Nota del autor

No habléis mal de los muertos, porque han ido a reunirse con lo que enviaron ante sí.

de la 15, o dichos del Profeta

Éste ha sido con mucho el libro que más trabajo me costó escribir. Que esté muy orgulloso del resultado final no quita que el trayecto haya sido duro.

Para empezar, trataba no con una sino con dos figuras mitológicas: el controvertido —lo que es poco decir— caudillo valaco del siglo XV. Y además aquel vampiro.

Empecemos por el chupasangre: es verdad que el maravillosos thriller gótico de Bram Stoker retrata a un fascinante vampiro llamado Drácula, pero la brillante profesora Elizabeth Miller ha demostrado que Stoker no sabía casi nada acerca del verdadero valaco del siglo XV.

Originalmente, Stoker decidió que el villano se llamaría Conde Vampyr, pero descubrió el relato de un viajero inglés de un viaje a través de los Cárpatos en los años veinte del siglo XIX, en el que hacía una breve mención de un personaje de mala fama perteneciente a un siglo anterior, un hombre célebre por su brutalidad. También escribió que el significado de «Drácula» en la jerga local era «hijo del Diablo», lo que resultaba ideal para la visión de Stoker en cuanto a la lucha entre el bien y el mal. Usó el nombre, una región conocida por su folclore gótico y poco más.

Pero yo no tenía intención de escribir sobre un vampiro. Necesitaba saber quién había sido el auténtico Drácula, y una vez más me encontré con un mito, historias de una depravación y un horror casi increíbles, incluso para una región del mundo acostumbrada a ambos. Me vi obligado a leer muchísimo y a hablar con mucha gente. No quería «hablar mal de los muertos», pero tampoco quería disminuir sus pecados diciendo cosas como: «Sí, pero después de todo, a Hitler le gustaban los niños pequeños y los perros policía».

Durante mucho tiempo, no se me ocurrió nada. Desesperado, le confesé a Marin Cordero, una de mis consejeras, cuyo detallado conocimiento del periodo me llena de humildad, que temía humanizarlo.

—No puedes —me dijo—. Puesto que ya es humano.

—Soy un hombre. Nada humano me es ajeno —dijo Terencio, el romano.

Así, la historia de Vlad quizá no sea «ajena», pero no dejaba de ser un hecho muy oscuro. Como en mi corazón sigo siendo un actor, siempre enfoco los personajes como lo haría un actor: a través de la motivación. ¿Qué acontecimientos y relaciones dieron forma a sus vidas y afectaron sus actos? ¿Qué los impulsaba? Busqué las motivaciones de Vlad en oscuros documentos históricos, traté de pergeñar una «justificación» plausible para sus actos. Fue muy difícil. Y entonces, cuando había escrito alrededor de dos tercios del primer borrador —escrito a mano por primera vez, en un intento de conectar la imaginación con el corazón y la mano—, sufrí una epifanía: decidí no juzgarlo. Decidí que mostraría lo que hizo y dejaría de preocuparme del porqué. En esencia, dejé que fuera quien era, sea lo que sea, escenificar sus actos según lo que se sabía de su vida y en el contexto del lugar y la época brutal en los que vivió. Y que el lector decidiera.

Tras aquella decisión, la novela se volvió más fácil de escribir, borrador tras borrador, a medida que cada pieza del puzle encajaba en su lugar. No escribí el final hasta no haber acabado el segundo borrador y lo cambié en los tres siguientes. No porque titubeara sino porque no dejaba de descubrir más y más cosas sorprendentes y chocantes.

También pretendía no alejarme de los documentos históricos, ¡en todo caso, de los conocidos! Ya he dicho que el autor de novelas históricas habita ese hueco que existe entre los así llamados «hechos». Y en este caso los huecos eran enormes. En parte por lo poco que había sido apuntado y en parte porque mucho consistía en propaganda relatada por sus enemigos y vencedores. Tenían buenos motivos para desprestigiarlo y no digo que no haya cometido barbaridades con los turcos, los sajones de Transilvania y su propio pueblo. Pero cuando por fin lo derrotaron, quienes relataron su historia fueron sus enemigos.

