Jueves, 1 de abril de 2010, 10.49 h Nueva York
El capitán Lou Soldano se llevó una sorpresa al encontrar aparcamiento en la calle de Jack y Laurie, a solo dos puertas de su casa. Ambos se habían tomado una excedencia indefinida del IML, después del breve pero traumático secuestro de su John Junior. Aunque Lou no les había vuelto a ver desde aquel fatídico viernes, había hablado con ellos por teléfono en diversas ocasiones. La última fue la noche anterior, cuando Lou concertó la cita para ese día. Hasta ahora, creía que necesitaban privacidad.
Después de subir los cinco peldaños y llamar al timbre, Lou consultó su reloj. Faltaban diez minutos para el inicio de las redadas, que iban a tener lugar en tres lugares al mismo tiempo. El conocimiento de lo que iba a suceder proporcionaba a Lou una gran satisfacción, así como cierta agitación. Por otra parte, le dolía no poder participar, pero como no había forma de estar en tres sitios a la vez, había decidido no estar en ninguno y celebrar lo que iba a ocurrir con Laurie, puesto que ella era responsable de las redadas inminentes. Había sido una combinación de su intuición, tozudez e inteligencia forense lo que le había permitido descubrir un homicidio donde otros veían una muerte natural. Había sido ella la que había relacionado el homicidio con el crimen organizado, en especial el vínculo existente entre la mafia y la yakuza japonesa.
La puerta se abrió, y Jack y Lou se saludaron cordialmente.
—No has de programar una visita oficial —le reprendió Jack mientras subían la escalera—. Puedes dejarte caer por aquí cuando quieras.
—Teniendo en cuenta las circunstancias, pensé que lo mejor era llamar —explicó Lou—. Los secuestros son acontecimientos emocionales muy especiales, por decir algo. ¿Cómo estáis todos?
—Todos bien, salvo yo —bromeó Jack—. J. J. parecía estar como siempre cuando despertó de la anestesia, y se ha portado con normalidad desde entonces, siempre que consideres normal el comportamiento de un niño de año y medio.
—Me acuerdo vagamente —dijo Lou. Sus dos hijos habían terminado la universidad.
—El único problema es que Laurie continúa culpándose del secuestro, por más que le digan. Y ahora se halla inmersa en esa batalla interna de si quiere ser madre a tiempo completo o madre y médico forense de primera clase. Habla con ella, por favor. Yo no puedo, porque seré feliz de cualquier manera. Quiero que haga lo que desee.
Pasaron por delante de la cocina y entraron en el salón. Laurie se levantó del sofá y se fundió en un largo abrazo con Lou, para luego darle las gracias por sugerir que contrataran a Grover y Colt.
—Ha sido extraordinario —dijo Laurie, mientras las lágrimas se agolpaban en sus ojos.
Lou se sintió un poco violento.
—Solo pensé que podrían rescatar a J. J. más deprisa —murmuró Lou, con la intención de minimizar el protagonismo que Laurie le otorgaba.
—¡Más deprisa! —soltó Laurie—. Lo trajeron al día siguiente. Fue como un milagro. Si no nos hubieran ayudado, estoy convencida de que J. J. seguiría en manos de los secuestradores.
—Sin duda —admitió Lou—. ¿Grover y Colt os confirmaron por qué secuestraron a J. J.?
—No, solo hablamos con ellos una vez, y eso fue el lunes. Llamaron para saber cómo estaba J. J. No hemos vuelto a tener noticias suyas, porque nos dijeron que iban a encargarse de un caso en Venezuela aquella misma noche.
—Tal como habían intuido, el secuestro se llevó a cabo como un último y desesperado esfuerzo por impedir que trabajaras en el caso de Satoshi Machita. La exigencia de rescate era la guinda del pastel. Te tenían miedo, Laurie, no al IML en general, sino a ti.
—Me cuesta creerlo.
—Y no deja en muy buen lugar al resto del IML —dijo Jack, intentando introducir un elemento humorístico. Jack se agachó y levantó a J. J., quien se sentía ignorado por los adultos y les estaba informando del problema.
