Añadidos, agradecimientos y disculpas

No sé cómo lo hace usted, pero yo soy de esas personas que siempre leen antes los agradecimientos que el primer capítulo. Eso ha hecho que alguna vez disfrutara mucho menos de aquella lectura, ya que muchos autores aprovechan las últimas líneas de su libro para proporcionarle al lector sugerencias bibliográficas posteriores que a menudo revelan el tema clave y la gracia de aquella novela.

Por ejemplo, hace poco leí un thriller histórico en el que había que esperar hasta el final del libro para descubrir que el asesino tenía múltiple personalidad. Yo ya lo sabía desde el principio porque había leído los agradecimientos.

¿Por qué escribo todo esto? Porque a mí también me encantaría darle ahora algunas sugerencias sobre cómo podría informarse con más detalle acerca de los temas médicos que abordo en este thriller psicológico. A pesar de que muchos de ellos le puedan parecer increíbles, la mayoría son tema de discusión ahora mismo (una vez más).

Pero ¿cómo puedo demostrárselo sin anticipar más contenido de la cuenta? Por suerte existe un libro de divulgación que lleva como nombre el inofensivo título Unsichtbare Ketten («Cadenas invisibles»), y que fue escrito por el doctor Hans Ulrich Gresch, diplomado en Psicología. Es cierto que Caspar no puede acordarse en aquel preciso momento, pero es capaz de citar casi textualmente palabras y frases de este libro.

En el momento de imprimir la novela, Unsichtbare Ketten podía descargarse en Internet totalmente gratis, cosa que agradezco profundamente a su autor. (Por favor, no lo busque en Google hasta que no haya terminado la lectura). Igualmente, el fascinante libro Neuropsychlogie («Neuropsicología») que Caspar encuentra en la biblioteca existe realmente, y sus autores son Bryan Kolb y Ian Q. Whishaw. Las indicaciones de las fuentes respectivas son correctas.

Por el contrario, la clínica Teufelsberg, al igual que el resto de la acción, es pura ficción. Como sucede con las buenas mentiras, en ésta también se esconde una pizca de verdad. Me he permitido el lujo de trasladar una clínica privada, que verdaderamente existe y es muy similar a la que aquí se describe, al auténtico Teufelsberg de Berlín, que los delirios de grandeza del autor acabaron por situar en un lugar más alejado, en el Grünewald. La historia acerca del origen del Trümmerberg está también documentada.

Por cierto: la canción que tanto le gusta a Caspar se titula Inbetween Days y pertenece a The Cure. Pero eso es algo que seguramente han podido reconocer enseguida. Si aún no han podido dar con la solución del último acertijo del Destructor de almas, aquí va una pequeña pista: la palabra clave se esconde en las líneas de agradecimiento que vienen a continuación. ¿No es cierto, Gelinde?

Como siempre, les doy las gracias en primer lugar a ustedes, ya que si no leyeran mis libros tendría que hacer otras cosas que me divierten menos que escribir: trabajar, por ejemplo. Muchas gracias igualmente por las numerosas indicaciones, observaciones, propuestas de mejora, por las críticas y los ánimos, y a saber qué más, que me han hecho llegar principalmente a través de mi correo electrónico «fitzek@sebastianfitzek.de» o mediante el álbum de visitas.

En ocasiones me siento como el cantante que sólo necesita traer su micrófono para actuar, mientras que detrás de él se halla todo un ejército de roadies que son los que realmente tienen que trabajar duro. Por ejemplo:

Roman Hocke, la única persona a la que se le puede decir siempre que es el mejor agente literario del mundo sin que se le suban los humos a la cabeza.

Manuela Raschke: sin tu gestión hace tiempo que estaría perdido, arruinado y probablemente en la cárcel.

Gerlinde: como la mayor aficionada del mundo de thrillers de horror, las propuestas de mejora que hiciste para este libro han sido una vez más imprescindibles. Gracias por ser el ancla en este loco torbellino de nuestra vida.