Pero su oscura fama no sólo se extendió debido a la propaganda. La derrota de Vlad ocurrió en una época en la que empezaron a surgir nuevas tecnologías. La imprenta de tipos móviles había sido inventada en 1440 y, al igual que ese tremendo avance tecnológico que supuso Internet, la nueva tecnología empezó a producir lo que se consideraba que la gente deseaba: Biblias, tratados religiosos, algunos manuales. Pero tal como ocurrió con Internet en el siglo XX, en el siglo XV lo que la gente quería de la prensa era sexo y violencia. La historia de Drácula proporcionaba ambos de manera espectacular, y sus enemigos inundaron Europa con el equivalente al vídeo de la época: ¡los panfletos! Y como todos los grandes manipuladores políticos, los enemigos de Vlad se apropiaron de su historia y la «modificaron» con fines propios.

Claro que yo he hecho lo mismo, pero procuré no apartarme de los datos históricos conocidos. Y al parecer, todo lo siguiente ocurrió de verdad:

Para llegar hasta estas «verdades» tuve que leer muchos informes que competían entre sí. Claro que le he dado mi propio «giro», puesto que mi objetivo, más que un vilipendio o una pieza propagandística, era escribir una buena historia.

He perdido la cuenta de los libros que leí, los sitios web que visité. Pero debo mencionar cuatro libros muy útiles: la obra de Kurt Treptow Vlad III - The Life and Times of the Historical Drácula; la ingeniosa y amplia Vlad the Impaler: In Search of the Real Drácula; la oscura y brillante Observations on Eastern Falconry de D. C. Phillot, y por fin, una copia muy hojeada de El Príncipe de Maquiavelo, escrito alrededor de cincuenta años después de la muerte de Vlad, pero que está repleta de observaciones acerca de la realpolitik y de cómo sobrevivir que el voivoda hubiera comprendido perfectamente. Pegué citas del libro en la pared delante de mi escritorio.

Pero la inspiración no sólo proviene de los libros y a ese respecto, mi viaje de investigación a Rumanía y Estambul resultaron esenciales. Primero me alojé en casa de los Tomescu, Gheorghe y Maria, en la aldea de Arefu, cerca de Poenari, el auténtico castillo de Drácula (olvida Bran: ¡es Drácula-Disney y puede que jamás haya estado allí!). La aldea es un lugar maravilloso donde la gente sigue viviendo como lo ha hecho durante siglos, recorriendo las calles sin asfaltar en carros arrastrados por bueyes, comiendo lo que cultivan, lo cual en abril significa verduras en salmuera y todas las partes del cerdo, acompañado de tuica casero, un fuerte licor de ciruelas. Y las cinco horas que pasé casi en solitario en el castillo Poenari medio en ruinas: 1400 peldaños montaña arriba, me proporcionaron la escena y el ambiente para mi novela.

Visité la estupenda ciudad amurallada de Sighisoara, en Transilvania, donde bebí una cerveza en la casa natal de Vlad. Al día siguiente disfruté de la Corte Principesca de Vlad en Targoviste, y como estaba solo pude sentarme donde se sentaba Vlad e idear la escena del golpe del día de Pascua. Además, estaba empecinado en comprender los motivos religiosos que impulsaban a los cruzados. En la iglesia de Arefu me quedé pensando y en una diminuta iglesia parroquial de Bucarest escuché la bella misa cantada mientras contemplaba los frescos de los santos.