—A ti tal vez te cueste creerlo, Laurie —dijo Lou—, pero es lo que creen el NYPD, el FBI, la CIA y el Servicio Secreto. Tu reciente trabajo con Satoshi Machita, combinado con el rapto de J. J., ha dado como resultado la creación del destacamento especial más eficiente en el que jamás he participado. Desde el domingo, este destacamento especial ha llevado a cabo una exitosa investigación equivalente a meses de trabajo, de modo que…
Lou hizo una pausa para consultar la hora. Faltaban tres minutos para las once.
—¿De modo que qué?
—Esto es supersecreto —dijo Lou, y bajó la voz para subrayar sus palabras—, pero dentro de dos minutos, en tres lugares diferentes, representantes de las cuatro agencias que acabo de mencionar lanzarán una redada en tres empresas diferentes: iPS USA, propiedad del doctor Benjamin Corey; Dominick’s Financial Services, propiedad de Vincent Dominick, y Pacific Rim Wealth Management, propiedad de Saboru Fukuda. Todos los ordenadores, unidades de almacenamiento de datos y documentos serán confiscados, y todos los mandamases serán detenidos, incluidos los directores generales, directores económicos y jefes de operaciones. Esto será un bombazo. Lo siento hasta en los huesos. Obrará un gran efecto en la colaboración de la mafia con la yakuza japonesa, si es que no la destruye por completo. Reducirá de manera drástica el tremendo problema del cristal aquí, en la Gran Manzana. Gracias, Laurie. Eres un gran activo para la ciudad, de modo que cuando te plantees ser solo una mamá o una mamá con una carrera, no olvides que se te echará mucho de menos si eliges lo primero.
Laurie fulminó con la mirada a Jack, fingiendo furia.
—¿Has estado hablando de mí?
—Siempre hablo de ti —contestó Jack, al tiempo que alzaba las manos en señal de burlona rendición—. Pero te aseguro que no he influido en absoluto en la valoración de Lou.
El agente especial del FBI Gene Stackhouse había sido elegido jefe supremo del destacamento especial que comprendía representantes de la Oficina Federal de Investigación, la Agencia Central de Inteligencia, el Servicio Secreto y el Departamento de Policía de Nueva York. Él, al igual que los demás agentes, salvo el grupo del NYPD, iban vestidos con un uniforme azul oscuro con letras negras que indicaban su agencia. La mayoría portaban armas, ya fueran Glocks o rifles MI5. Los agentes del NYPD, todos miembros del SWAT, iban vestidos de negro y portaban diversos tipos de armas. Todo el mundo utilizaba cascos y chalecos antibala. Todos habían sido informados a conciencia y estaban ansiosos por iniciar la misión.
El agente especial Stackhouse estaba particularmente eufórico y preparado para cuando estallara la actividad coreografiada hasta el último detalle que había planificado para el momento en el que el segundero del cronógrafo llegara a las once. La hora de inicio sería a las once en punto en los tres lugares, con el fin de eliminar cualquier posibilidad de que una empresa avisara a otra para ocultar pruebas.
—¡Poneos las máscaras! —gritó cuando faltaban cuarenta y cinco segundos. Un pequeño micrófono sujeto a la charretera de su hombro transmitió su voz a las nueve furgonetas camufladas: tres en cada emplazamiento, con seis agentes de la ley en cada una, en total cincuenta y cuatro.
Gene Stackhouse iba en el asiento del pasajero de la primera furgoneta de su posición, que era el lado izquierdo de la Quinta Avenida, justo al norte de la calle Cincuenta y siete. Las otras dos furgonetas aguardaban detrás. Cuando el segundero pasó de las once, contó, «diez, nueve, ocho…». Desenfundó su Glock.
—Cuatro, tres, dos, uno… ¡Adelante!
Las cuatro puertas de las tres furgonetas se abrieron de repente, lo cual sobresaltó a diversos peatones de la Quinta Avenida. El equipo cruzó la amplia acera a toda prisa, abrió las puertas del edificio que alojaba a iPS USA e invadió el mostrador de recepción. Ordenaron a los guardias que no establecieran comunicación con ningún inquilino del edificio, sobre todo con iPS USA.
