—¿Haberland? —repitió él silenciosamente mientras caminaba hacia las puertas de dos hojas acristaladas—. Creo que, antes de que les cuente algo sobre el futuro de éste, deberíamos ocuparnos un poco más sobre su pasado. —En ese momento les hablaba dándoles la espalda—. El ataque de apoplejía de Marie fue sin lugar a dudas el trauma más terrible de su vida. Era incapaz de comprender lo que parecía haberle hecho a su hija y acabó emborrachándose el día del accidente. En consecuencia, casi pierde la vida con su coche. Después de que sus heridas sanasen, inició un tratamiento con el doctor Jonathan Bruck; durante la terapia hablaron también acerca de Marie. Bruck había conseguido el expediente de la niña en la clínica donde la hija de Haberland era atendida mediante medicina intensiva.
—Se acabó el tema del secreto del doctor —oyó que susurraba Patrick.
—Después de hacerle un análisis de sangre a Marie los médicos se convencieron de que la apoplejía había tenido lugar «durante», y no «a causa», de la hipnosis. Sophia se enfureció tanto al conocer el diagnóstico, que cogió a la niña y se marchó a Berlín. —Se volvió una vez más de cara a sus estudiantes—. Pero los médicos de Hamburgo tenían razón. Como se ha dicho, según conclusiones de la medicina oficial actual, en efecto, una causa negligente semejante a estos daños no es posible.
—Página 179 del protocolo —dijo Lydia volviendo a hojear el expediente.
—Correcto. Bruck animó a Haberland para que se reuniera con la madre de la hija a fin de que hablaran sobre estos nuevos conocimientos. Al principio Haberland no estaba muy seguro de si debía hacerlo, pero poco antes de Navidad se puso en camino. Viajaba con su perro…
—Tarzán, alias Mr. Ed.
El profesor pasó por alto el comentario de Lydia con una sonrisa bondadosa.
—… y el dictamen médico, que llevaba en la maleta. Fueron en tren a Berlín, pero antes de llegar a la clínica Teufelsberg, pensó que era mejor dejarlo. ¿Cómo iba a reaccionar Sophia, que hasta ahora había rehusado cualquier contacto con él y que desde que sucediera la tragedia, pensaba que él era el culpable? ¿Qué haría si se presentaba allí delante de ella sin avisar, aunque se lo había prohibido? Después de vacilar mucho, sacó fuerzas de flaqueza y se fue hasta allí para descubrirlo.
—Pero, fuera lo que fuese que él temía, seguro que no era ni la mitad de grave de lo que realmente pasó después.
El profesor rió con una voz seca.
—Efectivamente, en ese momento Sophia ya había practicado su «método de Destructor de almas» en tres mujeres. Como ya deben saber, no todas las personas se dejan hipnotizar, y menos en contra de su voluntad. Vanessa Strassmann, en cambio, sí. Era una mujer completamente inocente que sólo tuvo la mala suerte de haber coincidido con Sophia en un curso de teatro moderno de la escuela estatal. Su personalidad era considerablemente esotérica, por lo que, para Sophia, resultó ser un primer objeto fácil al cual acceder. No es de extrañar que Haberland no pudiera acordarse de ella cuando vio la foto de la mujer en el periódico. Vanessa nunca había tenido contacto con él ni con Marie.
Patrick lo miró con tono interrogativo y siguió pasando las páginas hasta la primera. El profesor le hizo una señal de ánimo con la cabeza.
—Con la señora Strassmann empezó la serie de asesinatos. Sophia la encerró bajo un pretexto en la habitación de un hotel. Al parecer, Vanessa había sido violada una vez, y la doctora la hipnotizaba con el fin de que ésta pudiera enfrentarse a su torturador.
—Yo ya no he querido seguir leyendo a partir de esa escena —murmuró Patrick.
—Estimulada por su propio éxito, Sophia Dorn intentó un nuevo método con la mujer que ella creía realmente que era culpable: la profesora del colegio, Katja Adesi, que había levantado la liebre gracias a sus sospechas acerca de un posible maltrato.
—¿Y la tercera víctima? —preguntó Lydia—. ¿Doreen Brandt?
—Era la abogada que no quiso acusar a Haberland —explicó el profesor—. La mujer no había aceptado el caso, por lo que tampoco podía establecerse ningún tipo de contacto entre ella, Sophia y el resto de las víctimas. Además, la policía buscaba a un hombre.