Sabine y Clemens Fitzek: lográis que brille gracias a vuestros conocimientos médicos, haciendo que me familiarice, por ejemplo, con los rasgos fundamentales de la virtopsia. Por suerte, puedo echaros la culpa de los errores que cometí en la escuela. Es un trato justo, ¿no?

Christian Mayer: es fantástico que todos te confundan con mi guardaespaldas sólo porque tienes pinta de serlo. A partir de ahora te llevaré a todas las sesiones de lectura y seguiré atosigándote con mis preguntas acerca de las armas de fuego.

Sabrina Rabow, dice el refrán: «Colabora con pocos pero asegúrate de que sean los mejores». Ésa no es la única razón por la que estoy tan contento de que nuestros caminos se cruzaran hace años y que desde entonces cuides de mis relaciones públicas.

Hay muchas personas de las cuales admiro su poder, conocimiento y creatividad, y a las que les agradezco infinitamente: Zsolt Bács, Oliver Kalkofe, Christoph Menardi, Jochen Trus, Andreas Frutiger, Arno Müller, Thomas Koschwitz, Simon Jäger, Thomas Zorbach, Jens Desens, Patrick Hocke, Peter Prange y, naturalmente, ¡no me quiero olvidar de mi padre, Freimut Fitzek!

Vayamos a las personas que nunca deberían faltar en ninguna nota de agradecimiento, ya que sin ellos el autor no existiría:

Carolin Graehl: tus preguntas concretas acerca del manuscrito, además de muchas otras cosas, hacen que tu lectura, tan meticulosa y llena de cariño al mismo tiempo, sea tan perfecta. Un conjunto de ideas se convierten en un libro fascinante que vale la pena leer sólo gracias a ti.

Regine Weisbrod: increíble. Ahora sé por qué tantos autores hablan tan bien de ti. Si no te encargas de la redacción del próximo libro, mucho me temo que tendré que matarte. (¡No es broma, le pondré tu nombre a un cadáver!).

Doctora Andrea Müller: usted fue quien me descubrió y me convirtió en autor. Por suerte pudimos trabajar juntos en el Exposé antes de que, debido a su éxito, la competencia la comprara descaradamente.

Beate Kuckertz y doctor Hans-Peter Übleis: les agradezco que también en los próximos años me proporcionen aquello con lo que otras personas solamente pueden soñar: dinero.

No, naturalmente me refiero a un hogar en su maravillosa editorial, Droemer Knaur.

Klaus Kluge: no te acobardas ante el hecho de tener que probar alguna vez nuevas y locas ideas de marketing, y por ello cuentas con el reconocimiento, no sólo de este sector, sino también del mío. Pero con mi húmedo apretón de manos no te puedes comprar nada.

Sybille Dietzel: le agradezco a usted que le haya otorgado a mis ideas más valor a través de su trabajo creativo durante la producción.

Una vez más las personas más importantes se hallan al final de los agradecimientos: el ejército de las personas que trabajan en la producción, distribución, las librerías y bibliotecas, y que se encargan en primera línea de que este libro pueda llegar a sus manos.

Para terminar, me gustaría pedirles disculpas a algunas personas a las que he robado sin reparos para poder escribir el presente libro. Por ejemplo, Helmut Rassfeld, con quien colaboré en la radio durante años, y cuyo apellido sólo podía prestarse para una persona con la que por suerte no mantiene ningún parecido. La señora Patzwalk era, en efecto, la cocinera favorita de mi guardería. (¡Gracias por no haber tenido que comer hígado!). Y perdóname, Fruti, por haberme servido del nombre de pila de tu hijo para una persona con un carácter fuerte. Sólo Marc no tiene motivos para quejarse: me pediste expresamente que en alguna ocasión utilizara tu nombre. Y como suele decirse… Uno siempre tiene que tener cuidado con los deseos que pide. Podrían cumplirse, señor Haberland.

SEBASTIAN FITZEK

Berlín, abril de 2008

P. D.: No tengan miedo, lo que han leído es sólo una novela. No se trata del expediente auténtico de un paciente, de eso estoy casi seguro.