Apenas había estado un minuto a solas cuando Sophia volvió a asomar la cabeza por la puerta.
—¡Eso también va por usted!
—¿Qué? —preguntó él mientras empujaba con el pie debajo de su cama la bolsa de plástico. Demasiado tarde. Sophia entró, señaló sus botas y, a continuación, su abrigo de invierno, que había olvidado colgar en el armario.
—Le ruego que no haga tonterías esta noche.
Caspar ni siquiera intentó negar su propósito.
—Debo hacerlo, Sophia. Llevo demasiado tiempo aquí.
—¿Y adónde pretende ir? ¿Adónde irá con el tiempo que hace, con su aspecto y sin dinero?
—Iré a la policía —respondió explicándole el plan que se le acababa de ocurrir en aquel momento. Tuvo que reconocer que pensar con previsión seguramente no era uno de sus rasgos característicos que más destacaran.
—Pero hoy ya hemos hablado de eso. Rassfeld está de acuerdo con que usted hable personalmente con la policía y la prensa.
—¿Cuándo? —Caspar se levantó de la cama y se rascó la cicatriz de las quemaduras que tenía bajo la camiseta—. ¿Mañana? ¿Pasado mañana? ¿Después de Navidad? Esto se está prolongando demasiado, puede que ya no me quede tanto tiempo.
Sophia movió la cabeza con tanta energía que los cabellos se deslizaron sobre su frente.
—Escuche, a mí tampoco me gusta la táctica dilatoria de Rassfeld, pero sí estoy de acuerdo con él en un punto: todavía es más peligroso si usted abandona la clínica en su estado sin supervisión.
—Es posible. Pero no se trata solamente de mí.
—¿Se refiere a la niña?
Caspar asintió.
—Lo siento, pero desde que me enseñó su foto tengo la sensación de estar ahogándome aquí dentro. Necesito salir enseguida.
—No sabemos de ninguna manera si realmente es su hija. Quizá ni siquiera exista.
—Puede ser, pero… —Caspar reflexionó por un momento si era bueno continuar la frase—. Pero si usted se marcha mañana me quedaré solo de todas formas. Entonces ya no quedará nadie en la clínica en el que poder confiar.
Sophia lo miró detenidamente, luego sonrió apenada.
El teléfono que llevaba en el bolsillo de su bata sonó anunciándole que había una llamada interna, a la que ella hizo caso omiso. Por lo visto, la línea telefónica de la clínica funcionaba.
—Entiendo —dijo cuando el aparato dejó de sonar—. Sin embargo, me gustaría pedirle un favor, Caspar.
—¿Cuál?
Ella le señaló la ventana basculante de la buhardilla. La nieve se había acumulado en los cristales como una persiana opaca.
—Consúltelo con la almohada esta noche de tormenta. Mañana hablaremos de ello una última vez, antes de que yo me vaya.
—¿De qué servirá?
—Si mañana por la mañana todavía está decidido a marcharse, entonces no se lo impediré.
—¿Pero…?
—No debería abandonar la clínica bajo ningún concepto sin la información que voy a darle. Aun si desea ir a la policía.
Caspar abrió la boca para decir algo, pero se quedó sin habla. A continuación gimió como si se hubiera reventado uno de los minúsculos vasos sanguíneos de su oído. De repente se sintió más desamparado que nunca, como si un médico le hubiera dado la noticia de que le quedaba poco tiempo de vida.
—¿Qué clase de información? —murmuró.
Sophia negó de nuevo con la cabeza y miró ahora el teléfono, que volvía a sonar sin parar.
—Ahora no, Caspar. Mañana por la mañana.
El estallido de su oídos era cada vez más ensordecedor, al igual que su voz.
—¡Quiero saberlo enseguida!
—Lo sé, pero no puede ser.
—¿Por qué?
—Todavía tengo que asegurarme primero.
—¿De qué?
Caspar y Sophia se sobresaltaron al escuchar una tercera voz que provenía de la puerta.
Con el sonido del teléfono no habían oído que Rassfeld se acercaba.
—¿De qué desea asegurarse? —preguntó el director de la clínica otra vez con desconfianza, tendiéndoles un teléfono inalámbrico en tono acusador.
Caspar se quedó sin poder tragar saliva, pero Sophia pareció recomponerse enseguida.
—Mmm, bien. El paciente quería que le diera un tranquilizante esta noche, pero le he dicho que primero debía consultarlo con usted.
Rassfeld asintió en señal de aprobación, contento por lo visto de que no hubieran acabado con su autoridad.
—Perfecto. Pero eso puede esperar, doctora Dorn —dijo con un tono de voz que no esperaba recibir réplica alguna, y la acompañó fuera de la habitación.
—Llevo buscándole todo este tiempo. La necesitan en la sala de operaciones.
Rassfeld y Sophia habían salido de la habitación de Caspar hacía tiempo llevándose consigo sus atormentadoras preguntas. Sin embargo, la misteriosa promesa de la doctora no dejaba de resonar en su cabeza:
«No debería abandonar la clínica bajo ningún concepto sin la información que voy a darle».
Dos horas más tarde seguía oyendo la voz de Sophia cuando se tumbó en la cama y cerró los ojos para poner en orden sus pensamientos. ¿Qué más habría en su expediente para que Rassfeld dudara tanto en revelar su contenido?
«Todavía tengo que asegurarme primero».
Iba a levantarse para ir en busca de Sophia cuando se dio cuenta de que ya no era capaz de abrir los ojos…
Caspar hizo un último intento con todas sus fuerzas, pero no le sirvió de nada. Los acontecimientos de aquel día habían dejado su fatigada mente completamente agotada. Ya estaba durmiendo.