«El humo era una sustancia viva. Un enjambre de pequeñas células microscópicas que penetraban a través de su piel a fin de descomponer su cuerpo por dentro».
«Las partículas se habían adueñado especialmente de sus pulmones mientras avanzaban hacia los bronquios. Tuvo que toser».
Normalmente ése era el momento en el que se despertaba de aquella pesadilla, en un mundo donde sus recuerdos solamente se remontaban a los últimos diez días. Sin embargo, hoy continuaba durmiendo, como si el coche ardiendo en el que estaba atrapado no quisiera darle un descanso aquella noche.
«Ningún descanso sin antes echar un vistazo a la foto que había en el asiento del acompañante, junto a la botella. El calor era tan insoportable que las esquinas de la foto se habían doblado hacia arriba, lo que hacía que aún fuera más difícil reconocer la cara del hombre que aparecía en ella».
Caspar pateaba con las piernas intranquilo. Era un momento desagradable que le hacía flotar sin ser consciente de si dormía o se encontraba despierto. Un estado en el que el peso de la consciencia se iba introduciendo en la realidad muy lentamente. Ansiaba acelerar esta metamorfosis para sentirse libre de aquella pesadilla.
«Por ese motivo se desabrochó el cinturón de seguridad mientras observaba las llamas que se abalanzaban sobre él desde el cuadro de mandos, a la altura de su pecho. Pronto sintió el olor a quemado de su camisa. Por un momento, vio relucir ante sus ojos inmateriales la palma de la mano de Tom llena de cicatrices cuando intentaba tocar el fuego. Deseaba que el dolor imaginario pudiera arrancarle por fin de aquel sueño interminable».
No obstante, fue la sensación de un empujón de verdad, de una fuerte sacudida, lo que finalmente le despertó.
Caspar abrió de golpe los ojos. El coche en llamas había desaparecido y, en su lugar, era Linus quien se inclinaba sobre su cabeza con unos ojos grandes y temerosos. Tenía la punta de su nariz tan cerca que casi hubiera podido tocarla con la lengua.
—Sophiuda —dijo él.
No era más que un graznido, el sonido en el que se convierte la voz al hacer un susurro cuando realmente pretende gritar.
—Otra vez no —bostezó Caspar cansado.
Linus padecía de insomnio y deambulaba por la noche por toda la clínica cuando no podía dormirse.
—Sophiudapacientinar.
El músico le tiró del brazo para sacarlo de la cama. La situación aún parecía más absurda teniendo en cuenta que el chico estaba semidesnudo. Sólo llevaba puesto un pantalón de pijama lleno de manchas que a duras penas se sostenía en su flaca cadera.
—Escucha, tú no puedes… —quiso añadir Caspar.
Pero entonces él también lo oyó. Era un ruido estrepitoso proveniente del piso de abajo. Sonaba como si alguien estuviera levantando una mesa pesada, una y otra vez, dejándola caer sobre el suelo de parqué. Caspar miró su reloj: las doce y veintisiete de la noche. Probablemente no era la mejor hora para cambiar los muebles de sitio.
—¿Qué ocurre ahí? —preguntó pensando al mismo tiempo para sí quién o qué había en la planta de abajo.
—… inar… inar…
Linus, que no paraba de repetir constantemente aquella palabra, enseguida soltó el brazo de Caspar al ver que éste se movía entre sus sábanas arrugadas y al fin se levantaba.
—Veeen conigo.
—Sí, sí, ya voy.
Caspar buscó sus zapatillas. Entonces el alboroto de abajo se transformó en un sonido sordo como si alguien hubiera estado intentando arrastrar una alfombra húmeda de una habitación a otra con gran esfuerzo. Decidió que no había más tiempo que perder.
Mientras que Linus bajaba las escaleras estrepitosamente, Caspar se esforzó en hacer el menor ruido posible pensando en que podría existir una explicación lógica de aquellos ruidos nocturnos. A pesar de ello, después de los sucesos acontecidos en las últimas horas, no quería que tuviera que creerlo, especialmente cuando al llegar al rellano seguía sin dejar de bailarle por la mente la palabra con la que Linus le había despertado.
«Sophiuda».
Ahora era él también quien corría. «Sophia… Ayuda».
Dobló la esquina en medio de la oscuridad del pasillo y le sorprendió que allí no funcionara el detector de movimientos. Normalmente el alumbrado del techo se encendía automáticamente cuando alguien pasaba por el pasillo. En ese momento, sin embargo, solamente había una luz, que procedía de una habitación trasera cuya puerta estaba abierta de par en par. Linus estaba allí delante, en el umbral, con las manos en la cabeza y temblaba poderosamente.
Entonces, justo cuando notó que el frío penetrante de la habitación se introducía en el pasillo pudo descifrar también el resto de las palabras enigmáticas del músico: «pacientinar».
«Paciente. Asesinar».
Miró el interior de la habitación: naturalmente, en el tercer piso se encontraban los casos «complicados», la Unidad de Cuidados Intensivos. Salas cerradizas con camas hidráulicas e instrumentos de medición junto a las mesillas de noche.
«Sophia. Ayuda. Paciente. Asesinar».
Caspar se estremeció al ver el soporte de infusión que había al lado de la cama sin ningún paciente, como si fuera un perchero con tubos colgando. Pudo percibir el vaho de su respiración y luego todo tomó un ritmo más lento. Ahora se sentía como un observador pasivo que mira con interés un álbum de fotos. Cada vez que pasaba una página sus ojos enviaban al cerebro una imagen terrible:
«La ventana abierta —El hombre —Con una pierna apoyada encima del radiador, la otra afuera —Linus, que se abre paso hasta Caspar —El rostro desfigurado del hombre se transforma en una sonrisa de dolor, mientras se vuelve hacia él —Señala su collarín —Mueve la cabeza —Y a continuación se deja caer al vacío».
Tan pronto la oscuridad de la nieve se había tragado al paciente que intentaba huir, el ritmo volvió a acelerarse, y el primer recuerdo al que pudo acceder se enredó en la red agujereada de la memoria de su cerebro. Caspar conocía a la figura que acababa de saltar por la ventana. Su cara le era tan familiar como el olor a papel quemado que ya empezaba a notar su nariz. Había visto a Jonathan Bruck varias veces; la última, hacía pocos minutos, justo antes de que Linus lo hubiera sacado de la cama. Su rostro destacaba en la parte superior de la foto que, noche tras noche en sus pesadillas, ardía en el asiento del acompañante.
—¿Qué está pasando aquí? —le preguntó a Linus, que se había inclinado sobre la repisa de la ventana.
Caspar no estaba seguro de si el músico temblaba debido al frío o al miedo.
—Sophiudapacientinar —volvió a ser la respuesta, pero Caspar era incapaz de encontrar a la doctora por ningún sitio.
¿Qué ocurría con Sophia? No entendía a Linus ni tampoco a sí mismo. ¿Por qué conocía a aquel hombre? ¿Por qué motivo había huido Bruck en medio del temporal de nieve llevando puesto tan sólo un camisón fino de hospital? ¿Y por qué Linus volvía a salir corriendo de la habitación con tanto miedo en los ojos?
Pasó algún tiempo antes de que pudiera obtener una respuesta. Después, ya no era capaz de asegurar si el grifo de la bañera había estado haciendo aquel ruido todo ese tiempo. En cualquier caso, el atronador e irregular sonido que se escuchaba detrás de la puerta acababa de empezar en ese mismo instante.