03:20 horas

Caspar quiso abrir los ojos para huir de aquel sueño, pero no lo consiguió. De hecho ya estaba despierto. El fuego que había delante de él y que llevaba observando fijamente desde hacía algún tiempo era tan real como las palabras que podía oír a través del interfono de la clínica.

—¡Ven a buscarla! —se oía la voz de Schadeck, como una matraca desde el altavoz que había encima de su cabeza.

«¿Tom? ¡Maldita sea! ¿Qué está haciendo?».

Caspar intentó levantarse de la silla en la que se hallaba sentado en la biblioteca, pero fracasó por varios motivos. Especialmente porque, después de haber sido torturado y golpeado tantas veces durante las últimas horas, su alma y su cuerpo ya no eran capaces de realizar las acciones más básicas. Había estado a punto de morir intoxicado con el humo, le habían administrado un narcótico en contra de su voluntad y, además de las heridas causadas por varios cortes en las manos y los pies, por lo visto el Destructor de almas le había destrozado el tabique nasal. No obstante, el dolor y el malestar frío que sentía se debía muy probablemente a la conmoción cerebral que le había producido Schadeck. No tenía fuerzas para levantarse, ni siquiera hubiera sido necesario el cinturón de la bata que Schadeck había utilizado para atarlo a la silla.

—Es toda tuya, Bruck. He llevado a Sophia hasta la recepción.

El micrófono se acopló ligeramente antes de que Schadeck pudiera volver a hablar a través de él.

«Oh, Dios mío. Pretende sacrificarla».

Como si las palabras de Schadeck hubieran ahogado en él los últimos rayos de esperanza, las llamas de la chimenea fueron disminuyendo lentamente dejando tras de sí una enorme tristeza en la biblioteca.

Caspar cerró los ojos llorosos con la esperanza de que el temporal de nieve, que amenazaba con entrar violentamente por el tubo de la chimenea, se calmaría un poco.

—¿La quieres? Es tuya. Es tu regalo de Navidad. Quédate con la doctora y haz con ella lo que quieras, pero vete de aquí. Ése será nuestro trato, ¿de acuerdo?

Caspar intentó levantarse otra vez y lo único que consiguió fue acabar cayendo por poco en las llamas. Empezó a sudar.

—Puedes quedarte también con los demás. Están en la biblioteca, donde apuñalaste a Yasmina. La vieja aún está viva.

Caspar volvió la cabeza hacia atrás y vio que la postura de Greta había cambiado: ahora tenía la boca cerrada.

—Y el psicópata está maniatado. Así que lo tienes fácil: ve a por ellos o llévate sólo a Sophia… lo que quieras, pero…

La voz de Schadeck se desvaneció en mitad de la frase a pesar de que la tecla del altavoz seguía estando pulsada.

—¡Mierda! No… qué…

Poco después, Caspar oyó un ruido como si alguien estuviese arrancando de un tirón el mantel de una mesa puesta.

Dos segundos más tarde se oyó un crujido y un grito resonó por toda la clínica, y en su cabeza retumbante.

«Eres un idiota, Schadeck. Un perfecto idiota…».

¿Qué había dicho Bachmann? ¿Que solamente había dos lugares donde era posible utilizar el dispositivo de la clínica? El camillero podría haberse dibujado en el pecho una diana, hubiera dado lo mismo. La cuestión era si Bruck lo había eliminado antes o después de ir a por Sophia.

«Sólo había una cosa cierta…».

Caspar, desesperado y con las manos atadas, echó un vistazo a través de la puerta que daba al pasillo, que estaba medio abierta. Schadeck se había llevado la llave.

«¡… ahora Bruck vendrá a por nosotros!».

Pronto notó que el ruido de unos pies arrastrándose por el pasillo le daba la razón.