—Muy bien, pero estábamos hablando de Caspar, quiero decir, Haberland —recordó Patrick impaciente.
—Ah, sí, perdónenme. Bien, él era el único objetivo de Sophia todo el tiempo. Su pieza maestra. En la página 177 del expediente se muestra mediante qué métodos de engaño es posible realizar una hipnosis coaccionada. Todas las técnicas, por cierto, tienen algo en común: se basan en un efecto de sorpresa.
—Que apareció con la visita de Haberland.
—Exacto. Pueden imaginarse el shock que tendría Sophia al ver de repente a Haberland delante de ella.
Ahora era él quien la había cogido por sorpresa a ella, y una vez más pretendía buscar excusas con mentiras. Incluso le presentó un dictamen médico del reputado doctor Jonathan Bruck donde rechazaba su culpa. ¡Cómo! —El profesor levantó la mano plana sobre la pizarra—. Entretanto ella había demostrado tres veces cómo era posible herir a alguien mortalmente a través de la hipnosis.
—¿Y quemó el dictamen médico en la chimenea y luego le inyectó un narcótico? —Patrick también se había levantado ahora para mover las piernas. Lydia era la única que no se movía de su sitio, mientras jugaba nerviosa con un mechón de su pelo.
—Sí y no —dijo el profesor—. Tiró la carta a la chimenea y le mandó al diablo. Para ser más exactos, le mandó a Tarzán. Haberland lo había dejado atado fuera en mitad del frío. Más tarde, debió de haber pensado en otra cosa y sacó de nuevo de las llamas los restos carbonizados del dictamen médico.
—¿Y la amnesia de Haberland?
Lydia se llevó el mechón del pelo a la boca llena de excitación.
—Se produjo a causa de un simple golpe.
Patrick arrugó la frente y el profesor se percató de que debía concretar más.
—Miren, Haberland estaba hundido físicamente. Había pasado por una terrible vivencia, algo que quería olvidar como fuera. Incluso había estado tratándose con Bruck por lo que le había hecho a su hija. Y ahora su primer intento por conversar en persona con Sophia Dorn había fracasado. Estaba herido, confuso, exhausto y depresivo. Su cerebro solamente ansiaba poder olvidar aquellos horribles recuerdos acerca de Marie y para ello usó la primera ocasión que se le presentó para escapar de la culpa.
—¿El accidente? —preguntó Lydia.
—Sí. Tarzán tiró de la correa, Haberland perdió el equilibrio en aquella cuesta helada y se quedó inconsciente cuando su cabeza se golpeó contra el asfalto. Pocos segundos más tarde Bachmann trajo el cuerpo congelado a la clínica.
—Volvamos a la maníaca.
El profesor asintió.
—Sophia aprovechó la ocasión inesperada que se le ofrecía. Con la amnesia de Haberland volvía a tener el efecto sorpresa otra vez de su parte. Durante el primer examen médico le quitó enseguida a su… —el profesor dibujo con los dedos en el aire unas comillas— «paciente» todo lo que llevaba consigo que pudiera revelar algo sobre su identidad, fingiendo que había sido víctima de un robo. Naturalmente ella nunca informó a nadie de la policía. La táctica de Rassfeld de dar largas y rechazar cualquier influencia que pudiera venir del exterior le iba como anillo al dedo.
—¿Y por qué no hipnotizó a Caspar enseguida? —quiso saber Lydia—. ¿Por qué le enseñó incluso una foto de su hija? Podría haber recordado quién era y el plan de ella se hubiera visto frustrado.
—Buena pregunta. Sophia estaba, en efecto, demasiado confusa. Por un lado quería castigar a Haberland y enviarlo al infierno. Pero sólo hubiera sido la mitad de doloroso si no hubiera podido recordar a Marie y, de ese modo, su culpa. Por eso quería liberarle primero de aquella amnesia benigna para, luego, romperle el alma. Los acontecimientos de aquella noche le dieron la oportunidad de combinar ambas cosas.
—¿Y qué papel tiene Bruck ahora? —preguntó Patrick.
—Es lógico —respondió Lydia en vez del profesor—. Sophia se vengaba de todos los que querían hacerle creer que la hipnosis era inofensiva, y Haberland le había entregado su dictamen acompañado de una nueva víctima: entrega a domicilio, por así decirlo.
