—Mr. Ed —se lamentó Yasmin.
Caspar había pensado lo mismo, y se había sentido avergonzado porque la imagen de aquella criatura maltratada no parecía afectarle en absoluto.
«¿Y si se trataba sólo de un perro vagabundo? Es posible que ni siquiera lo conociera». Quiso pensar así para tranquilizar su mala conciencia. Puede que hubiera reaccionado de ese modo tan insensible porque se imaginaba que todo sería mucho peor.
«No, no es eso».
—¿Creéis que debemos sacarlo de aquí? —preguntó Bachmann con indecisión.
«Todo esto no tiene ninguna lógica».
—El Destructor de almas le ha partido las patas, ¿verdad?
Yasmin no podía desviar su mirada de los restos del perro. Las náuseas que provocaba aquella especie de humo vaporoso no parecía causar efecto alguno en ella. Es más, la joven se encorvaba cada vez más hacia el interior del congelador, por lo que Caspar tuvo que dejarle sitio no sin agradecérselo para sus adentros.
—Sí, le desollaron desde la oreja derecha. Mr. Ed ya no tiene patas. Cielo santo, ¿quién puede ser tan perverso y enfermo como para hacer algo así?
—Rassfeld —dijo Bachmann, y sacó del congelador una pata con forma de cuchara dejando a la enfermera horrorizada.
—Mirad esto.
Yasmin y Tom se quedaron mirando al vigilante boquiabiertos.
—Es la cadera del perro. El mismo Rassfeld la ha cortado con una sierra, pero no hay nada cruel en ello porque…
Caspar asintió. Empezaba a comprender por qué aquello le había dejado tan indiferente. No había lamentado la muerte de Mr. Ed porque…
—… no es Mr. Ed. Como os decía antes, Rassfeld trabajaba de vez en cuando aquí con sus estudiantes. Es uno de los objetos de experimentación. —Bachmann dejó el hueso de nuevo en el congelador y cerró la tapa—. El perro murió atropellado y el veterinario nos lo trajo a nosotros.
—¿Y cómo es que sabes todo eso?
—Quítate de una vez esa peluca roja que no te deja ver y míralo bien, Yasmin. Mr. Ed era un cruce de razas, lo que hay aquí dentro es un labrador. Y eso que huele tan mal es formalina. El animal estaba cubierto de ella; está completamente desangrado y se han sustituido todos los líquidos de su cuerpo. Aunque el Destructor de almas sea un experto en preparar así a los animales, no hubiera podido lograr hacerlo en tan poco tiempo.
—Pero, pero… —Yasmin tartamudeó—. Pero ¿qué pretende decirnos el Destructor de almas con eso?
—Nada en absoluto. ¿Es que no lo comprendes? Lo que quiere es…
—… matarnos —completó Greta desde el otro lado de la sala con una voz que no parecía la suya. Ahora era ella la que susurraba.
Todos se volvieron hacia ella, pero ninguno le preguntó nada; tampoco era preciso. La novena cámara frigorífica era la prueba de lo que la anciana había estado haciendo entretanto mientras ellos malgastaban el tiempo con los cadáveres que servían para experimentar.
—¿Es…? Quiero decir si es él… —preguntó Greta.
Señaló hacia abajo; ya no parecía que sintiera tanto temor. Unas profundas arrugas se extendieron de repente por su frente, que ahora se vislumbraba despiadadamente de un color verdoso claro. Caspar tenía miedo de que Greta empezara a vomitar, pero sus temores desaparecieron en cuanto dio un paso hacia ella. La mujer probablemente no iba a tener problemas probablemente para contenerse, sin embargo no estaba tan seguro de que él también pudiera hacerlo. Tragó saliva para evitar devolver lo poco que contenía su estómago, y que ya empezaba a notar en la entrada de su esófago. A continuación miró de nuevo con más atención: la cabeza sobresalía de aquella cámara.
«Sí, es él».
Rassfeld nunca había sido un hombre atractivo en vida, pero la muerte lo había convertido en un verdadero monstruo.