18:31 horas

Por un momento pensó si debía seguir a Sophia, quien rápidamente había abandonado la habitación con Mr. Ed sujeto de la correa. Algo había sucedido afuera, posiblemente un accidente.

Se acercó a la ventana de la buhardilla pero desde allí arriba apenas podía distinguir nada. Durante el día, desde la planta superior de la mansión se podía disfrutar de unas impresionantes vistas del boscoso parque nacional repleto de bosques que se extendían hasta el final del recinto del lujoso edificio. Hacía rato que la oscuridad y la llovizna dominaban aquella tarde de invierno de color gris como el cemento, lo que favorecía que la luz artificial de los focos causara un efecto aún más amenazador: señales de socorro rojas y azules aparecían en intervalos regulares entre el conjunto de coníferas que lindaban el camino que oscilaba desde el valle hasta el punto más alto, donde se hallaba la recepción de la clínica Teufelsberg.

Caspar abrió la ventana y se asomó fuera: ahora lloviznaba con más fuerza. Desde la distancia podía oír un zumbido monótono. Cuatro pisos más abajo, la pesada puerta de la entrada se abrió y, a continuación, salieron dos hombres en medio del frío.

—¿Ha visto cómo ha ocurrido? —oyó que preguntaba el director de la clínica.

Rassfeld se hallaba fuera del radio de la escasa luz del foco, la cual era cada vez más tenue conforme salía de la recepción hacia el exterior. A pesar de ello su voz ronca era irreconocible.

—No, acababa de hacer el descanso —respondió Bachmann—. Estaba en la biblioteca. Ya sabe, había ido a devolver el libro de retórica que me recomendó.

«¿Retórica?». Caspar se extrañó.

Normalmente el vigilante intentaba contarles un chiste estúpido cada dos por tres a los pacientes para tenerlos animados. Ahora el hombre, en presencia de Rassfeld, se comportaba como un alumno inseguro que llega tarde a clase sin una carta de disculpa de sus padres.

—¡Maldita llovizna! —gruñó el profesor, malhumorado—. ¿Hay alguien herido?

—Es difícil de saber. Esa cosa ha quedado atravesada en la entrada. Las cámaras de seguridad no han podido grabarlo todo.

El viento arrastró dentro de la habitación un montón de fríos copos de nieve, que hicieron que Caspar perdiera toda visibilidad.

—¿Y cómo bajamos ahora hasta ahí?

En ese momento la ventana se cerró con fuerza y de golpe en sus narices.

Caspar se volvió y vio que Linus estaba de pie en su habitación. El músico parecía estar al mismo tiempo asustado, confuso e intrigado como si acabara de descubrir que tenía poderes paranormales con los que podía cerrar ventanas.

—Sólo ha sido el viento —dijo Caspar intentando tranquilizarle—. ¿Qué ocurre?

—Graaadente —murmuró Linus en voz baja—. ¡Niee lacho!

El músico estaba en la clínica desde hacía tiempo, y no sólo vivía en su propio mundo, sino que además se comunicaba con los demás mediante un idioma que había inventado él mismo.

Durante muchos años había confundido su cabeza con una coctelera a la que tenía que suministrar en grandes cantidades pastillas, líquidos y polvos por la boca o la nariz, indistintamente. Nadie podía decir con exactitud qué tipo de drogas había mezclado aquella batidora de máxima potencia. Lo cierto es que después que el cantante hubiera sido reanimado detrás del escenario por varios médicos de urgencias, nunca más estuvo en condiciones de colocar las palabras de una frase en el orden correcto.

Incluso las vocales parecían haber formado un nudo para siempre.

—Cuensaasto, maldda —gritó con una sonrisa.

Caspar aún había sido capaz de traducir la expresión graaadente por «grave accidente»; sin embargo, le fue imposible adivinar el resto de palabras inexistentes.

Por su sonrisa irónica Linus parecía estar divirtiéndose con aquella nueva distracción. Aun así, uno no podía dar nunca por sentado cuál era su estado anímico por su mera apariencia. La última vez que Caspar había escuchado reír al músico, éste había acabado maniatado enseguida a su cama. Con ello pretendían evitar que, tras un brote psicótico, pudiera arrancarse el cabello de la cabeza para luego comérselo.

—¿Quieres que vayamos a ver qué ocurre? —preguntó Caspar.

Por un instante Linus se le quedó mirando como si jamás en la vida le hubieran ofendido tanto. A continuación volvió a reírse y salió corriendo de la habitación como un alumno travieso. Caspar se encogió de hombros y lo siguió.