—¿Qué está pasando? —preguntó uno de los guardias de seguridad, intentando sonar autoritario. Se había quedado impresionado y aterrorizado al ver el armamento de los intrusos, pero aliviado cuando vio FBI, SERVICIO SECRETO, CIA y NYPD en la parte posterior de las chaquetas.
—¡Vamos a ejecutar una serie de órdenes de registro! —chilló Stackhouse, al tiempo que dirigía a sus hombres hacia un ascensor que esperaba—. ¡Permanezcan sentados! ¡No hablen! ¡No telefoneen!
Chasqueó los dedos en dirección a un agente de la CIA y le ordenó que se quedara con los guardias de seguridad del edificio, para asegurarse de que obedecieran sus órdenes.
En cuanto los demás agentes entraron en el ascensor, las puertas se cerraron y subió al piso de iPS USA. Cuando llegó, fue como si el ascensor vomitara agentes impacientes que pasaron corriendo ante una estupefacta Clair Bourse y se desplegaron en la oficina de iPS USA en direcciones predeterminadas. Clair habría gritado si uno de los agentes no la hubiera inmovilizado; se había lanzado hacia ella, le había apuntado con su arma y había ordenado: «¡Quieta!». La idea del veloz y repentino asalto consistía en negar la oportunidad a cualquiera que intentara borrar pruebas. Jacqueline, al oír la orden lanzada en recepción, había tratado de cerrar la caja fuerte, pero dos agentes que irrumpieron en su despacho le ordenaron que desistiera.
Tras haber estudiado el plano por anticipado, todo el mundo sabía exactamente adónde debía ir. Stackhouse y otro agente del FBI, Tony Gualario, habían ido directamente a la oficina de Benjamin Corey. Sorprendieron al director general y al director económico en una reunión.
Cuando Stackhouse y Gualario irrumpieron en la habitación con las pistolas desenfundadas, Ben empezó a ponerse en pie.
—¡Sigan sentados! —ordenó Stackhouse. Apuntó con la pistola a Ben, quien al instante se hundió en su butaca de cuero. Por su parte, Gualario apuntaba a Carl.
—¿Es usted Benjamin Corey, de Edgewood Road, 5901, Englewood Cliffs, New Jersey? —preguntó Stackhouse.
—Sí —dijo Ben, con una sorpresa que se convirtió enseguida en miedo. De repente comprendió lo que estaba pasando.
—Soy el agente especial Gene Stackhouse del FBI. He venido para ejecutar cierto número de órdenes de registro, incluido el registro de iPS USA, y apoderarme de toda clase de pruebas relacionadas con lavado de dinero, fraude electrónico, fraude postal, conspiración para estafar al gobierno estadounidense y evasión de impuestos. También traigo una orden de detención contra usted por violación de las mismas leyes federales.
Hizo una pausa, carraspeó y sacó un papel del bolsillo.
—Traigo otra orden de detención contra usted, pero será mejor que la lea, porque nunca he ejecutado en persona dicha orden. —Volvió a carraspear—. «Orden de detención de Interpol: IP10067892431. Benjamin G. Corey, de Edgewood Road, 5901, Englewood Cliffs, New Jersey, Estados Unidos. Interpol solicita el arresto y extradición desde Estados Unidos a Japón del individuo arriba mencionado, de acuerdo con los tratados firmados entre ambos países, para ser juzgado por asesinato en primer grado cometido hacia o el mismo 28 de febrero de 2010, en la prefectura de Kioto, Japón».
—¿Cómo? —exclamó Ben—. Yo nunca…
—¡Espere! —ordenó Stackhouse—. No diga nada hasta que le lea sus derechos.
—He encontrado los cuadernos de laboratorio desaparecidos —dijo uno de los agentes del FBI, que había entrado por la puerta de comunicación del despacho de Jacqueline, y se los entregó a Stackhouse.
