03:11 horas

Apretó la mano herida contra su pecho para presionar el corazón, que latía más rápido con cada paso.

—¿Tom? —gritó Caspar.

Deseaba informar al camillero acerca de sus sospechas; esperaba que éstas tuvieran algún sentido.

Si estaba en lo cierto, sólo tenían que esperar a la siguiente fase en que Sophia volviera a abrir los ojos y decirle la palabra clave. Si los daños psíquicos que había sufrido hasta entonces no eran demasiado profundos lograría controlar otra vez su subconsciente. O caer en un sueño compasivo.

—¿Tom?

Siguió sin recibir ninguna respuesta a pesar de que había gritado con todas sus fuerzas.

Caspar salvó por fin el último peldaño y sus pies ensangrentados dejaron la primera huella en la gruesa alfombra de color crema de la entrada de la recepción.

La puerta del ascensor crujió detrás de él. No estaba cerrada del todo, y se abría y cerraba algunos centímetros una y otra vez. Caspar dudó sobre si era mejor sacar la cuña de madera que bloqueaba el ascensor. En realidad, el hecho de que la luz de la cabina no alumbrase la zona de la entrada le hacía sentirse inseguro. ¿Y si el Destructor de almas estaba esperando precisamente aquel momento para saltar sobre él en mitad de la oscuridad?

Decidió que necesitaba ayuda. «¿Dónde está Tom?».

Su única arma era una jeringuilla y no quería exponerse a aquel peligro desconocido. En busca de ayuda, Caspar se adentró por el oscuro pasillo que llevaba a la biblioteca.

«¿Por qué está abierta la puerta ahí detrás?».

Caspar se extrañó aún más al ver ante sí el objeto resplandeciente que parecía estar girando a unos pocos metros. La luz candente de la chimenea, proveniente de la sala del comedor, se iba reflejando en él.

Entonces, dio otro paso y vio lo que estaba abandonado, tirado en el pasillo. Era la silla de ruedas de Sophia, y los radios se movían despacio como si la rueda fuera un molino.