Sin embargo, una de las imágenes más importantes se me ocurrió mientras conversaba con Nicolae Paduraru, que me dedicó su tiempo y sus conocimientos y que ha organizado excursiones relacionadas con Drácula desde los años sesenta. Me contó que la semana anterior, el Parlamento había acusado al presidente rumano de diversos delitos y que se celebraría un plebiscito. Sus partidarios realizaban importantes manifestaciones de apoyo y en vez de estandartes llevaban dos retratos: el del presidente y el de Drácula, porque el antiguo voivoda aún es considerado como un punto de referencia en cuanto a la probidad, la justicia y el orden. ¡Los rumanos de hoy en día sienten nostalgia por una época en la que se podía colocar una copa de oro en la fuente del pueblo y todos podían beber de ella!

Estambul, la gloriosa Constantinopla, es un lugar impresionante y sensual, donde uno realmente siente que se encuentra en el epicentro del mundo. Dio forma a todo lo que escribí sobre el enemigo turco de Vlad, en especial Mehmet, y sirvió para que comprendiera cómo la vida entre los turcos debe de haber afectado al joven valaco. Tuve la suerte de que mi guía fuera mi gran amigo Allan Eastman, director de cine, autor de libros de viajes y agudo observador de todos los aspectos de la vida.

Ya he mencionado a la profesora Elizabeth Miller, gran especialista en todo lo relacionado con Drácula. Y a Marin Cordero, quien con mucha generosidad ¡e ingenio!, compartió sus profundos conocimientos acerca de los turcos y los Draculesti, y fue lo bastante amable para revisar el manuscrito y corregir cualquier error. Pero hubo muchos más que también me ayudaron. Mi esposa Aletha, que tuvo que soportar mi obsesión con este libro, mayor que con cualquier otro, y más viajes emprendidos de madrugada y mis noches de insomnio. Hasta cierto punto, siempre me acuesto con los personajes acerca de los que estoy escribiendo. Cuando se trata de Jack Absolute, no pasa nada. Pero cuando se trata de Drácula, no es lo mismo. También debo agradecer al doctor Howard McDiarmid y a su hijo Charles McDiarmid, que son los propietarios y administradores del maravilloso Wickaninnish Inn de Tofino, Columbia Británica, Canadá. Me prestaron la cabaña de su familia cercana a la posada para que acabara el primer borrador en un lugar cuya belleza me distraía pero que acabó por inspirarme. También quiero agradecerle a la mujer a la que este libro está parcialmente dedicado: Alma Lee, quien no sólo organizó dicho retiro sino que además me ha proporcionado mucha ayuda y consejos a lo largo de los años, y el gran regalo que supone su amistad.

Cuando estaba a punto de acabar la novela, ocurrió una tragedia: mi estupenda editora, Kate Jones, murió de cáncer. Lo repentino de su muerte supuso un gran choque, porque no sólo perdí a mi guía y tutora, alguien muy responsable de la orientación de mi carrera y de esta novela en particular, sino también a una amiga generosa, encantadora y llena de humor. Su influencia resulta patente en cada página y la echo de menos todos los días.

Hay muchos otros que me prestaron ayuda. Mis primos noruegos, que me llevaron a la «cacería del halcón» en Oppland, Noruega, y me proporcionaron una de las primeras ideas. Rachel Leyshon, que me acompaña desde que escribí mi primera novela y me aconsejó con su habitual comprensión y sabiduría. A todos los de Orion, desde los miembros del departamento de administración hasta los del de marketing, ventas, publicidad y derechos en el extranjero, que han hecho una excelente tarea. Al igual que Kim McArthur, mi editora canadiense, que siempre actuó con entusiasmo y destreza.

Pero en última instancia, quiero agradecer a Jon Wood, el editor, porque sin él, el libro no hubiera existido. Durante un almuerzo prolongado hace dos años, fue a él a quien se le ocurrió la idea de escribir acerca del auténtico Drácula y después apoyó su intuición con generosidad y buenos consejos. Su toque editorial siempre es ligero y bien humorado, y refrena admirablemente mi tendencia a la épica hollywoodiense. ¡Desencadenad el infierno, ya lo creo!

En cuanto al mismo Drácula, no lo juzgo: que lo hagan quienes escucharon su última confesión… y por supuesto usted, el lector.

C. C. Humphreys

Vancouver

Canadá