—Estupendo, George —dijo Stackhouse al ver los dos libros azules y reconocer la voz de George—. El gobierno japonés se sentirá muy complacido. Pero deja que acabe de leer los derechos constitucionales. Si quieres hacer algo más útil, llama a los otros dos equipos y comprueba que las redadas han salido tal como habíamos planeado.
Stackhouse carraspeó de nuevo. Había sacado una tarjeta de 10 × 15 en la que estaban escritos los derechos constitucionales, para asegurarse de que los leía bien.
—Ya conozco mis derechos constitucionales —rezongó Ben. Estaba indignado por el hecho de que el gobierno japonés le acusara de un crimen que había hecho lo imposible por evitar.
—De todos modos, he de leerlos —insistió Stackhouse, y procedió a hacerlo, mientras Tony hacía lo mismo con Carl.
Cuando Ben y Carl ya estaban esposados, George volvió a evitar entrar en el despacho.
—Las otras redadas han salido a pedir de boca —dijo—. Todos los directivos han sido detenidos, y se ha recogido una tonelada de pruebas.
—Perfecto —dijo Stackhouse—. Vamos a seguir recogiendo todas las pruebas de esta oficina. Recordad que debemos apoderarnos de todo: ordenadores, memoria, faxes y móviles. Además de todos los documentos, cartas o apuntes. ¡Manos a la obra!
Domingo, 18 de abril de 2010, 13.45 h Nueva York
—Aquí viene —dijo Laurie, cuando vio a Lou Soldano caminando al norte de Columbus Avenue. Laurie, Jack y J. J. estaban sentados en la terraza de uno de sus lugares predilectos, Espresso Et. Al., situado justo al sur del Museo de Historia Natural. De hecho, solo Laurie y Jack estaban sentados, porque en aquel momento J. J. dormía en el cochecito reclinable. Gracias al emplazamiento del café, en el lado este de la avenida, recibía todo el sol disponible en aquella hermosa y tibia manaña de primavera.
Laurie echó hacia atrás la silla metálica y movió las manos por encima de la cabeza para llamar la atención de Lou. Este le devolvió el saludo y modificó su trayectoria para atajar. Pasó por encima de la cadena baja tensada entre dos macetas que delimitaban la terraza del café.
Después de un rápido abrazo con Laurie y entrechocar las manos con Jack, Lou tomó asiento en la silla que le habían reservado. Daba la impresión de que acababa de saltar de la cama, despeinado y con los párpados todavía cargados de sueño. No obstante, había tenido tiempo para afeitarse, y aún tenía un poco de crema de afeitar pegada al lóbulo de la oreja derecha.
—Gracias por venir a vernos —dijo Laurie.
—Gracias por invitarme —contestó Lou—. Me alegro de que me hayáis obligado a salir. Hace un día precioso. Habría sido una pena malgastarlo vegetando en mi sofá, cosa que muy probablemente habría hecho si no me hubierais llamado. Decidme, ¿cuál es esa buena noticia que queréis contarme? ¿Es lo que yo espero?
—No lo sé. —Laurie rió—. En cualquier caso, vuelvo al IML.
—¡Fantástico! —dijo con sinceridad Lou. Levantó la mano y la entrechocó con la de Laurie—. Esperaba que dijeras eso. Ir al IML no es lo mismo si la única persona a la que veo es al aburrido de Jack. ¡Felicidades! ¿Cuándo será eso?
—Dentro de una semana. No puedo explicarte lo bien que se ha portado el jefe.
—No ha sido bueno, ha sido listo —respondió Lou.
—¡Sí, señor! —dijo Jack, y levantó la copa de vino para brindar. Después, al recordar que Lou era «abstemio», se incorporó en la silla y buscó con la mirada a la camarera.
—No podría sentirme más contento por ti —dijo Lou, y se inclinó hacia Laurie—. Es una reacción en parte egoísta, por supuesto. Te he echado de menos en el IML desde que empezó tu baja por maternidad. Pero además de ser egoísta, creo que es la mejor decisión que podías tomar por ti y por J. J. Eres una patóloga forense magnífica, y te satisface en más de un sentido. Pensaba que volverías, pero la verdad es que creía que tardarías más en darte cuenta de que podías hacerlo y seguir siendo una mamá estupenda. Si no te importa que te lo pregunte, ¿qué consiguió que tomaras esa decisión con tanta rapidez?
