Sofía, Bulgaria. Sábado 3 de julio.
En un edificio pequeño, de aspecto común, ubicado en Prezviter Kozma 32, se hallaba reunido un discreto grupo de miembros del Comité del Este. Alrededor de la mesa estaban sentados poderosos representantes de Rusia, China, Checoslovaquia, Pakistán, la India y Malasia.
El presidente tenía la palabra:
—Damos la bienvenida a nuestros hermanos y hermanas del Comité del Este que están hoy con nosotros. Tengo el agrado de anunciarles que ya todo está en orden. La fase final de nuestro plan está a punto de culminar con éxito. El acontecimiento será mañana por la noche, en la residencia de la embajadora norteamericana, en Bucarest. Se ha conseguido que haya amplia cobertura por parte del periodismo y la televisión internacionales.
—¿La embajadora de Estados Unidos y sus dos hijos…? —preguntó la persona cuyo nombre en clave era Kali.
—Serán asesinados, junto con alrededor de un centenar de compatriotas suyos. Tenemos plena conciencia de los graves riesgos y el holocausto que pueden sobrevenir. Es hora de someter el tema a votación.
Comenzó por el otro extremo de la mesa.
—¿Brahma?
—Sí.
—¿Vishnu?
—Sí.
—¿Ganesha?
—Sí.
—¿Yama?
—Sí.
—¿Indra?
—Sí.
—¿Krishna?
—Sí.
—¿Rama?
—Sí.
—¿Kali?
—Sí.
—Hay unanimidad —declaró el presidente—. Resta por expresar nuestro especial agradecimiento a la persona que ha hecho posible gran parte de nuestros logros. —Se volvió hacia el norteamericano.
—Ha sido un placer —afirmó Mike Slade.
Los adornos ornamentales para el festejo del 4 de Julio llegaron a Bucarest en un Hércules C-120 el sábado a última hora de la tarde, y fueron enviados en camión directamente a un depósito del gobierno de Estados Unidos. La carga estaba formada por mil globos rojos, blancos y azules embalados en cajas chatas, tres tubos de helio para inflarlos, doscientos cincuenta rollos de guirnaldas, petardos, papel picado, una docena de estandartes y seis docenas de pequeñísimas banderas norteamericanas. La carga fue entregada en el depósito a las ocho de la noche. Dos horas más tarde arribó un jeep con dos tubos de oxígeno que llevaban inscripciones de Estados Unidos. El conductor los transportó adentro.
A la una de la madrugada, cuando el depósito estaba desierto, apareció Ángel. Pudo entrar porque le habían dejado abierta la puerta. Se acercó a los tubos, los examinó atentamente y se puso a trabajar. Lo primero que había que hacer era vaciar los tres de helio hasta que quedaran con sólo un tercio de su contenido. Lo demás sería sencillo.
La mañana del 4 de Julio, la residencia se hallaba en estado de caos. Se frotaban pisos, se lustraban arañas, se limpiaban alfombras. En cada habitación se oían sonidos característicos propios. Había martillazos puesto que estaba levantándose un estrado para la orquesta en el salón principal, el zumbido de las aspiradoras en los pasillos más los típicos ruidos que provenían de la cocina.
A las cuatro de la tarde llegó un camión del Ejército de los Estados Unidos hasta la puerta de servicio de la residencia, y allí se lo detuvo.
—¿Qué trae ahí? —le preguntó el guardia al conductor.
—Cosas para la fiesta.
—Voy a revisar.
El centinela inspeccionó la caja del camión.
—¿Qué hay en esos cajones?
—Helio, globos, banderas, cosas por el estilo.
—Ábralos.
Quince minutos después se permitía el ingreso del camión. Dentro del edificio, un cabo y dos soldados comenzaron a bajar la carga y llevarla a un amplio depósito contiguo al salón principal.
Cuando comenzaban a desempacar, uno de los infantes de marina exclamó:
—¡Miren qué cantidad de globos! ¿Quién diablos va a inflarlos?
En ese instante llegó Eddie Maltz acompañado por un desconocido que vestía indumentaria militar de fajina.
