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El presidente Ellison la llamaba desde la Casa Blanca.

—Me niego a aceptarle la renuncia.

—Perdóneme, señor, pero no puedo…

—Mary, comprendo lo que ha vivido, pero le pido que permanezca en su puesto, en Rumanía.

Comprendo lo que ha vivido. ¿Acaso alguien tenía idea? Cuando llegó al país era inocente, estaba llena de esperanzas y nobles ideales. Iba a ser el símbolo y el espíritu de su país para mostrar al mundo lo maravillosos que eran los norteamericanos. Y todo el tiempo la manejaron. La había usado el Presidente, el gobierno, todos los que la rodeaban. Ella y sus hijos fueron puestos en situación de peligro de muerte. Pensó en Edward, en la forma en que lo asesinaron, y en Louis y sus mentiras, en el modo que murió. Pensó en la destrucción que había sembrado Ángel por el mundo entero.

No soy la misma que cuando llegué aquí. Cuando vine era inocente y tuve que madurar a la fuerza. Algunas cosas he conseguido. Saqué de la cárcel a Hannah Murphy y logré que se concretara la venta de cereales. Le salvé la vida al hijo de Ionescu y obtuve el préstamo bancario para los rumanos. Rescaté a algunos judíos.

—Hola. ¿Me escucha? —preguntó el Presidente.

—Sí, señor. —Del otro lado del escritorio Mike Slade la observaba despatarrado en un sillón.

—Ha hecho una labor espléndida lo cual nos llena de orgullo. ¿Vio los diarios?

Le importaban un comino los diarios.

—Usted es la persona que precisamos allí. Prestará un enorme servicio a nuestro país.

El Presidente aguardaba una respuesta. Mary meditaba, sopesaba su decisión. He llegado a ser una excelente embajadora, y es tanto lo que queda por hacer allí.

—Señor —dijo por fin—, si aceptara el cargo insistiría en que se le concediera asilo político a Corina Socoli.

—Lo siento, Mary, pero ya le expliqué que es imposible. Ionescu se ofendería…

—Va a ver que se le pasa. Yo lo conozco, señor, y sé que se aferra de este tema para tener más base de negociación.

Hubo un silencio largo.

—¿Cómo haría para sacarla de Rumanía?

—Mañana llega un avión de carga. La enviaría por ese medio.

—Ah. —Pausa—. Bueno, yo lo arreglaré con el Departamento de Estado. Si no hay nada más…

Mary miró fijamente a Mike.

—Sí, señor. Hay algo más. Quiero que Mike Slade se quede aquí conmigo porque lo necesito. Además, trabajamos muy bien juntos.

Mike la estudiaba con una sonrisita en los labios.

—Eso lamentablemente no puede ser —sostuvo Ellison con firmeza—. Preciso que regrese porque ya se le ha dado nuevo destino.

Mary permaneció muda, con el auricular en la mano.

El Presidente prosiguió.

—Vamos a enviarle a un reemplazante. La persona que usted elija.

Silencio.

—Sinceramente lo necesitamos aquí.

Mary volvió a escrutar el rostro de Mike.

—¿Mary? Hola, hola. ¿Qué es esto? ¿Una suerte de chantaje?

Ella siguió aguardando sin abrir la boca, hasta que por fin el mandatario accedió a regañadientes.

—Bueno, supongo que, si tanto le hace falta, podemos prescindir de él por un tiempito.

Mary sintió que le quitaban un peso de encima.

—Gracias, señor. Entonces con gusto seguiré en el puesto de embajadora.

Él Presidente se despidió con estas palabras:

—Es usted muy hábil en la negociación, señora. Ya le tengo reservados unos planes muy interesantes para cuando termine su mandato. Buena suerte, y no se meta en líos.

Mary colgó despacito y miró a Mike.

—Conseguí que lo dejara aquí. El Presidente me pidió que no me metiera en líos.

Mike Slade sonrió.

—Tiene un simpático sentido del humor. —Se levantó y se encaminó a ella—. ¿Recuerda aquel día en que le dije que era una mujer perfecta?

Jamás podría olvidarlo.

—Sí.

—Me equivoqué. Ahora es perfecta.

—Oh, Mike…

—Y ya que no me trasladan, señora embajadora, conviene que vayamos encarando el problema que se nos presenta con el ministro rumano de comercio. —La miró a los ojos y añadió con voz suave—: ¿Café?