—No fue una cosa, sino un montón. En primer lugar, la tragedia de la muerte de Leticia, pues no quiero que haya sido del todo en vano. Tal vez te parezca un poco extraño, pero a mí no. Murió porque estaba cuidando a J. J. para que yo pudiera volver al trabajo. Creo que estoy en deuda con su memoria.
—No me parece nada extraño.
—También comprendí que el secuestro de J. J. fue un caso entre un millón. No volverá a ocurrir. Pero el descubrimiento más importante es que hay canguros soberbias, están encantadas con su trabajo, e incluso se han marcado como objetivo ser las mejores canguros posible. Para ir a trabajar con tranquilidad, necesito a alguien que tenga verdaderas ganas de estar con J. J. todo el tiempo, y que también desee ser mi cómplice, para que yo pueda estar implicada lo máximo posible. ¿Sabes a qué me refiero?
—Sí. Necesitas a alguien que sea una mamá tan buena y tan atenta con J. J. como lo serías tú si no fuera por tu profesión. A la hora de la verdad, las necesidades de J. J. podrían frustrar cualquier carrera…
Jack interrumpió a Lou, tras haber llamado la atención de la camarera.
—Estamos tomando un Vermentino. ¿Quieres probarlo, o quieres otra cosa? También tomaremos ensalada César con pollo. ¿Qué dices?
—Como quieras —respondió Lou con un ademán. Era un adicto al pastel de carne, salvo en compañía de Jack y Laurie. Además, en aquel momento estaba más interesado en conversar con Laurie que en el tipo de vino y comida que prefería—. Supongo que el hecho de que vuelvas con tal rapidez es que ya has encontrado a alguien que consideras adecuado para la tarea.
—Creo que sí —admitió Laurie—. Hace una semana sondeé a todas mis amigas, sobre todo a las de la universidad, y me hablaron de una irlandesa que había sido canguro de una compañera cuyos dos hijos son ahora adolescentes. Mi amiga había estado intentando colocar a la mujer, pues la querían tanto que prácticamente había pasado a formar parte de la familia. Cuando la conocí, supe que era perfecta nada más empezó a hablar. Y tiene muchas ganas de venir a vivir con nosotros. O sea, ser canguro es la misión de su vida.
—¡De acuerdo! ¡Vamos a brindar otra vez! —dijo Jack cuando la camarera trajo la copa de Vermentino a Lou. Jack alzó la suya, y los demás le imitaron—. Por el regreso de Laurie al IML. Por la resistencia de J. J., puesto que se está portando con absoluta normalidad, y por la memoria de Leticia y la beca escolar.
Los tres amigos entrechocaron sus copas, y después bebieron el vino con fruición.
—¿Qué es eso de la beca escolar? —preguntó Lou, después de dejar la copa sobre la mesa.
—Intentamos pensar en algo para honrar la memoria de Leticia —dijo Jack—. Se nos ocurrió crear una beca universitaria destinada a la gente del barrio. Laurie se ha puesto en contacto con la Universidad de Columbia, y al parecer les gusta la idea, como un bonito complemento a sus esfuerzos por colaborar con el vecindario. Laurie y yo ya hemos empezado a aportar fondos, fijando una cantidad anual e invitando a los demás a hacer lo mismo. Además, estamos planeando diversos eventos para recaudar fondos en el barrio. Creemos que será bueno para la comunidad.
—No se me habría podido ocurrir algo más apropiado —dijo Lou—. ¡Excelente idea!
—¿Qué ha estado pasando en el aspecto legal? —preguntó Laurie—. He sentido curiosidad desde que te dejaste caer por casa y nos hablaste de las redadas.