—No se preocupen —dijo Maltz—. Estamos en la era de la tecnología. —Señaló al extraño con un gesto de la cabeza—. Ésta es la persona que estará a cargo de los globos, por orden del coronel McKinney.
Uno de los soldados le sonrió al recién llegado.
—Prefiero que sea usted y no yo.
Acto seguido ambos soldados se marcharon.
—Tiene una hora —le indicó Maltz al desconocido—, o sea que debe poner ya mismo manos a la obra porque son muchos los globos por inflar.
Maltz saludó al cabo con una inclinación de cabeza y se retiró.
El cabo se acercó entonces hasta uno de los tubos.
—¿Qué hay adentro de estas preciosuras? —preguntó.
—Helio —fue la seca respuesta.
Ante la mirada atenta del cabo, el extraño sujeto tomó un globo, lo colocó en el pico de uno de los tubos un momento, y cuando se hubo llenado, lo ató. El globo salió volando hasta el techo. Toda la operación no insumió más de un segundo.
—¡Eso es fantástico! —se entusiasmó el cabo.
En su despacho de la embajada, Mary estaba terminando de redactar unos cables que debían despacharse de inmediato. Deseaba fervientemente que hubiese podido suspenderse el festejo. Iba a haber más de doscientos invitados. Ojalá lograran detener a Mike Slade antes de que se iniciara la fiesta.
Tim y Beth se hallaban en la residencia, vigilados constantemente. ¿Cómo podía siquiera pensar Mike en hacerles daño? Recordó cuánto parecía él disfrutar cuando jugaba con los niños. No está en su sano juicio, se dijo.
Se levantó para introducir unos papeles en la máquina destructora de documentos, y quedó petrificada al ver que Mike entraba por la puerta de comunicación. Mary abrió entonces la boca para lanzar un alarido.
—¡No!
Estaba aterrada. No había nadie cerca que pudiera salvarla. Mike podía darle muerte antes de que ella tuviera tiempo de pedir ayuda, y escapar por el mismo camino que había llegado. ¿Cómo hizo para sortear a los guardias? No debo demostrarle el miedo que le tengo.
—Los hombres del coronel McKinney están buscándolo. Usted puede matarme —afirmó Mary, desafiante—, pero jamás podrá escapar.
—Me parece que ha estado leyendo demasiados cuentos de aventuras. Ángel es el que está tratando de asesinarla.
—Mentiroso. Ángel murió. Yo misma vi cuando lo mataron de un disparo.
—Ángel es un profesional de la Argentina, y lo último que haría sería andar con etiquetas de tiendas argentinas en la ropa, ni con pesos en el bolsillo. El tipo que mató la policía era un aficionado a quien se quiso hacer pasar por Ángel.
Tenía que mantenerlo hablando.
—No le creo ni una palabra. Usted mató a Louis Desforges y trató de envenenarme a mí. ¿Acaso se atreve a negarlo?
Mike la estudió unos instantes antes de contestar.
—No. No lo niego, pero creo que debe escuchar la historia de labios de un amigo mío. —Se volvió en dirección a la puerta que comunicaba con su propio despacho—. Puede pasar, Bill.
El coronel McKinney entró en la habitación.
—Creo que ya es hora de que tengamos una charla, señora embajadora.
En el depósito de la residencia, el desconocido de extraño aspecto llenaba los globos bajo la mirada vigilante del cabo de marina, quien no podía entender por qué inflaba los globos blancos en un tubo, los rojos en un segundo tubo y los azules en un tercero. ¿Por qué no usaba cada cilindro hasta vaciarlo? Estuvo tentado de preguntárselo, pero no quería empezar una conversación.
Por la puerta abierta que daba al salón de baile, el cabo vio que se sacaban de la cocina bandejas con hors d’oeuvres y se las colocaba sobre las mesas que se habían dispuesto a los costados. Va a ser una gran fiesta, pensó.
Mary estaba en su despacho, sentada frente a Mike Slade y el coronel McKinney.
