba indignada, y creía que Jack se burlaba de ella.
—Lo siento —dijo él—. Tu comentario me ha hecho mucha gracia. ¿No te das cuenta de que todas las madres piensan lo mismo?
La indignación de Laurie se disipó enseguida, al igual que su ceño fruncido.
—El amor maternal debe llevarse en los genomas —había continuado Jack—. De lo contrario, como especie, no habríamos sobrevivido a la edad de hielo.
Laurie volvió al presente y se dio cuenta de que no estaba sola en el cuarto de J. J. Volvió la cabeza y contempló la cara de Jack, semioculta en las sombras. Lo único que veía era el blanco de sus ojos, aunque había luz suficiente para distinguir que iba en cueros.
—Te has levantado temprano —dijo Jack. Sabía que a Laurie le gustaba dormir hasta tarde, y parte de su rutina diaria era levantarse antes, ducharse, y luego expulsar a Laurie de la cama a empujones—. ¿Te encuentras bien?
—Nerviosa —admitió Laurie—. ¡Muy nerviosa!
—¿Por qué? —preguntó Jack—. ¿Por dejar a J. J. con Leticia Wilson?
Leticia Wilson era prima de Warren Wilson, uno de los vecinos con los que Jack jugaba a baloncesto. Warren la había recomendado a Jack una tarde, cuando este había dicho que buscaban una canguro para que Laurie pudiera volver al trabajo.
—En parte —admitió Laurie.
—Pero dijiste que estos últimos días habíais ensayado y todo había salido a pedir de boca.
Laurie había pedido a Leticia que fuera dos días, diera de comer a J. J., le sacara al parque, tanto al parque infantil del barrio como a Central Park, y le hiciera compañía hasta la hora en que Laurie calculaba que llegaría de la oficina. No se había presentado el menor problema, y lo mejor de todo fue que J. J. y Leticia se habían entendido a la perfección y se habían mostrado muy a gusto en su mutua compañía.
—Todo fue bien —admitió Laurie—, pero eso no significa que no me sienta culpable por la situación. Sé que voy a sufrir el dilema maternal, lo cual significa que cuando estoy aquí con J. J., me invade la culpabilidad por no trabajar, pero hoy, mientras esté trabajando, me sentiré culpable por no estar en casa. J. J. echará de menos a su mamá, y su mamá echará de menos a J. J. Además, aunque no tiene síntomas desde hace más de un año, siempre estoy preocupada por la posibilidad de que recaiga. Creo que no dejaré de ser un poco supersticiosa, en el sentido de que la continuidad de su recuperación está relacionada de una forma mística con mi presencia.
—Supongo que es comprensible. ¿Cuál es el otro motivo de tu nerviosismo? No es nada personal con la oficina, ¿verdad? Todo el mundo tiene ganas de que vuelvas, y me refiero a todo el mundo, desde Bingham hasta el personal de seguridad. Todo el mundo con el que me he cruzado ha dicho que aguarda con impaciencia tu regreso.
—¿De veras? —preguntó con incredulidad Laurie. Pensaba que era una enorme exageración, sobre todo lo de incluir a Bingham, a quien sabía que irritaba con su independencia y tozudez.
—¡Pues claro! —respondió animoso Jack—. Eres una de las personas más populares del IML. Si estás nerviosa, no puede ser por volver a integrarte en el equipo. Tiene que ser por otra cosa.
—Bien, puede que estés en lo cierto —admitió de mala gana Laurie. Tenía bastante claro lo que diría él si admitía que estaba preocupada por su competencia, y no estaba segura de querer oírlo, pues nada de lo que dijera conseguiría que cambiara de opinión.
—Vamos a continuar esta conversación —dijo Jack con voz temblorosa—, pero ¿podría ser en el cuarto de baño? Me estoy helando aquí, sin otra cosa para cubrirme que mi orgullo.
—¡Buena idea! —contestó Laurie—. ¡Vamos! Tengo frío hasta con la bata.
Después de subir la manta de J. J. sobre sus hombros y arroparlo con delicadeza, corrió detrás de Jack, que se había ido directo al baño. Cuando entró, ya había abierto del todo el grifo del agua caliente y la habitación se había llenado de vapor tibio.
—Bien, ¿qué más motivos tienes para estar nerviosa? —preguntó Jack, que alzó la voz para imponerse al ruido de la ducha, al tiempo que ajustaba la temperatura antes de meterse—. Y no me digas que estás preocupada por tu grado de competencia, porque no pienso hacerte caso.
Ya había escuchado sus temores acerca de su competencia cuando empezó a trabajar en el IML, y era lo bastante intuitivo para saber que la estaban aguijoneando de nuevo.
—¡En ese caso, mejor no digo nada! —gritó como respuesta Laurie.
Jack apartó la cara del chorro de agua, se secó los ojos y abrió unos centímetros la mampara de la ducha.
—¡Así que es miedo por tu aptitud! Bien, no voy a intentar obligarte a cambiar de opinión, porque sé que nada de lo que diga servirá, así que sigue preocupándote. Pero sí debo decirte que esa preocupación es lo que, probablemente, te convierte en una forense tan buena. Eres la mejor patóloga forense, en mi opinión, de todo el departamento, porque siempre estás dispuesta a cuestionar y a aprender.
—Tus palabras me halagan, aunque no te creo. Estaba bien antes de la baja por maternidad, pero han pasado casi dos años desde la última vez que practiqué una autopsia o miré una placa al microscopio.
—Es posible, pero durante el último mes te has quemado las pestañas leyendo varios libros de medicina forense. Es muy probable que vayas por delante de todos los que no hemos tocado un libro de texto desde hace años. Hasta es posible que hoy volvieras a aprobar el examen de admisión, cosa que ninguno de los demás seríamos capaces de hacer.
—Gracias por tu apoyo, pero leer y practicar son dos cosas muy diferentes. Me preocupa muchísimo meter la pata, tal vez incluso en mi primer caso.
—¡Eso nunca podría ocurrir! —afirmó Jack con seguridad—. Con tu experiencia, imposible. Podríamos estudiar nuestros casos en mesas contiguas y comentar lo que vamos haciendo. Después, tras acabar las autopsias, las repasamos juntos para asegurarnos de que ambos hemos dado en el clavo. ¿Qué te parece la idea?
—Me gusta —admitió Laurie—. Me gusta mucho.
La idea no la liberó de sus angustias, pero las apaciguó. Lo más importante fue que, al aliviar en parte su nerviosismo, supo que podría dedicar su atención a lo que debía hacer antes de ir al IML. Faltaba menos de una hora para que Leticia llegara, y Laurie tenía muchas cosas que hacer antes de eso.