—Muy bien combinado —la alabó el profesor.
—¿De verdad? —sonrió Lydia.
—Sucedió exactamente así. Antes de que Haberland fuera a verle no conocía a aquel hombre de nada; entonces pasaba a formar parte de su lista personal de venganza. Sophia lo eligió para que fuera su cuarta víctima.
—¿Y cómo lo hizo? —preguntó Patrick.
—Sophia actuó sin escrúpulos —dijo el profesor—. Llamó a Bruck para pedirle un consejo experto sobre un paciente que acababa de ingresar en la clínica con amnesia. Éste, dispuesto a ayudar, viajó expresamente desde Hamburgo. Tenía la sospecha de que pudiera tratarse de Haberland, quien no había dado señales de vida desde hacía dos días. Ella le reservó una habitación a Bruck en el motel Teufelsberg, cerca de la clínica, y allí se encontraron.
—Y lo hipnotizó sin piedad.
—Casi.
—¿Qué quiere decir «casi»?
Las manchas de las mejillas de Patrick ya no se debían a apoyarse las manos.
Aunque el termómetro seguía bajando sin parar parecía que el joven tenía más calor a cada segundo que pasaba. El profesor volvió a tomar nota mentalmente, sin saber si aquellas reacciones eran de algún modo relevantes; luego respondió a la pregunta.
—Bien, no lo logró del todo. Sophia le puso las gotas de escopolamina en los ojos y consiguió que entrase en trance. A continuación, cogió alcohol del minibar y lo vertió por encima de él para dar la impresión de que bebía. Es posible que la molestaran, quizá cometió un error, pero esta vez no funcionó bien. Y, como dije anteriormente, no todas las personas pueden ser hipnotizadas. Bruck era, de todos modos, un candidato difícil. Es cierto que Sophia logró paralizar su centro de comunicación. Por ese motivo, por ejemplo, el hombre no podía dejarle a Caspar ninguna nota escrita, si bien esta capacidad empezó a volver cada vez más rápido con el tiempo. Recordarán que intentó escribir el nombre de Sophia con su sangre en el cristal de la ventana.
Ambos estudiantes asintieron.
—Sea como fuere, Sophia había dañado a Bruck de forma considerable, pero no consiguió que el hombre acatara la orden posthipnótica. Cuando Schadeck fue a buscar a Bruck a su motel, éste logró liberarse mediante su propio esfuerzo de su sueño de la muerte.
—¿Cómo?
—Clavándose un cuchillo en el cuello.
—¿Perdón?
Un horror desnudo se reflejó en la cara de Lydia, al tiempo que el rostro de Patrick se volvía completamente inexpresivo.
—Sí, los motivos no están muy claros. Según las investigaciones, cuando Bruck era un niño se tragó una avispa y estuvo a punto de morir al picarle ésta en la laringe. Supongo que Sophia reactivó este tema y le llevó de vuelta a aquella pesadilla.
—¿Quiere decir que por eso se cortó la tráquea él mismo?
Lydia se tocó la laringe y tuvo que tragar saliva.
—Sí. Mientras estaba en la ambulancia se hallaba en la fase despierta del sueño de la muerte. Él sabía en ese momento que un estímulo extremo, como por ejemplo un dolor intenso, podía acabar con la hipnosis. En su caso, como les he dicho, no había funcionado tan bien como en las anteriores víctimas. Además, como médico, sabía que un corte de aquellas características en la tráquea no era mortal, aunque sí debía tratarse lo antes posible. Igualmente sabía que se hallaban cerca de la clínica Teufelsberg; allí, no solamente estaba la asesina, sino también su próxima víctima: Haberland, su paciente. Aquí es donde empiezan las especulaciones. Después del trauma ocurrido aquella noche, Bruck tan sólo ha entregado a la policía datos incompletos. No he podido acceder a todos ellos. Tal vez fue una casualidad, quizá quería matar dos pájaros de un tiro, por citar un vieja frase. En cualquier caso, logró el efecto que deseaba, aunque fuera de modo drástico. Schadeck se detuvo al perder el control del vehículo y Bruck ingresó en la clínica.
—Y aquí empezó la historia.
—Todavía no.
—¿Por qué?
El profesor miró por enésima vez los rostros de interrogación de sus objetos de experimentación.
—Bueno, se han olvidado de Linus.