—Comencemos desde el principio —propuso el militar—. El día en que el Presidente asumió sus funciones y anunció que quería reanudar los vínculos con todos los países comunistas, hizo estallar una bomba. Una facción de nuestro gobierno considera que, si establecemos lazos con Rumanía, Rusia, Bulgaria, Albania, Checoslovaquia, etcétera, los comunistas nos destruirán. Por otra parte, del otro lado de la cortina de hierro existen comunistas para quienes el plan de nuestro Presidente es un engaño, una suerte de caballo de Troya para introducir en sus países a nuestros espías capitalistas. Fue así como un grupo de hombres poderosos de ambos lados formó una alianza supersecreta llamada Patriotas para la Libertad. Esa gente decidió que la única forma de combatir el plan del presidente Ellison era permitir que lo iniciara, y luego sabotearlo de una manera muy dramática como para quitarle a cualquiera las ganas de volver a ponerlo en práctica. Y ahí entra usted en el panorama.
—Pero… ¿por qué yo? ¿Por qué me eligieron a mí?
—Por lo importante del envoltorio —intervino Mike—. Era perfecta. Una mujer adorable, del centro del país, con dos hijos adorables… lo único que le faltaba eran un gato y un perro igualmente adorables. Su imagen era exactamente la que necesitaban: la embajadora con ángel, Miss Estados Unidos con dos preciosas criaturas. Se propusieron conseguirla. Cuando su marido se opuso, lo asesinaron e hicieron pasar el hecho como un accidente para que usted no sospechara y rechazase luego el cargo.
—¡Dios santo! —Eso que le explicaba Mike era un horror.
—El paso siguiente fue promocionar su imagen. Utilizando los contactos que tienen en la prensa del mundo entero, se propusieron convertirla en una figura querida, apoyada por todos. Usted iba a ser la mujer hermosa que condujera al mundo por la senda de la paz.
—¿Y ahora…?
—El plan es asesinarla, a usted y los chicos, de la manera más pública y horrenda para que la gente sienta tanta repulsión que nadie vuelva jamás a propiciar la idea de una distensión.
Mary no podía articular palabra por el espanto.
—Mike lo ha expresado sin tapujos —intervino McKinney—, pero todo es verdad. Él trabaja para la CIA. Después de que asesinaron a su marido y a Marin Groza, Mike comenzó a seguirles la pista a los Patriotas para la Libertad. Ellos creyeron que estaba de su parte, y lo invitaron a integrar su sociedad.
»Conversamos el asunto con el presidente Ellison, y él dio su aprobación. Se lo ha mantenido al tanto de todos los acontecimientos. Su gran preocupación era que usted y los niños recibieran protección, pero no se atrevía a comentar esto con usted ni con nadie porque Ned Tillingast, el director de la CIA, le había advertido que había filtraciones de información en el más alto nivel.
A Mary le daba vueltas la cabeza.
—Pero… —encaró a Mike—, usted trató de matarme.
Slade lanzó un suspiro.
—Señora, he tratado de salvarle la vida, y usted no me hizo fácil la labor. Intenté por todos los medios que se volviera a los Estados Unidos con los chicos, para estar a salvo.
—Insisto… usted me envenenó.
—Con dosis mínimas. La idea era que se indispusiera lo necesario como para tener que abandonar Rumanía. Nuestros médicos ya estaban esperándola. Yo no podía contarle la verdad porque habría quedado al descubierto todo el operativo, y así perderíamos la única oportunidad que se nos presentaba de apresarlos. Incluso ahora mismo no sabemos quién es el cabecilla porque nunca asiste a las reuniones y se lo conoce sólo como el organizador.
—¿Y Louis?
—El médico formaba parte del grupo. Era un experto en Explosivos. Lo destinaron aquí a fin de que pudiera estar cerca de usted. Se fraguó un secuestro para que acudiera el Príncipe Encantado a rescatarla. —Notó la cara que ponía Mary—. Vieron que estaba sola, que era vulnerable, y se aprovecharon. No fue usted la primera en prendarse del buen doctor.
Mary recordó algo. El chofer que sonreía. Nadie es feliz en Rumanía; sólo los extranjeros. No querría que mi mujer se convirtiera en viuda.
