02:26 horas

—¡Quítatela!

—Estás de broma.

—Lo digo en serio. Quítate la maldita camiseta, ¡rápido!

—¿Se han vuelto todos locos?

Bachmann salió en defensa de Caspar, pero no había manera de hacer callar a Schadeck.

—¿De verdad creéis que todo esto ocurre por casualidad? ¡Este loco sabe algo! ¡A lo mejor es cómplice del Destructor de almas!

Yasmin puso sus brazos en el pecho temblando de frío, pero nadie se fijó en ella.

—¿Por qué motivo iba Bruck, con ayuda de sus acertijos, a hacer que las sospechas recayeran precisamente en su compañero? —preguntó Greta, enojada, señalando la nota con el acertijo que se hallaba encima de la mesa metálica.

—Además, eso significaría que usted también está en el ajo porque…

El vigilante retrocedió un paso por un acto reflejo cuando vio que un puño se dirigía volando en dirección a uno de sus ojos. Sin embargo, el golpe no llegó a rozarle.

Caspar también lo había visto venir y es posible que hasta hubiera podido evitarlo si su subconsciente no hubiera puesto el freno una vez más.

Si se hubiera dado la vuelta con rapidez, Tom no habría conseguido llegar hasta su camiseta y arrancársela de un tirón. Todavía podía notar cómo iban cediendo los hilos de algodón barato y el crujido de los músculos armonizaba de forma paradójica con el chillido que resonaba en sus oídos. El tren de los recuerdos había regresado a él volviendo a impregnar su nariz con un denso humo.

—Maldita sea, ¿qué es eso? —oyó Caspar que preguntaba Schadeck aún horrorizado, antes de que pudiera sentir cómo su cuerpo se inclinaba hacia atrás y caía en el vacío. Luego su lengua se le paralizó y ya no fue capaz de explicar de dónde procedían aquellas cicatrices de quemaduras que el camillero acababa de descubrir en su pecho. Caspar ya no tenía fuerzas para concentrarse en nada más que no fuera las secuencias de recuerdos que empezaban a invadirle.