—Un poco de todo, como de costumbre. Las tres empresas han pagado la fianza de sus directivos, salvo en el caso de Benjamin Corey. Todos serán procesados esta semana y, por supuesto, todos se declararán inocentes, incluido Corey. Lo que está haciendo la fiscalía en este momento es ejercer presión sobre los directivos de menor rango para que se declaren culpables de un delito menor a fin de obtener una sentencia más leve, a cambio de declarar contra los peces gordos. Saldrá adelante, por supuesto, gracias a las pruebas obtenidas durante las redadas, las cuales sacarán a la luz los secretos concernientes a todas las empresas fantasma del crimen organizado. Lo más importante es que la cómoda relación entre la mafia de Long Island y la yakuza japonesa es algo del pasado, al menos a corto plazo, y espero que a largo también. Gracias a ti, vamos a ver menos cristal por la ciudad.
—¿Por qué no se pagó la fianza de Benjamin Corey?
—Debido a la orden de busca y captura internacional por el asesinato del guardia de seguridad de Kioto. Se la habrían concedido si solo se hubiera tratado de un delito de guante blanco. Si existe el riesgo de que alguien huya, es él. En este momento, está concentrando todos sus esfuerzos en evitar la extradición. No me gustaría estar en su lugar. Aunque consiga zafarse de la extradición, aún tendrá que afrontar la acusación de lavado de dinero. Vamos, es que no lo entiendo. Un tipo con esos antecedentes y cultura. Era como si estuviera intentando probar hasta cuándo podía salirse con la suya.
—Yo lo veo más como una tragedia griega —dijo Laurie—. El defecto fatal de la codicia manifestándose en un individuo que, lo más probable, empezó con el deseo altruista de ayudar a la gente, como el noventa y nueve por ciento de los estudiantes de medicina.
—Pero ¿cómo pudo ocurrir? No lo entiendo.
—Es el desgraciado matrimonio entre la medicina y los negocios. A mediados del siglo XX, podías vivir bien de la medicina, pero no podías llegar a ser muy rico. Todo eso cambió cuando la medicina de este país no se planteó como una responsabilidad del gobierno, como la educación y la defensa, algo que sucede en la mayoría de los países industrializados. Añade a eso que el gobierno estadounidense contribuyó sin querer a la inflación médica al no llevar a cabo controles de gasto eficaces en Medicare, al subvencionar con generosidad la investigación biomédica sin conservar la propiedad de los descubrimientos resultantes para el pueblo estadounidense, y al conceder su oficina de patentes las relativas a los procesos médicos, como las secuencias del genoma humano, cosa que no se debería hacer por ley. La situación de las patentes médicas en este país es un completo desastre que ya está empezando a afectar a la industria biomédica, pero eso es otra historia.
»Por desgracia, en estos tiempos, si un médico quiere hacerse muy rico, y muchos lo consiguen, tiene a su alcance escoger la especialidad apropiada, trabajando en la industria farmacéutica, la industria de los seguros médicos, la industria de las especialidades hospitalarias o la industria biotécnica. Todas dicen que existen para ayudar a la gente, cosa que pueden hacer, pero es más un subproducto, no el objetivo. El objetivo es ganar dinero, y lo ganan siempre.
Durante unos momentos, Lou miró fijamente a Laurie. Después lanzó una risita burlona.
—¿Esperas que entienda lo que acabas de decir?
—La verdad es que no. Confórmate con deducir que no me sorprende que alguien como Ben Corey haya pasado de ser un individuo con verdadero interés en convertirse en un médico concienciado, a ser un individuo cuyo único objetivo es convertirse en multimillonario. Casi todos los estudiantes de medicina, cuando no todos, son seres altruistas, pero también competitivos. Han de serlo para matricularse en la mejor universidad, para entrar en la facultad de medicina y para hacer lo posible por acceder a las residencias más codiciadas y seguir la mejor especialidad médica, o sea, la que proporcione más beneficios para así devolver los préstamos solicitados para sus estudios lo antes posible. Lo que no comprenden es que la profesión ha cambiado drásticamente en este país durante los últimos años, sobre todo por culpa de la economía.
—Y la nueva legislación sobre la sanidad, ¿no será de ayuda?