—Florian también está con ellos —dijo, lentamente—. Usó el pretexto de la goma pinchada para obligarme a bajar del auto.
—Lo haremos detener.
Había algo que Mary no comprendía a las claras.
—Mike, ¿por qué mató a Louis?
—No me quedó otra salida. El objetivo principal de su plan era matarla a usted y a los niños de la forma más espectacular posible, y a la vista de todos. Louis sabía que yo era miembro del comité. Cuando supo que era yo quien la envenenaba, comenzó a sospechar de mí. No era ésa la forma en que usted debía morir. Tuve que matarlo para no correr el riesgo de que me delatara.
Mary escuchaba el relato, y comprobaba que todas las piezas del rompecabezas iban calzando en su lugar. El hombre de quien desconfiaba la había envenenado para salvarle la vida, y el hombre a quien creía amar la había salvado para poder someterla luego a una muerte peor. En resumidas cuentas, tanto a ella como a los chicos los habían usado. Me siento como un chivo expiatorio. Todo el cariño que me demostraban era falso. El único que me apreciaba era Stanton Rogers. ¿O acaso…?
—Stanton… —comenzó a decir—. ¿Él…?
—Siempre la protegió —sostuvo el coronel McKinney—. Cuando supuso que quien procuraba matarla era Mike, me ordenó detenerlo.
Mary se volvió hacia Slade. A él lo habían enviado allí para protegerla, y ella siempre lo tomó como un enemigo.
—¿Louis nunca tuvo esposa e hijos?
—No.
Mary recordó algo.
—Sin embargo yo le pedí a Eddie Maltz que lo verificara, y me dijo que Louis era casado y había tenido dos hijas.
Mike y el coronel intercambiaron una miradita.
—Ya nos ocuparemos de Maltz —afirmó McKinney—. Lo envié a Francfort de modo que se lo arrestará allí.
—¿Quién es Ángel? —preguntó Mary. Fue Mike quien le respondió.
—Un asesino de Sudamérica, probablemente el mejor del mundo. El comité decidió pagarle cinco millones de dólares para matarla a usted.
Mary no podía dar crédito a sus oídos.
—Sabemos que ahora está en Bucarest —prosiguió Mike—. En circunstancias normales tendríamos cubiertos todos los caminos, aeropuertos, estaciones de ferrocarril… pero en este caso no contamos con la más mínima descripción física de Ángel. Utiliza una decena de pasaportes distintos. Nadie ha hablado nunca directamente con él, sino por intermedio de su amante, una tal Elsa Núñez. Los distintos grupos del comité están tan compartimentados, que no he podido averiguar quién es la persona que ayuda a Ángel, ni cuáles son los planes de éste.
—¿Quién va a impedir que me mate?
—Nosotros —fue la respuesta del coronel—. Con la ayuda del gobierno rumano, hemos tomado medidas extraordinarias de seguridad para la fiesta de esta noche analizando todas las posibles eventualidades.
—¿Qué va a pasar?
—Eso depende de usted —respondió Mike—. A Ángel se le ordenó llevar a cabo su misión en la fiesta. Nosotros estamos seguros de poder apresarlo, pero si usted y los niños no concurren a la recepción… —Su voz se fue apagando.
—Ángel no podrá intentar nada.
—Hoy no, pero tarde o temprano va a volver a la carga.
—Lo que usted me pide es que me ofrezca como blanco.
El coronel McKinney tomó la palabra.
—No tiene obligación de aceptar, embajadora.
Yo podría terminar ya mismo con esto: me vuelvo a Kansas con los chicos y la pesadilla queda atrás. Podría retomar mi vida, reintegrarme a la docencia, vivir como una persona normal. Nadie quiere asesinar a los profesores. Ángel se olvidaría de mí.
Posó la mirada en Mike y luego en el coronel antes de responder.
—No voy a exponer a mis hijos a un peligro.
—Podríamos arreglar que a los chicos se los sacara disimuladamente de la residencia y se los trajera custodiados aquí —propuso el militar.
Mary clavó largo rato los ojos en Mike, hasta que por fin habló.
—¿Qué ropa se pone un chivo expiatorio?