03:09 horas

—Espera, no…

Sus gritos se dirigían a Schadeck, que, sin darse la vuelta, ya había salido corriendo hacia el pasillo.

«Es una trampa», quiso advertirle, pero su voz se apagó.

Caspar se apoyó en el brazo izquierdo, que tenía libre, giró su cuerpo hacia un lado y empezó a soltar el resto de correas con dedos temblorosos. Al igual que el ruido, los colores que tenía a su alrededor habían cambiado. En la habitación contigua, el aparato de tomografía seguía latiendo con la dinámica de un disco de música tecno psicodélica. Los martillazos imitaban el ruido de una estaca, se hacían cada vez más intensos y acallaban el sonido externo de un teléfono que, en un principio, no debía existir. Primero, porque la línea telefónica no funcionaba; y segundo, y sobre todo, porque sonaba demasiado alto y estridente. En aquel sótano no deberían haberlo podido oír.

«A no ser que…».

Caspar quiso ponerse de pie, intentó agarrarse a algo y cayó al duro suelo de piedra.

Sintió un crujido en el hombro izquierdo y lanzó un grito. Por desgracia sólo era su inconsciente lo que estaba anestesiado, y no el centro de dolor.

Se llevó por delante la mesa de instrumentos al querer levantarse y, con un impulso, agarró el escalpelo que se le había resbalado justo por delante de la pierna, pero enseguida lo cambió por la jeringuilla. Si tenía que defenderse, el efecto de la inyección sería más rápido incluso si la cánula iba perdiendo parte del líquido que contenía.

Gritó al apoyar todo su peso sobre la pierna que no debía, y el trozo de cristal que tenía en el pie se le clavó aún más. Fue avanzando con dificultad hasta la mesa de disección y siguió moviéndose, cojeando. Se hallaba a tan sólo unos pasos de la salida, pero la imagen se desfiguraba ante sus ojos. En un primer momento incluso pensó que la puerta, que estaba abierta de par en par, se iba alejando a medida que él se movía en aquella dirección.

Finalmente perdió el equilibrio y no tuvo más remedio que tropezar con el pie lastimado, pero al menos el dolor evitó que se desplomara.

En su interior bramaba una contradicción que prácticamente no tenía solución. Por una parte, deseaba huir antes de que el Destructor de almas fuera en su busca allí abajo. Por otro lado, ansiaba que le sobreviniera un sueño del que nunca más tuviera que despertar.

«Sueño», pensó, y de repente volvió a sentir el humo en la nariz, aunque esta vez podía deberse a que ahora se hallaba en el pasillo, a pocos metros de la sala de Radiología donde él mismo había iniciado el fuego.

«¿Por qué Sophia no cae sencillamente en un sueño profundo?».

De algún modo Caspar consiguió llegar hasta el ascensor y pulsó el botón. Ni siquiera se había planteado usar la escalera; en aquel momento, cada escalón significaba para él tener que salvar un obstáculo.

Se apoyó con la frente en la puerta cerrada y empezó a meditar al tiempo que sentía cómo vibraba el aparato de tomografía y el ruido de las botas pesadas de Schadeck que recorrían la planta superior. El teléfono había dejado de sonar.

«Tom tiene razón. ¿Por qué las víctimas no se despiertan? ¿Y por qué todas tienen en la mano una nota con un acertijo?».

Los cables del ascensor crujían como si tuvieran artritis, y una nueva reflexión se desató en su cabeza.

«Un momento…».

La respuesta se hallaba tan cerca que Caspar no había querido creerla al principio.

«Topor. Sueño de la muerte». Naturalmente.

«¿Cómo no hemos podido verlo?».

Había ocurrido justo delante de sus ojos. Sophia mostraba todos los síntomas de una paciente que ha sido manipulada por un hipnotizador sin escrúpulos.

Bruck probablemente había logrado que la mujer volviera a revivir un suceso trágico de su pasado, que volviera a enfrentarse a aquello que más temía, a los hechos que más le conmocionaban. «¿Y si había revivido el momento en que su ex marido se había llevado a su hija?».

Entonces el Destructor de almas había encontrado intencionadamente la relación entre él y su víctima, igual que con el resto de las víctimas.

Había provocado una pérdida de comunicación de manera que Sophia nunca más fuera capaz de reaccionar a los estímulos externos, para que nadie más salvo él pudiera llegar hasta ella.

Pero antes de llegar al último y decisivo paso, Linus apareció y causó una alteración. Por eso sucede con ella lo que normalmente ocurre cuando existe un error a la hora de ejecutar la hipnosis. ¡Se despierta! Una y otra vez.

Caspar recordó los ojos temblorosos de Sophia, el sufrimiento, los escasos momentos en los que había mostrado una reacción y había querido comunicarse antes de caer de nuevo en el trance.

«Y podíamos haberla salvado».

Con una sola palabra podrían haber roto aquella espiral y eliminado la orden posthipnótica que el Destructor de almas había impuesto para conseguir volver a hipnotizar rápidamente a su víctima en cuanto abriera los ojos, en cuanto la luz atravesase sus pupilas.

«Oh, dios mío».

Caspar golpeó la puerta del ascensor como si de este modo la cabina pudiera bajar más rápidamente hasta donde él estaba. Pero el indicador que había sobre su cabeza no se movió.

«No queda más remedio que la escalera».

Tropezó hacia un lado, logró evitar una nueva caída cogiéndose en el último segundo a la barandilla, y fue subiendo peldaño a peldaño con una sola pierna mientras arrastraba la otra. Era tan sencillo. La solución del acertijo era la solución del acertijo.