—Siendo generosa, podría decir que es un comienzo. En el fondo, existe un objetivo de alcanzar cierta igualdad social en lo tocante a la asistencia sanitaria como recurso y responsabilidad de un gobierno. Pero en este país la asistencia sanitaria es una industria participativa competitiva, y la nueva legislación no cambia eso. Solo reordena el poder relativo de los accionistas. Temo que el efecto a largo plazo sea más presión para que los gastos aumenten, puesto que, como en el caso de Medicare, no existen suficientes controles de gastos específicos.
—Jack, ¿eres tan negativo como Laurie? —preguntó Lou.
—Por supuesto —replicó Jack sin vacilar—. ¡No me tires de la lengua!
—Cambiemos de tema —sugirió Laurie—. ¿Qué has averiguado sobre el secuestro de J. J.?
—Bien, como ya dije antes, ahora sabemos con seguridad que fue orquestado para apartarte del caso de Satoshi Machita. La exigencia del rescate no era más que una tapadera. También me complace informaros de que hemos detenido al pistolero que mató a Leticia. Se llama Brennan Monaghan, pero la persona que estaba detrás de todo es uno de los capos de la familia Vaccarro, llamado Louie Barbera, con el cual ya hemos tenido tropiezos en el pasado. Me alegraría sobremanera que este episodio le enviara directo a la cárcel, pero no será el caso. Una vez más, saldrá libre.
—¿Cómo es posible? —preguntó Laurie.
—Desde el punto de vista de la policía, es el problema de utilizar empresas como CRT. Tal como hablamos aquella fatídica noche, cuando os presenté a sus dos jefes, su objetivo principal es resolver el secuestro en beneficio de la víctima y de sus familiares. Sus métodos no tienen en cuenta que cualquier prueba obtenida de forma ilegal no puede utilizarse en los tribunales, tal como sucede en el caso de J. J. CRT descubrió dónde le retenían secuestrando y drogando a un esbirro de los Vaccarro, una estrategia muy poco legal. Es estupendo que cuenten con buenos abogados defensores. De lo contrario, ya estarían a buen recaudo.
—Prefiero tener a J. J. conmigo antes que haberme ceñido a la letra de la ley —admitió Laurie.
—Por supuesto. Por eso os sugerí contratarles. Os di el consejo como amigo. Como policía no lo habría hecho, puesto que sus métodos suelen pisotear los derechos constitucionales, y tal comportamiento, a la larga, no es bueno para la sociedad en conjunto.
—¿Qué sabéis de Vinnie Amendola? ¿Sigue fugitivo?
—Hace más de una semana que regresó —dijo Jack—. Hemos estado tan inmersos en el asunto de la canguro y la beca, que olvidé decírtelo.
—Muchísimas gracias —contestó Laurie en tono burlón—. Bien, ¿cuál es la primicia? ¿Se ha metido en algún lío? ¿Escribió él la carta amenazadora?
—Pues sí —explicó Lou—. Al final, las autoridades del sur de Florida le localizaron y le devolvieron a Nueva York mediante una orden de busca y captura. Fue de lo más colaborador, y no se le ha acusado de nada, pese a su presunta complicidad. Todo el mundo reconoció que le estaban chantajeando y se encontraba en una situación difícil, pues temía por la vida de sus hijas y esposa. Además, al fin y al cabo, te advirtió con la carta. Supongo que no estarás interesada en acusarle de nada, ¿verdad?
—Cielos, no —dijo Laurie, con una expresión que revelaba que era lo último que deseaba hacer—. Tengo muchas ganas de darle las gracias por advertirme.
En aquel momento, la camarera llegó con las ensaladas César. Todo el mundo se apretujó para intentar encontrar un hueco sobre la pequeña mesa de hierro forjado con sobre de cristal. Cuando la camarera se alejó, Lou levantó la copa.
—Permitid que haga un breve brindis. Por los forenses y lo que son capaces de hacer por la ley. ¡Al menos, los malos no cuentan con eso!
Los tres amigos entrechocaron sus copas por segunda vez, entre cabeceos y carcajadas.