Al lector…

En el gélido invierno de 1431, en el pueblo de Sighisoara, nació un segundo hijo de Vlad Drácul, voivoda (o caudillo) de Transilvania. Lo bautizaron como Vlad y, al igual que a su hermano mayor, le dieron el apellido Drácul-a: «hijo de Drácul».

En su lengua, la «limba romana», Drácul significaba «el Dragón». O «el Demonio». Así que Vlad Drácula era el Hijo del Demonio.

En su vida adquirió otros títulos. Voivoda de Ungro-Valaquia. Señor de Amlas y Fagaras. Hermano de la secreta fraternatis draconem: la Orden del Dragón. Los suyos lo llamaban Vlad Tepes. Sus enemigos turcos lo llamaban Kaziklu Bey. Los dos nombres significaban lo mismo: el Empalador.

La tierra que conquistó y perdió y gobernó fue Valaquia, la provincia central de la actual Rumanía. Atrapados entre el reino húngaro en expansión y los arrolladores turcos, entre la Media Luna y la Cruz, se esperaba que los príncipes valacos fueran sumisos vasallos de éstos o de aquéllos.

Drácula tenía otras ideas. Otras maneras de ejecutarlas.

Muerto finalmente en batalla en 1476, le cortaron la cabeza y se la mandaron de regalo a su más enconado enemigo, Mehmet, sultán de los turcos. La clavaron en una estaca sobre los muros de Constantinopla. Allí se pudrió.

Algunos lloraron su muerte; no la mayoría.

Yo no lo juzgo. Dejo eso en manos de quienes oyeron su última confesión… y, por supuesto, en las tuyas, lector.