01:31 horas

La oscuridad parecía ejercer sobre él un efecto aclarador, casi purificador. Caspar podía escuchar, oler y sentir el entorno invisible por el que avanzaban lentamente desde hacía unos segundos, tan intensamente como si la sala de la recepción hubiera estado iluminada por una luz antiniebla delantera. El Destructor de almas había destrozado toda la iluminación de la planta baja.

—Mantente a la izquierda —susurró Schadeck, que caminaba muy cerca detrás de él, cuando se dio cuenta de que el sonido distorsionado del aullido dejaba de sonar sobre sus cabezas por un momento.

El camillero había insistido en acompañarle hasta la farmacia de la clínica.

—¿Es cierto lo que dice Yazzie? ¿Te desmayaste?

Caminaban a tientas mientras avanzaban con cautela, apoyando todo el rato una mano en la pared pintada para no desorientarse en la oscuridad. Caspar no sabía qué era lo que más le sorprendía: si el hecho de que Tom quisiera aprovechar su escalofriante huida de la biblioteca para, al parecer, tener una pequeña charla con él, o que el chico ya empezara a referirse a aquella enfermera indiscreta con un apodo cariñoso.

—Fallo repentino de la memoria, amnesia, pérdida de conocimiento. De algún modo encaja con toda la situación que estamos viviendo ahora, ¿no crees? —Schadek soltó una breve carcajada—. No importa. Sólo espero que ese perturbado no esté en posesión de algún instrumento para poder ver en la oscuridad, si no ya podemos olvidarnos de nuestro fantástico plan.

«Iremos a buscar rápidamente lo que necesita la doctora, averiguaremos dónde está Mr. Ed y luego apagaremos ese maldito altavoz», le había explicado Caspar al vigilante. Bachmann había asentido de mala gana cuando se marcharon, no sin antes advertirles del peligro que corrían.

«Por el despacho de Rassfeld se entra directamente a la farmacia de la clínica. Además, encima de su mesa está uno de los dos micrófonos del interfono. Así que tenéis un cincuenta por ciento de posibilidades de que Bruck os esté esperando allí».

Caspar siguió avanzando lentamente y casi estuvo a punto de chocar contra uno de los dispensadores de agua. Si no le fallaba la memoria, la caja de plástico se encontraba muy cerca de adonde se dirigían: dos puertas más allá.

Los aullidos se oían con menos fuerza desde el lugar en que se encontraban ahora, ya que se iban alejando del altavoz de la sala de recepción.

A pesar de ello, Caspar podía ver cada vez con más claridad la imagen de un animal asfixiándose dentro de un maletero sobrecalentado por el sol.

—Mira.

Caspar sintió como de repente Tom dejaba caer su pesado brazo sobre su hombro.

—¿Qué?

—Eso de ahí, qué va a ser.

«Bien. Así que él también lo ve».

La primera vez que Caspar había visto la luz roja intermitente pensó que se trataba de una alucinación, un reflejo que aparece cuando se aprietan los párpados con fuerza en la oscuridad. Pero aparentemente era real. Bajo la ranura de la puerta del despacho de Rassfeld brillaba de manera intermitente un diminuto punto rojo. Era como si alguien estuviera echado en el suelo intentando enviar por debajo de la puerta, hacia afuera, un mensaje en morse con ayuda del indicador luminoso de un mando a distancia.

—Eso no estaba allí antes, ¿verdad? —preguntó Tom.

Caspar asintió sin darse cuenta de que Schadeck no podía ver en la oscuridad su reacción mediante aquel gesto.

—¿Y ahora qué? —quiso saber él, y no tardó en imaginar cuál sería la respuesta del camillero.

—¿Cómo que qué? Vamos a entrar ahí, claro.