De repente, dos llamas se precipitaron de forma paralela contra el techo de la habitación; sin embargo, solamente una de ellas era real. Tras reaccionar durante unos segundos, el otro fuego resultó ser un reflejo del cristal que dividía ambas salas. Al principio Caspar pensó que la cara que se escondía detrás de ésta era sólo una ilusión óptica, pero entonces aquel hombre medio desnudo empezó a golpear con su puño contra el cristal y Caspar logró reconocer aquel rostro desfigurado por la rabia. No cabía duda: Jonathan Bruck llevaba puesta todavía la bata verde del hospital, sólo que su parte delantera se veía salpicada de manchas de color marrón rojizo por todas partes. Además, daba la impresión de que bajo el collarín que llevaba medio suelto se iba filtrando una gran cantidad de sangre.
Caspar empezó a sudar, se dio la vuelta y sintió la ola de calor que había delante de él.
—¡Tenemos que salir de aquí! —le dijo a Bachmann. El vigilante también había visto al Destructor de almas y había retrocedido enseguida unos pasos hasta apoyar su espalda contra la pared, observando ante sí las llamas que, con un intenso humo, se dirigían hacia la puerta de salida.
—Esto no tiene sentido —gritó Caspar elevando su voz más alto de lo necesario en el momento en que el aparato de tomografía dejaba de hacer ruido.
Para demostrarlo empezó a zarandear el pomo de la puerta que comunicaba las dos habitaciones; como suponía, sin éxito. El cierre automático, debido a su función protectora contra las radiaciones, sólo podía abrirse después de realizar un examen médico, y Bruck acababa de poner en funcionamiento el aparato tomográfico. ¡Si éste había accionado el programa de virtopsia podría tardar horas en abrirse!
—¡Déjanos salir! —gritó Caspar dando también golpes contra el cristal, aunque sus manos no lograban hacer que se moviera.
Pero Bruck no pensaba en otra cosa. Era como si aún quisiera aterrorizar más a sus presas. Se agachó un momento y luego volvió a aparecer con unas largas tijeras. Bruck empezó a mover sus labios, pronunció un par de palabras incomprensibles y entonces…
«¡Oh, dios mío…!».
… se clavó las tijeras en la palma de la mano izquierda.
«¿Qué está haciendo?», se preguntó Caspar, y enseguida obtuvo una sangrienta respuesta. Bruck vomitaba contra el cristal y no dejaba de presionar su mano herida contra la superficie lisa. Caspar creyó oír el crujido agudo que dejaba la carne picada sobre el cristal mientras la mano del Destructor de almas iba resbalando lentamente hacia abajo dejando una huella de sangre tras de sí.
«¡Quiere decirnos algo! Es una señal, como también lo era el cuchillo en su cuello».
Caspar se hallaba horrorizado y fascinado a la vez, mientras sentía que el agua le iba subiendo por la nariz debido al humo cada vez más intenso que le irritaba las membranas mucosas. Pasó un tiempo hasta que Caspar, a pesar de que le lloraban los ojos, pudo leer las letras invertidas que el Destructor de almas estaba escribiendo en el espejo. Al principio pensó que empezaba a dibujar una serpiente, luego que se trataba de una señal de ayuda, hasta que finalmente cayó en lo más obvio. Aunque a Bruck ya no le quedara líquido en el cuerpo para terminar de escribir la última vocal: «Sophi…».
Naturalmente. La doctora era la única obsesión de aquel loco, y éste debía llevar a su fin su obra. Por ese motivo tampoco habían pensado que Bruck pudiera atacarles allí abajo, en la sala de Neurorradiología, teniendo en cuenta que el único objetivo del hombre le estaba esperando en la biblioteca. Pero ahora les había dado el jaque mate; se hallaban encerrados en un infierno que ellos mismos habían provocado y, aunque la pared de aislamiento acabara subiendo, allí abajo no les serviría de nada. Morirían intoxicados por el humo si a alguno de los dos no se le ocurría pronto alguna idea para apagar el fuego.
«¿Pero cómo? El maldito extintor está fuera».
Caspar seguía alternativamente con la mirada las llamas y al Destructor de almas.
Lo dejé allí expresamente para poder evitar desde fuera que el fuego se extendiera a otra habitación.
No había pensado en la posibilidad de quedarse encerrados después de provocar el fuego; igualmente se había olvidado del segundo bidón de detergente que acababa de explotar en aquel momento.